Ella

Day 2,538, 11:24 Published in Spain Germany by selenios
Lis suspiró profundamente antes de quitarse los guantes. No podía manipular los cables de la placa solar con ellos puestos, pero la idea de tener los dedos desprotegidos a veinte grados bajo cero no le hacía ninguna gracia. El otoño acababa de comenzar y necesitaría aquella segunda placa si quería calentarse durante las frías y prolongadas noches de invierno en la Barcelona post-apocalíptica.

El Sol cada vez brillaba con menor intensidad en el cielo y ya podías mirarlo a la cara sin necesidad de gafas protectoras. El mundo tal y como lo habíamos conocido había terminado cinco años atrás cuando de forma inexplicable los procesos de combustión del astro rey disminuyeron, provocando una brutal caída de la temperatura en la Tierra. Una nueva era glacial, más brutal que cualquiera de las anteriores, se precipitó sobre el ser humano sin darle tiempo a prepararse.

El suceso fue tan súbito que la sociedad se desmoronó en cuestión de meses. Las migraciones en masa hacia zonas templadas colapsaron sus recursos y el conflicto se desató con violencia.



Pero todo aquello quedaba lejano ahora para Lis. Ya apenas dedicaba tiempo a recordar su vida anterior. Además, cuando lo hacía, no encontraba sino dolor y pérdida. Era mucho más útil centrarse en lo que podía hacer para sobrevivir en este nuevo entorno salvaje y helado.

Un trueno hizo que levantara la mirada de los cables. Densos nubarrones negros arremolinados entorno al Tibidabo presagiaban una brutal tormenta. Lo había visto otras veces; la temperatura caía en picado y una pared móvil de hielo y nieve azotaría las calles de la ciudad. Todo aquel que no estuviera a buen recaudo moriría congelado.

Por suerte, ella tenía un magnífico escondrijo ubicado en los sótanos de un centro comercial. Dentro de la desgracia general, la fortuna la había sonreído, encontrando cobijo y alimento entre los muros semi derrumbados de un almacén. Llevaba un año allí escondida, con la soledad como única compañía. Más de un año sin hablar con nadie. Más de un año sin compartir penas o alegrías. Más de un año debatiéndose entre el miedo y la necesidad de contacto humano. La soledad la hería más profundo de lo que el frío podría jamás alcanzar. Comenzaba a temer más a su soledad que a la idea de la muerte y la imagen de ceñirse una soga al cuello para acabar sus días colgada de una viga ya rondaba insinuante por sus cotidianas pesadillas nocturnas.

Intentó apartar aquel pensamiento de su mente y concentrarse de nuevo en su tarea. Tenía poco tiempo para perderlo haciendo frente a una realidad que no podía cambiar. Los dedos comenzaban a dolerle por el frío y obedecían torpemente las instrucciones que su cerebro analítico les enviaba. Jugueteaba con el piercing de su labio mientras manipulaba los cables, aquello le ayudaba a concentrarse.



De repente, un nuevo sonido llamó su atención. Había sido igual de intenso que un trueno, pero a la vez distinto. Lis corrió por la azotea hasta alcanzar su límite, se agazapó tras la baranda de seguridad y, protegida por la altura, ojeó el exterior.

Hombres cazando hombres.

Como tantas otras veces había presenciado, un grupo de salvajes perseguía de cerca a otro individuo, quien se desplazaba ágilmente sobre la nieve con unos esquís demasiado cortos para su estatura. El ruido que había llamado su atención había sido efectuado por un rifle. Aquel extraño debía ser una pieza extremadamente valiosa si el jefe de los salvajes había decidido gastar una bala en él.

Prácticamente ya había alcanzado el edificio donde se ocultaba Lis, cuando una nueva detonación sacudió sus oídos. Esta vez le alcanzó de pleno y un chorro de sangre salió disparado desde su pierna hacia la blanca nieve. El hombre trastabilló y cayó de bruces. Se intentó levantar, pero la pierna herida no consiguió soportar el peso de su escuálido cuerpo. El desconocido, desesperado, lanzó una mirada hacia el grupo persecutor, quienes no tardarían más de diez minutos en recorrer los escasos doscientos metros que los separaban.



-Otro más –dijo Lis con tristeza y a media voz.

Y entonces se desató la tormenta. La temperatura comenzó a bajar en picado, el viento recrudeció su intensidad y una inmensa mole de destrucción comenzó a descender desde la montaña hacia el mar, arrasando con todo aquello que se interponía en su camino.

Ya no era seguro continuar en la azotea, así que la mujer recogió sus pertenencias dentro de su mochila y se precipitó escaleras abajo. Aquel hombre moriría sobre la nieve congelado y sus persecutores tendrían que cavar bien profundo para encontrar su botín, su carne. Ella no podía hacer nada. No era un tema de su incumbencia.

En esas cavilaciones estaba cuando alcanzó la tercera planta, el nivel de la nieve acumulada en las calles. Algo en su interior detuvo su avance. Se pasó una mano por el rostro con fruición.

-No seas tonta, Lis. Es un desconocido. ¿Para qué preocuparte por alguien al que jamás has visto?

