[ICCA] Relatos #3

Day 2,586, 06:28 Published in Cuba Cuba by Nikola TesIa



"La poesía no quiere adeptos, quiere amantes."
Federico García Lorca

I CONCURSO DE RELATO CORTO CASA DE LAS AMÉRICAS

30 GOLDS Y MÁS DE 7000 CC EN PREMIOS




FINALIZADO EL PLAZO DE PRESENTACIÓN COMIENZA EL PERÍODO DE VALORACIÓN DE LOS RELATOS. EN EL CONCURSO HAN PARTICIPADO CATORCE ESCRITORES, AGRADECEMOS A TODOS SU PARTICIPACIÓN

A LO LARGO DE ESTA SEMANA PUBLICAREMOS DIARIAMENTE UN ARTÍCULO CON DOS LOS RELATOS PARTICIPANTES PARA QUE USTEDES PUEDAN OPINAR. ROGAMOS A LOS AUTORES NO REVELEN SU AUTORÍA EN LOS COMENTARIOS. EN CASO DE HACERLO SERÁN DESCALIFICADOS

PEDIMOS DISCULPAS NO HABER PUBLICADO AYER EL ARTÍCULO CORRESPONDIENTE. PARA SUBSANARLO PUBLICAREMOS HOY CUATRO RELATOS.


#5

Frío

El camino a la locura
no requiere sólo de imaginación,
sino de experiencia misma...

Edgar Allan Poe

He hallado el lugar. No tuve más que seguir el olor cuando el camino se perdió entre la maleza. Sin duda, de haber imaginado esto, habría echado a correr en sentido contrario. Ahora ya no puedo volver atrás. Me quedan dos balas en el cargador, probablemente sólo haga falta una, si las cosas no se complican.

El hambre me sacude, mi cuerpo entero reacciona a él, pero de inmediato la repugnancia se impone y, para no echar lo poco que llevo en el estómago, me bebo de un trago el agua que me queda. El aire helado ayuda, aunque pronto comenzará a ser un problema, ya siento los pies fríos incluso con las medias y el papel de periódico dentro de las botas.

No me había sentido tan pequeña y asustada desde hace tiempo. El corazón parece a punto de escaparse de mi pecho. Las piernas no me sostienen y me dejo caer sobre la dura tierra. Sé que el miedo es bueno, solo necesito controlarme.

Pospongo el momento y mi mente se dispersa, me pasa cuando estoy nerviosa, y evoco, una vez más, un recuerdo de Antes que atesoro: niños riendo conmigo en un jardín; Él, sujetando en una rama un gran globo rosa cargado con golosinas; y Ella, sonriente, trayendo un pastel con tres velas en el centro… Justo después, el mundo cambió. No sé qué pasó y tampoco tiene importancia, hay problemas más urgentes que atender cada día, como conseguir agua, comida y cobijo.
I

Es extraño, no logro recordar los primeros tiempos, quizás se deba a lo duro que fue. Nos tomó de sorpresa, como a todos, sin embargo nosotros fuimos afortunados porque estábamos juntos.

Él se ocupaba de nuestras necesidades con incansable entusiasmo. Siempre estaba haciendo algo para que estuviéramos más cómodos o seguros. Como veía el lado bueno de todo, los problemas aparentaban ser sólo molestias pasajeras. Nos hacía reír con sus ocurrencias y podía transformar cada día en una divertida aventura. La vida parecía maravillosamente simple.

Ella nos cuidaba a los dos. Era dulce y generosa. Se ocupaba de que estuviéramos bien abrigados y comiéramos lo suficiente. Me enseñó los números y las letras, y me hablaba mucho de Antes, decía que era muy importante conservar el pasado en la memoria. Por las noches, cuando nos acostábamos, yo a un lado de Ella y Él del otro, nos cantaba suavecito, y yo me dormía feliz.

Ellos hacían de mi mundo un lugar cálido y brillante

Las salidas de exploración en busca de alimentos, ropa o medicinas eran parte de la rutina y uno de mis momentos preferidos del día, especialmente debido a que a veces, encontrábamos algún tesoro. Mis posesiones más queridas son un precioso monstruo de peluche azul y verde, y un libro deforme por la humedad, absolutamente genial, que narra la historia de un hombre que debe sobrevivir en un espantoso concurso de TV. Los llevo conmigo a todos lados.

