[RELATO] Cuento de eRepublik: Primera Estrofa

Day 2,577, 13:02 Published in Spain Spain by johnnhy



PREFACIO


No se me da demasiado bien seguir las reglas, es la pura verdad. Pero al fin y al cabo uno no escribe por el premio económico que pueda recibir, sino por otro tipo de premio que no implica nada material. Dicho esto, os dejo con mi versión del cuento del maestro Charles Dickens procurando no provocar ningún mal a nadie más que al que va dirigido. Dada la longitud de la obra, me he permitido publicarlo en partes para no asustar a los más incautos.

Nota para el lector novato: Lemnaru y Bonte aka Herr Hans, apodo que le concedió un gran periodista y reportero como Espaugyl, fueron los fundadores de eRepublik. Es importante para no ir perdido por la historia que hoy os quiero contar.



PRIMERA ESTROFA


Lemnaru estaba e-muerto, para empezar. No en plan Pablinho, que vende su cuenta para recuperarla y volver a venderla y volver a recuperarla y volver a venderla, crearse una nueva cuenta, dejarla morir, recuperar por tercera vez su cuenta y venderla una vez más para no volver a jugar y e-morir dejando un futuro incierto ante tanto cambio de cuenta. Lemnaru estaba definitivamente e-muerto, permabaneado, irresucitable. Es un dato importante a tener en cuenta para entender la significancia de los sucesos que os voy a relatar en esta historia.

Me gustaría decir que Herr Hans quedó terriblemente afectado cuando leyó el ticket de su socio pidiendo que le borraran la cuenta, y que fue una de las cosas más duras a lo largo de su vida en eRepublik el tener que pulsar el botón que hiciera oficial su baneo. Sin embargo, la verdad es que no le tembló el pulso a la hora de despedirle del juego, ahora todos los beneficios irían a parar a su bolsillo. El mismo día, se puso a trabajar como buen empresario y a idear algún tipo de torneo que pudiera proporcionarle seriosas cantidades de dinero.

¡Qué agarrado que era aquel Herr Hans! Ya nadie de eRepublik le buscaba para preguntarle por el futuro de su juego, el que dirigía ahora en solitario, nadie osaba pedirle un nuevo módulo económico, uno de verdad; nadie le preguntaba si el juego dejaría de centrarse tanto en el módulo militar ni si incluiría algún tipo de mejora que no fuera enfocada a los viseros; y ni siquiera estos últimos se atrevían a pararle y pedirle que solucionara los repetidos e interminables bugs. Simplemente, a Herr Hans eso no le importaba, no le había importado nunca.



eD.E.P. Lemanru

Cuatro años más tarde…

Érase un 24 de diciembre de 2014, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena, en que Herr Hans estaba como siempre ocupado trabajando en su oficina. El frío del invierno invadía todo el edificio de eRepublik Labs, y su pobre secretaria Lana se congelaba mientras tecleaba en su ordenador. Para escatimar en gastos, Herr Hans había puesto la calefacción al mínimo.

De pronto se abrió la puerta del despacho de Herr Hans y Lana irrumpió junto a dos hombres bien abrigados, ambos con café calentito en mano. Ante las muecas de desaprobación de Herr Hans, Lana le indicó que eran de la oficina de Madrid.

«¡Buenas tardes! ¿Tenemos el placer de dirigirnos a Herr Hans o a Lemnaru?» dijo el más flaco de los dos.

«Lemnaru nos dejó hace ya cuatro años...»

«Hmm... Seguro que su generosidad está perfectamente representada por usted.» Y era cierto, pues Lemnaru no había sido sino tan tacaño y avaricioso como Herr Hans. «Queríamos proponerle, puesto que estamos en las fiestas de Navidad, que podríamos hacer algunos regalos a los jugadores de eRepublik como muestra de gratitud por todo su tiempo invertido en el Nuevo Mundo, y sobre todo a los más nuevos que seguro les vendría fabulosamente bien un pequeño empujón para acercarse a los viejos fuertes y ricos.»

