Clemencia - Prólogo : Parte III

Day 1,928, 07:21 Published in Spain Spain by Debhon

Viejo Lobo, un ex militante zaraní, parece haber confirmado las sospechas de Galio. Los supuesto lobos se refugiaban en el bosque del Cruce y probablemente tenían algo que ver con la desaparición del muchacho. ¿Qué le esperará allí? ¿Y la extraña llamada de Augur? A continuación se narra el desenlace del prólogo de Clemencia con más de una sorpresa para el lector.

Clemencia - Prólogo : Parte I

Clemencia - Prólogo : Parte II






Se bajó del deslizador y abrió el maletero. El camino de tierra que había seguido se acababa justo en donde se encontraba. Al otro lado solo había árboles, montaña y oscuridad. La lluvia había traído consigo un viento helado que mecía las ramas de las coníferas en una danza lúgubre y arrítmica. Desde donde se encontraba no podía ver el pueblo, solo se distinguían el reflejo de las anaranjadas luces de las calles en la bóveda celeste. Lo suficientemente lejos para que nadie se enterase de que estaba allí.

Sacó del maletero un pequeño maletín de piel oscuro y lo puso sobre el capó del deslizador. Lo abrió y buscó en él hasta dar con lo que buscaba. Extrajo un pequeño frasco y leyó la inscripción que llevaba. “Sensiba”. El líquido que contenía era de un color azulado con diminutas manchas grisáceas, unos diez mililitros. Cerró el maletín y lo volvió a colocar en su sitio. Abrió el frasco y tragó su contenido con una expresión de desagrado. Notó un ligero picor en el paladar seguido de una sensación de quemazón y se le entumeció la lengua. Se sentó en el asiento de conductor y cerró los ojos tratando de reprimir las nauseas que le producían espasmos involuntarios. Los ojos comenzaron a arderle y un molesto zumbido parecía querer taladrar sus tímpanos. Trató de agarrarse a los controles del deslizador pero le era imposible controlar los temblores de sus articulaciones. De pronto todo se acabó. Relajó los músculos y trató de respirar pausadamente.

Nunca se acostumbraba a estos pormenores de la Sensiba. Abrió lentamente los ojos para que se acostumbrasen a la oscuridad y poco a poco fue distinguiendo la silueta de las coníferas. Seguramente tendría los ojos completamente oscuros, perfectos para ver en la oscuridad. Salió con cuidado del deslizador y estiró los brazos. Sus sentidos se habían potenciado más de lo que esperaba. Sentía cada una de las fibras de la ropa que llevaba puesta e incluso podía sentir el más leve cambio del viento sobre su piel. Escuchó a lo lejos un ruido entre la maleza. Demasiado pequeño.

Volvió al maletero y se puso sus guantes de cuero negro de trabajo. Notaba los mini núcleos circulares de energía pegados a las palmas de las manos y los pequeños circuitos que cruzaban el guante hasta llegar a la punta de los dedos.

Podía olerlos. Eran cuatro. No, cinco. Estaban a unos cinco kilómetros. Aún no se habían dado cuenta de su presencia. Otro extraño olor mucho más débil impregnaba el ambiente pero no conseguía descifrarlo. El de la manada era un olor de tranquilidad, de satisfacción. Caminaban despacio pero sin dirigirse una palabra. Acababan de alimentarse. Seguramente del alce en descomposición que estaba a pocos kilómetros de ellos. Mejor. El otro olor… no era miedo. Olía a curiosidad. Seguía a la manada pero sus olores no se entremezclaban. No iban juntos.

Sacó un pequeño carcaj de cuero y se lo colocó a la espalda. Era totalmente oscuro y estaba adornado con el símbolo dorado de su orden: un búho real con las alas desplegadas. Las quince flechas metálicas eran de punta triangular con una diminuta sección romboidal para el veneno. Esta vez no lo necesitaría. Los lobeznos tenían una gran inmunidad natural frente a la mayoría de los venenos.

