Crímenes en guerra - 5ª parte

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Galati, abril 2014 - Ioan


Ioan se sentía genial. No podía dejar de sonreír desde que se había desconectado del IRC como su alter ego en eRepublik, oldmack; y todo porque había cumplido su sueño desde hacía meses: ¡ronina había accedido a verse con él por skype! No quería hacerse ilusiones, pero era imposible negar lo evidente: a ella le gustaba él; y desde luego que él se moría por ella. Y todo había empezado del modo más casual, cuando oldmack reclutaba a novatos para la Fortele Aeriene Romane y ella fue una de los elegidos. Fue la única que le agradeció el recibimiento, los panes y los consejos con los que iniciarse en ese Nuevo Mundo. No podía evitar recordar como ese mismo día la encontró por primera vez en el IRC, y desde entonces la había tomado bajo su protección. Le parecía simpática, agradable, divertida. A él le gustaba fardar de sus victorias, de su trabajo en la milicia, de la importancia de su trabajo en la obra social y de los grandes recluta que había atraído entre sus filas. Y un día se dio cuenta de que ella le gustaba; le gustaba mucho, y que hacía todo aquello para intentar impresionarla. Le ponía celoso leerla chateando con otros miembros eciudadanos, y hacía lo posible por llamar su atención; y al final siempre terminaba en un privado con él. Era una pena que estuviese tan lejos de Galati, su ciudad; si no fuese así… Ná, ¿a quién quería engañar? Él era un tipo patético, gordo y poco atractivo, indigno de la preciosidad que sin duda era ronina. Su imagen era lo más alejada del triunfador oldmack, el forzudo God of War*** que deslumbraba a todos. Era mejor esperar, seguir el plan que tan cuidadosamente Ioan había elaborado, basado en la paciencia (un plan más minucioso que el de montar tu primera fábrica Q7), y que suponía un terrible esfuerzo personal: dejar de lado gran parte de la comida insana que consumía cuando jugaba a eRepublik y otros juegos similares, empezar a salir a hacer varios kilómetros en bicicleta cuatro días a la semana, buscar información sobre temas sobre los que gustasen hablar a las chicas. Y por la espada de Leónidas que estaba dando resultado: había perdido seis kilos en sólo dos meses. No era un tío lo que se dice tremendamente atractivo, pero había estado redactando un diario a modo de videoblog sobre sus esfuerzos y sabía que, al contárselo, ella se emocionaría. Había llegadoa a conocerla bien después compartir confidencias durante meses, meses de unión y complicidad; tanto, que algunos compañeros de la milicia bromeaban llamandoles los gemelos. Pero se equivocaban del todo, pues él hacía tiempo que no veía a ronina como a una hermana, sino como mucho más.

Por fin se iban a conocer por skype. Si no hubiese estado tan cansado de la paliza en bicicleta que se había pegado habría dado un salto con el que habría tocado el techo con la cabeza, por lo que se conformó con apretar los puños y levantarlos al cielo un contenido grito de triunfo (no quería alarmar a su pobre madre, que veía la televisión en el salón, al otro lado de la pared). Era un momento perfecto para entrar al Nuevo Mundo y completar algunas misiones y lograr el almacén de 9.000, que le vendría muy bien para acumular tanques Q7. Sujetó la manzana que estaba comiendo entre los dientes para poder teclear el password y vestirse de nuevo con la piel de oldmack.









Madrid, abril 2014 - oldmack


Hacía frío en España. Quién le hubiera dicho que en aquel paraíso el viento frío cortase la piel casi tanto como en su tierra. Llevaba bien puesto el polar bajo la guerrera para parapetarse contra las rachas que no dejaban de azotar los cascotes de Madrid. Quizá todo aquello le molestase más porque venía de luchar toda la tarde en varias batallas por conquistar ese país, el siamés de Polonia, y estaba cansado. Es lo que tiene luchar por las medallas de Héroe de Batalla, que te sientes obligado a controlar la lucha de principio a fin (al menos, así lo hacía él) para asegurar la victoria. Dos condecoraciones nuevas embellecían sus vitrinas, y el recrearse en ello le permitió eludir el sueño y el frío que poco a poco le calaba hasta los huesos. Si al menos el sol alumbrase de continuo y no se empeñase en aparecer y desaparecer entre las nubes que se movían rápidas allí, en el cielo, como tropas españolas que huyesen hacia Canadá.