Un día, hallamos un arma y cajas con municiones. Y desde entonces, Él me dejaba acompañarle cuando salía de caza, para que aprendiera a usarla. Me resultaba tan pasmosamente fácil dar en el blanco que, asombrado y sonriente, me decía: —¡Pequeña, tienes talento natural para disparar!—. Y yo me sentía encantada. Prefería no contárselo a Ella para que no se inquietara, pero creo que lo sabía de todos modos y aunque nunca lo dijo, puede que pensara que esas lecciones eran importantes. Lo digo porque ahora yo sé que lo fueron.
II

El cielo está constantemente cubierto. Nubes gordas y oscuras llenan el mundo y a donde mires ves suciedad y miseria. Pero cuando hay sol todo alrededor parece colorearse y volver a la vida.

Me encantaban los días con sol. Ya no, y no me importaría no volver a tener uno nunca; porque fue en una mañana radiante cuando todo empezó a ir realmente mal.
Ella había pescado un resfriado con las lluvias interminables de las últimas semanas, así que la dejamos dormir mientras salíamos a buscar comida. Ese día luminoso y de aire límpido por la lluvia reciente, cazamos un par de conejos. Él los limpiaba y me contaba alegremente sobre las penurias de un coyote muy tonto y yo reía y recogía moras de un ajado arbusto; cuando los oímos acercándose.

Me miró durante un segundo con los ojos muy abiertos, arrojó lo que llevaba en las manos, me cargó en brazos, me llevó a toda prisa hasta un hueco entre unos troncos de árboles, caídos hacía tiempo, negros de humedad, y me advirtió, muy serio, que debía guardar silencio. Nunca antes lo había visto así y comencé a llorar. Se inclinó entonces para tomar mi rostro entre sus manos y secar mis lágrimas. —Pequeña —me dijo con ternura—, eres ya una chica mayor, sabes cazar y cuidarte sola, estoy muy orgulloso de ti. Tener miedo está bien, eso quiere decir que sabes que hay peligro y debes hacer algo para protegerte. Ahora, quédate escondida y no mires.

Pero, miré.

Unos hombres armados se abrieron paso entre los arbustos y los pocos árboles, discutían y se gritaban unos a otros. Él intentó un saludo. Ni siquiera le escucharon. Lo golpearon, lo arrastraron y lo subieron al camión en el que habían venido. Mucho rato después yo seguía acurrucada en ese hueco, petrificada por el horror.

Fue la última vez que lo vi.
III

Perderle fue devastador para las dos. Ella no logró sobreponerse pese a que lo intentó con todas sus fuerzas, por mí. Lo que parecía un simple resfriado fue empeorando con los días, y en lugar de descansar, se pasaba las horas tratando de enseñarme todo: cómo ocultarme, qué cosas comer y qué otras evitar, la mejor manera de limpiar el agua de lluvia para beber, cómo mantener calientes y secos mis pies… La primera vez que salimos juntas a cazar y vio que podía hacerlo, observé complacida cómo el alivio suavizaba la expresión de su rostro.

Continuamente me repetía que debía alejarme de los caminos y ser muy cuidadosa al salir a explorar, pero al mismo tiempo estar atenta por si encontraba a alguien que pudiera ser un amigo.

—Cariño, ya lo verás —decía—, encontraremos buenas personas muy pronto. Y yo, que adivinaba el motivo de su insistencia, deseaba gritarle que no necesitaba a nadie más que a Ella, pero me callaba para ahorrarnos más momentos difíciles.

Una vez, la vi tomar la pistola, mirarme con ojos desesperados durante largo rato y luego, sollozando, dejarla otra vez con manos temblorosas en el bolsillo de mi mochila. Me trepé a su regazo y acaricié su cabello mientras le decía una y otra vez que todo estaba bien. Aunque no lo comprendí con claridad en ese momento, tiempo después pude expresarlo con palabras: me amaba tanto que deseó llevarme con ella, al darse cuenta de que me dejaría sola, de que ya no podría protegerme. Sin embargo, apartó la idea de su mente y se dedicó hasta el final a darme cuanto estaba a su alcance, esforzándose en prepararme lo mejor posible para el futuro. Y siguió cantándome a la hora de dormir.

La última noche me dijo que siempre cuidaría de mí desde donde estuviera. No quería dejarme, y yo no quería que me dejara. Pero las cosas son como son.

