Él

Day 2,538, 12:30 Published in Spain Germany by selenios

Es invierno, la pesadilla del hombre post apocalíptico. En el exterior, la temperatura ronda los cincuenta grados bajo cero… de día. Y ahora está anocheciendo.

Darío y Noelia llevan dos días aislados completamente por la fuerte tormenta de hielo. Su refugio se halla bajo tierra, como el de la mayoría de los supervivientes barceloneses, protegidos del viento, heraldo moderno de la muerte. Una hora en el exterior es suficiente para pasar del reino de los vivos al reino glacial. Allí no hay corrupción, pues el cuerpo jamás se descompone, permanece congelado eternamente o, por lo menos, hasta que es descubierto por alguien sin demasiados escrúpulos como para comer carne humana. Y los hay, muchos. La mayoría ni siquiera espera a que tu corazón deje de latir. La sangre caliente se ha convertido, para ellos, en el mejor caldo.

Pero la comida se termina y su bebé reclama el alimento de los pechos escuálidos de Noelia. Ella, ojerosa, mira a su pareja con la tristeza marcada a fuego en el rostro; ojeras profundas como abismos, labios agrietados, mirada perdida, temerosa de ser encontrada por su amado y amante.



-Saldré a por comida –se aventura él con voz dubitativa.

-Salir es una muerte segura, Darío. Calentemos algo de agua y podremos engañar al estómago por unas horas, hasta que el sueño nos venza.

El bebé, Joel, se mueve inquieto buscando el pecho materno.

-¿Y él? ¿A él cómo lo engañamos? –responde Darío ahora ya decidido.

El hombre sabe dónde hay alimento. Días atrás descubrió la casa de una anciana que convivía con una veintena de gatos, todos muertos y en perfecto estado de descongelación. Solo se trata de traerse algunos y esperar pacientes a que estén listos para ser despellejados. La carne de gato es sorprendentemente apetitosa. Claro que en estos días cualquier cosa comestible multiplica su sabor de forma exponencial.

-Si sales ahí fuera, morirás. Si no es por el frío, será por… Ellos. –a Noelia le cuesta hablar de la gente que rastrea insaciable cada casa, cada almacén, cada escondrijo en busca de carne humana. Prefiere llamarlos así, con un simple e indefinido “Ellos”.

Darío los odia con toda su alma, más que al frío, más que a la propia muerte, más que a lo que siente cuando su bebé llora hambriento y él no puede hacer nada para consolarlo.

Ellos, caníbales, salvajes, bestias en cuerpos de hombres.

-No importa. Me arriesgaré. Soy precavido, sé moverme con sigilo. Y, sobretodo, no enciendas ningún fuego en mi ausencia, eso les atrae.

Darío está en lo cierto, así localizan ellos a sus presas. Aprovechándose de la debilidad, de la inevitable huida del frío. Otean desde sus guaridas columnas de humo, ávidos por atacar y degollar a todo aquel con el que sus pasos se crucen.
Pero el hombre está decidido. Prefiere morir por el frío a soportar por un segundo más aquella espera incierta de lo inevitable. Así que deja a Noelia su arpón de pesca submarina y coge para él un largo cuchillo. Se abriga con todo lo que puede y sale en busca de gatos helados.

Su escondrijo se encuentra en el sótano de una nave industrial semiderruida. Al principio pensó que la mejor ubicación para su nuevo hogar eran las estaciones del Metro de Barcelona. Como él, pensaron otros e incluso llegaron a establecer un pequeño grupo, una comunidad bien allegada. Se daban cobijo y protección mutua, y entre esa gente conoció a Noelia. Fueron meses buenos dentro de su nueva vida miserable.

Hasta que Ellos los encontraron. En un abrir y cerrar de ojos, su comunidad pasó a convertirse en ganado para los estómagos insaciables de aquellos salvajes. Fueron atacados en repetidas ocasiones hasta que en un último asalto, partieron sus defensas y diseminaron el terror y la muerte por la estación de Bac de Roda.

Noelia y él consiguieron huir, ella ya embarazada de Joel. Allí Noelia perdió a su padre y a su hermano; Darío a su madre. El hecho de dejarlos atrás los persigue a ambos en cuanto cierran los párpados y concilian un sueño siempre interrumpido por terrores nocturnos.

Darío se asegura que nadie escruta la calle antes de salir al exterior. Después intenta correr por la nieve blanda, pero su avance es lento ya que se hunde constantemente. Después de un día sin haberse llevado a la boca otra cosa que no fuera agua, avanzar le resulta una tarea hercúlea. Pero su familia depende de él y eso renueva sus fuerzas.



El enorme esfuerzo tiene su parte positiva, ya que apenas nota las gélidas temperaturas. El sol ya ha desparecido tras el Tibidabo y la escasa luz que aún se proyecta desde las montañas crea sombras inquietantes, figuras caprichosas que parecen esperarle a cada esquina, mas cuando llega ahí no han dejado rastro alguno. Darío se gira constantemente, esperando ver otras huellas a parte de las suyas, pero la calle está tan desierta como su estómago. Finalmente hace de la necesidad coraje y continúa su avance, perdiendo de vista la nave industrial, su hogar, donde le espera su familia.

Las horas pasan y la noche es oscura cuando llega al improvisado refugio creado por una vieja para ella misma y sus gatos. Todos muertos y arremolinados, en un intento fatuo de darse calor mutuo. A Darío le cuesta horrores arrancar un gato del regazo de la vieja, quien parece aferrarse a su querido animal incluso desde el otro mundo. A ella le dio cariño, a ellos les dará unos días más de vida.



