Yo estuve poseido ( Parte Final )

Day 2,406, 19:04 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

Busqué un exorcista y, después de las varias risotadas de sacerdotes o de obispos y las humillaciones que me infirieron, a través de las cuales descubría un aspecto de la Iglesia ensombrecido por sus mismos pastores, llegué al Padre Amorth. Recuerdo muy bien aquel día; todavía no sabía qué era una bendición particular: pensaba en una señal de la cruz, como hace el sacerdote después de la Misa. Me senté, él me puso la estola alrededor de los hombros y una mano sobre la cabeza; comenzó a orar en latín y yo no entendía nada. Después de un rato sentí un rocío fresco, más bien helado, que me bajaba de la cabeza al resto del cuerpo. Por primera vez después de casi un año me abandonaba la fiebre.

No dije nada; él continuó y poco a poco volvió a vivir en mí la esperanza: el día se volvía luz, el canto de los pájaros no se parecía al de los cuervos y los ruidos exteriores ya no eran obsesivos sino que se habían vuelto simples ruidos; vivía con tapones en los oídos porque el menor ruido me hacía saltar.
El Padre Amorth me dijo que regresara y al salir sentí unas grandes ganas de sonreír, de cantar, de alegrarme: «Qué bello, dije, se acabó» . Era cierto, enteramente cierto lo que yo había sentido: era la rabia de «alguien» que me odiaba y no una locura mía lo que me hacía tanto mal. «Es cierto, repetía solo en el auto, es verdad todo» .



Hoy han pasado tres años y poco a poco, bendición tras bendición, he vuelto a la normalidad y he descubierto que la felicidad viene de Dios y no de nuestras conquistas o de nuestros afanes. El mal, la llamada mala suerte, la tristeza, la angustia, el temblor de las piernas, la rigidez de los nervios, el agotamiento nervioso, el insomnio, el temor a la esquizofrenia o a la epilepsia (en efecto, tuve algunas caídas) y tantas otras enfermedades de que yo era víctima, desapa- recían ante una simple bendición.
Durante tres años he tenido prueba sobre prueba que demuestran, naturalmente sólo a mí, que el Demonio existe y actúa mucho más de lo que creemos y que hace cuanto puede para no dejarse descubrir; hasta intenta convencernos de que estamos enfermos de esto o aquello, cuando realmente es él el autor de todo mal y tiembla ante un sacerdote con el agua bendita en la mano.



He querido describir esta experiencia mía para invitar a cuantos la lean a examinar este aspecto de nuestra vida que yo, infortunadamente, he experimentado plenamente. En conclusión, estoy feliz de que Dios haya permitido esta enorme prueba para mí, porque ahora comienzo a gozar de los frutos de tanto sufrimiento. Tengo el ánimo más puro y veo lo que antes no veía. Sobre todo soy menos escéptico y más atento a la realidad que me rodea. Creía que Dios me había abandonado y, por el contrario, era entonces cuando estaba moldeándome para prepararme a encontrarlo.

Con este escrito quiero también alentar a los que están enfermos como lo estuve yo, a no perder el ánimo porque, aunque parezca evidente, no hay que creer que Dios nos abandona. No es así, y los hechos son la mejor prueba de ello. Basta perseverar, aunque sea por años. Debo además hacer una precisión, a saber, que las bendiciones tienen un efecto tanto más intenso cuanto más lo quiere Dios y no dependen de la voluntad del exorcista ni del exorcizado; que esta intensidad, según mi experiencia, depende mucho más de la voluntad de conversión del sujeto que de las prácticas exorcistas. La confesión y la comunión valen como un gran exorcismo. En las confesiones de manera especial, si se hacen bien, he comprobado la inmediata desaparición de los tormentos mencionados, y en las comuniones una dulzura nueva que no creía que existiera. También hace años, antes de todos estos sufrimientos, me confesaba y comulgaba; pero siendo que no sufría, no podía ver, si así puedo decirlo, de qué me inmunizaba. Ahora lo sé e invito sobre todo a los descuidados, a creer que Dios está realmente presente en la puerta del confesionario y en la Hostia, que a menudo tomamos con gran distracción. Asimismo invito a los escépticos a creer, antes que «alguien» tenga que ayudarles a la fuerza, como me sucedió a mí.

Para terminar, me dirijo con una invitación a los pobres, que ninguno lo es más que ellos, los obsesos, a los odiados de Satanás, quien se sirve de los mismos conocidos para matarlos o para oprimirlos. No pierdan la fe, no rechacen la esperanza, no sometan su voluntad a las sugestiones violentas ni a los fantasmas que el maligno les presenta. Este es su verdadero objetivo y no el de dar sufrimientos o buscar el mal.
Él no busca nuestro dolor, sino algo más: nuestra alma derrotada que diga: “Basta, estoy derrotado, soy un juguete en manos del mal; Dios no es capaz de liberarme; Dios olvida a sus hijos si permite tales sufrimientos; Dios no me ama, el mal es superior a Él” Ésta es la verdadera victoria del mal a la cual debemos resistir aunque no sintamos ya fe, porque el dolor nos la ofusca. «Nosotros queremos tener fe» ; esta voluntad no puede tocarla el demonio, la voluntad es nuestra; no es ni de Dios ni del diablo, sino solamente nuestra, porque Dios nos la ha dado cuando nos creó; por tanto debemos creer (con san Pablo) que «en el nombre de Jesucristo toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo».

Esta es nuestra salvación. Si no creemos con firmeza, el mal que se nos ha impuesto, con maleficios o con hechicerías, puede durar años sin mejoría. Además, para quienes se creen ya enloquecidos y no ven remedio, yo puedo atestiguar que después de muchas bendiciones este mal pasa como si no hubiera existido nunca; por eso no debemos temerlo, sino alabar a Dios por la cruz que nos da. Porque después de la cruz siempre viene la resurrección, como después de la noche viene el día; todo ha sido creado así. Dios no miente y nos ha preferido para acompañar a Jesús en Getsemaní, para hacerle compañía en su dolor y para resucitar con Él.
Ofrezco a María Inmaculada este testimonio para que lo haga fructificar para el bien de mis hermanos en el dolor. Respondo con el amor, el perdón, la sonrisa y la bendición a quienes han sido instrumentos del diablo para producirme el martirio que he padecido. Ruego que mi sufrimiento les haga entrever la luz que también yo he recibido gratuitamente de nuestro Dios maravilloso.