Pienso en los dos todo el tiempo. Repito en voz baja las lecciones, las historias y las canciones, para que no se me olviden.

Me he dado cuenta de que puedo sobrevivir, sé cómo. Lo que no sé, es si quiero.
IV

Apenas ayer encontré un nuevo refugio. Fue una sorpresa agradable, el lugar está limpio y hay provisión abundante de agua, algunas latas de alimentos y un colchón seco. Anoche, cuando ya estaba casi dormida, oí el ruido de un motor, y esta mañana descubrí huellas de ruedas grandes en el lodo. Al principio no entendía por qué alguien dejaría atrás un lugar tan seguro como este, ahora creo que hay serias posibilidades de que quien vivía aquí no se marchó por gusto.

Mientras desayunaba, lo pensé con cuidado y decidí salir a investigar.

Seguí el rastro desde el costado del sendero, ocultándome entre los árboles muertos y la hierba alta. A medida que avanzaba, percibía cómo, la tarea que me había impuesto, iba adquiriendo importancia. Se me ocurrió la idea, y fue reforzándose con cada paso, de que Ella era quien me impulsaba a andar.
V

Todavía había luz cuando llegué; ahora está oscureciendo deprisa. El camión que debió dejar las huellas no se ve por ninguna parte. Es una zona en ruinas. Lo que fue un edificio alguna vez ahora no es más que un montón de muros destruidos, cubiertos de musgo y de plantas trepadoras.

Al fondo, entre sombras, veo personas encadenadas, echadas en el suelo de cemento, y alcanzo a oír sollozos. Una fogata arde cerca de donde estoy oculta, una cosa atravesada en una larga estaca se asa sobre ella, el fuego chisporrotea y el fuerte olor se esparce en el aire. A pesar de la aversión que experimento, mi estómago hace ruidos y, alarmada, vigilo desde las rocas, preocupada de que se puedan oír desde el otro lado. Un hombre corpulento con un enorme cuchillo se afana inclinado, cortando y separando trozos. Un arma larga descansa sobre una caja de madera, a su alcance. Le reconozco, es uno de ellos. Uno de los hombres que estropearon los días de sol.

Me arden los ojos al recordar aquel día terrible... y, entonces, inesperadamente, comienzo a sentir algo más creciendo dentro de mí, burbujeando en mi cabeza y enfriándome implacable por dentro.

Ya no quiero seguir aplazándolo. Dejo los guantes a un lado y seco el sudor de mis manos. Verifico el arma, la estabilizo sobre la roca y apunto. Respiro pausadamente y cierro los ojos un momento para recordar el rostro amado de Ella. Me digo a mí misma que soy una chica mayor, con talento natural para disparar. Abro los ojos y aprieto el gatillo.

El ruido es ensordecedor y, aunque me tiemblan los dedos, solo es necesaria una bala. El hombre cae al suelo junto a la fogata. Espero paciente. No ocurre nada. Salgo de detrás de las rocas y me acerco, tambaleante.

He matado a un hombre. Observo más allá del cuchillo manchado en su mano, los restos de lo que fue una persona, una mujer, a juzgar por el largo cabello y los hombros angostos. Aparto los ojos pero no lo bastante rápido, cada detalle queda impreso en mi mente.

Aturdida, vuelvo la vista hacia el fondo. Casi todos están de pie, en silencio. Entonces uno de ellos se adelanta un poco. No puedo verle el rostro porque ya ha caído la noche. Dice algo y tampoco comprendo las palabras, pero percibo la calidez en su voz… ¡Su voz!

Mi espíritu se aligera y noto cómo mi mundo se torna menos gélido, menos oscuro. Una sensación conocida aletea muy cerca en mi memoria, pero no consigo alcanzarla... algo que tuve antes y que perdí, tal vez cuando Él, primero, y luego Ella, se fueron. Ellos. Ni siquiera puedo explicar por qué dejé de llamarles mamá y papá; por el dolor, quizás. Ya no importa. El hambre y el miedo tampoco, es como si nunca hubieran estado ahí. Ni el frío que condensa el aliento y pone mis manos azules.

Es el otro el que me inquieta, el frío denso, espeso, asentado profundamente en mi interior. Porque creo que me gusta.

Antes de ir a Él, vuelvo a posar la mirada en el hombre caído, esta vez con un sentimiento distinto, tal vez desprecio, y descargo la segunda bala.

