YO ESTUVE POSEIDO

Day 2,402, 16:33 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

Todo comenzó después de los 16 años. Antes yo era un muchacho feliz, desenvuelto y alegre, aunque me perseguía siempre una cierta opresión y a cada momento oía: «Nosotros hacemos esto; y ¿tú?». No entendía yo el por qué, pero en ese tiempo esto no era problema para mí. Vivía en una pequeña ciudad marítima; el mar, el alba y los campos me daban una ayuda notable para estar alejado de la melancolía.
Después de los 16 años me trasladé a Roma, dejé la Iglesia y comencé a frecuentar todo lo que en una gran ciudad atrae a un forastero, es decir, todas aquellas situaciones extremas que en los lugares pequeños son prácticamente desconocidas.
Muy pronto conocí drogadictos, vagabundos, muchachas fáciles y todo lo demás por el estilo. Sentía cierta prisa de aprender todo este «ruido» que me alejaba enormemente de la paz que tenía antes. Comencé a vivir en esta nueva dimensión artificiosa, saturada, nauseabunda.
Mi padre era muy opresivo, controlaba todos mis movimientos y siempre estaba disgustado conmigo. La suma de estos disgustos y de todas las humilla- ciones que me daba me empujó a la calle como una basura. Me fui de casa y conocí de cerca el hambre, el frío, el sueño y la maldad.
Visitaba con frecuencia a mujeres ligeras y amigos pesados. Pronto surgió en mí una pregunta sin respuesta: «¿Por qué vivo? ¿Por qué me encuentro en la calle? ¿Por qué soy así y los demás, en cambio, tienen fuerzas para trabajar y sonreír?



En ese tiempo yo tenía una amiga que creía que el mal era más fuerte que el bien; hablaba de hechiceras, magos y escribía cosas desorbitadas. Yo pensaba que ella era muy inteligente porque estaba más allá de la capacidad de un ser humano al escribir todas esas conjeturas sobre el mundo y la vida.
Leí todos sus cuadernos y después la obligué a quemarlos delante de mí porque solamente hablaban del mal y me daba miedo tener esos papeles dando vueltas en la casa. Fui odiado por esta muchacha sin comprender el motivo; traté de ayudarle a salir de aquel hueco negro pero no lo logré; se burlaba de mí y del bien que yo le proponía.
Volví a casa con los míos, me enredé con otra muchacha peor que la primera y durante un año estuve triste, sin suerte y sintiéndome perseguido por todas las personas que conocía; me rodeaba una especie de oscuridad; la sonrisa había huido de mí y las lágrimas siempre estaban listas para mojarme el rostro.
Estaba desesperado y de nuevo me pregunté: «¿Por qué vivo? ¿Quién soy yo? ¿Qué hace el hombre sobre la tierra?» Naturalmente, en mi ambiente a nadie le interesaba todo esto y dentro de mí, en un momento de desesperación muy fuerte, grité con un hilo de voz: «¡Dios mío, estoy acabado! Heme ante ti... ¡ayúdame!» Parece que fui escuchado; después de unos días la muchacha que tenía entró en una Iglesia, hizo la Comunión y se convirtió en un tiempo récord.
Yo, para no ser menos, hice lo mismo: di con una Iglesia en donde llevaban en procesión a Nuestra Señora de Lourdes; me llamaron para ayudar a cargar la imagen y aunque avergonzado, lo hice y después estuve orgulloso de ello. Hice la Comunión y quedé impresionado del confesor, que fue muy bueno y comprensivo conmigo. Salí de allí diciendo: «¡Ahora sí! He llegado al bien».
Y aunque no sabía qué era el bien, sentía que así era. Una semana después, oí hablar de Medjugorje, el lugar donde la Virgen se aparecía desde 1981. Partí de inmediato con aquella muchacha, también movido por un prodigio que no acierto a describir.
Volvimos a la Iglesia en forma plena, cambiamos de vida, comenzamos a amar a Dios más que a nosotros mismos, tanto que ella se hizo religiosa y yo pensé en el sacerdocio. Ya no era capaz de contener mi alegría de tener un motivo para vivir y que la vida no se acaba aquí. Pero esto solamente era el comienzo; en efecto, había «alguien» que no estaba contento de todo esto. Después de un año volví a Medjugorje y al regresar a Roma comencé a sentir el eco de aquella oscuridad en que vivía mi alma antes de descubrir a Dios.
Al cabo de algunas semanas esta sensación que yo atribuía a la opresión de mi padre, a la condición de pobreza en que por varios motivos había vivido y a un tormento que yo creía normal sin entender que para los demás no era así; esta sensación, decía, se me hizo una realidad.
Comencé a sufrir como nunca antes; sudaba, tenía fiebre y sentía que me habían abandonado las fuerzas, tanto que ni siquiera podía comer sin ayuda. Tenía la sensación de que sufría por algo distinto del cuerpo; en efecto, éste era como extraño a estos acontecimientos. Sentía una desesperación fortísima y veía, no sé con qué ojos, una oscuridad que obnubilaba no el cuarto donde estaba, no la cama en que desde meses atrás me hallaba, sino el futuro, las posibilidades de vida, la esperanza del mañana. Me sentía herido por un cuchillo invisible y sentía que quien empujaba este cuchillo me odiaba y quería algo más que mi muerte.
Es muy difícil explicar con palabras, pero era así como lo he dicho. Después de estar varios meses como un loco, cuando ya no razonaba, quisieron llevarme a un manicomio; yo ya no entendía lo que decía, porque vivía en otra dimensión: aquella en la cual sufría. La realidad estaba separada de mí. Era como si estuviera presente en el tiempo solamente con el cuerpo, pero el alma estuviera en otra parte, en un lugar horrible, donde no penetra la luz y no hay esperanzas... CONTINUARA...