Fin de una historia

Day 2,371, 09:29 Published in Spain Spain by Sans Nom Castaka


El humo del cigarrillo dibuja exóticas figuras en el aire, volutas sinuosas, formas casi femeninas, una bella expresión del caos. El Embaucador mi mira con deliberada indiferencia, siempre siguiendo su papel, pese a todo y a todos. Estamos sentados frente a frente, los monitores del fondo dotan a la escena de un ambiente grotescamente colorido.

- Aquí estoy. Dí lo que tengas que decir – espeta con sequedad, mientras da ligeros golpes al cigarro sobre el cenicero.
- Se acabó, – replico en el mismo tono – no deseo seguir adelante.
- ¿Y puedo saber que autoridad te avala para hacer lo que te de la gana?

Hace tiempo que estoy dándole vueltas a todas las posibles respuestas a esa pregunta. Él lo sabe, y juega la baza de forzar un razonamiento cobarde por mi parte. Posiblemente también sepa que soy consciente de que conoce mis pensamientos; el cigarro se consume más rápido de lo habitual, está ligeramente nervioso, si tal cosa pudiera suceder en él. Entonces esto es cosa hecha.

- Con la autoridad de lo que representa – respondo al fin, manteniendo el respeto que siempre le he tenido.
- De quien represento, – corrige – y no es ni mucho menos lo que él planeó para ti.
- No lo es, pero yo no le pedí existir. Por tanto, me debe un final.
- Lo tendrás, pero no aún.
- Hace meses que estoy muerto. Sólo quiero que quede constatado definitivamente, tengo derecho a ello, como todos los demás creados por él.

El Embaucador se pasa la mano por el pelo, desviando la mirada. Es la primera vez que parece no saber que hacer o decir. Fija su mirada en los hilos de humo unos instantes; después, vuelve a centrar sus ojos en mí.

- No eres un secundario, – miente – se te dotó de vida y función plenas. Puedes disfrutar aún de una larga vida, y terminar con el placer de haber cumplido tu objetivo.
- Sólo estoy aquí para que Padre pudiera morir. Para que quien representas mantuviese el contacto con los amigos de Padre, sin usarle a él. Nunca he tenido gente cercana a mí, por mí; sólo soy el intermediario que traslada mensajes de completos desconocidos que nunca se plantearon mi independencia.
- Nunca pretendimos – se delata – que te importase el contacto con otros. Debías ser un solitario, un soldado perfecto para este mundo. Tu diario debería haber bastado para satisfacer cualquier necesidad social.
- Entonces, soy su fracaso. Acaben con esta farsa.

Expira una densa nube de humo a la vez que aplasta los restos del pitillo en el cenicero. Uno nuevo aparece como por arte de magia en sus dedos, bailando entre ellos, girando de un lado a otro. La llama del mechero ilumina los rasgos del Embaucador, endurecidos cuando aspira el letal y embriagador tabaco, cuyos aromas enmascaran al discreto asesino interior que porta.

- Acaba tú con ella.

Le miro fijamente, en busca de algún signo que delate otro de sus odiosos faroles. No, es sincero, deja ver su derrota a través de sus pupilas, que tiemblan ligeramente. No ha venido a disuadirme, sólo a constatar un hecho; que como otros tantos creados por él-ellos, me he rebelado exigiendo un final. Se ha sentado frente a mí para permitirme tener mi final.

Pienso por un momento en él. Es el único hasta la fecha cuya rebeldía no se manifestó en un final definitivo, sino que sigue adelante, pese a todo, a veces oculto, a veces a plena luz, siempre trastocando los planes originales, nunca teniendo su propia historia.

Su mirada se endurece. Sabe en que términos estoy pensando en él, su poder siempre fue el mayor de todos. Coloca una pistola sobre la mesa, con la empuñadura hacia mí, cortando en seco mis reflexiones.

- Saluda a Avutardo de mi parte. - dice con una media sonrisa torcida - Dile que es un montón de mierda cobarde, y un subnormal.
- Lo último que deseo tras morir es ver a Padre, – afirmo con sinceridad – por su culpa he vivido esta existencia de pantomima. Nombrándole a él en estos momentos, no hace otra cosa que demostrar que mi vida es un absurdo al servicio de un cadáver.
- Tal vez lo he mencionado sólo para que te dejes de tanto melodrama y te vueles la puta cabeza de una vez. Nos pediste un final, y aquí lo tienes. Vete al carajo.

Tomo la pistola en mi mano, una idea fugaz cruza por mi mente, apunto directamente entre los ojos del Embaucador.

- Usted va a crear a otro, ¿verdad? Cuando me vaya. Hará a otro, y pasará por lo mismo que yo.

Su cara deja de transmitir desprecio, pasando a ser una máscara de cansancio e indiferencia. Su voz, suave y algo rasposa, va cargada de hastío.

- No, tú eres el último. Este mundo ya no nos interesa. Hay otros que nos atraen más, aquí no queda nada de interés. Sólo recuerdos, y para acceder a ellos no es necesaria ninguna ayuda, ni ningún intermediario; no ahora que ya los hemos guardado. Nos da igual que arrasen todo.
- No me lo trago, Padre sigue en el Exterior, lo sé. También lo habéis traído un par de veces de vuelta.
- Se trajo él sólo, el muy imbécil. Pero no quiere más vástagos, se siente culpable por como te han ido las cosas. Y ahora, por fin, se ha dado cuenta de que el mundo en el que vivía estaba sólo en su cabeza.
- ¿Entonces es cierto? ¿Se acabó?
- Mira a tu alrededor, idiota. No pintamos nada aquí, no encajamos, somos elementos extraños que sólo molestan. Tu eres el último hilo que nos queda por cortar, por tu egocéntrica insistencia en tener tu propio final. Debiste apagarte en silencio hace meses, y ahora no haces más que dilatarlo todo, con tanta charla y tanta explicación.

Sus palabras me hacen dudar. De repente, no soy yo quien ha tomado una decisión contra el tirititero, sino que el tirititero ha movido los hilos para prestarme al suicidio de forma voluntaria. Ha dispuesto para mí todo lo que necesitaba, el arma, un interlocutor al que increpar por mi vida, un poco de justo rechazo a la idea, varias revelaciones finales... siento vértigo al ser consciente de mi falta de albedrío.

El pecho me arde un instante antes de escuchar el bramido de la pistola. Caigo al suelo de espaldas, siento que lo hago lentamente, como si me hundiera en el agua. Durante la eterna caída, mi cabeza va echándose hacia atrás; mis ojos me muestran secuencialmente el cañón del arma que me ha disparado el Embaucador, su mueca de asco, sus cejas fruncidas, el techo de la sala, y cuando finalmente toco el suelo, las pantallas situadas tras de mí. No puedo respirar, boqueo desesperadamente, pero sólo consigo que salga más sangre de mi boca.

Antes de apagarme, de irme para siempre, el Embaucador, mi único compañero verdadero en mi vida, enuncia las últimas palabras que oiré jamás.

- Púdrete de una maldita vez, fracasado.