Solo para asegurarme.



#6

Cuando ella tocó a mi puerta.


Eran las 10 de la noche, noche turbia, noche húmeda, hace una hora la lluvia dejaba de acariciar el suelo con sus fuertes dedos de rocío, mis ojos imposibles de apagarse, incluso Morfeo me ha abandonado en esta desoladora casa, la casa de los mil libros, he sentido el puñal de soñar despierto aquellas que considero las pesadillas más terroríficas, alucinaciones tan reales pero que al tocar se desvanecen. Era la noche más fría de los últimos tiempos y no por las bajas temperaturas nacidas de la tormenta perfecta, sino porque se respiraba un aire tan deprimente como cualquier gas tóxico, el aire de la desgracia, flotaba sufrimiento en el ambiente. Me reusé a ver la televisión, la caja maldita que te da las malas nuevas, las noticias amargarían aún más la noche con las dramáticas escenas de los estragos de la tormenta, la llamaron “Julia”, siempre los desastres naturales apodados con nombres de féminas, supongo es la herencia dejada por Cleopatra. No hay nada que hacer, hace dos días el insomnio me consume sin piedad ignorando mis súplicas, he intentado negociar con él pero se niega a aceptar algún trato, solo una hora de descanso al mediodía me mantiene en pie, sino me engaña el subconsciente hoy es 30 de octubre.

Camino directo a la biblioteca, el reino de los mundos habitado por letras, escapes de fantasías plasmadas en papel, ¿Fantasías? ¿Quiénpuede asegurar que sean fantasías?, toda historia tiene un poco de realidad. El eco de mis pasos se puede escuchar expandiéndose en el silencio y rebotando en las paredes rasgadas pero impenetrables, la nada ocupa el espacio libre de este inhóspito lugar. Hace mucho que no tocaba un libro, los había dejado al sentir que me obsesionaba con vivir dentro de una historia de suspenso, drama y horror, el contacto de las paginas me sumergían al ritmo de mis ojos. Mi colección de libros, mis amigos abandonados en esos polvorientos estantes así como abandoné a los amigos de allá afuera, esos que caminan con la rotación del planeta. Tomo el primer libro al azar, es lo mismo el libro que lea, solo trato de hacerle una jugada al tiempo y olvidarme del exterior, ese exterior que me estaba ocasionando escalofríos.

Me siento en el sofá que dispuse en el salón de lectura, fui un gran amante lector, el sofá más cómodo de la tienda de antigüedades vino a parar a este rincón de mi viejo hogar, era el trono desde donde reinaba los viejos mundos encapsulados en hojas de papel, apenas ojeaba el prólogo del libro, cuando creí escuchar un susurro desde fuera de la casa, ¿seré ahora un personaje de Poe y su nunca más?, no lo creo, he tomado un libro de King, debe ser la brisa, las ventoleras han estado fuertes en la semana, “Julia” trajo consigo una fuerza abrumadora. Me salto el prólogo, nunca acostumbre a leerlos siempre ansioso en pasearme por la historia de letras, ahora estoy ansioso por olvidar lo pesada que está la noche, casi la puedo tocar de lo espesa que se torna. Un nuevo susurro se escucha, esta vez un susurro fuerte y claro, alguien desde afuera clama mi nombre, los amigos y familiares dejaron de visitarme hace un año, -¿Quién estaría afuera llamándome entre dientes bajo estas condiciones atmosféricas tan terribles?- posé el libro sobre el sofá y caminé hacia una ventana, curiosamente recordé el día que pensaba en eliminar las ventanas de la casa, ese día dije que no quería ver un rayo de luz penetrar dentro de mi hogar, cancelé la idea al decidir que era una locura más allá de mis límites.Al asomarme al cristal, donde tantas veces ella me esperaba al regresar del trabajo, ¡oh ella!, la he recordado, hace tanto que no te veo, y te llevaste contigo la luz de este hogar que ya no es un hogar, es un asilo donde se la desesperanza se mese a esperar el fin, ya olvídalo no tiene caso, concéntrate en ver quien susurra tu nombre. Nadie, simplemente nadie, ni un alma en las afueras, lo más razonable, el alerta de tormenta hacen que cuerdos se mantengan encerrados en sus trincheras.

