[50SC] Pasión y recuerdo

Day 2,600, 09:21 Published in Spain Spain by Maud Flanders



Se me hace raro vivir sin él. Siempre habíamos estado juntos desde que nos conocimos en el cuartel de nuestra milicia hace cuatro años. Él era mi superior, y yo acababa de llegar a la edad mínima para alistarme. Me enseñó todo lo que pudo, y yo aprendí a golpes.

Aún recuerdo cuando entré en aquella mugrienta sala de reclutamiento. Acababa de cumplir los 18 años y creía que la guerra era como en las películas: nuestro bando era el bueno, y los buenos nunca pierden. Lástima que no todo salga como queremos que salga, y lo bueno no siempre es tan bueno como lo pintan. Me atendió un chico muy apuesto, un par de años mayor que yo. En ese momento no sabía que acababa de conocer al único amor que conocería en toda mi vida.

-Buenas, ¿en que puedo ayudarte? —me dijo—
+Hola, venía a alistarme.

Esa es quizás la única frase que me arrepiento de haber dicho. Poco después, tras rellenar un par de formularios y cambiarme en el vestuario, ese mismo chico me llevó a mi nueva casa: el barracón 14 de Andalucía, situado en la base de Sevilla. El general de la base era un tal grassman manteco, del que decían que era capaz de eliminar el solo a un regimiento entero del enemigo. Tras hablar con mis compañeros y compañeras de barracón descubrí que aquel joven apuesto que me atendió era el coronel de la base, y aunque no le caía demasiado bien a los más adultos, los recién llegados estaban encantados con él.

Los días en aquel maldito adiestramiento militar eran horribles. Todo el día corriendo, saltando, disparando, e incluso teníamos tiempo para estudiar estrategia, historia e idiomas. Había momentos en los que me desesperaba, pero solo con pensar que vería al coronel a la hora de la cena me alegraba. Todos los días cenábamos los cadetes y los oficiales juntos, y en la mayoría de estas cenas ellos nos relataban historias del frente y nos animaban a luchar por la patria.

La voz del coronel se repetía en mi interior sin parar. Cerraba los ojos y le veía. Me obsesioné con él de una forma exagerada en demasiado poco tiempo. Quizás fue debido a que siempre que me veía me saludaba y me guiñaba un ojo, o quizás era debido a la admiración que le tenía.

Los oficiales y los cadetes no solíamos hacer nada juntos, menos la hora de la cena y las órdenes que retumbaban en nuestras cabezas todo el día. Un día el coronel necesitaba a un grupo para trasladar trastos al almacén, ¡y me eligió a mi! Bueno, a mí y a otras dos chicas y tres chicos. Estuvimos casi cinco horas levantando cajas en una punta de la base y colocandolas ordenadas en la otra punta. Llegó un punto en el que todos estaban cansados menos yo, pues el simple placer de ver al coronel sudando junto a mi me hacía feliz.

Y fin. Ya no quedaban más cajas. El coronel nos trajo una botella de agua mientras descansábamos debajo de un árbol. Transportar cajas pesadas durante el verano en Sevilla no es una actividad muy recomendada, pero aún así era mejor que correr como el resto. Tras descansar un par de minutos el coronel nos mandó a las duchas y nos dejó descansar el resto del día como premio. Mi sorpresa fue mayor cuando le vi yendo hacia las duchas con nosotros.

-Chicos, esperad a que se duchen las chicas primero y luego vais vosotros —dijo—, yo iré mientras al baño de oficiales.

¡NO!¡Esta era la oportunidad perfecta! No me sentó nada bien, así que decidí escaquearme justo cuando las chicas entraban en el baño y los chicos buscaban una sombra. La base era grande y fea, pero ya conocía un poco aquello, y sabía que podía ver el baño de los oficiales si subía a la segunda planta del edificio general. El edificio de los oficiales era independiente, más moderno y bonito, pero más bajo. No había demasiada distancia, así que corrí hacia la segunda planta y busqué el ángulo perfecto para deleitarme. Me lo merecía después de todo mi trabajo.

Allí estaba yo, mirando por la ventana y a la vez vigilando que nadie me viera. Entonces ocurrió lo que debía ocurrir: vi la mitad de la cara del coronel, y empezó a quitarse la camisa. Sentí el calor recorrer mis venas al ver la mitad de ese magnífico torso. Cuánto habría dado en ese momento por hacer desaparecer la pared entera. Se movió un poco más hacia la ventana, pero la mayor parte de su cuerpo desapareció al entrar en la ducha. Solo se veía parte de su espalda y su nalga derecha. Estaba deseando que se diera la vuelta, pero en ese momento escuché varios cadetes acercándose y decidí volver al baño, donde debía estar.

