Delírium Trémens

Day 1,719, 08:40 Published in Spain Australia by Avutardo
http://youtu.be/TW3AZaIX0bA

Me levanto a duras penas del inodoro. He vaciado mi estómago, la garganta me arde y las piernas me tiemblan. Un sudor frío me empapa. Necesito mi medicina.

Tambaleándome, cruzo la Redacción. La capa de polvo gris le da un aspecto desoladoramente real. Está completamente vacía. Los papeles desordenados, que normalmente me generan una agradable sensación de caos, solo me inspiran abandono y entropía. Los faros de un vehículo que pasa por la calle iluminan brevemente la pared del fondo, proyectando sombras móviles sobre los paneles donde están colgados viejos proyectos.

Me obligo a ignorar la silueta proyectada del ahorcado. Tengo frío. Me pongo la chaqueta y decido ir al hospital. Allí se que encontraré algo de mi medicina.

Salir a la calle supone un golpe en mis entrañas. Nunca he podido salir al exterior sobrio, y esto me resulta un recordatorio intenso de porque no lo hago. El gris está ganando. Se que es en parte culpa del Otro Lado. Pero no por ello es menos doloroso. Los cuerpos se mueven con un ritmo predecible y espasmódico.

Veo los hilos. Cierro los ojos. Necesito mi medicina. No quiero ver los hilos ni a donde los llevan. A dónde se dejan llevar.



Entro en los túneles. No sigo conversaciones, no me intereso por nada. La luz fluorescente se me antoja irreal. La atmósfera pesada y cargante no impide que siga sudando y temblando. Me duele la cabeza. Intento recordar.

Paladeo los chupitos de la cosecha del fantasma. Aun tienen un regusto a los néctares de su familia. Me tranquilizan y despiertan un ligero interés por lo exterior. Mis colaboradores de investigación y desarrollo apuran la botella. Por un momento todo está en orden.

El tren llega, entro con el resto, me siento con el resto, callo con el resto. Los fluorescentes se apagan intermitentemente. Intermitentemente aparecen a mi alrededor los ocho. Tienen heridas en la piel y los ojos sangrantes. Noto sus acusaciones silenciosas. Sin la medicina no pueden vivir. No pueden entender que no depende de mí. No les culpo.

Cierro los ojos. Intento recordar.

El material del encapuchado es fuerte, como siempre. Entra en la vena como un vendaval y llega directo a las neuronas, provocando que las pupilas se dilaten y captes más colores de los que hay realmente.
La dificultad para encontrarlo sólo lo hace más adictivo, y más intenso disfrutarlo cuando lo encuentras de improviso y te lo ofrece. Pero duele cuando no está.




Noto arañazos dentro de mi cabeza. Abrir los ojos alivia el dolor. En la parada entra más gente. Están cubiertos de sangre. Parlotean animadamente, como si no pasara nada raro. El olor dulzón del fluido vital me impregna las fosas nasales. La abstinencia ha disparado mis sentidos. Contengo una arcada. Se enseñan unos a otros, orgullosos, certificados de matarife, con cuotas de sacrificio obtenidas.

Miro al suelo, al cuerpo inerte de mi entrevistador. Intento recordar.

Masticar el material del velocista es un placer al paladar. Sabe salado, algo bastante raro en la mercancía disponible. Poco a poco se dibuja una sonrisa en mi cara y empieza la risa histérica. Y decides compartirlo. Muchos consumen de su material, y siempre tiene más.

Menos ahora.


Es mi parada. Me agarro a la barra metálica y me levanto del asiento. Apenas tengo fuerzas para abrirme paso. Veo sonrisas de satisfacción en los que entran. No veo sonrisas de alegría. Muchos tienen la marca de Mammon bien visible.

El tunel de salida es largo. Una corriente de aire me golpea y me obliga a apoyarme en la fría pared de azulejos. Me ofrecen un reconstituyente. No es mi medicina. No la tomo.

Entro en el hospital. El olor a químicos me satura y me marea. Odio estos lugares. Rehuyo el mostrador de información, y voy derecho a la planta de comatosos. Hay tantos combatientes manchados de sangre que no puedo mirar a otro lado para rehuir su visión. Satisfechos. Mi malestar me obliga a envidiarles. Su droga es la más común. Mi medicina no la crea el mundo, sino la gente. El olor de su droga y de la sangre me marea. Vomito y me desmayo. Recuerdo.