No aguantó más y se puso en pie para estirar las piernas. Su compañero, hasta entonces envuelto en una duermevela ligera, le miró con cara de sorpresa desde su asiento, los brazos cruzados sobre el pecho, y estiró el cuello para mirar por encima de las filas de sacos terrenos que tapaban su visión de las escalinatas de acceso al edificio que custodiaban. oldmack le palmeó el hombro para tranquilizarle y le dijo que entraba un momento a pillar un café con el que despejarse y si quería uno. Le respondió un bostezo grande, inverosímil, llegando a temer el rumano que la mandíbula del compañero quedase desencajada tras mostrarle su material odontológico cual si de un expositor en una feria de medicina dental se tratase. Pensaba en ello, acariciándose el mentón, mientras entraba y saludaba con una fugaz y leve inclinación de cabeza al conserje que yacía desparramado sobre la silla, ausente entre las páginas de su periódico deportivo.

Mientras pulsaba los botones de la máquina y echaba las monedas por la ranura, el cansancio parecía palpitar en sus párpados y ojeras oscurecidas, haciendo que sus pensamientos volasen hacia su presencia allí, a aquel lugar concreto, a ese instante preciso. ¿Qué demonios hacía, todo un God of War condecorado custodiando un edificio como aquél, un hospital que estaba a miles de kilómetros pero que se encontraba alejado de la acomodada retaguardia en la que los altos mandos militares trazaban los planes de batalla? Le habían dicho que todos tenían derecho a disfrutar de la victoria sobre los españoles y que él ya había cobrado sus recompensas con creces. Era cierto, pero le fastidiaba perder la oportunidad de aumentar el medallero en esta situación tan propicia. La desintegración de TWO había traído la esperanza de un nuevo mundo lleno de posibilidades para la alianza que habían estado largo tiempo preparando, y Rumanía era ahora un imperio sin rival que iba a dominar el eMundo junto a sus aliados. Se habían visto las debilidades de los otrora dueños del mundo y ellos no iban a cometer los mismos errores. El Torneo de Milicias no había sido sino una excusa para comenzar con las revueltas y prepararse para una lucha que ya tenían meticulosamente planeada. Los lloricas españoles achacaban a los premios por la victoria en ese torneo nuestra victoria aplastante, pero eso era alejarse de la realidad y poner paños calientes a su debilidad y su clara inferioridad.

En ese momento, dos soldados entraron abrazados en la estancia, uno apoyándose malherido en el otro, con una venda sanguinolenta cubriéndole la cabeza y que parecía puesta de manera apresurada de forma que le cubría su ojo izquierdo. Se quedó allí de pie, paralizado, sin saber qué hacer. Aquel no era el acceso para pacientes y no había médicos, pero su cerebro empezó a reaccionar a las palabras del soldado que agarraba a su compañero. Le preguntó qué pasaba pero el soldado, nervioso, negaba con la cabeza, señalándose el brazo derecho, donde lucía la bandera serbia.

- Yo hablo serbio-. La voz le sobresaltó. Era mslliviu, un compañero de milicia que había estado durmiendo dentro de la sala de espera y que llevaba el brazo derecho escayolado hasta el codo debido a un bombardeo español en Castilla y León que había diezmado a su regimiento. - Шта се десило?- preguntó en serbio.

Los dos soldados se miraron por un par de segundos y luego clavaron sus ojos en los de sus interlocutores mientras oldmack les miraba, aún sin entender qué estaba pasando.







Madrid, abril 2014 - Trachemys Scripta

Quedaba muy poco para actuar. Les había llevado toda la noche sortear a las patrullas rumanas que ocupaban Madrid, aunque no había sido realmente complejo pues la capital española era un ir y venir de tropas multinacionales de toda Asteria y mercenarios deseando de hacer leña del árbol caído que era España (y toda TWO), siendo la ciudad todo un caos logístico. Manteniéndose alejados de las unidades extranjeras y poniendo cara de cabreo, andando por todas partes con aire de superioridad, como si se fuese el amo del cotarro, y nadie se acercaba a decir nada. Los papeles estaban en regla por intercesión de Personahumana, que no había querido comentar cómo los había obtenido ni de quién.

- Mejor que no lo sepas, Rvega.

Sí, PH estaba totalmente convencido de aquella misión, se le veía muy decidido y sabía que había tomado aquella misión como una tarea personal. Estaba empeñado en resolver aquel asunto y estaba claro que nada le iba a detener… salvo lo que no pudiese controlar. Recordaba como al encontrar el cadáver de Oporto les habían relevado inmediatamente y ese había sido el detonante. Chuchi les había llamado a la comisaría y les había abroncado por haber estado a punto de hacer volar el cadáver, las pruebas y todo el edificio por no seguir las órdenes de esperar a los artificieros. No hubo turno de réplica y se les apartó del caso, archivado por falta de personal. Esa era la versión oficial; pero la extraña muerte no había pasado desapercibido a instancias superiores y quería llevarse una profunda investigación. Recordaba como estando en sus sillas unos compañeros de Spectra llegaron con unas cajas vacías y las pusieron despectivamente sobre sus mesas, ordenándoles, comisario mediante, que las rellenasen con todas las pruebas. Nada pudieron hacer más que meterlo todo aquello allí, alejándose de sus, creía que para siempre. Estaba claro que él no pensaba así. Su mente estaba cosida a preguntas de todo tipo a las que necesitaba dar respuesta. Quizá hoy conseguirían obtener algunas.

