Acto primero de El Imperio

Day 815, 06:29 Published in Spain Spain by Eorlin

El Imperio


Claudio es un joven capitán del Ejercito Imperial de Su Majestad, el emperador Hauss I de eEspaña. El Imperio estaba gozando de un momento de paz, pesada paz para los militares, que veían como pasaban inexorablemente los días, las horas, los minutos…

Para Claudio, la paz era el tiempo más interesante de toda la guerra. Mientras estaba en la reserva, en los cuarteles de la Capital Imperial, aprovechaba todos los días para acudir a la Biblioteca Central, el alma cultural del Imperio, donde se reunía la mayor colección de códices de todos los estilos, épocas, autores….Claudio pasaba horas y horas, sumergido por las mañanas entre los libros de estrategia militar y por las tardes con las mas embelesadoras historias de amor.

Lo que Claudio no hubiese esperado nunca era encontrar entre las sombrías estanterías llenas de polvorientos libros al amor de su vida.

Cierto día, que en los calendarios figuraba como el día 314 del año 400 del Imperio, Claudio oyó un molesto revuelo en la Biblioteca, y, decidido a recriminar aquella falta de respeto a los lectores, se dirigió hacia el foco del sonido. Parapetado tras una libraría, observó como entraban dos hombres ataviados con magníficas armaduras con motivos mitológicos esculpidos sobre el metal de las corazas, portando la mano sobre el puño de una espada. Tras ellos, avanzaba erguida una figura esbelta, cubierta por una finísima túnica de semitransparente seda azul, pero la cabeza estaba cubierta por un velo del mismo color que la túnica, sujetado por un elaborado moño, con lo que las delicadas facciones de la muchacha no se dejaban al descubierto. A la zaga de ésta, una señora ya entrada en años, con un burdo vestido de recia lana, la vigilaba como si de perro de tratase. La mujer vestida de zafiro se descubrió el rostro, dejando a la vista unos ojos verdes penetrantes y claros, un pelo rubio pajizo, unos pómulos esbeltos y un aire de magistral gracia que le confería, a los ojos del joven capitán, un toque angelical como ninguna otra mujer hubiese podido tener. Con un movimiento de su delicado cráneo, ordenó a los dos coraceros que se retiraran y la dejaran a solas con la señora que, según supuso Claudio, era su criada.

La joven, de hermosa belleza, miró entre los estantes, seleccionó un volumen no demasiado grande y, al acercarse a la silla para sentarse a leer, fijó directamente su mirada en el lugar exacto donde asomaba ligeramente la cabeza de Claudio entre los libros. Haciendo caso omiso, la muchacha se sentó y se puso a leer.


by Eorlin