[ICCA] Relatos #4

Day 2,587, 02:41 Published in Cuba Cuba by Nikola TesIa



"La risa es el lenguaje del alma."
Pablo Neruda

I CONCURSO DE RELATO CORTO CASA DE LAS AMÉRICAS

30 GOLDS Y MÁS DE 7000 CC EN PREMIOS




FINALIZADO EL PLAZO DE PRESENTACIÓN COMIENZA EL PERÍODO DE VALORACIÓN DE LOS RELATOS. EN EL CONCURSO HAN PARTICIPADO CATORCE ESCRITORES, AGRADECEMOS A TODOS SU PARTICIPACIÓN

A LO LARGO DE ESTA SEMANA PUBLICAREMOS DIARIAMENTE UN ARTÍCULO CON DOS LOS RELATOS PARTICIPANTES PARA QUE USTEDES PUEDAN OPINAR. ROGAMOS A LOS AUTORES NO REVELEN SU AUTORÍA EN LOS COMENTARIOS. EN CASO DE HACERLO SERÁN DESCALIFICADOS


#9

Hoy día he llegado. He llegado a mi casa. No he podido dormir. El recuerdo de sus ojos me ha atormentado. Y la oscuridad de la noche no ha ahogado mis penas.
Prendió la televisión. La reflexión de este aparato hacía iluminar con esa tenue luz blanca las paredes mugrientas y percudidas con la suciedad de la borrachera y el recuerdo de ayer era tenue.
*RIIIIING, RIIIING* sonó el teléfono, y le dio flojera levantarse. Al fin, casi había podido conciliar el sueño. Tardó un momento en ir. Cuando llegó el teléfono dejó de sonar.
Se sentó y esperó. Ha esperado por media hora, media hora, dos horas. Y finalmente sintió el temblor recorrer su vientre. *TOC TOC TOC* alguien tocaba la puerta. Fue a asomarse a la puerta de su departamentito, y vio las sombras por la rejilla de la puerta. En ese silencio de las tres de la mañana, y con ese mismo frío paceño que cala los huesos.
-Dame plata. Fue lo primero que dije al entrar. -Pagáme carajo-
No tenía plata. No había tenido plata desde que había nacido, y ahora saldría de este mundo sin tener ni para caerse muerto. –Dame una semana- dijo el recibidor. Y comenzó a revolcarse como un yocalla desesperado. Y comenzó a llorar y a gritar hasta que sintió el beso de plomo que atravesaba su nuca.
-Mariconcito- dijo la otra sombra que había apretado el gatillo. –Ha muerto sin verme a los ojos- Y el primer hombre había estado viéndole a la cara, y esos ojos translucientes le acosaban, y le miraban con gran conmoción. Hasta que ese destello se apagó, se había ido. Se había ido al pasto de los gusanos. –Por borracho- dijo nuevamente la segunda voz.
Y el recuerdo de sus ojos me acusaban, me juzgaban.
Hoy día he llegado. He llegado a mi casa. No he podido dormir. El recuerdo de sus ojos me ha atormentado. Y la oscuridad de la noche no ha ahogado mis penas.


#10

El porqué de la aversión del triste a las horas extra.


“Los ojos llenos de azul, mirando el cielo que hubo detrás del molino, acostada en el pasto con tu cabeza en mi regazo, rezando canciones por un rato mas. Contarte mi sentenciado futuro fue lo más duro que viví, incluso más duro que la salvaje y oculta persecución a la que la curia de mi propia iglesia me había sometido desde que el rumor de nuestras tardes de amorío, había sido comprobado”.

Juan camino con desgano las primeras cuatro cuadras de las quince que lo separaban de su departamento. Había trabajado horas extra en la librería porque una partida de treinta y nueve usados llego promediando la tarde y hubo que ordenarlos. Sin batería en su celular calculo que serian las diez de la noche y que hacia mínimo cuatro horas que no hablaba con nadie. La vereda parecía desolada, los faroles más tristes que nunca y la fría brisa no condecía con el otoño del día anterior, ni del día después, ni de los doce días que faltaban hasta el 21 de Junio. Llego a la esquina de las cuatro cuadras de calle sin salida que desembocaban en el museo de la ciudad. Si bien no alcanzaba a leer el cartel de las muestras actuales, freno a disfrutar un instante el cambio de tonalidad primero y de color después, al que las luces sometían la fachada, vistiéndola a placer.
“No me arrepiento de haberte amado, y estoy seguro que una joven como tu podrá rehacer su vida, sus sueños y su amor; amor por la vida y amor por alguien que sea digno de cada parte de tu infinita persona”.