Los soldados delante del edificio se mueven. Las lentes de la mira telescópica le acercan la escena entre ambos: uno se levanta y parece dirigirse a su compañero sedente, el cual bosteza enérgicamente mientras niega con la cabeza. El otro parece sonreír mientras desaparece por la puerta de acceso.



Un coche llega a la puerta.

- Ahora - le indican como señal por la radio.

Aprieta el gatillo. No hay ruido de detonación; el silenciador acalla la muerte del soldado, quien apenas se agita como si hubiese una pequeña descarga eléctrica, quedando en la misma posición sobre su asiento, con un agujero en su guerrera negra y la cabeza colgando hacia delante. Cualquiera diría que sigue durmiendo, como si su compañero no le hubiese despertado antes al levantarse.

El conductor deja el coche y se aproxima a abrir la puerta a su compañero, haciéndole apoyarse en él, pues parece herido en la cabeza y se tambalea. Pasan al lado del muerto sin apenas mirarlo.

- Suerte - susurra Rvega al micro mientras sigue con su visión agrandada como sus pasos se pierden erráticos en la fría mole de ladrillo y hormigón que es el hospital.







Madrid, abril 2014 - Personahumana

Conduzco a toda velocidad hasta la puerta del hospital, frenando en seco ante el guardia, quien apenas levanta la cabeza.



- Ahora - susurro a Rvega desde el puesto de conductor mientras abro la puerta del coche sin apartar los ojos del vigilante. El tipo parece no querer despegar el culo del asiento, así que estira su cuello para mirar qué pasa ahí, delante suya, cuando se agita levemente y queda desplomado sobre su silla. Rodeo el coche por la parte delantera, abriendo la puerta para sujetar a Titilica, quien lleva la cabeza vendada. Le paso un brazo bajo sus axilas para sujetarle y cargar con ella y entrar al hospital.

Al subir las escaleras dedico una breve mirada al caído, distinguiendo un pequeño brillo en su guerrera negra, a la altura de su pecho. Justo antes de entrar contemporizo mis pasos, inspiro profundamente, sintiendo la mirada verde de la bella rumana dirigida a mi cara.

- Vamos- digo mientras entramos como una exhalación en el edificio.

El conserje da un salto en la silla, sorprendido de vernos allí. Un tipo con un vaso de plástico en la mano y cara de sorpresa nos mira extrañado y dice algo en rumano. Aprieto a Titilica contra mi cuerpo, tratando de indicarle que siga el plan y no suelte ni una palabra en su idioma si quiere seguir viva. Grito las frases en serbio que he memorizado durante la noche para este momento: “¡Mi compañera está herida!”. “¡Ayúdenme, por favor!”. El del vaso en la mano parece paralizado, inmóvil, incrédulo ante la situación, lo que me regocija por dentro pues el factor sorpresa ha funcionado como planeaba. Pero un rayo atraviesa mi mente y quiebra mi seguridad cuando escucho a un tipo hablar a mi derecha. Bajo el umbral de la puerta de la sala de espera hay un soldado rumano hablándome, pero por el acento de sus palabras más me parecen una lengua balcánica, seguramente serbio. No se me escapa que lleva un arma colgada a su derecha, cruzada la cinta sobre el pecho, el brazo apoyado descuidadamente sobre ella. Cierro los ojos pensando en que la madre de Murphy y su habilidad para cruzarme en el camino al que probablemente debía ser el único rumano que hablase serbio. Al abrir los ojos me cruzo con la mirada intranquila e inquisitiva de Titilica, a la que siento temblar pegada a mí. Mantengo la intensidad de esa luz verde durante un par de segundos que vuelven a parecerme siglos, como cada vez que me pierdo en ese color brillante, aunque consigo evitar abstraerme y hago un lento gesto de asentimiento que ella sabe interpretar: se aparta de mí y rodea el mostrador para abrazarse al conserje y agacharse mientras yo me giro hacia mi interlocutor. Mis movimientos fluidos bien podrían pasar por una ensayada coreografía, pareciendo cada uno una concatenación natural del anterior, abriendo la desabrochada guerrera mi uzi Q1 con silenciador y extender el brazo en dirección al soldado políglota antes de que volviese a cuestionarme. Tardo un poco más en apretar el gatillo, diciéndome a mí mismo entre dientes que esperaba que el tipo tuviese las luces suficientes para no hacer lo que acababa de hacer: echar mano a la empuñadura; pero lo hace, y las balas empiezan a atravesarle en mil silbidos acallados, tiñendo en rojo la pared detrás de él y haciendo saltar en añicos la cristalera que delimitaba el espacio de la sala de espera. Siguiendo con la coreografía de muerte, encañono al tipo en la máquina de café, quien deja caer su bebida para imitar el movimiento de su compatriota, palpándose la cintura, urgente, en busca de su arma reglamentaria. No me recreo en la situación, bastándome dos tiros para certificar su defunción, si bien me aproximo al cuerpo para asegurarme (no fuese a ocurrir como en toda película norteamericana). Aprovecho para asomarme a la puerta situada al fondo de la sala, cerciorándome de que nadie avanzaba por el pasillo. El silencio envuelve la penumbra en esta tranquila mañana de domingo.



