Cincuenta Sombras del Café

Day 2,598, 09:02 Published in Spain Spain by Maud Flanders



No sé cómo he acabado en uno de los peores locales de Lisboa. ¿En qué momento me pareció buena idea venir a una fiesta de fin de año aquí? No tendría que haberle hecho caso a gsdieg. ¡Son nuestros enemigos, y aún peor, estamos en guerra! Si nos pillan seguro que nos despellejan, como vulgares bárbaros.



-Yo me voy ya -le dije a gsdieg- no me gusta este sitio.
+¡Venga! ¡Animate por una noche y diviertete! Hoy no estamos en el cuartel, no seas tan soso -me respondió-.
-Es que a mi no me divierten estas cosas… tenía pensado pasar la noche tomando café y dormirme después de las uvas.
+Esperate hasta que llegue una conocida mía, es casi tan aburrida como tú, seguro que os lleváis bien.
-Vale, pero me salgo a la calle un rato, que hay demasiado humo aquí dentro.

Una vez fuera del local noté un aire fresco que me devolvió a la vida. Por un momento incluso había olvidado que estábamos en tierras toalleras. De pronto escuché un grupo no demasiado numeroso, quizás eran cuatro o cinco, acercándose a donde nosotros estábamos.

No le dí mucha importancia, ya que estábamos en año nuevo y, aunque fueran tierras enemigas, seguramente era un grupo de gente inofensiva que quería pasarlo bien. Quizás tendría que haberlo pensado mejor. Volví al interior del local más cutre de la ciudad, y tras ver a gsdieg dormido en la barra decidí que ya había visto suficiente. Llamé a Cronos85 para que fuera a recogerlo y, como buen nejro, no tardó ni 5 minutos en llegar. Yo decidí dar una vuelta a solas por las oscuras calles de la ciudad enemiga, no tenía nada mejor que hacer.

Me senté en un banco en una de las muchas calles que podría haber elegido, y al cabo de dos o tres minutos se sentó en la otra punta del banco una chica, no mucho menor que yo, quizás tenía 19 años. Intenté no hacer contacto visual con ella para evitar que me delatara, pues no era muy normal ver a españoles en Lisboa durante la guerra. La suerte quiso que la chica rompiera el hielo y me hablara.

+Olá, como te chamas? O que fazes aqui fora sozinho numa noite como esta?

¿Que debo hacer ahora? -pensé para mi-. Entonces la miré y quedé embelesado por su belleza. Nunca había visto a una mujer tan perfecta, y sorprendentemente no tenía el bigote portugués, como se nos había dicho a todos los soldados.

Le sonreí, y me limité a imitar su Olá, tratando de no parecer demasiado raro. Ya me decían de pequeño que no valía para el teatro, y la chica se extrañó.

+¿Eres español? -me dijo con un nivel de castellano casi mejor que el mio-.

Traté de levantarme para huir, pero la chica se acercó a mi velozmente y me sujetó por el brazo. Creo que no exagero cuando digo que ese fue uno de los momentos más incómodos de mi vida, y a la vez uno de los mejores.

-Creo que me has descubierto -le dije-, ¿y tú? Hablas muy bien el español.
+Pasé la mayoría de mi vida viviendo en las regiones portuguesas invadidas por eEspaña.
-Oh…

Apareció un coche de policía por el fondo de la calle. Supongo que se dió cuenta de la palidez de mi cara, pues me levantó, apretó nuestros cuerpos y me arrastró con ella por varios callejones y plazas, hasta que llegamos a la puerta de un piso de cuatro plantas.

+Vivo en el cuarto, ¿quieres esconderte aquí?
-No me queda más remedio.

Quizás si me quedaban otras oportunidades, de hecho, estoy seguro que la noche era mejor para escapar de esa maldita ciudad que el día, pero no pude resistirme al tono dulce y simpático de la señorita que me invitaba a subir.

