Siglos y siglos de civilización [Cuento con moraleja]

Day 663, 13:13 Published in Uruguay Uruguay by Matafuego

Hace algunos días una señora de clase media-alta-trabajadora,
llamémosla Juana, decidió que buscaría ayudar de alguna
forma a los nativos que (sobre)viven en la Plaza Uruguaya de Asunción.

Fue así que se acercó hasta la plaza, bajó del auto y se puso
a hablar con un grupo de señoras que, tendidas en el piso,
estaban sacándole los piojos a su prole.

Al principio las señoras estaban un poco tímidas, por así decirlo,
miraban hacia los costados -como quien busca la cámara oculta-,
no decían mucho. Una actitud que parecía de desconfianza.

Juana sentía como que algo estaba haciendo mal. "A mi no más
se me ocurre hacer algo como esto, hubiese hecho lo que me
dijo Marta, pero yo desconfío tanto de las fundaciones... No sé,
para mi la ayuda de esas fundaciones no llega..."

Casi a punto de desistir, cuando ya había dado la espalda a las
señoras que seguían mirando hacia todos los costados, sintió que
una de ellas la llamaba.

Unos minutos después ya se estaban comunicando. Juana
supo que necesitaban baldes, latonas, para transportar el agua
y poder higienizarse. También frazadas, ropa cálida y alimentos,
de ser posible que con las latas venga un abrelatas.

Juana realmente se sorprendió de algo. Los días previos a la visita,
había planeado el encuentro y supuso que tendría que lidiar con
que los nativos les pedirían dinero. Dinero que sospechaba sería
utilizado en alcohol y tabaco, y eso era lo que Juana quería evitar
confrontar. "No quiero darles dinero, quisiera darles algo útil".
Pero estas mujeres buscaban paliar sus necesidades básicas.

Al día siguiente, como había pactado con las señoras, se volverían
a ver en la plaza. Amaneció más frío que nunca, durante la noche
Juana tuvo una pesadilla en la que encontraba muertos a todos
por el frío en esa plaza gélida.

Las señoras no solo seguían con vida, sino que, aunque lo trataban,
no podían esconder la alegría de ver a Juana cumplir con su palabra.

Juana descargó del auto los baldes, dentro de los cuales estaban las
provistas enlatadas. Cada balde y latona además, tenía un abrelatas,
se había fijado en que los bordes de plástico de los mismos tengan
diferentes colores a fin de que sepan a qué familia correspondería cada
uno.

Las cuatro señoras se levantaron del piso como un rayo, casi dejando
caer a sus niños a quienes de vuelta estaban acicalando, Juana entendió
el acto como un gesto de ayuda para bajar las cosas del auto. Sintió
un poco de vergüenza de sí misma por haberse acobardado con los
bruscos movimientos de estas señoras grandes, probablemente con
mucha más fuerza que ella, que se abalanzaban sobre su persona.

Las señoras se lanzaron a por los baldes, salieron corriendo,
cada cual a su carpa se introdujeron con balde y todo con un movimiento
tosco como unas larvas en el lodo.

Juana estaba saliendo del temor inicial por la brusquedad, se había
culpado por su pequeña-burguesía y quedó simplemente observando.
Al cabo de uno o dos minutos las mujeres salieron de las carpas de
más o menos medio metro de alto, construidas con ramas y bolsas
de basura negras. Volvieron a su tarea cotidiana, tomando las cabezas
de sus hijos, buscando entre sus suaves cabellos oscuros al maldito
insecto que les chupaba la sangre. Cada vez que encontraban uno
lo introducían en la boca y con furia los reventaban entre sus dientes.

Juana estaba ahora desencajada. Las mujeres estaban literalmente
dándole la espalda, ni siquiera la miraban de reojo.
Juana no deseaba que estas mujeres, amas de casa igual que ella,
la llenaran de alabanzas y servil agradecimiento. Más allá de la evidente
distancia cultural, esperaba algún ademán, un saludo de despedida,
un simple gracias. Buscando alguna explicación, Juana se acercó,
hasta que una de las mujeres, la que evidenciaba mayor edad
por los rudos surcos de su cara y con una boca desdentada que
ahora se abría como para engullir de un bocado a toda la miseria
que le rodeaba emitió unos sonidos que unas milésimas
de segundo más tarde Juana interpretó como un: Fuera de aquí, no
te queremos ver más.

Una mezcla de llanto, un dolor en el diafragma en el que somatizaba
todo el pesar de su ser y, de vuelta, ese vergonzoso miedo a lo desconocido
que había sentido hacia lo que ella sabía interpretar como sus prójimos,
le hizo correr del lugar. Subió a su auto, arrancó el motor, puso el
cambio en "D" y salió cruzando en rojo la calle Antequera.
Cuando dobló frente a la Iglesia de San Roque, un falso olvido logró
obviar realizar la señal de la cruz que de niña había aprendido de sus
padres que se debía realizar sin peros al cruzar frente a la casa de Dios.

Juana y su plan secreto, ayudar de primera mano, ahora estaban
francamente enojados. "A mi no más se me ocurreeeee... Le hubiese
enviado a Ña Isa no más... y ahora qué le digo a Marta cuando me
indague sobre la idea. Y nada, le voy a decir que envié dinero, como
hace todo el mundo. Si, yo que quiero ser excepcional. Soy una pelotuda,
eso es lo que soy."

Pasaron los días y Juana, recluida de vuelta en su burbuja encantada,
no salía del mismo pensamiento. Se había sentido burlada. Cuando
por fin asumió eso, que se sentía burlada y que si... "Me jodieron estas
tipas, se estarán riendo de mi... Ahhh!"

Por fin, Juana estaba más tranquila. Se solucionó el misterio.
"Esta gente retrasada a cuantos siglos de civilización de nosotros no
puede... No puede, definitivamente no puede convivir con nosotros".

Tenía razón en algo, había una distancia cultural muy grande.

Del otro lado de la ciudad, las mujeres que habían recibido las donaciones
de Juana, estaban ahora en serios problemas. Sus deseos de liberación,
de ser ellas también protagonistas del destino que correrían sus familias
habían llegado demasiado lejos. El Cacique era el dueño y señor de
todo lo que su sociedad, la que le pertenecía, podría llegar a poseer.
No importaba que estas valientes mujeres hayan considerado que
daban mejor uso a los baldes o a los alimentos. No importaba que
el Cacique canjeara los elementos de subsistencia por el alcohol o el tabaco
de los que tanto temía Juana.

Estas mujeres por estrategia le dieron la espalda a Juana,
no habían ni querían cometer burla hacia ella.
Pero sabían muy bien con qué rigor pagarían ahora la burla hacia
los caciques.

Estos caciques que alguna vez hicieron proesas para ganarse ese título,
ahora sucumbían al abuso de poder, cuyas mieles son aún más
sabrosas que el sorbo de caña en que se convirtieron los baldes.

Al fin y al cabo, siglos y siglos de "civilización" no cambiaron mucho al hombre.


KundoKun - Paraguay
(texto extraído de su periódico FXY color)

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