Pero para cuando Darío quiere emerger de nuevo al exterior, el frío ya es demasiado intenso. Prueba a recorrer unos metros pero los pies no le responden. Se apoya unos segundos en la pared de un edificio para recuperar energías y ve anonadado como el vapor de su aliento se cristaliza justo después de ser emanado y cae al suelo convertido en polvo. Si continúa en la calle, morirá.



¿Sería sensato volver al refugio de la vieja? Murió congelada, pero en todo este tiempo no ha sido encontrada por los salvajes. Aunque no cree que “Ellos” hayan salido de caza con ese frío, sería un suicidio... como el suyo. Finalmente decide volver sobre sus pasos y convertirse en un gato más al lado de la vieja.

Amanece con un sol lánguido, tímido e inoperante. El frío sigue siendo el dueño de las calles, pero al menos esa mañana se muestra clemente y permite transitar por las mismas. Darío reemprende la vuelta a su hogar, desea darle un beso en los labios a Noelia, beber de su calor. Más que andar corre o por lo menos lo intenta. Quiere mostrarle el gato, despellejarlo y comerlo aunque esté crudo y medio congelado.

Al llegar a la entrada de su escondite ve salir un hilo de humo por el estrecho túnel que hace las veces de entrada. ¿Cómo ha podido Noelia cometer la imprudencia de encender fuego?

Teme lo peor y tantea la empuñadura de su cuchillo con las yemas de sus dedos. Recorre la escasa distancia que lo separa de su amada con el corazón palpitándole en la boca. Al abrir la puerta, la escena que se está produciendo en el interior le deja estupefacto.

Efectivamente, el humo proviene de una pequeña hoguera, pero no ha sido encendida para calentarse los huesos, sino para cocinar. Ensartado en un palo, se asa Joel sobre unas brasas. Al fondo de la estancia, un desconocido está violando el cadáver degollado de Noelia, mientras otro espera impaciente su turno. En el suelo, un tercer salvaje yace muerto con el arpón del fusil submarino clavado en el cuello. “Al menos se defendió”, es el pensamiento que llega torpemente a su cerebro.

El violador lo ve y reacciona al instante. Coge una pequeña hacha de cocina y se abalanza sobre Darío, pero los pantalones medio caídos le juegan una mala pasada y le hacen tropezar, trastabillando en su embestida hasta caer sobre Darío y derribarlo. Por suerte para el muchacho, que aún no ha sabido reaccionar, el cuchillo que milagrosamente se hallaba en su mano se clava bien profundo en el pecho del agresor. Éste vuelca su aliento pestilente sobre el rostro de Darío. El cuchillo ha perforado un pulmón y ahora el violador está ahogándose en su propia sangre.

El otro salvaje no tarda en reaccionar y coge su arma, un cuchillo asido a una caña, formando una precaria lanza. Intenta aprovechar su ventaja y traspasar a ambos cuerpos. La punta afilada del cuchillo se clava en la espalda de su compañero, sin lograr traspasarlo. Al intentar retirarlo para probarlo de nuevo, la caña se parte. Esta vez Darío reacciona y se quita de encima el cuerpo de su primer agresor. Se levanta lo más ágil que puede, pero el salvaje le lanza un puñetazo brutal que le alcanza en plena mandíbula. Sin darle tiempo a asimilarlo, le asesta otro directo al estómago. Darío se dobla en dos y cae de rodillas. El salvaje no le deja respiro y le pega una patada en la cabeza. A esas alturas, ya se sabe vencedor.

Darío respira entrecortadamente con la espalda pegada al suelo. Un pitido atronador le zumba en la cabeza. Aún así, consigue distinguir las palabras finales que le dedica aquel que ha matado a su familia.

-Tu perra gimoteó hasta el final. No veas que noche movidita hemos pasado. ¿A quién se le ocurre tener un crío en estos tiempos? ¿Sabes cómo os hemos localizado? ¡Por su llanto! De tal palo tal astilla, imagino. -la idea le parece graciosa al salvaje quien se pone a reír a pleno pulmón.

Algo en el interior de Darío se desata. Una rabia contenida largo tiempo desemboca en una furia más animal que humana. El odio más primigenio corre por sus venas, dota a sus músculos de una fuerza demoníaca. Se levanta de un salto, rugiendo de ira, y se precipita sobre el salvaje. Lo levanta en el aire como si fuera si paja y lo estrella en el suelo. Comienza a golpearle con sus puños en el rostro hasta que éste se convierte en un amasijo de hueso y tendones sin sentido alguno. Después, le clava sus pulgares en la cuenca de los ojos y los aprieta hasta verlos desaparecer. Golpea, golpea y golpea quién sabe por cuánto tiempo, desahogando su cólera en el cadáver. Y cuando acaba exhausto y cubierto por completo de sangre, se pone él también a llorar, como lo hizo su familia antes de morir.



En su mente nace una idea, dar caza a Ellos, a los salvajes, a los caníbales, a todos aquellos que le han arrebatado a su familia. Perseguirlos allá donde se escondan, degollarlos tal y como ellos lo han hecho con Noelia, acabar con sus hijos igual que ellos asaron vivo a Joel. Dedicar su vida a la venganza.

El cazador de cazadores



Y, casi un año después, Darío despierta atado de pies y manos, con una desconocida de rostro salvaje apuntándole con una pistola de bengalas.





Próximamente... Ellos



Relato patrocinado por


Y por


Siempre bien helada!