Camino a Comprar Naranjas

Day 1,012, 13:37 Published in Chile Chile by M4yer
Esta es una entreteniiida (R) historia, que se me ocurrio anoche, cuando, en vez de salir, me quede escuchando musica, si, asi de entrete es mi vida x😨


Las historias deberían iniciar con un érase una vez…, o quizá, había una vez, o cualquier otro sinónimo, pero esta vez no será así. Solo señalare que Juan había ido a comprar unas naranjas para hacer jugo nutritivo con ellas. Salió muy contento de su casa, que era morada como la lavanda, con un hermoso techo negro solo ensuciado por las siempre despreciables palomas que solo saben hacer lo que uno siempre detesta, defecar. Juan no era muy alto, de estatura promedio para un país tercermundista como este, pero esto no es muy relevante en la historia porque, recuerde, él viaja a comprar naranjas. No hacía mucho frio, para estar en invierno, donde frecuentemente podía haber 5°C a las tres de la tarde, pero no hoy; era un día perfecto para salir a comprar naranjas.

Juan caminó varias cuadras, pero ni siquiera se acercaba a su objetivo, llegar al kiosco de la señora Bertita, que tenía las naranjas más baratas de todo el vecindario. En el trayecto observó muchas cosas que le llamaron la atención, como una mujer que perseguía a su marido porque este no había pagado la cuenta del agua, y ahora su esposa no tenía cómo bañarse. Se trataba de Pedro Montes y Estela del Canto Rivera, quienes eran conocidos por sus constantes disputas y reconciliaciones que solían durar tres días. Aun es recordada aquella ocasión en la que Pedro llegó a las cuatro de la madrugada a su hogar, según él, después de trabajar incesantemente para llevar el pan a la mesa. Ahí lo espera Estela, quien impaciente, nerviosa y con un ataque de ira impresionante, comenzó a golpear a Pedro con un uslero, tratándolo de mal nacido, insensible, egoísta y muchos otros improperios que no sería adecuado señalar en este momento. Mayor fue la rabia de la señora Estela cuando, en medio de la contienda, suena la puerta. Era una mujer muy hermosa, quien traía un sombrero y una chaqueta, que eran de Pedro.

- Pedro, querido, se te quedaron estas cosas en mi casa, te las vengo a devolver. Espero que no sea un mal momento.
- No, no – respondió Pedro con mucho temor.



Pero ahí fue cuando Estela le da un certero golpe en el abdomen a la mujer, dejándola casi al borde del colapso estomacal, y a Pedro no le esperaba menos, pero como muchas veces ha sucedido, con una romántica noche de amor y compasión, esta relación se compuso.
Así, Juan siguió caminando alegremente por la calle, donde también observó el cielo, totalmente despejado, y se sentía un aroma tan agradable, como a una tarta de frambuesa, lo que precisamente estaba cocinando doña Camila, una de las mejores cocineras de tarta de frambuesa del país. Ella ha cocinado esas tartas desde que era una niña comilona, alegre y adicta a las frambuesas, que las iba a recoger a la casa de su abuela. Su éxito ha sido tal que incluso fue la encargada de cocinar el postre del día de la celebración de la independencia nacional, nada más y nada menos que ante el presidente del país, quien falleció días después, según se supo, por una peligrosa alergia a las frambuesas, de la cual no estaba enterado, lo cual, por supuesto que hiso que doña Camila dejara de preparar dichas tartas. Eso, hace diez años ya, donde, desde hace cinco, ha vuelto a realizar dichas tartas para ofrecérselas a jóvenes, como Juan, quien de vez en cuando roba un trozo de tarta sin que Camila se percate de ello, y esta no fue la ocasión.



Ya con su trozo en mano, Juan estaba cada vez más cerca de lograr su objetivo, pero antes de ello, debía cruzar el terreno del señor Espejo, un veterano de guerra que solo se dedica a contemplar las estrellas de noche y mirar las nubes de día, quizá esperando que le crezcan las piernas nuevamente, para así poder realizar un sin número de objetivos que él tiene planeados, entre los cuales está, poder volar nuevamente en avión. Por qué la relevancia de todo esto, es precisamente porque el señor Espejo arroja maníes a cada persona que pasa por el frente de su jardín, los cuales producen una desagradable alergia en la piel de Juan, que se comienza a tornar verdosa, con muchas manchas y pus saliendo de algunas de las heridas que se causan por la fricción de la piel con su ropa. Es por ello que Juan ha intentado varios métodos para poder burlar al señor Espejo. En una ocasión, se introdujo dentro de una caja de cartón, y caminando como tortuga, logro evitar los maníes que volaban, pero no contaba con los maníes que habían quedado en el suelo, por lo cual salió igualmente lastimado de aquel intento. En otra ocasión, uso un escudo hecho con papel maché, muy efectivo, hasta que de pronto comenzó a llover, y sus ilusiones de vencer se vieron machacadas. Pero esta vez iba a ser distinto, Juan iba a pasar tranquilamente por el frente del señor Espejo, sin ninguna protección, al contrario de lo que él quisiera, pues solo quiere ese delicioso, frio, refrescante y ácido jugo de naranja natural. Antes, se preparó, y cuando menos él se lo esperaba, ya estaba corriendo rápidamente por el frente del jardín, pero a medio camino se percató de que nada estaba pasando, el señor Espejo no le estaba tirando los tradicionales maníes, a lo que él pasó muy tranquilo, ya caminando por el frente del jardín.



Ya pasado el jardín, le bastaban tres cuadras para llegar al almacén, y por fin obtener sus preciadas naranjas, así que siguió caminando tranquilamente y llego sin contrapesos al lugar. Pagó tres monedas y un billete por 10 naranjas y emprendió su largo camino a casa. Nuevamente, tenía que pasar por enfrente del jardín del señor Espejo, pero esta vez, no solo lo hizo, sino que cuando estaba por terminar de pasar, decidió volver, y entrar a la casa. Abrió lentamente la puerta, no había nada en el interior, pero una extraña luz le llamó la atención, y se dirigió a ella. Entró a lo que parecía ser la habitación del señor Espejo, y efectivamente ahí estaba, moribundo, el señor Espejo, quien yacía solo, sobre un saco de maníes y con una lámpara muy vieja, llena de telarañas y ya casi destruida por las mordeduras de algún roedor. Juan trato de ayudar al señor Espejo, pero él le dijo que ya era muy tarde para ser ayudado, no le quedaba mucha energía y estaba más cerca del ocaso que de seguir con su vida. Ahí quedó el señor Espejo, y Juan muy impactado por lo que vio, tanto, que incluso casi no tenía ganas de tomarse su jugo de naranjas, pero aun así, salió rápidamente en dirección hacia su hogar.



Finalmente Juan consiguió su objetivo, exprimió las naranjas, las vertió en su vaso favorito, con mucho hielo y se lo tomó. Imaginen esa sensación inigualable, comenzar a beber su jugo y saborear inmediatamente la acidez que es impresionante, la frescura del jugo recién exprimido, lo helado que está y como baja por tu cuello hasta llegar a tu estómago, es una sensación impresionante, y lo rico que está, tanto, que Juan ya se terminó su jugo y se fue a dormir la siesta.