LA GLORIA EN SUS LABIOS

Day 685, 13:39 Published in Uruguay Uruguay by Matafuego

Él era cliente habitué de la boite, y ese sábado ya harían cinco años ininterrumpidos de sus visitas sabáticas. Siempre con el ambo bien pulcro y almidonado, los mocasines lustrados y cepillados con cera, una flor embelezándolo y perfumando su andar, junto a su colonia Old Spice que emanaba de su cuello y que podía degustarse a la legua, y el Lord Cheseline que endurecía su cabello y remarcaba el peinado con raya al costado. Así se lo veía legar, tan especialmente anticuado, pero acorde a su edad; por entonces ya abrazaba los setenta y dos. Y no lo digo por decir, sino porque esa noche de sábado era su cumpleaños, y lo esperaban con torta y números, con su milonga y sus tragos, y con su flor que no era flor pero que él adoraba como si lo fuera.

Ella era de esas morochas pulposas de las que se ven en los carnavales de Río. Había llegado hacía diez años de Brasil, para rebuscárselas con su novio en la Argentina, pero al año, terminó hospedada en la boite, sin novio ni rebusque. La recuerdo preciosa, con piel trigueña y esos rasgos que sólo los latinos nos encontramos; una boca carnosa si las habrá, llena de sonrisa y teclas marfil, y con sus ropas que la ocultaban e insinuaban lo necesario, lo suficiente para remarcar sus curvas.

Desde que él comenzó a asistir al lugar, ella fue la primera y única. Lo veo todavía dirigirse al sillón y pedir la ginebra de siempre, y los maníes para picar, porque eso también lo adoraba. Comenzaba con el copetín y la miraba, y ella, como obnubilada, se acercaba y se sentaba a su lado. Y así comenzaban sus noches, hablando de la vida, de sus vidas, solo de él y de ella, porque eran solamente un él y ella, y nada de nombres, y dos personas.

Ese día fue diferente, porque era su cumpleaños, y las damas lo esperaban; y a llegar lo abrazaron, y una gota recorrió su rugosa mejilla, y con su ronca voz y de los trémulos labios escapó un gracias. Entonces se dirigió al sillón de siempre, su asiento, y su flor con él. Y hablaron como siempre, de sus vidas, y rieron y lloraron y bebieron y volvieron a reír. Ella lo miraba con esos ojos con los que se miraba a un padre, pero a la vez eran ojos con los que se mira a un amante. Era una dicotomía que la acompañaba desde esos cinco años, y que él conocí bien, y por eso la adoraba tanto y más. Él la observaba y registraba los movimientos de sus labios y de su nariz, que se arrugaba para acompañar su sonrisa.

El tiempo siguió y continuaron bebiendo, y sus ojos se encontraron, y él la miro y ella a él y ambos se miraron. Hablaron y hablaron y no hubo de que hablar, y el silencio los envolvió en una burbuja. Sus labios se comunicaron sin moverse, y un alo los empujó, como si imantados se atrajeran. La distancia se estrechó, los olores se potenciaron, y los labios vibraron temblorosos, tocándose y palpándose como jamás lo habían hecho, como si la eternidad se descubriera en el tacto y los ojos de ambos, cerrados, encontraran el cosmos y el descanso.

Ella se levantó y se despidió como lo hacía todas las noches, todos los sábados, y se dirigió a otro sillón. Un extraño, dos tragos, tres palabras, cuatro pasos, y la cortina a las piezas los separó a él y ella como siempre. Se miraron nuevamente, y la lágrima ahora paseaba por la mejilla de ella. Vislumbró los labios de la morena entre la oscuridad de la boite, y la cortina los separó definitivamente.
Él terminó la ginebra, comió unos maníes y guardó otros en el bolsillo para el viaje a casa. Se acercó a la puerta, saludo a las damas y se retiró. Fue la última vez que se le vio en el lugar: a él, su ambo, sus mocasines, la flor, la colonia y la gomina. No se sabe porque no volvió. Tal vez haya sido porque por fin había podido percibir la gloria en sus labios. No se porque jamás volví.

Orodreht - Argentina

PREMIOS LATINOAMERICANOS AL ARTE LITERARIO