Clemencia - La llamada de Augur : Parte I

Day 1,934, 08:03 Published in Spain Spain by Debhon

Galio ha terminado satisfactoriamente la misión que le encomendaron y ha conseguido descubrir el misterio del chico secuestrado. ¿Qué hará con el joven lobezno? Su prioridad ahora mismo es volver junto a Augur y ver qué problemas tienen los Guardianes.


Clemencia - Prólogo : Parte I

Clemencia - Prólogo : Parte II

Clemencia - Prólogo : Parte III





Salieron del pueblo amparados por la oscuridad de la noche. La luna se ocultaba tímidamente tras las sombrías nubes que amenazaban con desatar la tormenta que llevaban en su interior. Galio dirigió el deslizador hacia la XT-3941, una carretera secundaria que les llevaría directamente hacia la gran arteria que conectaba todas las ciudades importantes del norte de la región. El pequeño reloj digital del vehículo marcaba las cuatro de la madrugada. Se sintió tentado de llamar de nuevo a Augur. Ya lo había intentado antes mientras el chico se aseaba en un pequeño riachuelo antes de partir pero su comunicador estaba apagado y no daba señal.

El chico no había dicho ni una palabra desde que le encontró en el bosque desaliñado y desorientado. De vez en cuando le inspeccionaba con esos ojos ambarinos y apartaba la mirada rápidamente. Había dejado su camisa ensangrentada en un pequeño claro alejado del lugar del enfrentamiento. Una llamada anónima informando del avistamiento de lobos por esa zona y darían con la camisa. En pocos días el caso del chico sería cerrado y su familia le daría por muerto. Era lo mejor.

- ¿Tienes hambre? –le preguntó mientras activaba el piloto automático. Un suave zumbido sacudió el deslizador y los controles comenzaron a moverse solos. Abrió la guantera y sacó dos pequeñas barras de chocolate y miel.

- No, gracias. Me comí una ardilla en el bosque –le contestó el chico con total naturalidad. Su mirada estaba perdida en la carretera y con la mano se acariciaba una pequeña cicatriz que tenía en el pecho.

- Sanará pronto.

- Lo sé.

Galio se comió las barritas en silencio sin dejar de mirar al chico. Estaba claro que le habían convertido en un lobezno pero algo en él no encajaba. Con tan poco tiempo como lobezno debería de estar hambriento, asustado, lloriqueando como un chaval de diez años mientras el hambre le impulsaba a abrirle la garganta y alimentarse de él. Hizo una pequeña pelota con el envoltorio de las barras de chocolate y se lo tiró a la cabeza. La mano del chico la atrapó en el aire y se giró molesto.



- ¿Por qué has hecho eso?

- ¿Sabes lo que eres?

El niño le miró fijamente.

- Sé quién soy y lo que eres tú.

- ¿Te lo contaron ellos?

- No. ¿Vas a matarme?

- Si sigues mirándome tan fijamente es muy posible.

- El chico retiró la mirada avergonzado y susurró una queda disculpa.

- Sé cosas que antes no sabía. Sé que soy un lobezno, mis orígenes se remontan a una manada casi en la otra punta del mundo, en un pequeño valle conviviendo con oseznos y donde abundan los grandes alces y ciervos de piel moteada de carne tierna y jugosa. Podría intentar describirte el olor de ese valle, qué se siente al correr por sus verdes praderas descalzo junto al resto de la manada –el chico sonrió como si de verdad hubiese vivido todo aquello. Agachó la cabeza con cierto pesar y se apretó fuertemente las manos-. Sé todo eso y nunca he estado allí.

- ¿Y qué sabes sobre mí?

- Sé que eres un Guardián. Nos habéis dado caza desde antes de que la manada existiera. Tengo la sensación de haber dado muerte a muchos de los tuyos protegiendo a los míos mientras tratabais matarnos.

- Las cosas han cambiado mucho, chico. Tienes el conocimiento en tu pequeña cabeza –dijo golpeando con su dedo la frente del chico- pero totalmente desordenado y sin ningún tipo de lógica.

Sacó un cigarro de la chaqueta y lo encendió dándole una larga calada. Exhaló el humo lentamente mientras se recostaba en el asiento del deslizador. El chico tosió y sacudió las manos delante suya tratando de apartar el humo.

- No me jodas… si no te gusta el humo fúmate uno.

- Mi padre no me deja fumar aunque he visto muchas veces a mi madre fumar a escondidas detrás de casa cuando mi padre no estaba.

Soltó un juramento y bajó la ventana del deslizador para tirar el cigarro.

- No volveré a ver a mis padres, ¿verdad?

“Mierda”. Miró por su ventanilla como si estuviese buscando algo mientras trataba de buscar una respuesta acertada. No le gustaban los niños. Hacían preguntas incómodas y lloraban en momentos incómodos. Los niños no tenían nombre ni apodo para él. Y ahora tenía uno en el asiento de copiloto de su deslizador al que tenía que contarle la cruda realidad. No era justo, no.

- Dentro de un par de horas tus padres te darán por muerto. Todo el pueblo lo hará.

- Me hubiese gustado despedirme de ellos –musitó sorbiendo por la nariz.

- Sabes que no era posible. No podíamos entrar al pueblo sin evitar preguntas incómodas –le dio una palmada en el hombro al chico con una cálida sonrisa-. Sé fuerte, mira al frente y siéntete orgulloso de su herencia. Tus padres están muertos pero puedes aún honrar su memoria.