El arco largo estaba forjado con una extraña aleación creada por sus antepasados, tyrina. De color negruzco, permitía un mayor tensado y era casi irrompible. Nadie conocía la edad exacta de los arcos de su orden, solo se sabía que habían pasado de generación en generación con la marca de cada portador. El suyo llevaba una pequeña estrella de cinco puntas, lo que parecía ser un ojo, una uve doble y otros cuatro símbolos ya casi irreconocibles.

Echó un vistazo a sus dos espadas Jian fabricadas con el mismo material que el arco pero las desechó. Eran solo cinco lobeznos. Clemencia y Locura no bailarían en este baile.



Cerró el maletero y se internó en el bosque. Anduvo durante un rato largo haciendo el menor ruido posible. Sus pasos se acompasaban con los latidos de su corazón e incluso su respiración era pausada, rítmica. La noche le envolvía y él se dejaba abrazar por ella. Sus oscuros ojos estudiaban el suelo cuidando de no pisar aquellas ramas que pudiesen crujir o aquel montón de hojas medio secas que pudiesen alertar a su presa de su presencia. El terreno donde se encontraba ahora era idóneo. Una pequeña pendiente por la que tendrían que subir y no muchos árboles que le obstaculizasen la visión. Se detuvo cuando creyó que estaba a una distancia prudencial y tomó aire.

- ¡Lobos de los cojones! ¡He tenido que conducir más de mil kilómetros para llegar a este pueblo de mierda y no pienso recorrerme este maldito bosque entero para daros caza!

El olor cambió. Pasó de alarma a ira. Algo los calmó, su líder posiblemente. Se pusieron en movimiento al unísono. Se desplazaban endiabladamente rápido. Era su bosque, su territorio. Se acercaban confiados. Dos de ellos se desviaron para tratar de rodearle ahora que habían captado su olor mientras que los otros tres venían de frente pensando que se trataría de un humano normal. El extraño olor también les siguió aunque a un pasó mucho más lento y rezagándose.

Se subió a una pequeña roca y aguardó. La media luna iluminaba levemente el bosque como si temiese interferir en el inminente encuentro. Pudo verles antes que ellos a él. Estarían a unos cuatrocientos metros, tres figuras humanas totalmente desnudas y sucias que corrían sin importarles el leve ruido que hacían. Podía ver desde esa distancia sus amarillentos ojos, sus adúlteras sonrisas y sus ansias de sangre. Sacó una flecha del carcaj y la colocó en el arco con sumo cuidado sin tensarlo. Trescientos cincuenta metros. El del centro parecía ser el líder, más corpulento que el resto y con una mirada más calculadora. Se fijó en el de la derecha que iba más adelantado, un varón de no más de veinte años. Trescientos metros. Tensó el arco y aguardó a tener un tiro limpio. Sus dos dedos tiraron de la fina cuerda metálica casi sin esfuerzo. Sintió los mini núcleos que ocultaba tras los guantes zumbar levemente y un cosquilleo recorrió sus manos.

Ahora.

La chispa se produjo justo antes de soltar la cuerda. Los dos mini núcleos vibraron con más fuerza al soltar la descarga y la flecha salió disparada como si de un rayo se tratase. El bosque se iluminó. Los tres lobeznos vieron el destello y abrieron sus ojos de sorpresa reduciendo el paso sin tiempo a reaccionar. El tiro era perfecto. La flecha surcó el bosque esquivando los árboles cargada de pura energía e impactó en el pecho del primer lobezno lanzándole tres metros hacia atrás. Una poderosa descarga atravesó su cuerpo y antes de caer al suelo ya estaba muerto.



- ¿Quién eres? –rugió su líder mientras se detenía y miraba el cuerpo humeante de su compañero. Su cuerpo comenzó a transformarse y volvió a continuar la marcha mucho más rápido.

-¿Dónde está el chico? –preguntó Galio tranquilamente sin elevar su voz.

