Clemencia - La llamada de Augur : Parte II

Day 2,053, 03:40 Published in Spain Spain by Debhon

Galio y Ámbar se dirigen juntos hacia la capital. Ámbar comienza a comprender sus orígenes y su nuevo rol en el mundo que le rodea. ¿Qué le esperará en la capital? ¿Era verdad que los Guardianes habían cambiado?

Clemencia - Prólogo : Parte I

Clemencia - Prólogo : Parte II

Clemencia - Prólogo : Parte III

Clemencia - La llamada de Augur : Parte I



El viento aullaba con fuerza entre los árboles de la ladera del Édolen. La tormenta rugía por encima del grupo de hombres que rastreaba el bosque en busca de cualquier signo de lobos. Eran cinco hombres ataviados con unos chubasqueros amarillos. Tres de ellos inspeccionaban el suelo embarrotado con unas pesadas linternas y equipos de visión nocturna. Los otros dos hombres permanecían alerta cada uno con una escopeta de caza en sus manos dispuestas a ser descargadas sobre todo lo que se moviese.

- Llevamos aquí más de dos horas. ¡Mierda! –el hombre maldijo al tropezar con una raíz y caer torpemente al suelo-. Quiero irme ya de aquí, Marcos.

- No podemos. No sé quién cojones alertó al Ministerio sobre los lobos pero van a volver a mandar Pacificadores - apoyó el arma en su hombro y se secó la frente empapada con la lluvia -.Si los encontramos nosotros antes no vendrán.



Un ruido a sus espaldas le hizo darse la vuelta y apuntar a la oscuridad con la escopeta temiendo encontrase con los felinos.

- ¡Joder, Richi! Trae el equipo aquí, he escuchado algo.

Los hombres se acercaron rápidamente y apuntaron con sus linternas al bosque sin encontrar nada. Un trueno en la lejanía les hizo dar un respingón y aguantar la respiración.

- Caballeros… -susurró pausadamente alguien a sus espaldas. Era una voz melodiosa y cargada de misterio. Pese a haber sido pronunciada en un ligero suspiro los cinco hombres la escucharon perfectamente y se giraron bruscamente con las armas listas-. Por favor, bajen las armas. No queremos que nadie salga herido.

Bajaron las armas y se quedaron casi embobados al ver las dos figuras que estaban delante de ellos. Los dos hombres llevaban unas túnicas de cuero impermeables de color escarlata. Las capuchas que les cubrían tenían en la parte superior bordado un martillo de dos cabezas dorado. Pacificadores. El más alto llevaba en sus manos un envoltorio oscuro. Se quitó la capucha y les sonrió. Sus ojos eran de un color purpúreo y su oscura melena lacia descansaba sobre los hombros. La pálida piel le otorgaba una belleza enigmática que se vio rota cuando su compañero les habló.

- El Ministerio nos envía y nosotros servimos. ¿Qué habéis encontrado?

Su voz era mucho más áspera y grave. Sus facciones quedaban ocultas por la capucha del uniforme y solo dejaba ver una barba trenzada en dos cortos mechones blancos adornados con varios objetos tribales.

- Mis señores –musitó tembloroso Marcos inclinando la cabeza-. Hemos rastreado buena parte de la zona y aún no hemos encontrado nada pero…

- ¡Silencio! –ordenó bruscamente el Pacificador levantando la mano-. No he venido aquí a escuchar tus patéticas escusas.

- Por favor, Loden. Deja al pobre hombre que continúe –el Pacificador alto le sonrió y Marcos se vio obligado a devolverle la sonrisa. Él le entendía.

- Con este tiempo es muy fácil que nos hayamos saltado alguna pista de esos lobos. Mis hombres y yo estaremos aquí toda la noche, se lo juro. Revisaremos cada piedra y cada árbol.

- Y por casualidad ¿ninguno de vosotros había visto antes esta camisa? –sacó del pequeño envoltorio una camisa de niño ensangrentada y medio destrozada-. Estaba a unos cien metros de aquí entre unas rocas.

- No mi señor. Es posible que sea del hijo de Alan pero seguro que no os interesa esa historia.

- Por supuesto que me interesa. Cuéntamelo todo.

- Deja de jugar con ellos, Zerath –indicó Loden sonriendo con malicia por debajo de la capucha.

- El chico desapareció hace un par de días. Muchos pensaron que se habría perdido en el bosque pero no encontramos rastro suyo por ningún sitio. Ahora que recuerdo hoy llegó al pueblo un hombre preguntando por el chico y los lobos.