Toctoc, la puerta suena, al mismo tiempo que se escucha mi nombre, un sonido suave, sensual y celestial como el canto de ángeles con arpa, una dama toca a mi puerta y llama por mi nombre, la mujer misterio la llamé, como se le ocurre estar afuera bajo esas condiciones, y no puedo dejarla afuera aun con lo extraño de la situación, no seré cómplice del desamparo. Abro la puerta, su voz describió a la perfección aquel bello ángel, suave, sensual y celestial, así era ella. Su cabello largo azabache, tan largo como sirena, sus ojos profundamente oscuros, sus labios carnosos invitan a cualquiera a la tentación de robar, de robar besos instantáneos, su vestido largo escotado tan negro como cabello se ajustaba a su cuerpo resaltando sus fascinantes curvas. No pude detallar alguna otra característica, quedé sumido en su belleza, ¿o quizás fue en su misterio?

-Hola, me permites pasar- así rompió el hielo con un toque sutil de elegancia, pero también de misterio, otra vez la palabra misterio.

-Por supuesto, hace mucho que no recibo visitas así que disculpa las condiciones- alcancé a responderle, sin vacilar, los escalofríos, el miedo, la sensación de inquietud, todo lo que sentía apenas unas agujas atrás del reloj desaparecieron, me relajé.

Caminamos juntos al salón, le ofrecí un café, el cual aceptó, lo tomó sin azúcar, dijo que el café se toma negro y amargo, que curioso, así me sentía antes de ella aparecer. Charlamos un buen rato, los temas eran la literatura, la poesía, las ciudades europeas, de vez en cuando algún chiste malo que recordaba de mis tiempos alegres pero que juntos tomábamos a carcajadas, hasta su risa era elegante y sensual, todo mientras nos tomábamos algunas copas de la exquisita bebida de los dioses, vino, pero a decir verdad no fueron solo copas, en un instante acabamos con la botella, pero nos manteníamos sobrios, lo suficiente para mantener la cordura. Luego jugamos una partida de ajedrez, mientras ella me contaba historias de reyes y reinas, en enormes castillos. Me hablaba de la luna llena, de la luna nueva, de la menguante, de las estrellas, de cómo desde los cielos han sido sus compañeras, también sus pretendientes.

-Puedo sentir la lluvia- Me dijo- muy diferente a como tú la sientes, sus gotas acarician mi piel completamente sin siquiera tocarme, ha sido una gran amante la lluvia, pero ella no me pertenece, le pertenece al suelo, pero eso ya no importa, igual su roce es inevitable, tan inevitable como el sonido de los grillos y las ranas.

-¿Por qué has venido a mí?- pregunté, pero en fondo de mi alma, más allá de mi corazón, no quería la respuesta, simplemente quería disfrutar la compañía grata. Ella era toda calma, toda la paz que necesito, no hubo terapia que calmara mi temblor, y ella en su visita arrancó de mí todas las malas sensaciones que me habían hundido en la soledad, en la deprimente soledad.

-Te he visto solo- respondió- antes disfrasabas la soledad leyendo tus libros, ahora ya ni los libros te funcionan para sentirte vivo, has pasado el último año lamentando en silencio el abandono, terminaste siendo un ermitaño, el mundo exterior dejó de ser parte de ti, solo te inclinas a ver desde el interior de esta vieja casa que has hecho de ella un bunker, refugiando las penas del bombardeo de la sociedad. La soledad es mala consejera, y he querido hacerte un poco de compañía por un instante, esperando que mi compañía sea buena concejera. Más allá de todo, vivo la misma vida que tú, estoy en la misma situación, pero a diferencia de ti, yo anhelo escapar de la soledad, siento que veo las vidas desde arriba, veo la gente caminar, a veces creo que solo caminan mecánicamente al ver a otro caminar, y también te veo a ti, solitario, y me veo a mí, solitaria. Por eso vine, sin embargo realmente no vine por eso, pero no te lo diré aun, te lo diré al marcharme.

La respuesta clavó mi corazón como cuchillo afilado, la sensación de miedo volvió, traté de disimular pero ella era tan lista, tan misteriosa, que se que lo notaba. No había nadie como ella, fue mi musa cuando tomaba una pluma o un teclado y ahora estaba aquí para reclamarme lo mal de mis hábitos, ¿era yo alguien con suerte al tener la visita de ella?, me sentía afortunado de tenerla tan cerca hablándome, pero no aconsejándome. Mi exilio de la vida cotidiana fue precisamente para evitar ese discurso acusador, prefería ahogarme en mi pena, en mi bunker como ella misma me lo ha dicho. Es la verdad, esa que tortura y descuartiza, esa que aplasta y te desecha. Con sus sexys labios y su armoniosa voz me ha clavado a verdad, tanto que evité sentir la verdad acabar con el resto de mi, pero me mantengo en pié, quiere decir que la verdad no acabó conmigo.