Tras la merecida ducha no podía dejar de pensar en el coronel. ¿Tan imposible sería tener una cita con él? Por aquel entonces pensaba que no merecía la pena intentarlo, yo no era lo suficiente para él. Descansé junto a los demás bajo un árbol hasta la hora de la cena. Me senté en mi mesa y miré a la suya. Esa noche no estaba. El coronel no fue, y eso me hizo temblar.

¿Y si me había visto y estaba exigiendo a alguien mi expulsión? O peor aún, ¿y si le expulsan a él por habernos dejado descansar? Todas las teorías conspiranoicas que pude imaginar rondaban mi cabeza durante la cena, y casi no probé bocado.

Ya era hora de dormir, y no pude hacerlo. Decidí salir del barracón a tomar el aire, ya que el calor me impedía descansar. Se veían pocas luces por la base, pero una de ellas se movía hacia mi barracón. Me senté al lado de la puerta, sentía un poco más de aire fresco, pero no demasiado. Cerré los ojos y conseguí conciliar el sueño, pero no por mucho.

Noté como algo me tocaba el hombro y abrí los ojos inmediatamente. Era el coronel. Le habían avisado de que había algo fuera del barracón y vino a mirar qué era. Me vió. Le expliqué que no podía dormir por el calor, se rió y me dijo que ya me acostumbraría. Acto seguido me dió una colleja cariñosa y me mandó a dormir dentro.

Entré al barracón sin rechistar, y con mucha más tranquilidad, ya que no parecía que me hubiera visto espiándole. Dormí bastante bien, lástima que a la mañana siguiente tocase caminata por un bosque cercano. Y cuando digo caminata digo correr delante del coche de un oficial que grita mucho.

Me tropecé, me caí y me doblé el pie. Lo único bueno de ese paseo fue que volví a la base en el coche del oficial gritón. Al volver a la base fui a la enfermería y descansé hasta después de la hora de la cena. No cené, no sé si como castigo o porque alguien se olvidó de mí. Ya recuperado de la caída de esa tarde fui a la ducha de cadetes, para relajarme antes de dormir y olvidar ese horrible día.

Entré y escuché una de las duchas funcionando. Me extrañé ya que suponía que solo yo debería no estar en mi barracón tras la cena. Aún así, me desvestí y me dirigí a la ducha más cercana. No quise mojarme el pelo para no tener que secarlo antes de dormir, pero las duchas de la base estaban locas y funcionaban muy mal, así que me empapé nada más entrar. Un poco de champú por el pelo y gel por el cuerpo. En ese momento escuché la tos del misterioso personaje que estaba en la ducha de al lado. ¡Era el coronel! Sabría reconocer su esencia de cualquier forma. ¡Qué debía hacer ahora! No tenía ropa y estaba a dos duchas de él, sólo nos separaban pequeñas paredes de ladrillo, no teníamos puertas ni nada con lo que escondernos.

Apagó su ducha. Yo seguía enjabonando mi cuerpo desnudo. Tenía que pasar por donde yo estaba para poder llegar a donde estaba su ropa, así que procuré no mostrar mis encantos. La mala suerte quiso que me mirara fijamente. Así es, mi cuerpo era un cuerpo de 18 años, no tenía pinta de ser un oficial, que eran los únicos que podían estar fuera de los barracones a esa hora. Me preguntó quién era, y no me quedó más remedio que apagar la ducha y darme la vuelta.

+Ho… hola coronel.

Me reconoció enseguida y retiró la vista de forma prudente.

-Siento haberte molestado, pero… ¿no deberías estar en el barracón?

Salí de la ducha, me puse una toalla alrededor de mi cuerpo y le conté lo que me había ocurrido ese día. El coronel me escuchó detalladamente, como si le importara lo más mínimo mi vida. Escuchó todo, desde lo mal que lo pasaba corriendo hasta que me quedé sin cenar. Cuando terminé, puso su sonrisa característica y comenzó a vestirse.

-Vístete rápido y ven a mi habitación, iré a la cocina a ver si ha sobrado algún plato.

Sin pensarlo demasiado me puse el chandal como pude y fui corriendo a su habitación. Fui tan rápido que ni había llegado. Al rato apareció por el pasillo con un plato de espinacas. Era lo único que quedaba, y así recuperaría fuerzas. O eso me dijo.

Me invitó a entrar a su habitación y estuvimos charlando mientras yo comía. Sacó dos vasos y trajo un botellín de cerveza. Decidió compartir conmigo su ración diaria. Nada podía ser más asombroso para mí hasta ese momento. Terminé las espinacas y el medio vaso de cerveza y decidí preguntarle por su vida privada.