Doscientos cincuenta metros. Sacó otra flecha despacio y la colocó en el arco. Tensó y apunto al que corría junto al líder. Sus caras se habían transformado en dos macabros hocicos de pelaje oscuro y vio como sus manos se convertían en extrañas garras.

Izquierda. El ruido había sido muy débil pero la Sensiba le permitió captarlo. Se giró rápidamente y soltó la flecha. Otro zumbido de los núcleos de los guantes cargó la flecha antes de salir disparada contra uno de los que trataba de rodearle. Esta vez atravesó el cráneo de su objetivo que estaba a medio transformar y la descarga fundió sus sesos.

Un rugido a sus espaldas le hizo inclinarse para esquivar el zarpazo que iba dirigido a su cuello. El fétido aliento de la criatura potenciado por la Sensiba le alcanzó de lleno y le produjo nauseas. Rodó sobre sí mismo y dejó el arco en el suelo. Los otros dos lobeznos estaban a poco más de cincuenta metros. La criatura trató de alcanzarle con las garras pero las esquivó fácilmente. Golpeó el hocico de la bestia con su puño potenciándolo con una pequeña descarga. La criatura se quedó aturdida sacudiendo la cabeza de un lado a otro y dio un paso atrás. Puso las palmas de las manos en su pecho y notó el calor de los mini núcleos que volvían a activarse. El lobezno le miró a los ojos furioso y trató de golpearle pero la descarga que azotó su tórax le lanzó contra un árbol y acabó con él.

Las dos criaturas que quedaban vivas le rodearon pero no se lanzaron al ataque. Galio sacó dos flechas del carcaj y las esgrimió como si fuesen dos dagas.

- ¿Dónde está el niño? –volvió a preguntarle al líder apuntándole con una de las flechas.

- Muerto –rugió éste mostrándole sus dientes caninos en una tétrica sonrisa-. Nos alimentamos de él. Le cazamos a media noche, nos divertimos con él y luego pasó a ser nuestra cena.

Galio se giró velozmente y su bota se estrelló contra el estómago del otro lobezno. Su rugido de sorpresa cesó gorjeante cuando le insertó las puntas de las flechas en sus ojos amarillentos. Esta vez no necesitó utilizar los mini núcleos.

No hacía falta olerlo para sentir su miedo. Lo que antes habían sido unos fieros ojos amarillentos ahora no alcanzaban ni a asustar a un recién nacido. Sus facciones volvieron a cambiar dando paso a un ser humano de cabellos oscuros. Retrocedió varios pasos juntando las manos en señal de súplica.

- No era nuestra intención, se nos fue de las manos. Sé lo que eres, Guardián. Nuestros antiguos nos hablaron sobre vosotros, tenemos un tratado.

- Violasteis las leyes que vuestros antiguos firmaron con nosotros –contestó Galio mientras recogía su arco y se acercaba a él pasando por encima del cadáver de uno de los lobeznos.

- Eran jóvenes, tú los vistes. No podía hacer nada para reprimir su ansia de caza. No me escucharon –la criatura abrió desmesuradamente los ojos cuando Galio posó la mano enguantada en su frente pero no trató de zafarse.

- Tú conocías la Ley y la has quebrantado. Tuya es la responsabilidad.

Sin decir más activó el mini núcleo y el cuerpo del lobezno se convulsionó hasta caer inerte al suelo. Se acercó a los cadáveres y recogió las flechas. No podía dejar ningún rastro de que un Guardián había pasado por allí. Cuando ya se marchaba sacó una flecha velozmente del carcaj y la colocó en su arco apuntado hacia el olor que no había podido identificar.

Un niño de diez años de melena oscura desaliñada con la ropa destrozada y sucia y descalzo le miraba con una expresión de estupor. La sangre reseca estaba pegada a su pelo y a su ropa.

- ¿Puede llevarme a casa, por favor? –preguntó el chico mirándole fijamente con unos ojos amarillentos.




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