ENTREVISTA CON EL MALIGNO

Day 2,416, 14:15 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

La idea de este escrito me vino de improviso en una tarde de agosto del pasado año de gracia y de desgracias de 1974. Desde hacía dos meses, quizás antes, casi todos los días, a las tres de la tarde en punto, el Segundo Canal de la RAI emitía un programa titulado Entrevistas imposibles. Se trataba de encuentros entre literatos, periodistas y estudiosos de cultura variada con hombres del pasado: con personajes del pensamiento, del arte, de la política, de la historia, con nombres más o menos famosos: Atila, Marat, Casanova, Marco Polo, Pitágoras, Copérnico, Bruto, Diderot, Swift, Marco Aurelio, Pilatos, Cleopatra, la Beatriz de Dante (aunque ésta villanamente desfigurada), etc.

El programa era original y, aunque coincidía con la hora de la siesta, me puse a seguirlo con asidua curiosidad. Eran encuentros -decía- de hombres de hoy con otros de ayer para interrogarles, como si fuesen, por no se qué clase de truco periodístico, momentáneamente revividos, para hacerles hablar y dar explicaciones de algunos de sus actos y confesar sus intenciones secretas, obligados a responder a las preguntas o puestos en la necesidad de justificar las cosas históricamente mal hechas o complicadas.



El personaje entrevistado normalmente aparecía centrado en el ambiente de su tiempo. Las respuestas se referían a la vida y al pensamiento que le caracterizaron. Y cuando los entrevistadores eran muy inteligentes -no siempre- en poco más de un cuarto de hora nos daban buenas pruebas de habilidad mental con minuciosos retratos histórico-psicológicos de gran finura.

Uno tras de otro venían interpelados, sin ningún orden cronológico. Entre uno y otro programa, me vino a la mente una idea insólita: “¡Falta una entrevista con Satanás!... Sería interesante. Pero hoy, con la habilidad que ha logrado para no hacernos creer en él...” El calor de aquella tarde era sofocante y me estiré sobre una silla para recuperarme un poco del sueño. A la mañana siguiente, apenas me desperté, me vino a la mente una idea: “¡Sería fantástico hacer una entrevista a Satanás, o mejor al Maligno! ¡Qué importa que tantos no crean en él!” Y recordé el planteamiento hecho por el Papa en uno de sus discursos : una fantasía bien presentada, por lo menos lograría llamar la atención sobre tal sujeto. Quizás también ayude a quitar el sueño a más de uno.

No pensé en ello durante un tiempo. Pero la idea se presentaba continuamente y a veces como algo factible. Si pudiese presentar un episodio así... Una entrevista con el Maligno. No pensaba precisamente meterme en ella. ¿A quién podría confiar esa tarea? Y comencé por dentro a dar nombres, y mientras pensaba en ello, uno tras otro los iba descartando.
Meterse a dialogar con el diablo, aunque sólo sea algo imaginado por la fantasía, no es cosa fácil. Ninguno aceptaría una idea tan atrevida y, sobre todo, fuera de tiempo: ¡eso es cosa de la Edad Media! Mientras tanto, lo extraño era esto: cuando pensaba tomar en serio esta idea, sentía que mi ánimo se interesaba. Por el contrario, cuando me proponía no hacer nada, me sentía inquieto y caía en un extraño nerviosismo. Había en mí algo que echar fuera, como para liberarme de una presión, y fue la primera vez en mi vida que tuve la sospecha de estar necesitando ir al neurólogo.

Una tarde fui, como obligado por no sé qué, a una iglesia donde se venera una Virgen muy querida por el pueblo romano, y la encontré, como cosa rara, muy llena de gente. Sucedió algo increíble. Apenas pasada la puerta, se me acercó una muchacha de mediana edad, de baja estatura, con dos ojos luminosísimos y dulces, que me dijo: “¿Cuándo se va a decidir a escribir aquellas cosas?...” Y me miró con insistencia. “¿Escribir? ¿Qué cosas?” “Vamos, que lo sabe mejor que yo”. “Pero ¿quién es usted?” “¿Qué interesa decirle quién soy? Vaya a ver a Aquella -e indicó el cuadro de la Virgen-. Vaya a oír lo que Ella quiere decirle.” Un numeroso y compacto grupo de turistas invadió en aquel momento la entrada. La muchacha fue envuelta en la confusión y la perdí de vista. ¡Qué cosa tan extraña! ¿Una alucinación o un aviso del cielo? Me sentí perdido y sobre todo ridículo.

Cuando encontré un lugar adecuado para ponerme a rezar a los pies de la Virgen, mi preocupación desapareció como si nada, y volví a sentir ganas de rezar para que Ella me mostrase lo que tenía que hacer. Mirando a la querida imagen, no me atreví a pedirle nada sobre esto, porque ya sentía que me estaba ayudando con su protección maternal. “Está bien -dije cuando salí-. Me voy a meter en este asunto. Yo mismo voy a escribir esta extrañísima entrevista, Aunque todos piensen que es algo ridículo; pero me sacará la preocupación de la cabeza”.
PRIMER ENCUENTRO
Aquella misma tarde, después de una cena más bien rápida y desganada, me retiré a mi cuarto a despachar la correspondencia. Después de media hora, me puse a recitar la última parte de la “Liturgia de las horas”. Hice devotamente la señal de la Cruz y comencé a rezar: “Jesús, luz de luz, sol sin ocaso; Tú iluminas las tinieblas en la noche del mundo. En Ti, Santo Señor, buscamos descanso de la fatiga humana al fin del día”... Noté esta vez que cuanto más rezaba más crecía en mí el deseo de no terminar nunca aquella oración habitual, porque sentía algo dulce en mi corazón. Al fi nal, besé el librito de oraciones y lo puse aparte. ¿Y ahora qué hago? Algunas veces tomo notas rapidísimas en mi diario; intenté hacerlo pero pronto se me fueron las ganas.
Me di vuelta, y mi mirada se encontró con la imagen de la Virgen, ante la cual aquella tarde había ido a rezar. Tuve deseos de entretenerme con Ella y, tomando el rosario del bolsillo, me hice la señal de la cruz. Las avemarías eran tan dulces que me parecía estar hablando personalmente con la reina del Cielo; y sin haber terminado la primera decena ya tenía en la mano una lapicera.
¡Qué extraño! ¿Para hacer qué? Un bloque de papel estaba allí sobre la mesa, pero las ideas no parecían ayudarme. Para hacer cualquier cosa, tomé el bloque de papel y escribí en lo alto: “Entrevista con Satanás”. No, mejor decir “con el Maligno”. Y permanecí con la lapicera en el aire. En aquel mismo instante advertí a lo largo de la columna vertebral un escalofrío impresionante. A mi izquierda, la ventana estaba completamente abierta, e instintivamente me levanté para cerrarla. Advertí sin embargo que de afuera venía un aire caliente. Era la tarde de una jornada calurosa de septiembre. Mientras me tocaba las mejillas, la frente, mirando si tenía síntomas de fiebre, una hoja más bien fría me atravesó y tuve un extraño asalto de miedo. Me senté, permanecí un rato pensativo, y después intenté acostarme en la cama. No logré moverme... Continuará