El Endurance

Day 5,223, 11:46 Published in Chile Lithuania by Camiilosky

Al concluir el siglo XIX quedaban pocas regiones inexploradas. El hombre había alcanzado los territorios más lejanos, los desiertos más áridos y agrestes, las cimas más elevadas; incluso las selvas y nos de África ya no eran un secreto. Pero aún quedaba una región, la más cruel y desolada, donde el hombre todavía no había dejado su huella: el temible Polo Sur.

Varias exploraciones habían intentado llegar al corazón del continente helado, pero todas fracasaron inexorablemente vencidas por el despiadado clima. Finalmente, en 1911 la expedición de Roald Amundsen logró conquistar la helada entraña del Polo Sur. Sin embargo aún quedaba un reto, la aventura más extraordinaria, la delirante visión de un hombre obsesionado por vencer los hielos eternos.

En el verano de 1914 apareció este aviso en The Times de Londres:
Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío agudo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito.Sir Ernest Shackleton

El seductor aviso provocó una avalancha de indi viduos ansiosos de aventura y gloria. El inquieto Sir Ernest había intentado poner su vieja nave, el "Endurance", al servicio de Su Majestad al estallar la primera Gran Guerra, pero esta fue rechazada por inservible. Shackleton no se dio por vencido: si sus servicios eran despreciados en la conflagración que sumiría al mundo en el terror, conquistaría la gloria en el Polo Sur. Entonces consiguió la autorización y los medios para su increíble aventura: unir la Antár tica desde dos direcciones, el margen sudamericano y la orilla opuesta, en Nueva Zelanda.
El 8 de agosto de 1914 zarpó desde Inglaterra, diri giendo al "Endurance" hasta Argentina. Shackleton se encargaría de afrontar la aventura desde la estación balle nera de las islas Georgias del sur, último bastión habitado antes de penetrar en el aislamiento más absoluto.

A comienzos de 1915 el "Endurance" se internaba hacia lo desconocido entre enormes trozos de hielo, avanzando lentamente, calculando cada metro. Los hombres descendían de la embarcación y a fuerza de brazos intentaban abrirse paso arrastrándola con gruesas cuerdas. Pronto el hielo comenzó a atrapar a la nave, a envolverla y aprisionarla entre sus fuertes témpanos, hasta que, finalmente, el casco comenzó a crujir por la intensa presión.

Shacklelton ordenó entonces abandonar la nave y levantar un campamento sobre la helada superficie polar. Esperarían hasta la primavera, cuando los deshielos libe raran al "Endurance" de su oscura y cruel prisión.

Entonces comenzó el verdadero suplicio para los audaces aventureros; durante diez largos meses se vieron condenados a una región donde las tinieblas se enseñorean y la noche lo domina todo con su espectral manto, ahí donde el frío se hace más despiadado a medida que el brutal invierno avanza y la angustiosa soledad es capaz de enloquecer a un hombre. Pero esas abominaciones de la naturaleza solo representaban el inicio del calvario para los infelices náufragos.
El audaz Shackleton mandó arriar los botes y aban y donar definitivamente al arrasado "Endurance" que yacía triturado por la gigantesca prensa de témpanos.
Durante días navegaron en la penumbra, en busca de una isla donde tal vez tendrían alguna posibilidad de supervivencia. Cuando ya perdían las esperanzas, avistaron un sucio peñón blanquecino en medio de las negras y gélidas aguas polares: la isla Elefante.

Al límite de sus fuerzas, los hombres se dispusieron a enfrentar su destino y se instalaron en una desprote gida caverna, dispuestos a no dejarse vencer. Shackleton comprendió la única posibilidad de sobrevivir era que hacerse a la mar e intentar alcanzar la estación balle nera de las Georgias del sur. Escogió a un pequeño grupo entre sus hombres más fuertes y se resolvió a emprender la mayor locura jamás realizada por un ser humano; navegar mil trescientos kilómetros a mar abierto, en el confín más peligroso de la tierra, en un mar apoca líptico y, como si fuera poco, en un pequeño bote de apenas siete metros. En la caverna quedaron veintidós marineros a cargo del teniente Wild. La desquiciada empresa de su valeroso capitán era su única esperanza.

En noviembre emprendieron la travesía. Quince días de navegación les tomó a los intrépidos mari neros alcanzar la playa opuesta de la isla Georgia del sur, a costa de colosales sacrificios y las más increí bles proezas, con olas de hasta quince metros, que por milagro no hundieron la frágil embarcación.

Quedaba aún una última hazaña; cruzar a pie la distancia que los separaba de la estación. En un terri torio donde nadie se había internado más de un kiló metro, los rudos balleneros que vieron surgir a esos demonios barbudos y sucios, creyeron estar alucinando.
El enérgico explorador, sin un descanso y sin pérdida de tiempo, les solicitó la ayuda para socorrer a los veintidós marineros en la isla Elefante, pero la expe dición fracasó a causa de los violentos temporales que azotaban en esa época del año la costa polar.

Shackleton acudió entonces a las islas Falkland, pidiendo el urgente socorro a su patria. Pero la respuesta lo desmoronó: el almirantazgo tardaría meses en resolver algún rescate, la Primera Guerra Mundial arreciaba y era imposible destinar una nave en esos momentos.

Desesperado, acudió al gobierno de Uruguay, que envió prontamente un buque, pero nuevamente fue imposible acercarse a la lejana isla Elefante. Shackleton sufría por no poder socorrer a sus camaradas; los imaginaba deses perados y hambrientos, suponía que los escasos víveres estarían a punto de agotarse. En sus sueños los hombres aparecían muertos, con las cuencas vacías, congelados en ese desolado socavón. En un último y angustiado intento, acudió a Punta Arenas. Ahí relató su increíble epopeya y la de sus hombres, abandonados a su suerte, condenados a una muerte segura.

La Armada de Chile dio la máxima prioridad al rescate de esos miserables marineros y científicos. El piloto Luis Pardo Villalón fue asignado a una de las misiones de rescate más célebres realizadas en Chile. Se le concedió el mando de la escampavía "Yelcho", un pequeño buque de bordas bajas, sin calefacción, desprovisto de luz eléc trica y de radio.

El piloto Pardo observó la vetusta nave con resigna ción y se embarcó junto a Sir Ernest Shackleton, deci dido a no retornar sin los hombres del "Endurance".

La mañana del 25 de agosto de 1916 la sencilla nave se lanzaba a las peligrosas aguas del canal Beagle, hábilmente conducida por el experimentado piloto, en un mar cerrado, en medio de una espesa bruma que acentuaba la escasa luminosidad de esas regiones olvi dadas de Dios. Tomando precauciones extremas, en un viaje fantasmagórico, el prudente piloto Pardo avan zaba abriéndose paso entre los hielos flotantes.

Al cabo de cinco días lograron por fin avistar la isla Elefante. Los veintidós marineros estaban al borde de la muerte. Se arrió un bote desde la "Yelcho" y solo después de una larga hora de arduo trabajo para evadir las rompientes, los rescatistas pudieron presenciar el desolador panorama: los marineros agitaban unos sucios trapos, de un color indefinible, en medio de grandes muestras de júbilo. Fueron rescatados y llevados a Valparaíso. Habían transcurrido casi 16 meses de la más espan tosa odisea en el infierno helado.

La destreza y el temple del piloto Luis Pardo Villalón vencieron ahí donde otros fracasaron. El valeroso piloto retornó a Punta Arenas con una reconfortante recompensa: ni uno solo de los veintidós infortunados marineros sucumbió a la épica aventura polar.