Clemencia - Prólogo

Day 1,920, 09:38 Published in Spain Spain by Debhon

Bienvenido a mi periódico visitante!

Soy Debhon, llevo pocos días de eVida por aquí y me he lanzado a la aventura de crear mi propio periódico. Éste lo utilizaré para ir subiendo mis pequeños escritos y podáis pasar un buen rato leyéndolos. Se aceptan dudas, sugerencias y todo tipo de comentarios. Echas las presentaciones, vamos a por el primero, Clemencia.

Espero que lo disfrutéis y, si os ha gustado, se agradecería un voto.







La lluvia caía como finos hilos vidriosos bajo el amparo de un gélido viento sobre el Cruce, un modesto pueblo de clase obrera a los pies del Édolen. Las calles estaban casi desiertas y únicamente un tímido manto de niebla procedente de las montañas se atrevía a recorrerlas con ese tiempo. El sol se encontraba en el ocaso de su recorrido acariciando los bordes escarpados de la cordillera que arropaba la región. Pocas veces recibían visitas debido a su localización geográfica al norte de Yessendown cerca del colosal glaciar Sorganna. La pequeña carretera comarcal que unía el pueblo con el resto del mundo civilizado se encontraba la mayor parte del tiempo cortada por las fuertes tormentas y nevadas.

Arrancó de una farola un papel con el sello escarlata del Ministerio: dos águilas reales enfrentadas disputándose el astro rey entre sus garras. El impreso estaba medio emborronado por el agua pero aún se podía leer lo que el funcionario de turno había mecanografiado apresuradamente con algunas faltas de ortografía. Un niño de diez años había desaparecido dos días atrás y el Ministerio pagaría generosamente a aquella persona que lo encontrase. Hizo una bola con el papel y la tiró a la alcantarilla. Cuando el Ministerio decía que “pagaría generosamente” se refería a un “gracias y no protestes”.

El niño podía ser una amenaza para la misión. O una oportunidad. Ya había escuchado en el Valle la noticia de la desaparición de varias fuentes. El suceso había corrido como la pólvora por toda la región. Padres de buena familia y con un trabajado renombre en el Cruce y un niño prometedor. Seguramente la desaparición estaba ligada con lo que le había llevado al pueblo pero no había que precipitarse.

Vio al otro lado de la calle un bar que se encontraba abierto y se acercó. “Bar el Cruce” rezaba el pequeño rótulo luminoso parpadeante situado encima de la puerta. “Originales de cojones” pensó mientras abría la puerta del establecimiento y entraba. La barra del bar a la derecha, mesas metálicas a la izquierda y un billar electrónico al fondo. Tres hombres y dos mujeres. Un anciano en la barra, el dueño del local al otro lado, un chaval de no más de dieciocho años junto a la que parecía ser su novia apoyados en el billar y una mujer rechoncha con delantal que limpiaba despreocupadamente una mesa. El anciano agarraba su jarra de cerveza con las dos manos y miraba con ojos vidriosos por la ventana la lluvia. “Viejo Zorro”. El hombre tras la barra le miraba con cara de pocos amigos y se cruzó de brazos. “Peligro”. La que parecía ser su mujer se limpió las manos en el delantal que llevaba y le recibió con una enorme sonrisa. “Sonrisas”. Por último, los dos chavales parecían no haberse dado cuenta de su entrada y siguieron hablando entre ellos en susurros. “Niñatos”.

- ¿Qué le trae por aquí?

Peligro y sus preguntas. ¿Qué debía contestar a eso? Un niño desaparecido que lo más seguro es que esté muerto en algún lugar del bosque. O visita turística a esta mierda de pueblo que casi ni sale en los mapas.

Cerró la puerta y se acercó lentamente a la barra. Se quitó la chaqueta de cuero y la dejó en uno de los taburetes mientras se sentaba en el de al lado.

- Buenas tardes. Estoy de paso. Me desvié para recargar el deslizador.

- ¿Tangen o el Valle?

- Tangen. Ya pasé por el Valle y aún llevo encima el olor a pescado podrido.

