El arbol de la vida

Day 2,394, 18:37 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

El árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal
En medio de aquel luciente jardín he visto aguas y dentro de ellas una isla, o mejor península, porque de un lado estaba unida por un dique. Esta isla, como el brazo de tierra que la unía con el jardín, estaba llena de hermosos árboles. En medio de la isla había un árbol tan bello que a todos vencía en hermosura y al mismo tiempo los cubría y protegía. Sus raíces formaban el conjunto de la isla. Este árbol cubría toda la isla y desde su anchura tan pronunciada se iba angostando hasta terminar en una graciosa punta. Sus ramajes se extendían en posición recta y de ellos nacían otras ramas como pequeños arbolitos, hacia arriba. Las horas eran delicadas y los frutos amarillos colgaban de una vaina y se abrían como una rosa con sus pétalos. Parecíase mucho al cedro.

No recuerdo haber visto nunca a Adán o a Eva, ni a ningún animal andar por la isla ni en torno del árbol. Sólo oía cantar unas aves muy hermosas, nobles y blancas en lo alto de sus ramas. Este árbol era el árbol de la vida. Precisamente delante del dique o lengua de tierra, que llevaba a la isla, estaba el árbol de la ciencia del bien y del mal. El tronco era escamado, como el de las palmeras; las hojas nacían inmediatamente del tronco; eran muy grandes y anchas, como suelas de zapatos. Delante y escondidas entre las hojas había frutas, que colgaban en racimos de a cinco, de las cuales una salía un tanto más que las otras cuatro que estaban en su pezón. Esta fruta amarilla no era tan parecida a la manzana, sino más bien a la pera o al higo: tenía cinco nervios o pequeñas ramificaciones. El interior de la fruta era blando, como el de un higo, de color del azúcar quemado, atravesado por nervaduras de color de sangre.



El árbol era más ancho arriba que abajo y las ramas se internaban profundamente en la tierra. Aún ahora veo esta especie de árbol en los países de clima caluroso. Echa renuevos de sus ramas en el suelo y las raíces se entierran y salen nuevos troncos, los cuales a su vez vuelven a echar raíces, de modo que estos árboles semejantes a menudo cubren gran extensión de tierra y bajo su sombra descansan a veces familias enteras de caminantes. Un trecho hacia la derecha del árbol de la ciencia veo una colinita redondeada, como un huevo, cubierta de granitos de un rojo luminoso y toda clase de piedras preciosas de variados colores. Estaba rellenada de formas de cristales preciosos. Alrededor de la colinita había hermosos árboles de una altura tal que se podía estar en ella sin ser observado.
También había en torno hierbas y arbustos. Estos arbolitos tenían brotes y frutos, reconfortantes y de variados colores. A corta distancia a la izquierda del árbol de la ciencia del bien y del mal, había una depresión, un pequeño valle, cubierto de un delicado polvo blanco como niebla, con flores blancas y estambres de frutos.
Había variedad de plantas, pero eran más incoloras y más como polvillos que como frutos. Era como si los dos lugares tuviesen una relación íntima: cual si fuese la colinita tomada del valle o cual se tuviese que llenar el valle con la colinita. Eran como semilla y campo para sembrarla. Los dos lugares me parecieron sagrados. Los he visto resplandecer, especialmente la parte de la colinita. Entre estos lugares y el árbol de la ciencia había varios arbustos y pequeños arbolitos.

Todo este conjunto y toda la naturaleza creada, parecían transparentes, llenos de luz. Ambos lugares eran las moradas de nuestros primeros padres. El árbol de la ciencia estaba como una división entre ellos. Creo haber visto que Dios les señaló estos lugares después de la creación de Eva. En efecto, al principio no los veía yo frecuentemente juntos. Los veía sin deseos el uno del otro: se retiraba cada uno a su lugar de preferencia. Los animales eran indeciblemente nobles, cubiertos de un brillo tenue, y servían a nuestros primeros padres. Tenía cada uno su lugar de retiro, según su naturaleza y sus caminos, según sus clases. Todos los lugares de los diversos animales y sus clases tenían relación entre sí con un gran misterio de las leyes eternas que Dios había establecido en la creación.