Crónicas de Ovando Mbarakajá: Ovando Begins

Day 1,526, 21:44 Published in Paraguay Paraguay by Jecs
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Los rayos del sol caían sobre el campo desbordando las nubes, los pájaros esparcían muestras gratuitas de su canto por el aire, el viento acariciaba gentilmente las copas de los árboles, los jagua salida corrían detrás de su coqueta presa y un escarabajito destartalado recorría los caminos del distrito vociferando propaganda electoral a favor de la eterna candidatura presidencial de Montecristo. Esta repetición de eventos cotidianos transmitían la impresión de que el día sería como cualquier otro... nada más lejano a la verdad.

Hombre flaco pero fuerte, de pelo negro y ojos también negros, de tez originalmente blanca pero bronceada por el arduo trabajo diario bajo el sol campestre, aspecto sencillo; una camisa blanca con mangas cortas, vaquero azul ligeramente desteñido, sombrero pirí y una uniceja que le atravesaba la frente; este era Ovando Mbarakajá, un campesino huérfano que se crió con su abuela Ña Leocadia en la lejana compañía de Kururú Cué.

Ovando, acostumbrado a una vida tranquila y ordinaria, estaba a punto de recibir el llamado del destino ante su puerta. ¡TOC! ¡TOC! ¡TOC!

Ña Leocadia abrió la puerta del rancho y vislumbró a un hombre con botas y vestido de verde olivo en el umbral. "¡AAAAAAHHHH NO NA CHE MEMBY!", la anciana mujer comprendió inmediatamente lo que la presencia de aquel hombre significaba y no hizo más que correr de un extremo a otro de la habitación mientras gritaba histéricamente. Ovando Mbarakajá sería reclutado en el ejército.

Casi al instante el joven Mbarakajá llega corriendo hasta el rancho y al ver la escena comprende lo que sucede, el hombre con botas le extiende una carta y le dice: "El gobierno acaba de declararle la guerra a los kurepis, ustéeeee... ha sido convocado paraaa... combatir por la patria, y... ¡defender todo lo legítimo interese del pueblo! Eliminando a todo lo agente enemigo, sean masculino o femenino. ¡Repórtese para mañana en los cuartele generales de Asunción para recibir sus órdene y sus pertrecho!". Habiendo dicho esto se retiró.

El joven campesino, luego de un breve momento se repone de su conmoción inicial y trata de tranquilizar a su abuela, explicándole que la patria acababa de invocar su auxilio, y que ese no era momento de hacer análisis alguno, no era momento de caer presa de temores ni intereses egoístas, porque cuando la patria llama a un hombre no le queda a éste más que acudir a su llamado.

Luego de agarrar su machete, un kilo de galleta y su equipo de tereré, Ovando Mbarakajá se despidió de su abuela y se alejó cabalgando sobre su fiel corcel Piru'i, mirando ocasionalmente hacia atrás para observar a la distancia su rancho y su Kururú Cué natal, a donde no sabía si alguna vez retornaría.


El rancho de los Mbarakajá, situado en una de las tantas colinas de la tranquila compañía de Kururú Cué.

En la noche de ese mismo día Ovando llegó a la capital, nunca había estado allí y se maravilló al vislumbrar el llamativo paisaje de la cosmopólita Asunción. Sus calles estaban repletas de gente, habían grandes fábricas, locales de comida Q5 (todavía no existía la Q6) y grandes edificios por doquier. A menudo se le acercaban vendedores que le ofrecían películas, caramelos, gaseosas, chipas, revistas, carcazas para celulares, antenas para autos, cremas para el cabello, luces de neón para tunear bicis, kangreburguers, repuestos para bípers y trueque de hielo por corpiños, entre otras curiosas ofertas.


La moderna Asunción fue todo un festín para los ojos de Ovando.

Encontró un Karaoke-Disco-Lomitería-Hotel y decidió entrar a distenderse un momento, pasar ahí la noche y presentarse en el cuartel a la mañana siguiente. Sabía que el dinero no le serviría de nada en la guerra así que determinó que dedicaría todos sus PYG en pasarla bomba.

Se acercó a la barra y pidió un lomito Vare'a Killer, especialidad de la casa, luego pidió otro, y luego uno más, y más tarde otro, acompañando cada uno con abundante ingesta de e-Pilsen. Unas horas más tarde se le acerca, atraída por el talento exhibido por Ovando mientras cantaba el clásico karaokero "Puerto Montt", una hermosa morocha de ojos verdes, voluptuosa, de labios carnosos y curvas tan perfectas y sublimes que el joven campesino al verla se puso a aplaudirle mentalmente a Dios por semejante creación artística.

Unos pocos minutos de charla y risas bastaron para que Ovando haga su movida. "¿Ikatu pio?", le dijo con tono pícaro mientras le lanzaba una mirada profunda y movía su uniceja de arriba a abajo. Tal acto de osada e intrépida galantería fue suficiente para que ambos cocinen un exquisito caldo de piel y sudor a lo largo de toda la noche. Su nombre era Wendy Yesi, y si bien su encuentro fue breve, el recuerdo sería eterno en la memoria de ambos.

Cuando el sol trajo el amanecer sobre la ciudad, Ovando fue rápidamente al cuartel general, allí le asignaron a una unidad, le proporcionaron armas y pertrechos y de inmediato lo enviaron al frente. Rápidamente cruzaron el río Paraguay y desembarcaron en Clorinda, los argentinos que allí se encontraban huyeron en desbandada.

Estando allí, hombro a hombro con sus paisanos alzados en armas, contemplando las calles desiertas de la ciudad de Clorinda, la intuición le susurró a Ovando que estaba a punto de ser testigo de acontecimientos asombrosos, y que el mundo que había conocido nunca volvería a ser el mismo. La guerra entre la República del Paraguay y la República Argentina había comenzado.