Ya en su casa, abrió una botella de vino y estuvimos charlando durante unos minutos, quizás media hora. Tras varias copas se levantó y me ofreció un juego. Me vendó los ojos y, con su característica dulzura, me susurró al oído que tenía una sorpresa para mi.

+Abre la boca -dijo-
-Pe..pero…

Aún con mi timidez, su dulce voz penetraba en mi como órdenes, y tras balbucear, abrí la boca. Noté como algo entraba en mi boca, con cierto sabor extraño.

+¿Te gusta? ¿Sabes lo que es? -me preguntó mientras sacaba sus dedos de mi boca-.

Mordí. Un líquido poco espeso inundó mi boca. Me di cuenta en ese momento de que me había dado un bombón relleno. Odio los bombones de chocolate negro, pero para no romper el ambiente me lo terminé tragando.

-Riquisi... -le respondí-.

Cuando aún estaba respondiendo noté como su boca se acercó a la mía. Me quedé helado. No sabía como actuar, ¡que debo hacer ahora! Dejé que la magia fluyera. Ella comenzó entonces a desabrocharme los botones de la camisa, uno a uno. Sus manos frías tocaban mi ardiente pecho mientras nuestros labios aún se tocaban. Cogió mi camisa y la tiró lejos del sofá donde estábamos. Acto seguido me tiró a mi al suelo. El frío suelo y mi caliente espalda hacen mala pareja, pero el calor que su cuerpo desprendía me compensaba. Suavemente comenzó a colocarme tiras de algún tipo de tela en las manos, atándolas donde podía.

Nuestros labios seguían unidos incluso en el suelo, hasta que comenzó su descenso. Noté como ella y todo su cuerpo fueron descendiendo, besando lentamente todo el cuerpo. Un beso en el cuello puede con un hombre, o al menos conmigo. Supongo que su descenso en búsqueda del ombligo no duró más de un minuto, quizás dos, pero para mi se convirtió en una larga y placentera experiencia.

Es curioso que los humanos no sintamos frío en una situación así. Primero me quitó los zapatos, luego los calcetines y por último, me bajó los pantalones. Supongo que mi cuerpo ya se había hecho con la temperatura tras probar con mi espalda el suelo.

No había ruido en la habitación, casi no se notaba que estábamos en el centro de Lisboa en la madrugada del 1 de Enero. Gracias a ese silencio pude oír, casi a la perfección, como se iba desvistiendo. Escuchaba la ropa cayendo al suelo en el otro lado del salón, y cada golpecito me excitaba más.

El tacto es un magnífico sentido. Notar su piel rozando la mía, su calor comparado con el frío del suelo… y su boca moviéndose por mi cuerpo. Nada podía salir mejor esa noche. Poco a poco volvió a subir hacia mi cabeza, tocando aquí, tocando allá. Nuestros labios juntos de nuevo, sus brazos abrazándome. Situación inexplicable.

Se acercaba el momento, cada vez más. Subió como una serpiente por mi cuerpo, rozando todo lo que se podía rozar. Nuestros labios se separaron, pero mi boca permaneció abierta. Su cuerpo siguió subiendo, el mío seguía atado. Y la venda de mis ojos, seguía bien firme.

Al llegar al punto en el que sus piernas se unen decidí mostrar lo mejor de mi, y el frío que antes sentía en mi espalda se transformó en un calor antinatural. No puedo describir el sentimiento que sentía al escuchar su placer mientras que yo tenía cada vez más calor y empezaba a querer ver algo de la situación.

Casi por arte de magia, como si me hubiera leído el pensamiento, me quitó la venda y por fin vi su cuerpo desnudo. Se levantó, me desató y me dirigió a la cama. Una vez allí, y ya con plena vista de las acciones, todo lo anteriormente se quedó en nada cuando trajo una bolsita de durex, dos copas de champán y lo más importante, dos cafés.

Sin lugar a dudas, esa noche de año nuevo fue la mejor noche de mi vida.