ENTREVISTA CON EL MALIGNO (2da Parte)

Day 2,418, 14:41 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

Me sentía clavado en el escritorio, no porque alguien me forzara, sino por una especie de atracción. Invoqué mentalmente a la Virgen que me miraba a unos metros de distancia de la pared y tuve una caricia de paz. Mientras en mi interior daba gracias a la Madre Celestial, la silla, el escritorio, casi toda la habitación, sufrieron un sobresalto misterioso. “Has pedido entrevistarme: aquí estoy”.
Era una voz lóbrega, áspera, metálica. Una voz que no supe precisar de qué punto venía, pero que desencadenó en mí un largo y muy fuerte escalofrío de miedo. Permanecí algunos minutos sin respiración, y después tomé fuerzas. “Pero ¿quién eres tú?” “No seas estúpido, ¡soy yo!” No había pensado nunca en poder pasar con mi entrevista del plano de la fantasía a una verdadera charla con el diablo.
En un ángulo del escritorio había un rosario e instintivamente lo agarré como si fuese un arma de defensa. “¡Tirá lejos esa tontería, si querés hablar conmigo!” “¿Tontería?...” “¡Excrementos de cabra colocados juntos!” “Si para ti es una tontería, yo lo beso, y para tu desprecio lo enrollo alrededor de mi muñeca, como defensa. ¡Veo que te da miedo, malvado!” “¡Eso para mí es una guillotina!” “¡Mejor aún, y gracias por habérmelo dicho!”



He intentado muchas veces explicarme cómo percibí aquella voz tan cercana, que no venía de ningún punto preciso de la habitación ni salía de mi interior. Sin embargo, la comprendía claramente, siempre en un tono amenazador y desdeñoso y cargado de una rabia especial. “¿Cómo es que has venido? ¿Quién te envía?” “He sido obligado”. “¿Por quién?” - Siguió un silencio tenso. “Vamos ¿obligado por quién?” “¡Por aquella!” -Gritó esta respuesta con un desprecio y con un odio indescriptibles. “¿Quién es ella?”, pregunté aunque había comprendido. “¡No diré jamás su nombre!” “¿Te quema tanto?” “¡La odio infi nitamente!”, “Porque es la criatura más alta y más santa…” Masticándose las palabras con rabia: “¡Él la ha querido así para mi desprecio, para que fuese mi más aplastante humillación!”
Permanecí atolondrado. “¿Cómo es posible? ¿Eres el padre de la mentira y dices una verdad tan grande? ¿No te das cuenta que ésta es una alabanza inmensa?” Mi pregunta quedó sin respuesta. Por esta vez esto fue todo.
SEGUNDO ENCUENTRO
Pasaron algunos días sin que sucediese nada nuevo. No sabía qué pensar. No tenía la valentía de invocar la vuelta de un tan singular interlocutor. Aquel primer encuentro había dejado en suspenso más de una pregunta. Pero fue cortado en lo mejor. Aquella última respuesta, sin embargo, tan inesperada, me dejó una alegría grande. Una mañana, apenas había terminado de celebrar la Misa, tuve un deseo insólito de ir rápidamente a casa.
Me empujaba el extraño indicio de algo no acostumbrado. “Aquel mensajero debe estar ya aquí”, pensé. Correcto, he aquí los acostumbrados escalofríos de frio helado. No me había equivocado. Me senté, invoqué mentalmente a la Virgen y esperé “Estoy aquí. ¿Qué más quieres preguntarme?” Parecía que aquel ser tenebroso hubiese sido puesto a mi disposición. “Antes que nada, debo agradecerte el alto elogio que la última vez hiciste a la Virgen. Me impresionó mucho tu respuesta. Y todavía no logro explicarme cómo se te haya podido escapar”. “Es ella que me obliga a hablar así, ¿lo quieres comprender? Recuérdalo: me las pagarás. Tú no lograrás comprender jamás qué tortura es para mí tener que obedecerle, obligándome a decir ciertas verdades. Yo odio la verdad, porque la verdad es Él, ¿comprendes?
Tú permaneces horrorizado ante los tormentos a los que tantos subalternos míos someten a sus condenados políticos, recurriendo a la píldora de la verdad, al lavado de cerebro -todos son inventos míos, para que lo sepas- para llevarles a la autocrítica y a sacarles sus confesiones preestablecidas. Peor es el suplicio al que soy sometido por aquella para llevarme a escupirte en la cara ciertas verdades.
Por eso, te repito que me las pagarás”. “Gracias también por esto que me dices; pero si Ella está conmigo, tú no me das miedo”. “¡Te he dicho que me las pagarás!”. “De acuerdo. Pero continúa hablándome de Ella”. “Es mi más implacable enemiga”. “Lo creo: Es la Mujer destinada a darnos a Jesús, nuestro Redentor, el reparador de todas tus maldades, especialmente por habernos regalado el pecado y la muerte. Y Ella, por virtud de su Hijo, para tu humillación, ha vencido todo esto”.
Un largo silencio de espera. “Comprendo que no tengas muchos deseos de hablar de María. Eres infi nitamente soberbio y el recuerdo de Ella es demasiado humillante para ti. Dijiste bien: es tu humillación más grande. Pero, en nombre de Ella, responde. ¿Creíste haber obtenido una victoria plena arrebatándonos a nuestra madre Eva? ¿Ni siquiera sospechaste que Dios te habría vencido con María? Una Madre infinitamente más grande que la que nos arrebataste y con la cual nos mandaste a la ruina. Dios nos ha dado a María y la ha hecho Madre suya”. “¿Pero por qué te obstinas tanto en hablarme de aquella? ¡Déjalo ya!” “Precisamente porque te fastidia tanto...” “Es una terrible desbaratadora de mis planes. Es una devastadora de mi reino.
No me deja conseguir una victoria y ya me prepara una derrota. Me la encuentro siempre entre los pies. Siempre ocupada en atravesarse en mi camino, a suscitar fanáticos que la ayudan a arrebatarme almas. Allí donde más clamorosas son mis conquistas, en un silencio capilar ella multiplica las suyas. Pero ahora ha llegado el tiempo en que obtendré sobre ella victorias jamás vistas...” “¡Pasajeras como las demás!” Aún un breve silencio. “¡No serán Pasajeras! Esta vez será una victoria total. Creía estar segura en una fortaleza inalcanzable. ¡Ahora os he abierto una brecha que será peor que la primera!...” “¿Qué brecha? Pienso que corres demasiado. Estás muy seguro de ti mismo”. “Tengo de mi parte también a los teólogos. Los más presuntuosísimos doctores. Si fuese capaz de amar, serían mis amigos más queridos. Vuestros cultivadores del dogma van abandonando una tras otra vuestras posiciones. Los he inducido a avergonzarse de ciertas fórmulas ridículas. A avergonzarse antes que nada de creer en mi existencia y en mi trabajo en medio a vosotros: Cosa para mí comodísima”. “¿Y con esto, crees...? Continuará