Rojo, rosado, violeta, azul, verde, amarillo, tal vez cada dos minutos, cíclicamente aparecían. Su ensimismamiento casi no le permitió advertir que un joven que estaba sentado en la banca de descanso de la vereda del museo mirándose las manos, había empezado a correr y se dirigía hacia él. El joven se paró a un par de pasos de Juan y empezó a gesticular con los brazos, demostrando maestría en el asunto. Juan tardó en notar la desesperación de su mensaje, y lo consumió la vergüenza de no poder entender lo que le quería decir. Su rostro se deformaba por el miedo y Juan boquiabierto no supo que decir ni hacer; menos todavía cuando el joven palideció brutalmente hasta casi transparentarse.Sólo pudo seguir mirando, mientras salía corriendo, volviéndose más y más transparente. La oscuridad de la vereda de en frente y la distancia a la que el joven se había alejado no le permitió ver con claridad, pero habría jurado que al cabo de lo que dura alguien en cruzar una calle, este, desapareció.

“No tuve la valentía para terminar mi vida, de tenerla lo habría hecho, pues vivir en otro continente, lejos de ti, era con certeza peor. Subí a aquel gigante de madera a navegar, con mis ropas de de oficio matinal, nunca tan hipócrita, tratando de exponer una pureza en la que no creo ni quiero ser parte. Tras ciento veintidós días, miserias todas y jornadas de soledad que habrían de cultivar mi sentir, llegue a este paramo mediterráneo, donde la orden dispuso que debía misionar y concluir la construcción de estas paredes de escuela novicial que nunca me ofrecieron consuelo”.

Por una inercia natural se dirigió al museo que debería estar cerrando. Una confusión irreal, consecuencia del episodio con el joven mudo lo mantenía en movimiento, ajeno de una decisión consiente. Él, que hablaba tres idiomas, que podía traducir en matemáticas fenómenos cotidianos con una naturalidad asombrosa, no había podido entender ni ofrecer ayuda a quien se lo había pedido. Mientras se acercaba al museo recordó que hacía ya un buen tiempo, se había descubierto en la cripta subterránea que descansaba en la ciudad, un pasillo hacia una bodega donde todo tipo de objetos de los jesuitas de la Córdoba de los siglos XVII y XVIII, habían sido hallados, catalogados y finalmente, seis meses después, expuestos. La muestra se había abierto el día anterior pero la expectativa de los historiadores no había sido cubierta. Minutos antes de cerrar su segundo día, solo quedaba un señor entrado en años, con una camisa a cuadros y un chaleco de lana que estaba usando para limpiar sus lentes.

“Los días aquí no encontraron nunca consuelo un consuelo terrenal a los dolores de dejar todo atrás. Es una tierra cruel, siempre al borde de la masacre, gobernada por tiranos y poblada por miserables diablos salvajes que difícilmente aceptarían mi ayuda, dado que cuando no logran destriparse unos a otros, vagan por los campos en busca de una vida digna”.

Juan recorrió el primer salón en busca de alguna respuesta a la desesperación del joven mudo, tal vez lo movilizaba el único gesto que entendió; algún suceso dentro del museo, dado el énfasis del muchacho en señalar el lugar de donde venia. No encontró nada que le llame la atención, hasta que vio a aquel anciano de baja estatura, una boina marrón, los ojos llenos de lágrimas, y los lentes empañados, tratando de secarlos con su chaleco. Estaba parado frente a un atril que terminaba en una caja de cristal utilizada para no exponer los objetos al desgaste. El anciano, se coloco sus lentes, saco una antigua foto de su billetera y mirándola sonrió. Sonrió con la paz de la distancia y la sabiduría de predecir que va a pasar. El anciano miro a Juan con la más profunda solemnidad, mientras sus manos empezaban a permitir ser atravesadas por la luz del salón.

“Tal vez por eso escribo esta carta, para que mi deseo sentencie mi destino alguna vez, y no así lo hagan, los prejuicios de las mundanas religiones y sus normas hechas en consecuencia. Tengo todos los recuerdos de ti, atesorados y adoloridos, cansados, porque ya no entran en mí”.

Se acerco al atril, dentro tenía dos hojas de papel, uno antiquísimo y otro reciente. Notó que el primero estaba en un prolijo latín, de caligrafía espigada y escrito en pluma. Al lado estaba lo que debía ser la traducción. El anciano envuelto en paz había cerrado los ojos y con la frente en alto estaba listo y esperanzado de al fin dejar atrás. Su piel tomo el mismo pálido del joven mudo y antes de que Juan se diera cuenta, ya no había ningún obstáculo entre él y la pared regada de cuadros del otro extremo del salón. Enmudecido y con la sensación de jamás comprender todo lo que lo ocurrido significaba, leyó los últimos párrafos de la traducción.

“Porque prefiero entregar todo eso y desaparecer, compadezco a aquel que haya sido desprendido de una parte de sí mismo como me ha tocado a mí. Por eso aquí dejo el alma, y el cuerpo y el ser, porque la única parte que vivía quedo allí con tigo”.

“Porque prefiero entregar todo eso y desaparecer, que no tenerte en mi regazo, en Toledo, en las tardes bajo el sol, en las laderas del molino, bajo el cielo tan querido y tus ojos llenos de azul”.
“Porque prefiero entregar todo eso y desaparecer”.


Firma: “Magliodevolvelosnietos”

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