Las primeras gotas cayeron sin previo aviso, frías y silenciosas. Los parabrisas se accionaron automáticamente comenzando una danza metódica apartándolas del cristal. Un rayo aislado retumbó en la lejanía iluminando brevemente la desolada carretera.

- ¿Qué va a ser de mí?

- Por ahora vamos a ver a un viejo amigo, se llama Augur. Te caerá bien. Después ya veremos.

El deslizador salió de la carretera secundaria y se internó en un estrecho túnel de un solo carril iluminado muy débilmente. Galio sonrió al ver al chico encogerse en su asiento atemorizado.

- ¿Es la primera vez que sales de tu pueblo?

- He visitado Tangen y el Valle un par de veces con mi familia pero nunca había estado aquí.

- Bienvenido entonces a la Arteria Norte. Esta región está dividida en cuatro grandes arterias que comunican todos los países y sus ciudades más importantes. Ahora mismo estamos entrando en una de las lanzaderas de acceso.

El deslizador aminoró la velocidad hasta detenerse por completo delante de una barrera luminosa. El chico trató de ver algo por las ventanillas del vehículo y luego le miró interrogativamente. Galio sonrió y señaló hacia el frente. En ese mismo momento la barrera se elevó y el deslizador salió despedido por el estrecho túnel a oscuras. El indicador de velocidad fue subiendo rápidamente hasta marcar los cuatrocientos cincuenta kilómetros por hora.



- ¡He perdido el control! –gritó Galio tratando de mover los controles del deslizador que estaban anclados. El joven lobezno soltó un quedo gemido y trató de ayudarle a moverlo sin éxito. De repente el deslizador atravesó una serie de arcos luminosos y fue escupido del túnel para aparecer en otro de enormes proporciones perfectamente iluminado. El subterráneo tenía más de veinte carriles en cada sentido y una altura de más de treinta metros.

- Tiempo estimado de llegada, dos horas y siete minutos –la voz del navegador rompió el tenso silencio.

- Ya puedes soltar los contrales –dijo Galio soltando una carcajada.

- No ha tenido gracia –el chico estaba pálido y sus amarillentos ojos chispearon furiosos-. Podrías haberme avisado antes.

- Hubiese perdido toda la gracia. Tendrías que haber visto la cara que ponías intentando mover los controles –señaló las enormes placas metálicas que definían cada uno de los carriles-. Ahora mismo vamos a cuatrocientos cincuenta kilómetros por hora impulsados por unos enormes imanes.

Cientos de deslizadores viajaban junto a ellos a la misma velocidad. Uno de ellos desapareció por una abertura que surgió justo debajo de él y se volvió a cerrar casi al instante como si nunca hubiese habido un vehículo ahí.

- Es la forma de salir de aquí –le indicó Galio mientras cogía una mochila que tenía en el asiento de atrás y rebuscaba en ella-. Es imposible cambiarse de carril a esta velocidad por lo que el Sistema de Control Arterial te sitúa en el carril que tienes que utilizar para poder llegar a tu destino. Ese deslizador ha ido a parar a una recogedora. Es un túnel parecido al de antes imantado inversamente a éste por lo que el coche va frenando gradualmente hasta que llegas a la salida.

- ¿Y esto siempre funciona? –preguntó el chico mirando fascinado por su ventanilla.

- Lo bueno es que si falla casi no te enteras a esta velocidad. Toma –dijo dejando en sus piernas una camisa blanca-. Te quedará grande pero mejor eso a que alguna cámara del Ministerio vea a un hombre con un niño medio desnudo en su vehículo.

El joven lobezno se la puso y tuvo que remangarse las mangas para poder sacar los puños. Le quedaba demasiado amplia pero no se quejó.

- No me has dicho tu nombre –le dijo mientras se abrochaba los botones de la camisa.

- Puedes llamarme Galio. Así me conocen todos los Guardianes.

- Yo soy… -Galio le interrumpió levantando la mano.

- No puedo saber tu nombre.

- ¿Por? Tú me has dicho el tuyo.

- Un Guardián no debe conocer el nombre de ninguna persona con la que se le pueda relacionar. Los nombres crean apego y no nos podemos permitir eso.

- Entonces, ¿nunca llamas a nadie por su nombre?

- Utilizamos pseudónimos en mi orden. Ni siquiera nuestro líder conoce el verdadero nombre de sus subordinados. Se borra de cualquier registro ministerial, se entierra. Cuando conocemos a alguien les ponemos apodos para referirnos a ellos.

El chico se quedó pensativo mientras jugueteaba con el puño de una de las mangas de su camisa.

- ¿Y a mí ya me has puesto apodo?

- Llevo pensándolo durante todo el viaje. Al principio te iba a llamar “Chico” pero me parece un poco soso. “Lobezno” sería poco original. Te llamaré “Ámbar”.

- ¿Ámbar?

- Sí, Ámbar. ¿Algún problema?

- No, es sólo que me parece poco original.

- A la mierda con la originalidad. Te llamaré Ámbar o si prefieres te llamo lobezno mocoso.

El lobezno guardó silencio mirándole fijamente. Galio estaba a punto de decirle que dejase de mirarle así si no quería salir volando por la ventanilla del deslizador pero el chico le tendió la mano y sonrió mostrando sus diminutos dientes caninos.

- Encantado, Galio.

El Guardián sonrió también y le estrechó la mano con energía.

- Encantado Ámbar.

Al final le iba a caer bien el chico.

Subscríbete y vota el artículo si te ha gustado la historia! 🙂