El nuevo material del entusiasta es potente. Lo consumo imaginando cuanto puede durar. Como el encapuchado, no está siempre. Genera una sensación de ilusión, de eliminar barreras y límites...
Noto que algo ha cambiado respecto a sus creaciones anteriores. Está cortado con droga habitual. Demasiado tarde para mi, mi cuerpo empieza a rechazarlo. No importa que intente relajarme o que pueda creer que la mezcla esté calculada. Mis entrañas la rehusan.




Estoy frente a un médico. Tiene en las manos los resultados de varias analíticas. Parece que se han ocupado de reanimarme.

- Parece que no se nutre correctamente.
- Sólo lo necesario para seguir en pie. No necesito más. Er... gracias, si no le import...
- No es bueno para usted. Trabajar y entrenar no es suficiente para una vida sana. ¿Cuando fue la útima vez que mató?
- ¿Qué?
- Cuando fue la última vez que cumplió la misión. La misión diaria. ¿Está bien?
- No, si, si, estoy bien. Creo que hace un mes.
- Inaceptable. Necesita su dosis, como todo el mundo.
- Creo que se lo que necesito.
- No, está claro que no lo sabe.
- No quiero pasar al treinta aun, y no lo haré hasta que yo quiera.
- Esto no funciona así. Debe seguir contando. Cuanto más mejor. Como todos.

Frente a mi ya no hay un médico, sino una especie de ave carroñera antropomorfa. La abstinencia me está pegando fuerte. La consulta se expande y se contrae al ritmo de mi respiración. Debo salir de ahí. El carroñero insiste en que abandone mi medicina y consuma la normal. No entiende que no puedo asimilarla. Sudo. Mi mano derecha tiembla. La pared empieza a hervir. El carroñero no suelta la presa. Respiro rápido. La habitación palpita rápidamente. Mi medicina, ya. Sus graznidos me provocan escalofríos en la columna. Digo que si a lo que sea. Con sus garras me coge el brazo y me inyecta.

Salgo de la consulta. Mi cuerpo rechaza su droga. Busco un baño, pero todo da vueltas. El cuerpo ahorcado de mi becario cuelga en medio del pasillo. Varios soldados lo apuñalan con bayonetas y rien. Compiten por ver quien le da más lanzadas en un tiempo determinado. Encuentro el baño, entro, y vomito sangre. Me quedo acurrucado en un rincón, e intento calmarme. Recuerdo.



Me reuno con los misócratas. Se me ha ocurrido una fórmula que puede dar lugar a un material potente y delicioso. Coinciden conmigo y se muestran ilusionados.
Pero miro a mi alrededor y descubro que muy pocos querrán probarlo. Abandono la idea.


Cuando llego a la habitación 333 estoy al borde del colapso. Me duele todo tanto, que ni siquiera puedo pensar con claridad, o sentirme sucio por pedirle a la soñadora que me de algo de su material, mientras ella está velando el cuerpo inerte de un amigo. Ni siquiera soy capaz de refrenar el impulso de consumirlo allí mismo.

Los temblores cesan. Pienso con claridad. Vuelven los colores. Por un momento, casi puedo notar la presencia de la gente de la Redacción a mi lado, alegres como siempre. Como debe ser. Veo que la soñadora también está en una de las camas destinadas a los comatosos. Se que lleva amenazando con ello mucho tiempo. Le susurro al oído. Los adictos somos manipuladores por naturaleza, y no voy a dejar que ocupe la cama de forma definitiva, si puedo evitarlo.

Salgo de allí. Un hospital no debería ser un lugar para el último viaje, ni para fomentar la carnicería. En la calle, ya calmado, percibo que hay menos gente. El Otro Lado se los lleva.

Enciendo un cigarrillo. No se cuanto voy a aguantar con esta dosis. Necesito alguna alternativa. Recuerdo a los viejos dioses, pero no quedan sacerdotes, no me sirven. Dudo que los nuevos dioses permanezcan, tampoco me sirven. Tengo que encontrar algun suministro de medicina. Tiene que quedar algo. Tiene que quedar alguien.



Última calada. Apago el cigarro con un pisotón. Veo al vigilante que me observa con una sonrisa. Con la mente despejada, se lo que piensa. Treinta días por delante sin suministro asegurado de mi medicina, disponibilidad total de la droga del mundo, y la falsa verdad de que él es el responsable de todo, aligerando la culpa de los que vagan de un lado para otro, siguiendo los hilos voluntariamente.

Piensa que el tiempo está de su parte.