ENTREVISTA CON EL MALIGNO (5ta Parte)

Day 2,429, 15:40 Published in Argentina Romania by A R C A N G E L

(Continuación) -“¡Palabras, palabras, palabras! ¿No te das cuenta de que tengo en mi mano todas las fuerzas del mal? ¿No ves cómo las he movilizado, compactas, contra el reino de Él? ¡Mi ofensiva avanza ya incontenible!”. -“¿Hasta cuándo? Te crees el dueño de la situación. Te presentas como el señor y el dominador del mundo. Y apenas eres el ejecutor de los planes de Dios. Tú colaboras sólo a la magnifi cencia de su victoria final. Como tantas veces en el pasado, también hoy la Iglesia tiene necesidad de ser purificada. Para esto sirven las pruebas.

Él no arranca su viña: la poda. La actual acción de obstáculo que tú y tus seguidores habéis desencadenado en el seno del pueblo de Dios sirve para esto, para purificarlo. Los actuales logros aparentes de tu obra de seducción y de desorden le sirven a Él para sus planes. Al final se volverá todo contra ti y quedarás definitivamente vencido”.



CUARTO ENCUENTRO

No fue propiamente un encuentro como los anteriores ni como los que seguirán. Esta vez, excepto un rápido retorno del Maligno al final, se desarrolló casi todo en un largo y muy movido sueño. Todo aconteció de un modo que hubiera jurado que estaba completamente despierto. Los sueños, dicen, suelen ser breves pero éste me pareció larguísimo, si debo juzgarlo por las cosas que vi y que entendí. Tuve la sensación de ser despertado de sobresalto, al ruido ensordecedor de miles de bocinas de coche, de tambores batiendo a ritmo de marcha, que martilleaban un potentísimo canto marcial. Asomándome, me encontré delante de una grandísima plaza, jamás vista por mí, repleta de gente, especialmente de jóvenes, que con banderas rojas en la cabeza, continuaban llegando de todas partes, como ríos en crecida que venían a desembocar en aquel mar de gente.

Un cañonazo fue la señal de un silencio inmediato. Todos estaban a mi espalda y mirando hacia un palco altísimo que surgía a lo lejos sobre el fondo de la plaza. Apenas apareció allí un hombre con una larga tira roja a los flancos, gritos frenéticos de “viva” le saludaron durante largo tiempo. Hecho silencio a una señal suya, comenzó a hablar en una lengua de la que no comprendí ni una palabra. Mientras asistía a esta espectacular reunión, sucedió un fenómeno extraño.
A medida que el orador hablaba y los altavoces difundían la voz hacia todas direcciones, la superficie de la plaza se dilataba, se alargaba hasta no poder más reconocer con los ojos los confines. Sólo lograba captar un confuso fluctuar de gente hacia la lejanía cada vez más difuminada. Fue aquí que, en el estupor de aquella extraña visión, intervino la voz alta y soberbia del Maligno: “¡Mira, mira qué espectáculo tan maravilloso!... Toda la juventud se ha puesto de mi parte. Es mi juventud. A muchos he seducido con la lujuria, con la droga, con el espíritu de revolución. Pero a la mayor parte la he ganado con el lazo del marxismo materialista. Estos jóvenes han pasado a través de escuelas programadas sobre un ateísmo radical.

Allí han aprendido que no ha sido Aquél de allá arriba quien creó al hombre, sino que el hombre se ha creado estúpidamente a sí mismo. Ahora, aguerridamente luchan contra Él, que se resiste a desaparecer. Pero desaparecerá. ¡Es inevitable! Estos jóvenes míos han aprendido a deshacerse de todas las verdades así llamadas metafísicas. Para ellos existe sólo el mundo material y sensible. Ha sido un universal lavado de cerebro, y nos serviremos de éstos para combatir a todos los que se atrevan a mantenerse todavía agarrados a las viejas creencias. Él debe desaparecer de modo absoluto. Pronto vendrá el día en que ni siquiera será recordado su Nombre.

Las pocas zonas de resistencia que no lograremos eliminar con nuestra filosofía, lo haremos con el terror. Existen, para los que queden, decenas y decenas de hospitales psiquiátricos y centenares de campos de concentración donde les enviaremos a morir. Así será para todos los países de la tierra. Uno tras otro deben caer a mis pies, abrazar mi culto, reconocer que el único señor del mundo soy yo...” En este punto, mientras el Maligno se exaltaba y se ensoberbecía hablando con tanta seguridad, la plaza de improviso desapareció, y toda aquella muchedumbre también. De toda aquella multitud no quedaba ni el más pequeño rastro, y el discurso del orador cesó como por una inesperada interrupción de corriente. En un instante me encontré en un profundo subterráneo iluminado escasamente, que me hizo recordar los pasillos de las catacumbas romanas, dominadas por un aire de serenidad y de paz.

Vi allá, a lo lejos, un punto más luminoso y me dirigí con ánimo y paso seguro hacia aquel lugar. Presentándome, sentí venir a mi encuentro el eco de una oración coral. Me detuve, esperando captar el significado. Imposible; aunque se trataba de una lengua desconocida por mí, comprendí por ciertos motivos que era el Padre Nuestro. Una fuerza interior me animó a seguir caminando. Uno del grupo vestido de sacerdote, se dio cuenta de mi presencia, vino inseguro y excitado a mi encuentro. “Sea alabado Jesús”, le dije. Ante aquel saludo, alargó los brazos y sonriendo me preguntó: “¿Eres acaso un hermano nuestro?” “Si, soy un hermano vuestro”- y nos abrazamos calurosamente. “En nombre de Dios” -le pedí- “explicadme ¿dónde me encuentro y quiénes sois vosotros?” “Te encuentras en un subterráneo del país de los sin Dios. Dos veces a la semana, de noche, nos reunimos aquí para nuestras oraciones comunes, para asistir a la liturgia, y dar testimonio de Dios lo mejor que podamos”.

Sonrió viendo mi estupor y continuó: “Mira, aquí somos apenas un centenar, pero en otros sitios se reúnen incluso más para orar por nosotros, por la patria, por el mundo entero”. “¿Como en los tiempos de las catacumbas?” “Exacto, como en los tiempos de las catacumbas; ésta es nuestra catacumba”. “¿Pero es verdad que Dios ha sido eliminado de este gran país?” “¡A Dios no se le puede eliminar, querido hermano! Expulsado de la puerta, entra por todas las vías misteriosas que sólo Él sabe abrirse”. Mi interlocutor se dio cuenta de que estaba conmovido y calló. “Veo que también hay jóvenes”. “Aquí cerca de la mitad de los que recogemos son jóvenes. En otros refugios aún son más. Jóvenes que no vienen sólo a orar sino a trabajar. Piensa, querido hermano, después de una jornada de fatiga demasiado extenuante, estos hijitos sacrifican por turnos, horas enteras, para venir aquí a prestar su trabajo”. “¿Qué hacen?” “Ven, te lo enseñaré”. Continuará