Yo estuve poseido (2da Parte)

Day 2,404, 18:30 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

Así permanecí durante muchos meses, entre la vida y la muerte y no sabía ya qué pensar. Perdí amigos, parientes y la comprensión de mis familiares. Estaba fuera del mundo y ya no me entendían, ni podía pretenderlo, sabiendo lo que tenía dentro, que nunca sabré describir. Casi me olvidé de Dios y aunque me dirigía a él con llantos y lamentos interminables, lo sentía lejano; con una lejanía que no se mide por kilómetros sino por negaciones; es decir, algo decía no a Dios, al bien, a la vida, a mí. Pensé en dirigirme a un hospital porque suponía que la fiebre que tenía desde meses atrás debía forzosamente depender de una causa física y, quitada aquella, estaría mejor.


En Roma, por la fiebre solamente, ningún hospital me quería recibir y tuve que irme lejos, a 300 kilómetros, donde estuve 20 días sometido a exámenes y pruebas de toda clase. Salí sin lograr nada y con una historia clínica que le habría dado envidia a un atleta: yo estaba sano como un pez, pero sabía que nadie se explicaba mi fiebre y mi cara hinchada y cadavérica. Estaba blanco como una hoja de papel. Apenas salí del hospital, donde todos mis males se habían atenuado un poco, entré en una crisis fortísima, vomité muchas veces, sufrí todo lo que un hombre puede sufrir y me encontré en un punto desconocido de la ciudad.




Cómo había llegado allí, no lo sé; las piernas caminaban solas, los brazos eran independientes de la voluntad y así el resto del cuerpo. Fue una sensación horrible; les mandaba a mis articulaciones y no me obedecían; a nadie le deseo que sienta esto. Como si no fuera suficiente, volvió la oscuridad que, esta vez, se extendió del alma al cuerpo. Veía todo como si fuera de noche, siendo pleno día.
El sufrimiento había llegado a las estrellas; comencé a gritar, a retorcerme en el suelo como si tuviera dentro un fuego e invoqué a la Virgen gritando: «Madre, madre, ten piedad. Madre, ¡te suplico! Madre mía, necesito gracia, me muero» . Los dolores no se atenuaron y el sufrimiento era tan exasperado que perdí el sentido de la orientación y apoyándome en los muros llegué a una cabina telefónica; logré marcar el número apoyando la cabeza sobre los vidrios y el teléfono; me respondió la única persona que conocía y que vino a traerme a Roma.

Antes de que llegara percibí, como por una enseñanza externa, que había visto el Infierno; no a tocarlo o a vivirlo por dentro, sino sólo a verlo de lejos. Aquella experiencia cambió mi vida mucho más que la conversión de Medjugorje. Pero todavía no pensaba en realidades ultraterrenas, sino que me explicaba todo con motivos psicológicos: desadaptación, padre opresivo, traumas infantiles, golpes emotivos y otras cosas más que, como un buen esquema, explicaban muy bien el por qué de lo sucedido. Había estudiado psicología durante cinco años como autodidacta y así había llegado a formular un esquema según el cual era obvio que sufriera.

El día de Nuestra Señora del Buen Consejo, un religioso me aconsejó que llamara por teléfono a un carismático que actuaba bajo la estricta tutela de un Obispo y tenía el don del conocimiento. Este me dijo: «Te hicieron un hechizo mortal para atacar la mente y el corazón y hace ocho meses comiste una fruta a la que habían hecho un maleficio» . Me eché a reír sin creerle ni una sola palabra; pero luego, reflexionando, sentí que dentro de mí volvía a nacer la esperanza. Olvidé esta sensación y pensé en el fruto descrito y en los ocho meses anteriores. “Realmente , dije, comí esa fruta”, y recordé claramente que no quería comerla por una repulsa instintiva contra la persona que me la ofrecia.