Tal vez, si se hubiera preguntado por qué en vez de para qué, habría continuado descendiendo hacia el túnel que la llevaría a su escondrijo. Pero aquel para qué le lanzó una respuesta inesperada.

-Para no estar sola. No puedo… ¡No! No quiero seguir viviendo yo sola.

Corrió hacia los apartamentos cuyos balcones daban acceso a aquella parte de la calle. Conocía aquel edificio como la palma de su mano y, a pesar de la oscuridad reinante, tardó menos de un minuto en orientarse hacia la ruta más rápida y llegar hasta la puerta deseada. No necesitó utilizar su inseparable palanca, ya que las puertas de todos los apartamentos habían sido forzadas largo tiempo atrás. Atravesó las habitaciones como el rayo y salió al balcón con precaución. Volvió a lanzar una rápida mirada hacia el exterior y ocultarse casi al instante. Prácticamente no había visibilidad alguna. Ni siquiera se divisaba el cuerpo del hombre caído y no debía estar situado a más de diez metros de distancia.

Sacó de su mochila un trozo de cuerda y la unió con un mosquetón a la barandilla y con otro al arnés anclado en su cintura. Si comenzaba a recorrer a ciegas la calle se acabaría perdiendo ella misma y moriría congelada al igual que el desconocido. Se colocó el pasamontañas y ciñó sus gafas de esquiar casi mecánicamente. Sin un centímetro de piel desprotegida, saltó a la calle

El viento la azotaba con fuerza, impidiéndole caminar erguida, y el frío se filtraba entre las capas de ropa con inexorable determinación. El maldito cuerpo del hombre no aparecía por ninguna parte y ella no podía permanecer mucho más tiempo a la intemperie bajo aquellas condiciones. Comenzaba a sentir como si alguien le estuviera clavando agujas en las yemas de los dedos.



¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que el desconocido cayera herido? ¿Cinco minutos? ¿Cuánta distancia podía haber recorrido bajo aquel frío y herido en la pierna? ¿5-10 metros?

¡A la mierda! Se giró para volver a la seguridad del edificio cuando tropezó con algo semienterrado en la nieve. En tan poco tiempo, la tormenta había conseguido ocultar casi por completo el cuerpo de aquel larguirucho. Lo desenterró a golpetazos y lo asió pasando sus brazos por debajo de las axilas del hombre. A tirones, lo transportó tan rápido como pudo, dejando tras de sí un reguero de sangre.

No le preocupaba ni sus huellas ni la sangre en la nieve, ya que en escaso tiempo, éstas volverían a quedar sepultadas por la tempestad. Pero dentro del edificio ya era otro cantar. No consentiría que aquel extraño pusiera en peligro la seguridad de su santuario. Así que antes de elevarlo por encima de la barandilla le quitó el cinturón de su pantalón y le hizo un torniquete en la pierna. Solo cuando estuvo satisfecha del resultado, se adentró en los oscuros pasillos que la llevarían a la protección de su guarida.

Lis era una mujer robusta y gracias a haber podido alimentarse regularmente mantenía sus energías en buen estado. Aún así, transportar a aquel cuerpo por los recovecos estrechos que la conducían hasta su almacén secreto fue una de las tareas más arduas que había realizado en su vida. No albergaba muchas esperanzas de que aquel extraño se salvara, pero el simple hecho de intentarlo había insuflado un nuevo halo de ilusión a su espíritu, algo de lo que hacía tiempo carecía y creía perdido para siempre. Ya debía ser duro llevar una existencia solitaria en el antiguo mundo (no fue su caso, ya que siempre se había sentido rodeada de amistades sinceras), pero era muchísimo más en aquel nuevo y devastado panorama. Miedo, ira, desesperación, rabia. Había tenido que soportarlo todo sin la ayuda de otra espalda con la que compartir la carga. Y, sobretodo, el silencio roto por el aullido del viento, aquel viento gélido portador de muerte, que jamás abandonaba del todo su cabeza. Con tal de acallar el ulular del viento, se había acostumbrado a hablar sola, a verbalizar en voz alta cada tarea que realizaba por nimia que fuese.

-Rasgar pantalón, limpiar herida con agua oxigenada ummmm caducada solo hace un par de años. Creo que podemos abrir una botella de buen Vodka para completar la desinfección. La herida tiene orificio de entrada y orificio de salida, por lo que la bala está fuera. Ya puedo ponerme a coser su pierna como cosería un parche para la ropa. Vas a quedar muy apañado, señor desconocido. Creo que te llamaré Archibald, le pega muy bien a esa barba rubia. No se me muera, señor Archibald, que me ha costado mucho traerle hasta aquí y me costaría otro poco sacarle.


Archibald

Lis tomó la precaución de atar las piernas de Archibald con parte de su cuerda de escalada. No quería que el desconocido comenzara a tener convulsiones y los puntos de su pierna se soltasen. Después, pensó también en su propia seguridad y ató sus brazos a una tubería. Al fin y al cabo era un extraño y no sabía cuál podría ser su reacción al despertar, si despertaba algún día. Verlo allí inmóvil y maniatado trajo a la mente de la mujer agradables recuerdos.

Y con ese recuerdo trató de olvidar la cruda realidad. Si aquel extraño era tan peligroso como los hombres que le perseguían, ella misma tendría que matarlo.


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