- Este ala está separada del resto del edificio y no vendrá nadie más - comentó una voz entrecortada, como cuando se tiene la boca seca.

Era el conserje, hablando en perfecto español. Mis ojos se dirigieron hacia él y hacia Titilica, colgándose al cuello el arma del primer muerto, limpiándola y asegurándola, devolviéndome en ese momento la mirada. Teniéndome a su merced no me dice, no hace nada, por lo que opto por hacer como que no me he dado cuenta y me centro en mi nuevo interlocutor.

- ¿Es usted español? ¿Quién es? ¿Qué hace aquí? - le interrogué.

- Me llamo Sevillafc, y soy español. Quedé aquí tras el repliegue y los rumanos me han mantenido porque soy el conserje y conozco dónde está cada cosa en este lugar.

- Yo soy un soldado español. Estamos en una misión especial y necesito su ayuda. - El conserje se acercó a mí, adelantando su oído, prestándome toda su atención. - Indíqueme dónde está la morgue - le digo.

Dejo a Titilica y al conserje (también armado) en la recepción y me dirijo escaleras abajo hasta el segundo sótano donde está situada la sala de autopsias con las cámaras frigoríficas y el archivo de los distintos casos. Me aproximo con paso cauto y silencioso, el arma presta y el corazón en la garganta, pero la determinación por conocer la verdad me da el valor para seguir. Y, sí, vale, mi obsesión motivada por la curiosidad y la vanidad.

El lugar está vacío y cerrado, pero la tarjeta magnética que me ha pasado Sevillafc franquea mi entrada.

Toda la pared a mi derecha aparece llena de puertas de congeladores, algunas con cadáveres de los que sólo uno merecía mi atención. No obstante, me voy derecho a mi izquierda, al arcaico ordenador con acceso a los datos de todos los casos, introduciendo el password indicado por el portero (en verdad, los rumanos estuvieron inteligentes reteniéndole con ellos), buscando entre los datos los casos abiertos según las fechas en que yo andaba por Oporto. Sólo un caso correspondía a mi búsqueda: el que estaba incluido en la carpeta Neospa.



Mi boca se abre tanto como mis ojos al leer ese nombre, el de un mítico compañero FAFero. Mi mente no puede, no sabe asimilar esa información. ¿Cómo es posible? Me vuelvo hacia los congeladores, los ojos fijos en el número 17, donde el informe indicaba que descansa su cuerpo. Golpeo con fuerza la mesa, tirando el lapicero repleto de bolígrafos multicolores, desparramándolos por el suelo. No puedo creerlo, pero a la vez no puedo tampoco recrearme en mi rabia y mi dolor si lo que quiero es acabar con mi misión. Abro los agarrotados puños para aporrear el teclado con los dedos, los dientes apretados, el corazón palpitante, adjuntando los archivos relativos al caso en un mail en una dirección segura que en este mismo momento controla Rvega, que espera el envío.

Apago el equipo y me levanto, aún impactado por la horrible nueva, y eso que me creía preparado para tachar de mi lista de preguntas la de la identidad del cadáver que conociese un aciago día del pasado diciembre. Una última mirada a la puerta del congelador 17, un golpe de rabia al bajar la cabeza, son mi último homenaje al compañero. Pero de nuevo la ira acomete y apretando de nuevo los puños miro fijamente ese dígito en relieve para grabármelo en la mente, dotándole de un significado único y terrible: el de la venganza convertida en promesa mediante la excusa de la justicia.

