Crímenes en guerra - 1ª parte

Day 2,180, 12:26 Published in Spain Portugal by Personahumana


Frontera entre Texas y Méjico, septiembre de 2013.

La guerra contra USA ya estaba prácticamente finalizada. Quién nos iba a decir a nosotros que llegaríamos a dominar estas vastas regiones, con todos sus bonus: los grandes lagos, las extensas llanuras, el polvo del desierto, las bellas playas de fina arena, la gran manzana, el gran cañón... Bueno, no 'nosotros', eEspaña, en sentido estricto, sino TWO. A nosotros solos nos habrían apalizado nada más asomar la cabeza por la Florida. Es como una revancha histórica, mojarles la oreja después de habernos tenido sometidos tan largo tiempo. Las vueltas que da la Historia; convendría no olvidarlo.

- Céntrese en lo que ocurrió ese día.

A España correspondía el control estratégico de Texas, región anexa a Méjico. En el HQ de TWO se pensaba que por el hecho de haber sido aliados, casi hermanos nuestros, los mexicanos se mostrarían, cuanto menos, reticentes a atacar la frontera para ayudar a liberar a sus aliados de CoT. No sé si fue más el ataque de Venezuela en el Suroeste o esa “hermandad” la que evitó el ataque mejicano, pero en todo caso, la frontera no dejaba de ser un 'punto caliente' (y no lo digo porque vendieran pan recién hecho), y tocaba patrullar bajo el inclemente sol que nos bañaba de luz y en sudor.

- Por favor, vaya al incidente en concreto.

- Está bien.

El equipo pesaba más que nunca y aún nos quedaban más de dos horas para el cambio de guardia. Todo estaba bastante tranquilo visto el panorama que nos tocaba encontrarnos a diario; las gentes de por allí no es que hubiesen aceptado nuestra presencia precisamente, lanzándose en continuas revueltas que quedaban en nada, pues eran fruto del ímpetu lógico por querer liberarse, pero brotaban del árbol de la descoordinación y la mala planificación, por lo que nada podían hacer contra tropas preparadas y ordenadas. Pero eso no nos hacía bajar la guardia y nos concentrábamos en controlar cada atisbo de subversión.

Sí, ya lo sé; al grano.

Nos tocaba guardar un paso de control previo a la frontera con México, a apenas cuatro kilómetros de la misma. Cinco de los componentes del regimiento controlábamos el paso a nivel mientras los demás se repartían en patrullas que recorrían la verja de seguridad, vigilando que los combatientes norteamericanos no cruzasen la frontera para unirse a sus compañeros del Sur, y unos pocos realizaban labores de observación de las unidades mejicanas que controlaban su territorio.



Creo que eran alrededor de las 13:00 o 13:15 horas cuando ocurrió todo. Lo recuerdo todo como envuelto en un halo borroso, como si todo hubiese sido un mal sueño, algo que en verdad no ocurrió pero que hubiese dejado un poso venenoso dentro mío y que no puedo borrar.

- Hábleme del coche.

- Lo distinguimos desde lejos. El terreno era puro desierto, y las carreteras, poco transitadas, estaban bastante cubiertas de tierra por lo que la columna de polvo que levantaba aquel vehículo era más que apreciable, distinguiéndose a kilómetros. El aviso por radio de Hansfernandes casi se hacía innecesario, aunque respondí con el 'Afirmativo' protocolario y todos automáticamente ocupamos posiciones defensivas, los músculos en tensión y las armas prestas en la dirección de nuestro visitante. El cuerpo del soldado se hace a la lucha.