-Confieso que extrañaba tus versos para mi-. Dijo con el tono misterioso que no me canso de describir, aun cuando no tenga palabaras para hacerlo.
-Confieso que extrañaba verte y hacerte mi musa-. Dije. Descubrì que el temblor no era miedo, era la emocion de verla tan cerca por primera vez.

Dejé las reflexiones para la mañana, ella aun está aquí, y quizás no vuelva a regresar. Después de unos pocos minutos, los más largos que el tiempo haya podido parir, le dimos muerte al silencio y la conversación tomó los rumbos iniciales, temas variados e interesantes, hablamos del terror, de cómo divierte en algunas situaciones, y mata en otras. Hablamos de la esperanza, de los sueños, de su contraparte la desesperanza y las pesadillas. Hablamos de estrategias, de Napoleón, de la siempre bella Francia. Me habló de un niño que sufrió al sobrevivir a los campos de concentración viendo morir a sus padres y hermanos, para luego formar una familia en un país libre, ¿pero estaria realmente libre?. Y habló, y hablamos, y charlamos, parloteamos, y más y más sinónimos, hablamos horas, que horas tan confortables, la dicha de estar vivo nuevamente, la soledad es la muerte en vida.

Estábamos cansados, la mente añora el reposo a gritos desenfrenados, aúlla como lobo llamando a su luna. Ella debía volver al lejano lugar de donde vino, yo deseaba dormir un poco, insomnio que me estas matando lentamente y sin piedad. Es hora de la despedida, la cruel hora de despedida, fusilar la conversación con un disparo certero, caminamos paso lento y sigiloso a la puerta. ¡Congélate tiempo!, no quiero verte caminar. Nos detuvimos, abrí la puerta, el chirrido se escuchó romper la magia del momento, y tomó mis manos y susurro mi nombre. -Que maravilloso estar en compañía, en tu compañía- Dijo –eres lo que esperaba, hace mucho que no conversaba. -Tú eres todo un sueño del cual despertar sería la pesadilla, contigo sería todo diferente incluso lo que es igual, lástima que seas imposible, como si tomar el viento entre mis manos fuera más fácil que tenerte, sé que no puedo retenerte, soy afortunado de tu sorpresiva visita- repuse. -Tu caballerosidad poética no se ha perdido, desde los tiempos que escribías bajo las estrellas en aquella colina. Siempre escuché atenta tus palabras, me hablabas de tus metas, reía con tus insultos cuando no encontrabas la idea exacta que deseabas expresar, luego me veías fijo, te relajabas, y comenzabas a escribir los mejores relatos que haya escuchado, las estrellas me envidiaban por ser tu musa. Dije que al marcharte te diría el motivo de mi visita, vine a decirte el porqué de tu insomnio, tu reloj interno está invertido, desde el momento que dejaste de sentarte a escribir, desde el momento en que tu amada te abandonó, desde el momento en que abandonaste todo, incluso a mi, en ese instante comenzó dentro de ti una lucha interna por mantenerte o alejarte de la realidad, te sumiste entre libros perdiendo la cronología del tiempo, y el tiempo está confundido para ti, y la luz está en la oscuridad y la oscuridad está en la luz, has sufrido la guerra a muerte de dormir en el día y has perdido las últimas batallas. Yo mi querido escritor, he venido a balancear la guerra a tu favor, a arreglar tu reloj, para que las agujas vuelvan a girar al sentido correcto, y puedas dormir-.