- ¿Podrías describirme a ese hombre? –le dijo Zerath mirándole fijamente y apretando entre sus manos la camisa del chico.

- Deja de hablar, Marcos –refunfuñó en voz baja Richi a su lado.



En dos grandes zancadas el pacificador se colocó enfrente del hombre que había hablado y le agarró de la pechera del chubasquero elevándolo un par de centímetros sobre el suelo. Sus ojos se abrieron de par en par presa del pánico y trató de zafarse pero el pacificador era mucho más fuerte que él. Esos ojos violáceos parecían penetrar hasta lo más profundo de su pensamiento como miles de diminutas agujas.

- Continúa Marcos –susurró el pacificador sin apartar la mirada del otro hombre.

- Era un hombre de no más de cuarenta años, pelo corto oscuro, sin afeitar. Sus ojos eran oscuros, quizá marrones. Llegó por la noche, se tomó un par de cervezas mientras hacía preguntas y se fue sin volver a aparecer.

Se hizo un incómodo silencio mientras la tormenta rugía más fuerte que antes por encima de sus cabezas. Ni siquiera el viento perturbó a los dos Pacificadores cuando se miraron entre ellos al escuchar esa descripción.

- Él otra vez.

- Galio.

- Tenemos que movernos deprisa –dijo Loden dándose la vuelta para marcharse.

- Hay que pacificarlos.

- No tenemos tiempo para eso. Tenemos una prioridad.

- Siempre hay tiempo, ¿verdad Marcos?

El hombre asintió con una sonrisa en su cara. No entendía por qué sus compañeros habían palidecido al escuchar que iban a pacificarles. Era todo un honor y más viniendo de un Pacificador como Zerath.

- ¿Sabes lo que tienes que hacer, Marcos? –dijo sarcásticamente el pacificador. Sus ojos seguían fijos en los de Richi sin soltarle. En sus manos parecía un muñeco de trapo.

- Sí mi señor, es todo un honor.

- Adelante.

Marcos se giró y apuntó con la escopeta a uno de sus acompañantes. El aire retumbó con el disparo matando al hombre en el acto. Otro disparo acabó con un segundo hombre cayendo con la cara desfigurada al suelo. El sonido se diluyó con el rugido de otro trueno mucho más cercano. Marcos sonrió mirando los cadáveres de sus compañeros. Les tenía envidia. Los dos hombres que quedaban en pie estaban petrificados sin poder moverse totalmente pálidos. Marcos sacó dos cartuchos del bolsillo de su chubasquero y recargó el arma lentamente. Otros dos disparos resonaron en el bosque y cayeron muertos.

- Muy bien hecho Marcos. Es tu turno.

La sonrisa del hombre se ensanchó. Qué gran honor. Volvió a recargar el arma y se la entregó a Zerath. Se arrodilló delante de él y cerró los ojos. El Pacificador sonrió y disparó destrozándole la cabeza. La sangre le salpicó a él y a Richi que lanzó un grito desgarrador al ver la escena.

- Esto has conseguido oponiéndote a la voluntad de un Pacificador –le susurró al oído mientras se limpiaba un poco de sangre que había manchado su túnica-. Largo de aquí.

Le soltó y el hombre echó a correr presa del pánico.

- No puedes dejarlo ir después de lo que ha visto –le dijo Loden mirando los cadáveres.

- Lo sé.

Loden refunfuñó y se remangó las mangas de la túnica. Miró fijamente al hombre que se alejaba trastabillando y levantó despacio las manos. Poco a poco fue frenando su carrera hasta que se detuvo completamente. Diminutos cristales blanquecinos se fueron formando sobre el cuerpo de Richi hasta cubrirle completamente dándole el aspecto de una enorme figura de cristal. Un frío glacial se apoderó de él aguijoneándole cada uno de los músculos. Trató de gritar pero los cristales le atenazaban la garganta y solo pudo alcanzar a soltar un quedo gemido de impotencia. Las fuerzas le abandonaron y se desplomó inerte sobre el húmedo suelo mientras los latidos de su corazón iban reduciendo su ritmo lentamente hasta casi detenerse por completo. Con las fuerzas que le restaban consiguió entreabrir los ojos a duras penas y vislumbró entre la espesura unos ojos cobrizos que desaparecieron poco después. Exhaló un último suspiro de agonía mientras los diminutos cristales cubrían su rostro y murió.

- La caza ha comenzado –murmuró Zerath mientras se volvía a colocar la capucha y tiraba el arma al suelo.