EL PESO DE UNA BALA

Day 1,961, 12:33 Published in Spain Portugal by Personahumana

Distancia al blanco: 570 metros
Dirección del viento: Noreste-Suroeste
Velocida😛 4 nudos
Ángulo del disparo: 25 grados
Bum-bum. Bum-bum. Disparo. Bum-bum.



Una bala, una baja. 15 gramos de plomo disparados a 810 m/s que hacen un boquete del tamaño de un pomelo en el pecho de un pobre desgraciado. No hay más, limpio y certero, no hay sangre en mis manos ni el aliento de un rival en la cara. Sí que estoy lleno de barro y sí que tendré que arrastrarme para salir vivo pues la alerta ya suena en la base enemiga y pronto los perros seguirán mi rastro, sin éxito. El daño está hecho: el general al que he disparado yace sobre el barro (al fin mancha su uniforme en esta guerra) con la sangre borboteando de la herida abierta a pesar de los infructuosos esfuerzos de los sanitarios. Llegó su hora; yo paré su reloj.



Llevo tanto tiempo haciendo esto: burlando las defensas, zafándome de trampas y barreras para lograr el disparo perfecto, una baja que salvará mil vidas, el máximo daño con el solo acto de presionar el gatillo. No me siento orgulloso ni feliz, ni siquiera esa absurda vanidad por hacer tan bien lo que hago, por esa “habilidad” de instrumento de precisión, por ser como el bisturí de un cirujano, que dijo una vez un compañero. No soy mejor que el soldado que lucha en la trinchera, bayoneta calada, tiritando de frío o sudando sin pausa, ni mi esfuerzo es más importante que el suyo. Quizá en realidad sea el más cobarde y mi coraza para que esto no me afecte (lo de matar gente) la compongan los 500 metros que pongo entre el enemigo y yo, mira telescópica por medio que me acerca a una realidad distorsionada, lejana, como si todo fuese irreal. La gran mayoría de las veces ni veo la cara de quien cae tras mi disparo, ahorrándome el tormento en mis sueños, que los caídos vengan a rendirme cuentas o pedirme explicaciones.



Me largo, no hay movimientos cerca. El camino hacia la zona de evacuación es relativamente seguro, aunque no lo estaré ni montado en el helicóptero de vuelta por los bazukas que acechan a su presa. Otros francotiradores con otras armas: un disparo, una baja.



El traje de camuflaje pesa un huevo, pero no lo cambiaría por nada, ni siquiera ese olor nauseabundo que confunde el mio propio, camuflando mi rastro a los perros que buscan mis pasos; así que no me importa sudar mientras corro y me paro, corro y vuelvo a parar, mirando en todas direcciones, el corazón acelerado y los sentidos alerta. Ahora soy vulnerable, no soy quien controla la situación, como cuando estoy al acecho y a punto de borrar a mi objetivo. Ahora mi destino está en manos de otros.



Mientras corro pienso en tonterías y en cosas importantes: en cómo estarán los compañeros, en si habrá callos con chorizo en el menú del rancho (en FAF se come muy bien), en cuantas caras conocidas veré al terminar el día, si habrá llegado el último NFN a los quioscos, en cuantas bajas me faltan para la DO... sólo llevo una y ya han dado las 10 de la mañana.



Oigo ruidos detrás: voces, gritos. ¿Cómo demonios han podido encontrar el rastro? No debo perder la cabeza; tranquilo. Ahora sí que presiona la sangre en las venas, siento como si la respirase, como si me llenase los pulmones, acojonado, apretando fuerte el rifle contra mi pecho, esquivando obstáculos, directo hacia la zona de evacuación. No debe faltar mucho, ya casi la toco con los dedos, los compañeros deben estar justo ahí delan...

¿Qué es esto? ¿Por qué hay tierra en mi boca y... sangre? Joder, estoy comiendo barro y me arde intensamente la parte posterior de la pierna derecha. Veo borroso, pero hay llamas a mi alrededor. Seguramente alguien ha disparado un bazuka, aunque no me ha alcanzado de lleno; de todas formas, ahora sí que estoy muerto, me van a coger. Busco a tientas el rifle para ver si puedo despedirme como sé, cuerpo a tierra (eso ya lo tengo hecho) y con el cañón apuntando al enemigo, como muy bien aprendí luchando codo con codo con los héroes, con mis hermanos. Ahora ya no voy a envidiar la entereza del soldado de trinchera, no voy a anhelar su arrojo y valentía, su coraje en el momento de tener al enemigo cara a cara, pero sí el apoyo, el calor de los compañeros luchando a su lado, incluso (sobre todo) en el momento en que el final es más cierto.



Palpo el cañón y acerco el arma; parece que todo está bien, salvo la mira, que está destrozada; la arranco, literalmente, y me giro a mirar atrás. Allí vienen: perros sanguinarios, gritando y jaleando la victoria. Cargo una bala y respiro profundamente, aunque siento como si se metieran miles de alfileres ardiendo dentro de mi pecho. Aprieto los dientes y apunto; alguno me va a acompañar a la tumba. Disparo. No oigo nada, no sé si le he alcanzado. Cargo de nuevo; como cuesta, cada vez más. Disparo. Ahora sí que veo al tipo caer. Pero están cerca, muy cerca, muy cerca... Otra vez el fusil a la cara. Suena un disparo, cae un enemigo. Otro más... y dos más. Tres. Alguien grita muy fuerte cerca mío, y aunque me cuesta reconozco lo que dice: "¡Paga la coca, PH, 2º aviso!" Cabrones, ni siquiera en estos momentos se dejan de coñas. Una manada de lobos me rebasa a toda velocidad, disparando como locos, ojos enrojecidos, alguno se vuelve y me sonríe sin dejar de correr, como si todo fuese una broma loca, un troleo, persiguiendo a un enemigo cuya cara refleja sorpresa y temor a partes iguales. No sé si reírme o llorar cuando una mano amiga me ayuda a levantarme y me acompaña hasta el helicóptero. El médico me comenta lo del balazo que me ha atravesado la pierna con una media sonrisa: "¿Aspirina o ibuprofeno?" ¿Cómo no voy a reírme aunque me duela? ¿Cómo no voy a sentirme como en casa aunque tenga barro hasta entre las costuras del tanga? ¿Cómo no voy a sentirme afortunado de luchar y reír con gente así? Me tumbo en la camilla y me pongo a pensar en que sí, se puede jugar en solitario, y que eso está muy bien; pero qué cantidad de buena gente dejas de conocer, gente que hace que valga la pena entrar día tras día y esforzarse, iniciar proyectos, luchar. No es una milicia, es una hermandad. Son las FAF. Omnibus meretricibus.




Dedicado a CarolM y a los que fueron, son y serán FAFeros