El coche se acercaba a gran velocidad, cada vez más visible conforme se acercaba, arrancándole el incandescente sol destellos merced a su reflejo en el parabrisas. Su color rojo contrastaba con el suelo amarillo del extenso desierto y el azul del claro cielo texano. Cuando se encontraba a unos quinientos metros encendimos las luces rojas de las balizas que enmarcaban el punto de control y la barrera. Yo golpeaba la paleta con la señal de 'Stop' contra mi pierna, tratando de marcar el ritmo de esa canción de Radio Futura, 'Escuela de calor', tratando de transmitir una tranquilidad que no sentía, asiendo con fuerza con la otra mano la empuñadura de mi arma, que apretaba inconscientemente contra mi pecho. Respiraba despacio mientras veía acercarse al coche con la misma velocidad, y levanté la señal cuando estaba a unos doscientos metros. El auto mantuvo su ritmo constante unos segundos hasta que frenó bruscamente, de modo que los neumáticos llegaron a chirriar a apenas cincuenta metros de nosotros, deteniéndose mansamente a escasos dos metros de mi posición. El polvo que arrastraba en su carrera golpeó nuestros cuerpos y sentimos el aire caliente y toda la materia en suspensión azotarnos los rostros. Me acerqué con precaución a la ventanilla del coche mientras escuchaba los cerrojos de las armas de mis compañeros a mis espaldas, cargando munición. El conductor parecía acalorado, un orondo americano de piel clara, ahora roja, sudando profusamente bien como indicaban los cercos oscuros en sus axilas y el que iba del cuello hasta su panza, la cual estaba presionada contra el volante. Pedí cortésmente la documentación del vehículo y del ocupante, vigilando los movimientos del hombre e inspeccionando los asientos traseros. Me entregó los papeles con nerviosismo; sin duda no estaba acostumbrado a que le controlasen dentro del país de la libertad y de los valientes. No me había entregado toda la documentación pues estaban el seguro y el permiso de circulación pero no los datos del propietario, por lo que volví a solicitárselos nuevamente. El tipo pareció alterase e hizo un gesto con las manos como rogando al cielo mientras soltaba un sonoro 'Shit!' que no pasó desapercibido a mis compañeros, por lo que levanté la mano para tranquilizarles. El americano seguía con su perorata, afirmando que esos eran los únicos papeles que tenía y que estaba cansado de responder ante cada pistolero que portase un arma. Habría reído aquello con ganas viniendo tal afirmación precisamente de un tejano si no fuera porque el tipo seguía acalorándose con la discusión, enrojeciendo severamente, y haciendo más aspavientos de los debidos, aunque se le veía inofensivo y tremendamente vulnerable encajonado entre el asiento y el volante. Insistía que sólo tenía los papeles que me acababa de dar y se lanzó a la guantera para coger un objeto que no pude identificar. Él decía que sólo tenía eso allí dentro, que no había nada más, e instintivamente di un paso atrás advirtiéndole que dejadse las manos en el volante, al tiempo que comencé a oír los gritos de mis compañeros alzarse: '¡Alto, alto, alto! Y entonces fue cuando ocurrió todo.




Es extraño, no puedo evitar recordarlo todo a cámara lenta, como si mi cerebro ralentizase todo para intentar percibir detalles que entonces no pude apreciar, pero hay cosas que si recuerdo nítidamente, como si estuviesen pasando ahora mismo, como los ojos sobresaltados de ese tipo volviéndose hacia mí, exaltados, abiertos, la mirada más cargada de miedo que de otra cosa; en cambio, por más que me concentre no consigo nunca ver qué sostiene en su mano; aun sabiendo ahora exactamente lo que era, no logro centrar la imagen, lo veo todo borroso. No olvido tampoco el ruido, el tableteo de las armas en implacable alboroto llenando el aire, haciéndolo más caluroso y denso si cabe. Y no puedo borrar la sangre. No puedo eliminar del recuerdo a aquel tipo aún de espaldas mientras su cuerpo comienza a llenarse de impactos de bala que perforan su cuerpo, haciendo saltar carne y sangre en todas direcciones, haciéndole agitarse en espasmos incontrolables, su cara expresando a la vez una absoluta sorpresa y el miedo más atroz que aparece en su mirada cuando ésta se pierde en dirección a los disparos, cerrando ahora muy fuerte los ojos tratando de conjurar el dolor intenso de sus ya incontables heridas. Miles de chispas saltan de la chapa del vehículo a su alrededor, dotando con un toque irreal esta terrible escena.

Y yo permanecí paralizado, inmóvil, mudo; me quedé clavado mientras veía a ese hombre agitarse durante unos segundos eternos antes de acabar quieto, ya muerto, la mirada vacía de la muerte perdida en ningún lugar, mientras se iba convirtiendo en un montón de despojos con cada nuevo balazo que recibía, siendo cada vez menos persona con cada herida que restaba rasgos a su humanidad, el sudor de la camisa sustituido por el escarlata oscuro de la sangre, la mitad de su cara desapareciendo ante mis ojos por un impacto. Y yo no hice nada, no pude apartar la mirada ni salir de lo que desde entonces es mi pesadilla personal, la que revivo despierto y sueño dormido una y otra vez, una maldita obsesión que me persigue primero por mi miedo, y después por mi impotencia, con la rabia supurando siempre en lo más hondo de mi alma herida.

Sólo una bala rebotada que rozó mi pierna izquierda logró apartarme de aquella imagen al hacerme caer de espaldas. Veía el coche acribillado y comencé a oír gritos amortiguados que parecían provenir de entro de mi cabeza y que logré entender que estaban a mi alrededor cuando drizzit me puso una mano en el hombro y otra sobre la hedida mientas pedía a voces la asistencia de un sanitario, y cesaba el tableteo de las armas, con Bece dando órdenes de aproximarse al vehículo y asegurarlo, y desplegarse para controlar la zona.

