LOS CIEN DÍAS DEL PLEBEYO

Day 1,964, 14:12 Published in Colombia Mexico by GianPortillo


Una bella princesa estaba buscando
consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban
de todas partes con maravillosos regalos: joyas,
tierras, ejércitos, tronos... Entre los candidatos
se encontraba un joven plebeyo que no tenía
más riquezas que el amor y la perseverancia.
Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
— Princesa, te he amado toda la vida. Como
soy un hombre pobre y no tengo tesoros para
darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de
amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana,
sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas
que las que llevo puestas. Esa será mi dote.

La princesa, conmovida por semejante gesto
de amor, decidió aceptar:
— Tendrás tu oportunida😛 si pasas esa prueba,
me desposarás.



Así pasaron las horas y los días. El pretendiente
permaneció afuera del palacio, soportando
el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas.

Sin pestañear, con la vista fija en el balcón
de su amada, el valiente súbdito siguió firme en
su empeño sin desfallecer un momento.
De vez en cuando la cortina de la ventana
real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa,
que con un noble gesto y una sonrisa
aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas,
se hicieron apuestas y algunos optimistas
comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores
de la zona salieron a animar al próximo
monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero
cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo,
ante la mirada atónita de los asistentes y la
perplejidad de la princesa, el joven se levantó y,
sin dar explicación alguna, se alejó lentamente
del lugar donde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba
por un solitario camino, un niño de la comarca
lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:
— ¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr
la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad?
¿Por qué te retiraste?
Con profunda consternación y lágrimas mal
disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja:
— La princesa no me ahorró ni un día de
sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía
mi amor.



Cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de
nosotros mismos como prueba de afecto o
lealtad, incluso a riesgo de perder nuestra
dignidad, merecemos al menos una palabra de
comprensión o estímulo. Las personas tienen
que hacerse merecedoras del amor que se les
ofrece.

* Walter Riso, ¿Amar o depender? Contribución de Ricardo Cruz
Gómez, Tampico, México.