«¿Ya no existe el IAN en eEspaña?» preguntó Herr Hans extrañado.

«Todos los días hacen repartos, señor.»

«¿Y las Obras Sociales?» inquirió Herr Hans, «¿Siguen activas»

«Sí, algunas todavía siguen.» afirmó el caballero mientras daba un sorbo a su ardiente café para entrar en calor.

«¿Y siguen en vigor los Estatutos del IAN» dijo Herr Hans.

«Efectivamente, señor.»

«¡Ah! Me temía, con lo que ustedes me decían al principio, que hubiera ocurrido algo que impidiese su útil funcionamiento.»

«Pero tenemos la impresión de que estas instituciones no proporcionan suficiente... ayuda.» respondió el empleado español. «Y hemos pensado que en estas fechas un bonito regalo por vuestra parte sería mucho más agradecido que nunca. ¿Qué cree que podríamos regalar?»

«¡Nada! ¡Suficiente que pongo los caramelitos esos y los gift packs!» gritó Herr Hans. «No celebro la Navidad y no puedo permitirme el lujo de que la gente celebre la Navidad a mi costa. ¡Que acudan al IAN o a las Obras Sociales si necesitan algo!»

«Muchos no los conocen o no pueden ir, y acaban e-muriendo.»

«¡Pues entonces que se e-mueran!»



Llegó la hora de cerrar las oficinas. Lana se tuvo que quedar hasta última hora como siempre, pero cuando se fue le deseó unas felices fiestas derrochando alegría y se fue saltando, dejando a Herr Hans solo. Para ahorrar en viajes, pues la gasolina no iba nada barata, Herr Hans se había mudado con su familia al mismo edificio donde trabajaba.

En la soledad y oscuridad de las oficinas, antes de cerrar el ordenador, revisó su cuenta de eRepublik. En realidad nunca la usaba, pero trataba de que su ciudadano al menos no e-muriera como el resto hacía últimamente. Tenía un mensaje privado, así que fue a leerlo. “Lemnaru to Herr Hans”.

Extrañado, pero sin darle importancia, comprobó el perfil de Lemnaru. Seguía e-muerto y permabaneado, pero estaba conectado. Quizás fuera uno de esos bugs de los que había oído hablar. Empezaba diciendo «Herr Hans, esta noche a la una de la madrugada serás visitado por u...». Para leer más debía abrir el mensaje. Herr Hans no era un hombre supersticioso, pero no quedaba nadie en la oficina salvo él, y prefirió leerlo en la comodidad de su casa.

Cerró el ordenador, recogió su escritorio de trabajo, y cogió su tablet para dirigirse a su piso. Cuando hubo cerrado todas las luces de la oficina, de pronto la luz de la pantalla del ordenador se encendió de nuevo. Hastiado del largo día de trabajo, volvió a su mesa. La pantalla volvía a mostrar la página de mensajes recibidos. «¡Herr Hans! Léeme.». Empezó a asustarse en aquel momento, y cerró otra vez el ordenador. Pero este volvió a abrirse. «¡Bah! Será una bromita de algún gracioso», pensó. Y se fue tan rápido como pudo a su casa. Su mujer se había ido a casa de sus padres a celebrar la Navidad, así que estaba nuevamente solo. Ahí cenó mientras repasaba su excel de cuentas en su tablet y comprobaba nuevamente el balance del mes. Tras cenar, se metió en la cama y volvió a entrar a eRepublik.

El mensaje le puso la piel de gallina, algo que nada ni nadie había logrado en los últimos años de su vida. Hablaba de la visita de tres espíritus. Ni siquiera acabó de leerlo entero.



«¿Quién eres», preguntó por el MP. Nada más refrescar la página ya tenía respuesta.

«Dirás quién fui... Tu socio Lemnaru, o más bien, el e-Fantasma de Lemnaru.»

«¿Qué quieres? ¿Qué quieres de mí?»