Y allí, delante de mí, a medio metro de mis pies estaba ese objeto que blandía el obeso muerto, la causa estúpida de su muerte absurda.”

Cierro fuerte los ojos, guardando silencio por unos segundos para deshacer el nudo de mi garganta, abriéndolos para fijarlos en la pared beige vacía de adornos y que tanto contrastaba con la de enfrente, llena de títulos universitarios, de simposios y charlas celebradas en lugares exóticos.

- ¿Qué era?

La pregunta me saca violentamente de mi ensimismamiento, experimentando la misma sensación que cuando frenas un coche que va a toda velocidad y sientes que tu cuerpo se lanza hacia delante, retenido por el cinturón de seguridad, y me volteé maquinalmente hacia el psiquiatra, que parecía expectante.

- ¿Perdone?

- El objeto por el que murió aquel hombre, ¿qué era?

Volví en mí, como si desanduviese a toda velocidad un camino que había tardado mucho tiempo en caminar cargando una pesada carga que aún notaba ahí, aunque algo más liviana ahora. Me pasé la mano por la cara y la noté muy sudada, chorreante, y así constaté que me dolían las manos de haber estado agarrando con mucha fuerza los costados del diván sobre el que estaba tumbado.

- Eran las fundas de unas gafas. El tipo trataba de decirme que eso era lo único que había en la guantera, que no había más papeles que los que me había entregado. Su error fue actuar en lugar de hablar; si me lo hubiese dicho en vez de cogerlo para mostrármelo, si yo hubiese sabido lo que me decía, si hubiese avisado a mis compañeros para que esperasen...



- Fue un accidente.

- ¡U n accidente que costó la vida a un hombre! ¡Un accidente que yo pude, que yo tenía que haber evitado!

- Tranquilícese. Gritando no va a devolver la vida a ese hombre- dijo el psiquiatra con mirada severa.

Me acomodé en el diván mientras le miraba garabatear apuntes en un cuaderno y después transcribir más notas en el ordenador. Me molestaba que restase importancia a aquel hecho que llevaba atormentándome durante meses, aunque supiese que su labor era esa, ponerlo en perspectiva para paliar la obsesión con que yo vivía el tema. También sabía que de su decisión dependía mi futuro, por lo que guardé para mí mis pensamientos y esperé a sus conclusiones.



- Bien. Está claro que el incidente le sigue afectando, si bien la medicación parece tener efecto y le permite descansar y llevar un día a día bastante normalizado.

- Sí, desde hace un par de semanas que tomo las nuevas pastillas sí que duermo del tirón toda la noche, y no recuerdo lo que sueño. Y durante el día soy una persona más soportable- acepté a regañadientes.

- No obstante, sigue padeciendo estrés postraumático y deberá seguir acudiendo a sesiones mensuales. También le recomendaría acudir a reuniones grupales. Quizá ver que otros también padecen otras circunstancias similares o asimiladas a la suya le haga plantearse su situación desde otra perspectiva.

- Lo que Ud. diga, doctor.

- Mire, sé que no lo ve así. Su experiencia ha sido traumática, no estamos aquí para negar eso. De lo que se trata es de entender que es algo que pasó, que no tiene reparación posible, y que la vida sigue adelante, que hay que dar un paso y superarlo. Todos sufrimos, soldado, y para cuando quiera darse cuenta puede que la vida haya pasado ante sus ojos sin disfrutarla.

- Sí, doctor.

Su mirada mostraba severidad a la par que impotencia, como la del maestro que no consigue hacer entrar en razón al alumno empecinado; sentía que le daba la razón como se le da a los locos para que dejen de molestar. Garabateó nuevamente en su recetario y me extendió la nota para poder comprar mi calma, mis medicinas.

- Nos veremos en un mes. Piense en lo que le he comentado sobre el grupo de apoyo.

- ¿Qué hay de mi reincorporación a filas?

- Sobre su próximo destino hablaremos en la siguiente sesión- dijo mientras se levantaba y extendía su mano como un claro gesto que indicaba el final de nuestra entrevista. Lancé entre dientes el formalismo propio para despedirle que requería la ocasión, estrechando su mano y girándome hacia la puerta mientras pensaba en cuál sería ese puesto al que me vería relegado en un mes mientras que me juraba a mí mismo que iba a hacer todo lo posible por no acabar en un agujero infecto y olvidado.




CONTINUARÁ…