La Morgue.

Day 2,512, 00:11 Published in Spain Spain by Barriga Verde



Entiendo que cuando lean estás líneas sus mentes racionales, lógicas hasta rayar la neurosis, lo vean sólo como un delirio de la imaginación desbordante y febril de un escritor mediocre, que lo crean o no, desea con todas sus fuerzas ser el más ferviente defensor de la más incrédula de las posturas. Sin embargo, si al apagarse la última luz de sus casas, por un segundo, un instante casi eterno, han sentido como la temperatura se volvía gélida, y se les erizaba el pelo de la nuca, no lo vean como una grieta destinada a minar su cordura, sino un aviso de que a veces se pueden encontrar con lo imposible.



Brincos, saltos, piruetas, volteretas, un hombre con máscara amarilla andaba haciendo el pino por la calle, y de repente se subía a una farola gritando “barco a baborh”, o adoptaba una pose distinguida, al menos tan distinguida como puede adoptarla alguien vestido con un mono fosforescente, mientras decía en tono severo “nos mintieron, los barcos se fueron a pique y las pustas ahora son todas vírgenes”, entre tanto por la misma calle de tonos grises y ocres, sin notar la presencia de tan extraordinario personaje, decenas de seres caminaban uniformemente vestidos todos en la misma dirección.

Empezaba a anochecer, las lulzes que en otro tiempo brillaran en farolas barrocas habían sido cambiadas por el mortecino brillo de las lámparas halógenas, y el hombre de la máscara amarilla se disponía a cobijarse en un portal, bajo los números atrasados de periódicos que ya nadie volvería a leer cuando:

- Eh tú payaso levanta y corre de aquí, no queremos indigentes. Eres non grato.
- Weah dejadme en paz.
- A por él, metedlo en la furgo.
- Que sus folhen dejadme dormir.
- Agarradlo y darle de hostias por listillo.

Horas después, ya en la morgue un estudiante de 3º año de medicina leía la etiqueta de un cuerpo que decía:

“Indigente, nadie lo reclamará”.


La camilla recorría de manera sigilosa pero no por ello lentamente los pasillos desiertos de la morgue hacía un ala del edificio en obras, cinco minutos después los restos destrozados a golpes del hombre de la máscara amarilla reposaban sobre una mesa de metal junto a las piernas de un esqueleto, la cabeza de una especie de pulpo, y la cabellera entera de un músico de rock, mientras el taciturno estudiante preparaba un instrumental más propio de un mecánico que de un médico.



La ventana protectora de cristal grueso de la máscara de soldar destelleaba frente a la luz incandescente del soplete que unía las diferentes partes de los cuerpos mediante clavos y remaches, a continuación con una aguja de coser carpas de circo, daba puntos aquí y allá para unir las partes de carne desgarrada en aquellos sitios donde las grapas no llegaban, y poco a poco, de las diferentes partes mutiladas iba surgiendo un cuerpo contrahecho y horrible.

Terminado el trabajo, y después de tomarse un café de termo que guardaba en el bolsillo de su bata blanca, mientras observaba el resultado de su trabajo , encendió cuatro velas rosas y empezó a repetir una extraña letanía numérica, seis, siete, cero, seis, siete, nueve, nueve, tres, tres, seis, siete, cero, seis, siete, nueve, nueve, tres, tres, hasta llegar a la repetición seiscientas diecinueve.

Tras el rezo no ocurrió nada, “quizás algo he hecho mal, la antigua religión de nuestros padres ya no se practica y puede que una parte del rito de resurrección se haya perdido” pensó el creador de tan horrenda criatura, mientras se dirigía a la puerta rápidamente al escuchar el timbre que le informaban de la llegada de otro cadáver.

Un enorme policía con abrigo de cuero negro, brillantes zapatos de piel, peinado militar bajo un sombrero de fieltro negro tipo fedora y rostro cadavérico estaba ante él:

- Le traemos otro fiambre, este no es indigente, sino uno de los últimos rotoístas militantes que quedaban en eEspaña, se lo digo porque, si viene alguien a reclamar el cadáver quiero que nos llame enseguida. No se olvide. Dijo con voz metálica.
- De acuerdo, no se preocupe, ahora dejo el recado al compañero del turno de mañana, contestó rápidamente con voz segura el menudo y joven estudiante por el día y celador de la morgue nocturno, a la vez apretaba ligeramente los dientes.



“Que te den”, musitó de manera imperceptible, mientras el oscuro mastodonte que le había traido el cadáver salía del recibidor. Nunca dejaría esa nota, bastante gris era eEspaña como para también acabar definitivamente con los rotoistas, pensó, momentos después situaba el nuevo cadáver en uno de los nichos frigoríficos.


Tras haberse tomado otro café esta vez de maquina que le supo asqueroso, recordó que tenía que deshacerse de su creación fallida antes de la llegada del nuevo turno, se dirigió a la estancia donde hacía nada había rezado a un dios casi borrado de la memoria de eEspaña; volvió a recorrer los mismos pasillos a buen paso, parándose un par de veces tras creer haber oído algo inusual, pero achacándolo casi instantáneamente a su estado de nerviosismo; abrió la puerta de la estancia, encendió la luz que tras dos o tres parpadeos entre los cuales le pareció ver una enorme sombra moviéndose, iluminó la enorme mesa metálica vacía, el cuerpo había desaparecido, no estaba, al acercarse más vio que las velas rosas se habían consumido totalmente, dejando una mancha enorme de cera en la que la huella de un pie esquelético había quedado medio impresa.

Semanas después la escasa prensa aún no controlada ni por el gobierno ni por los partidos daba la noticia a toda plana de que un ser deforme y gigante había sido visto en varios hospitales en el área de maternidad; al principio se tomó como una noticia sensacionalista, pero poco a poco el pánico inundó eEspaña, todo nuevo nacimiento era sospechoso de haber sido replicado por este engendro, los renacidos, que así se les llamó, empezaron a adueñarse de la mente de los ciudadanos, llegando a veces, a que personas aparentemente normales, se acusaran a sí mismos de ser renacidos.

Así que buenos ciudadanos, patriotas todos, tengan cuidado con sus “referers”, mantengan bien custodiados a sus hijos, incluso pongan en duda quiénes son ustedes mismos, nunca se sabe sí... en el mismo instante en el que usted nació, durante el breve instante que dura un parpadeo, este ser deforme, se situó a los pies de su cuna y les susurro seis, siete, cero, seis, siete, nueve, nueve, tres, tres.