-Y bueno… ¿tienes pareja?
+No. El ejército es muy exigente, y nunca he conocido a la persona ideal.

¡Bingo! Estaba en la habitación del chico más guapo de la base y me acababa de decir que nunca había tenido pareja. Era el momento ideal para lanzarme a por todas. Mi mente joven creyó que la media cerveza que se tomó se le habría subido a la cabeza, así que comencé a hacer preguntas.

-¿Te gustan los ojos marrones?
+Me encantan.
-¿Pelo oscuro o claro?
+Oscuro.
-¿Te gustan menores?
+Si vale la pena, sí.

Llegados a ese momento, y coincidiendo mis rasgos con todas sus respuestas, decidí ofrecerle un masaje relajante que dije haber aprendido de un masajista profesional. Realmente, lo único que quería era tocar su piel desnuda y poder acercarme a él. Aceptó.

Se quitó la camiseta y se tumbó en su cama. Yo apagué la luz y me senté sobre él. Comencé a masajearle la espalda. De arriba a abajo. De izquierda a derecha. Sin olvidar ningún centímetro de ese cuerpo. Le dije que se diera la vuelta, le comencé a masajear los pectorales y me dijo que le estaba encantando.

Aproveché el momento y me incliné sobre su boca. Le besé. Mi primer beso fue el primer beso robado al coronel de mi base. Durante unos segundos me recorrió un escalofrío intenso por el miedo a lo que podía ocurrir. Separé mis labios y mi cara de él durante unos segundos para observar su respuesta. Se quedó atónito. Comencé a retirarme de él.

-¡Perdón!¡Perdón! Me he resbalado y…

No pude separarme mucho. Sus brazos me abrazaron fuertemente y empezó a besarme. No me lo podía creer. El coronel y yo… en su habitación… esto es sencillamente inimaginable. Me dio la vuelta. Mi cuerpo sobre la cama, y él sobre mi. comenzó entonces a levantarme lentamente la camiseta. La pasión me podía. Notar su lengua rozando con la mía, sus manos tocando mi cuerpo y su calor sobre mi. Ambos sabíamos que estaba mal. Si cualquiera entraba en la habitación nada bueno podría ocurrir. Las ganas nos pudieron. Se desabrochó el pantalón. Me bajé como pude el chandal.

-Supongo que piensas que esto es raro, ¿no?

Su risa y su beso me dejaron claro que no lo veía raro. O bueno, si lo veía raro al menos lo disimuló bien. Nos transformamos en uno. Pudo haber sido peligroso hacer las cosas como las hicimos, con prisa, sin protección… pero el deseo pudo sobre la razón. Al principio me sentí mal, nunca habría imaginado que la boca se podía utilizar para tantas cosas, pero al final comencé a coger el gusto de notarle en mi interior. Él y yo, juntos en nuestro nido de amor. Y lo mejor, ese sería un secreto que solo él y yo entenderíamos, algo que nunca olvidaremos.

Al terminar tuve que irme a mi barracón y entrar en él sin hacer ruido. Poco pude dormir esa noche, pues llegué a la cama a pocas horas de tener que despertar y el recuerdo no me dejaba dormir. Finalmente me dormí, sin saber aún que a la mañana siguiente el despertar no sería como siempre.

Me despertó una alarma. La más fuerte que había escuchado nunca en la base. Nos vestimos corriendo y salimos al patio. Allí estaba el general rodeado de oficiales, entre ellos el coronel, pidiendo un momento de atención.

-Cadetes, la guerra ha comenzado —dijo el general—

El silencio se hizo en el patio. Ninguno de nosotros sabía como reaccionar. Ninguno de nosotros sabía lo que se avecinaba y, siendo sincero, ninguno de nosotros sabe aún qué pasó. Los oficiales nos hicieron formar filas y subir a camiones para evacuar la base: el primer ataque del enemigo sería a Sevilla. Algunos cadetes fueron a cargar las cajas de armamento a los camiones, otros simplemente se limitaban a escuchar la radio y pensar en sus familias. Yo no podía dejar de pensar en que esto no podía estar pasando. Ya tenía el coronel para mi, nada ni nadie nos podrá separar. Corrí buscándolo. Tenía que despedirme hasta que nos encontráramos en el nuevo destino. A lo lejos observé un camión saliendo de la base. El copiloto era el coronel. Me dirigí a un oficial para preguntarle cuándo nos reuniríamos con ese camión.

-¿Ese que está saliendo? Ese va directo al frente, nosotros vamos a la retaguardia.

No pude articular palabra.


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