Peligro sonrió y pareció relajarse. Tangen, el Valle y el Cruce. Los tres igual de tercermundistas pero mantenían sus disputas generacionales. El Valle se anexionó dos siglos atrás, con el beneplácito del Ministerio, un pequeño trozo de tierra con piedras que supuestamente formaba parte del Cruce.

- ¿Qué va a tomar?

- Cerveza. Fría.

Peligro abrió un botellín y lo colocó justo delante de él. Ghüdsten. A saber de qué lugar recóndito conseguían la cerveza. Viejo Zorro le echó un vistazo rápido relamiéndose los labios y siguió a lo suyo.

- ¿Alguna noticia de la capital?

- Lo de siempre. Un grupo de estudiantes se manifestó a las puertas de la sede Pacificadora –dio un sorbo del botellín para ver la reacción de Peligro. Nada-. Los Pacificadores, a petición del Ministerio, se encargaron de ellos, por supuesto.

- Estos jóvenes ya no saben qué hacer para llamar la atención.
Sonrisas se había unido a la conversación sin que nadie la invitara. Su marido la miró ceñudo y le hizo un gesto con la mano para que no se inmiscuyera pero ésta no le hizo ni caso y siguió hablando. “A Sonrisas no la callas tú, Peligro”.

- ¿Es verdad que en Árbol Verde hubo una revolución? Lo vimos en las noticias.

- Por supuesto que no. El Ministerio fue y apresó a un par de individuos que pretendían atentar contra el gobierno pero no llegó a más.
Cientos de personas murieron en Árbol Verde. Revuelta que el Ministerio se encargó de exterminar y tergiversar con un escueto comunicado llamando al orden en el resto de ciudades. Los Pacificadores llegaron a primera hora e impusieron un toque de queda de cuarenta y ocho horas. Identificaron a los líderes de la revuelta que Inteligencia les había marcado y procedieron a “pacificarlos” no sin antes ejecutar a los que se atrevieron a violar el toque de queda y a los sin techo que no tuvieron tiempo de resguardarse en ningún sitio.

- ¿Qué ha ocurrido? –preguntó señalando con la cabeza el papel de la desaparición del chico que estaba pegado al otro lado de la barra. Había que desviar ya el tema de conversación.

Peligro miró el cartel y movió la cabeza apesadumbrado.

- El pobre chico desapareció hace dos días sin dejar rastro. Se llevó a cabo una partida de búsqueda por el bosque, por supuesto, pero no se encontró nada. Los padres estarán destrozados.

- Oh sí. Qué desgracia –intervino Sonrisas dejando caer el trapo sobre la barra soltando un largo suspiro-. El chico prometía, ¿sabe? Sus padres querían llevarlo cuando cumpliese doce años a la capital para que estudiase en el Instituto Ministerial de Investigación y Ciencia. ¿Se imagina? Cuando vino su padre a decírnoslo no nos lo podíamos creer. Un chico del Cruce en el IMIC. Hubiese sido todo un orgullo para nosotros.

Dio un trago a la cerveza y asintió. Todo un honor formar parte del Ministerio hasta que te dabas cuenta de que todo era una mentira. En el IMIC se formaban los más grandes científicos e investigadores del planeta que trabajaban por y para los planes del gobierno. La puerta de entrada a ese maravilloso mundo solo se abría en un sentido. Si no te gustaba… bueno, siempre ocurrían accidentes que te disuadían para que te volviese a gustar.

- Fueron los lobos.

Viejo Zorro. Agarró la jarra con más fuerza y le miró con esos ojos vidriosos mordiéndose con las encías el labio. Su aspecto descuidado chocaba con el viejo uniforme de la Hermandad Zaraní. La chaqueta de color cetrina tenía algunas costuras descosidas y varias manchas de cerveza ya resecas. Pese a que la Hermandad se disolvió por decreto del Ministerio y con la aparición de los Pacificadores no existía ley alguna que prohibiese exhibir sus símbolos. Era una hermandad muerta.