«No crees en mí.»

«¡Claro que no! Podrías ser un hacker chino.» De pronto todas las luces de la casa se apagaron de golpe y Herr Hans perdió el aliento. Tras cinco segundos, no sólo se encendieron las luces sino también todos los aparatos electrodomésticos, la ducha y los grifos, aterrando al pobre Herr Hans. «¡Sí, sí! ¡Sí creo!» escribió tan rápido como pudo haciendo cesar aquella orquesta, «¿Pero por qué los espíritus deambulan por eRepublik y por qué te me apareces a mí?»

«Es la propia condena que yo mismo me forjé. Estaba ordenado que escucháramos y atendiéramos todas las quejas, súplicas y sugerencias de nuestros jugadores, y que si no lo hacíamos, lo hiciéramos en la e-muerte. Yo mismo estoy sentenciado a escuchar cada noche los llantos de los más attention whores y los más cryers que han pasado o siguen en eRepublik, el peor infierno. ¡Escuchar durante horas y horas, cada noche, las quejas y los hilos de John Balks, los lloros de Kojie, de Xeroccona...»

«Lemnaru» escribía casi implorante, «Dime algo que me tranquilice.»

«Hace cuatro años tu condena ya era tan pesada como la mía, pero después de este tiempo... ¡Oh, Herr Hans! ¡Tu condena es impresionante! ¡Hasta a los más raggers tendrás que soportar! ¡Ramsos amenazando! ¡Octiennes insultando! ¡BullOfWars mugiendo! ¡KueRVos graznando!»



«Eso no me tranquiliza.»

«¡Escúchame! En mi e-vida nunca atendí un solo ticket, nunca visité el foro de eRepublik para comprobar las sugerencias. Y en las pocas entrevistas que aceptábamos, nos limitábamos a dar respuestas vagas y poco concisas. Ahora tengo que hacer todo lo que no hice estando e-vivo.»

«¡Oh dios! Habrás leído centenares y centenares de tickets» escribió Herr Hans haciendo cuentas.

«¡Estaba ciego! ¡Mi ofuscación no me dejó ver mi propia e-vida desaprovechada y despilfarrada! ¡Siempre pendiente de ganar dinero e ignorando a los mismos jugadores que nos lo proporcionaban! Pobre de mí.»

Hubo un momento de silencio. Herr Hans empezaba a entender de qué iba aquel asunto y quería dejar de hablar con aquel e-fantasma. No quería saber nada más.

«¡Escúchame! Se me acaba el tiempo.»

«De acuerdo, pero no seas muy duro conmigo, por favor» suplicó Herr Hans.

«Vengo a advertirte, que aún tienes la oportunidad de escapar a mi destino, una oportunidad que voy a darte, Herr Hans.»

«Siempre fuiste un buen socio y amigo, Lemnaru» dijo Herr Hans, «¡Gracias!»

«Recibirás la visita de tres espíritus.» Herr Hans se quedó petrificado ante aquellas palabras.

«¿Y esa es… la oportunidad?» preguntó con voz quebrada, «Preferiría que no.»

«El primero vendrá mañana, a las trece hora erepublikana.» Lo cual significaba que era a la una de la madrugada en su país.

«¿No podrían venir los tres a la vez y así acabamos antes?» insinuó Herr Hans.

«El segundo vendrá a la noche siguiente a la misma hora. El tercero, a la siguiente noche, con el cambio de día. No volverás a verme nunca más.»

Herr Hans refrescó la página un par de veces y comprobó que no le decía nada más. Fue a mirar su perfil y vio que, definitivamente, ya no estaba conectado. Enseguida el ambiente de su casa recobró la luz de todas las lámparas que tenía encendidas y volvió a ser la de antes. Quiso decir «¡A pastar!», pero se quedó en la primera letra. Su corazón latía con fuerza contra el pecho. Se acurrucó en la cama aún vestido y le costó un tiempo infinito dormirse.




SEGUNDA ESTROFA


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