[junio] La isla aún

Day 936, 14:56 Published in Chile Argentina by Faunoskov

En vista de seguir insistiendo con la expresión cultural, en este caso, literaria. Continuo con el llamado público a atreverse a expresarse, a innovar, a generar lecturas que interesen o diviertan. Además, estoy convencido de que realizaremos el festival cultural, hoy en día olvidado y aplazado indefinidamente.

De cada uno depende tener un espacio grato y en común en el cual compartir.
Aquí tienes a M4yer, quien se ha sumado con sus historias. Léeles aquí

y tú? qué esperas???






Título: "La isla aún"

"Adivino. Ven y dime el nombre de esta isla, yo diré el tuyo: Turista."




En esta isla que va quedando aún los poetas de quintas o de décimas. Aún pendientes, como las moscas que golpean la ventana en la hora [incómoda/muerte/punta/] de la merienda. Muchas de ellas mueren y sus nombres son garabateados con miedo en cada golpe silenciado por el cuchareo incesante. Sus golpes temen que se escuchen demasiado y que les abran la ventana y les olviden y no tengan quien les recuerde aún.
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En esta isla que va quedando aún los poetas cuelgan sus poemas como zapatillas a los cables del tendido público. Aún colgadas, como crucifijos en los cuellos de los creyentes, se puede lucir lo que escriben. Muchas de ellas caen y las rompen los pocos perros que van quedando aún. Las que quedan interrumpen el mensaje del telégrafo aún nervioso, tiritante, como el parkinson de los abuelos aún.
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En esta isla que va quedando aún los poetas revolotean trasluciendo zumbidos y otros sonidos raros que buscan llamar la atención. El humear del mediodía no los aleja de las calles aún. Sus pequeñas voces procuran despistar la escucha central: el sonido de la tierra y las piedras al andar el pequeño pueblo, las aves al andar el pequeño puerto, los bueyes al andar el pequeño mercado, el viento al andar la pequeña noche. Además, el hambre que todos estos llevan en sus bolsillos agrietados de tanto buscar el tesoro aún. El silencio, gran silencio de la noche se interrumpe de un vacío apostillado de estrellas entrometidas.
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Si hay quienes pongan atención aún, a ellos se invocan y levantan una profana liturgia, como los perros cuando no se ponen de acuerdo con las fronteras y se dan de mordidas aún, o las gallinas, cuando huyen despavoridas de lo desconocido. Se dan unos a otros como si tuvieran apetito de sus huesos, sin siquiera lidiar una palabra o mirada aún. La atención los desconcentra.
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Y sin embargo los insectos no tienen huesos. Desatención.
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A todo esto me pregunto: ¿en esta isla (aún) cuántos barcos van, cuántos vienen?
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Al final de mi vista se pierde la pregunta, el horizonte con las aves aún y los pequeños barcos, algunos con gente, algunos con enseres. Otros se asoman a lo lejos y vuelven, pero se les puede ver y uno podría bien decir: “mira, ese barco nunca llegó aquí y se devolvió porque perdió su destino”, o llegan y encallan apresurados, urgentes de baño o paisaje. Turística necesida😛 cargados de petróleo o con cámaras, flasheando su llegada con sonrisas y curiosidad. En esta isla que va quedando aún los poetas dudan sonreír y se niegan a hablar sus idiomas. Muerden las monedas que a cambio dieron por unas zapatillas sin cordones.
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Y sin embargo, los escritores aún oportunos aluden esto y se exhiben y saludan alegres como prendas a punto: el chamanto dispuesto para la inauguración de la visita. A un lado de los barcos apostados hacen pequeños guiños de sus gestos. Los barcos al llegar les divisan: recién lavadas, con un olor a detergente matic que degrada la historia de fregados a mano. Las prendas se airean colgadas por ahí, por allá, en las manos de estos traidores. La brisa de la costa azora la performance de improvisación: arena blanca y telar manchado.
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A un rincón de todo este escenario el hombre-isla aún se regocija en sus llantos y otros cientos que se cuelgan por detrás a susurrar versos extranjeros, extraños, de otras islas y sin embargo: Chile hablando con tarjeta en mano. Son como pequeños piojos que se aferran inconmensurables y no advierten otro mundo más que los que sus mandíbulas pueden masticar. A ratos olvida que existen, más suelen balbucear y salpican saliva, la que se entremezcla con el llanto del hombre-isla. Él lo sabe, y nada hace: mucho hace.
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-¿Por qué lloras? - atina uno a preguntar mientras se repasa las salivas.
-Lloro aún no poder llorar tranquilo la isla.
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Llueven cántaros de nostalgia. Las personas abren sus paraguas.
Hay una brisa que acompaña la recogida de todo esto:
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Me alejo un poco y voy por la orilla jugando
en el piojento micromundo crecen flores
me seco las manos y las tomo: las huelo
se mojan, se marchitan, caen, lloran
y los piojos de la costa se abalanzan
nuevamente con las olas: van y vuelven.
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Me alejo un poco y por la orilla voy jugando…
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Camino más lejos y más cerca
Regreso al punto ciego:
El roquerío incapaz que siempre flanqueo
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Todo anda como siempre:
Una isla (aún)
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Saludos.