Peligro resopló enfadado y trató de quitarle la jarra sin mucho éxito.

- A la mierda con los lobos, Modan. Te he dicho mil veces que no quiero que saques esas historias cuando hay clientes. Siempre terminan yéndose y algunos ni pagan. Has bebido ya demasiado por hoy.

-¿Lobos? –lanzó la pregunta como si no se hubiese dado cuenta de la reacción de Peligro. Éste iba a protestar pero rápidamente le señaló la botella de cerveza vacía para que le pusiese otra.

- Sí. Lobos, forastero. Más grande de los que haya podido ver. De pelaje oscuro y unos ojos cobrizos que harían estremecerse a cualquiera. Llevo diciéndolo desde la primavera pasada y nadie me cree. Si no se ve, no existe.

- No le haga caso, por favor. El Ministerio ya envió un equipo de Pacificadores al bosque y no encontró rastro de ellos.

Pacificadores. Suéltalos en una ciudad y no dejarán títere con cabeza. Mándalos al bosque a cazar lobos y volverán diciéndote que no han visto ni siquiera árboles. Adiestrados en algún lugar secreto del planeta que poca gente conocía, eran expertos exterminadores sin escrúpulos y sin rastro de humanidad al servicio del Ministerio.

- Pero están ahí, hágame caso –Viejo Zorro maldijo entre dientes cuando el camarero consiguió quitarle la jarra de sus manos-. Sigilosos, al acecho. No necesitan aullar, se comunican con la mirada. Se mueven en manada. Yo pude verlos. Oh sí. En la linde del bosque hace dos años cuando los Pacificadores fueron a buscarlos. Era de noche y pude ver esos ojos amarillentos fijos en mí como si estuviesen marcando su territorio y me desafiaran a entrar. Eran diez. O veinte. Quizá menos, no sabría decirle ya que había tomado alguna cerveza de más. Ya visteis todos que uno de los Pacificadores no volvió.

- Modan, fueron catorce y volvieron catorce, todo el pueblo lo vio. Deberías irte ya, es tarde –Sonrisas se acercó a él y le cogió firmemente del brazo para levantarle-. Está oscureciendo y tienes que ir caminando hasta tu casa. Hazte algo de cenar y vete a dormir.

Una escuadra de Paz. El Ministerio cuando quería resolver un problema por ínfimo que fuese enviaba por lo menos una escuadra de quince pacificadores. De todas formas, si el Ministerio decía que habían sido catorce, eran catorce. La gente cree aquello que no pone en riesgo su vida. Aun así acabar con uno de ellos no era sencillo. Bien organizados, mejor armados y adecuadamente adoctrinados. Pocas veces se producían bajas entre sus filas.

- Será mejor que le acerque yo a casa, no vaya a ser que le asalten los lobos –le guiñó el ojo a Peligro y éste sonrió-. Dígame cuánto le debo.

- Tres grines. A la primera invita la casa. ¿Se quedará por aquí mucho tiempo? Tenemos un hostal a unos diez minutos de aquí bastante confortable. No es comparable con uno de la capital pero podrá encontrar una buena cama y casi siempre funciona la calefacción.

“Cágate. Invita la casa y me cobra tres grines por esta mierda de cerveza”.

Pasó su tarjeta de identificación por el lector y realizó el pago mientras daba el último sorbo a la bebida.

- Muchas gracias por todo. Ya le dije que solo estaba aquí de paso. Recargaré el deslizador y me marcharé. Tangen espera.

Se volvió a poner la chaqueta de cuero y sacó un cigarro. La lluvia seguía cayendo y, como bien había dicho Sonrisas, el sol ya casi se había ocultado y sus rayos anaranjados eran cada vez más débiles. Cogió del brazo a Viejo Zorro y lo llevó tambaleante hacia la puerta. La abrió para que pasase el anciano y se llevó el cigarro a los labios.

- ¿Cómo ha dicho que se llama? –preguntó Peligro mientras retiraba el botellín de la barra.

- No se lo he dicho -Encendió el cigarro, le dio una larga calada y salió del local.