- ¡Vámonos! - digo de forma cortante, áspera, dirigiéndome al dúo silencioso que me espera en la recepción.

- Yo no me voy.

Eso me hace pararme en seco para volverme a Sevillafc.

- Pero… te fusilarán por lo que ha pasado aquí.
- No lo harán, tengo formas de convencerles, no temas. - afirma tan tranquilo y confiado. - Además, yo no me muevo de España ni muerto.

La determinación no se queda en sus palabras, como bien atestigua su mirada rayana con la altanería. Ese gesto de gallardía bien merece un asentimiento de respeto por mi parte y que me vaya con mi guerra a otro lado, indicando a la belleza pelirroja (ya despojada de la engorrosa venda de la cabeza) la salida con otro gesto en dirección a la puerta al sol de Madrid, de vuelta a la senda de mis enrevesadas indagaciones.







Trachemys Scripta

Tecleando con habilidad, su mirada se concentra en los distintos documentos de la carpeta 'Neospa' que PH acaba de enviarle. Fotos, la autopsia, el informe que escribieran sumado a notas de otros detectives y del comisario Chuchi... pero entre ellos destacan una serie de documentos aparentemente oficiales. ¿Qué hace ésto en el expediente? Sellos del Ministerio de Defensa, avisos de urgencia… Pero el que más poderosamente le llama la atención es una orden procedente directamente del despacho presidencial remitido a todos los componentes de las Fuerzas Armadas y milicias españolas.



Comenzando a leer, la retórica oficial parece aburrida en su inicio, con todas sus fórmulas de cortesía y demás; pero al llegar al trasunto del escrito, le es imposible despegar los ojos de la pantalla, abiertos como platos de forma directamente proporcional a mis mandíbulas y a mi creciente incredulidad por lo que estoy leyendo. ¿Cómo es posible? ¿PH sabrá algo de ésto? ¿Qué debe hacer ahora? Quizá sea hora de consultar sus dudas con alguien que le aporte una nueva perspectiva.







Ioan

¡Maldita sea! ¡Ese tipo había entrado con todo el descaro en un sitio asegurado por sus tropas y acababa de reventarle la cabeza! ¡Y ni siquiera había sido capaz de coger su arma! Estaba cabreado, frustrado, alterado, la cara roja de ira e impotencia, sudando casi tanto como cuando pedaleaba hasta la extenuación en la bici estática. Maldito final del día, caer muerto estúpidamente en la sala de servicio de un hospital alejado de la mano de Dios. Qué vergüenza cuando se supiese en la milicia.

Entonces oye el sonido de mensaje entrante en skype: ¡es ronina!. ¿Ya había llegado el momento de su cita? Corre a recomponerse la ropa, a repeinarse, a perfumarse (dándose cuenta de que es bastante estúpido en esa situación) y respondiendo a su amada... (ea, ya lo había dicho: su amada. Cursi, pero cierto).

- Hola, preciosa, ¿qué tal todo?
- Pues regular.
- ¿Y eso?
- Pues, verás... Ufff... Ésto es muy difícil para mí...
- Pero confías en mí...
- Sí...
- Pues, adelante, sabes que puedes contarme cualquier cosa.
- Verás, es que… me gustas, oldmack...

A Ioan le dio un vuelco el corazón y todos sus pesares se borraron de un plumazo, poniéndose ahora aún más colorado, pero de ilusión y alegría.

- … Pero no te he contado toda la verdad sobre mí.
- ¿Qué quieres decir? - preguntó el joven rumano sintiendo una leve sombra de duda en su interior, aun sintiéndose imbuido del dulce placer que produce el toque del amor en el corazón.
- Creo que es mejor que te lo muestre…



(sonido de llamada entrante de skype).

Tragando saliva, Ioan siente como su corazón se acelera hasta hacerle sentir los latidos en sus oídos, sintiendo sus ojos secos por lo abiertos que los tiene por la expectación, acercando el puntero del ratón al botón de aceptar llamada, esperando unos segundos en los que parece detenerse el tiempo a que se cargue la imagen de la webcam de ronina…

La imagen que skype le ofrece es la de un tipo delgado, escurrido, rubio y pálido, con gesto nervioso y una media sonrisa temblorosa en los labios, que parece dudar entre levantar su mano para saludar mientras ve la propia imagen de Ioan en una pequeña pantalla en su propio ordenador.

En ese momento Ioan sólo acierta a cerrar los ojos y pasarse la mano por su sudorosa frente mientras en el micrófono suena una dulce voz masculina que acompaña la vocalización del tipo rubio:

- Hola, oldmack.




Continuará…