Entonces pude entenderlo todo, la claridad es tan confortable, tener claro que ocurre en mi, tu visita no fue fortuita dama de negro, hoy dormiré en tu honor, y al amanecer mis manos te dedicarán algunas letras como antes lo hacía, me has devuelto un rayo de esperanza, y vuelvo a sonreír. Se marcha, veo su silueta desaparecer, se desvanece entre las claridad, ya te empiezo a extrañar, aunque te veré en ocho horas, no en mi salón, te veré allá arriba, y mientras te desvaneces veo la luz aparecer, los rayos golpean mis ojos demostrándome el tiempo que he estado encerrado, veo el sol, y se escuchan los pájaros cantar, la tormenta se ha marchado, es un día radiante, y sigue siendo 30 de octubre. Hasta luego mi musa, hasta luego, siempre pronunciaré tu nombre con admiración, siempre diré la NOCHE es mi musa y ella tocó a mi puerta.


#7

Podría parecer aburrido, pero Ulises era así. No le gustaba demasiado nada, raro que comprendiese aquellos intereses que a todos parecía mover. Su charla se asemejaba a la de un abuelo castigado por la vida, con quien todos se quedan oyéndolo porque la pena que sus ojos emanan merece esa atención. Pero Ulises no, simplemente era así. Su abuela siempre le había dicho que parecía salido de un nido de lauchas. Pero el no se sentía una laucha. Se sentía un Ulises. Y esa extraña sensación de ser y no pertenecer no lo incomodaba en lo absoluto. Lo que lo incomodaba era el esfuerzo del resto por hacerlo parte de algo que no era.

Cada tercer lunes del mes, salía. Regido por una constancia dificil de igualar, recorría kilómetros en busca de sitios abandonados, esos rincones que las ciudades tratan de ocultar, cual avergonzadas, pero que sin dudas están ahí. Y los encontraba. Ulises los encontraba, porque era así, tenía esa facilidad para descubrir casas vacías, edificios en desgaste, galpones abandonados y cosas por el estilo. Era su hobbie. Su vecino coleccionaba latas, supo que su padre era aficionado por la pesca. A él le gustaba meterse en lugares abandonados. Porque Ulises era así, un tanto romántico. Pero no romántico en el básico sentido que la palabra tiene en estos días. Le fascinaba hilvanar historias que habitaran los lugares donde se inmiscuía. Cerraba los ojos e intentaba con su mejor esfuerzo retener los olores abandonados de sucesos que les abrieran un portal a esos mundos. Ulises era así.

No era casualidad que optara por hacerlo los terceros lunes y no semanalmente. Su pasatiempo tenía una sola regla clara: no debería visitar un mismo lugar dos veces. Y cuatro años atrás, cuando accidentalmente comenzó su aventura metiéndose por error a lo que creyó era un museo, había decenas de lugares fascinantes cerca. El paso del tiempo obligó a ampliar el radio de su búsqueda, y salir cada siete días le ponía encima una presión que lo había obligado a dejar de disfrutar del asunto. Porque Ulises era así, no le gustaba lo forzado.

Hace una semana Ulises salió como siempre, equipado con apenas su ropa de abrigo, su bicicleta (que le permitió extender la distancia a recorrer en un día) y su décimosexto cuaderno. Porque escribía en los cuadernos. Tomaba su bolígrafo y escribía las anécdotas que percibía, con el absoluto detalle que el momento le describiera. No era muy bueno con las palabras, pero su sentido de la percepción compensaba toda carencia de artilugios literarios. Ese lunes hizo más de cuatro horas de bicicleta sin hallar nada. Hasta que la vió. Cualquier persona normal, incluso a pie, no lo hubiese notado. Pero para su ojo entrenado era evidente. Porque Ulises era así. Solía ver las cosas que la mayoría no notaba. Y ahí estaba la seña. Las primeras libertades de una hiedra controlada. La parte inferior apenas oxidada del grillete de un candado. El camino de pequeñas piedras, que, asentadas, indicaban que nadie frecuentaba pasar por allí a menudo. Y se contentó. Porque creyó que iba a ser el primer día en casi cuatro años que se le escapaba. Ató su bicicleta a varios metros del lugar, y pasó por el frente dos veces, asegurándose que nadie mirara. Y de un solo salto a la reja su cuerpo se deslizó como flotando por sobre el camino de piedras. Una sonrisa se dibujaba en su rostro cuando encontraba esas casas con un largo pasillo al costado para acceder al patio. Era un problema menos para ingresar. Ulises era así. No le gustaban los problemas.

Una puerta de madera con la cerradura rota, era aún más alentador. Nada de esfuerzos no hacían la experiencia menos gratificante para el. Su primer encuentro fue con la cocina, adornada aún en azulejos ocres que aún conservaban brillo. Observó el reflejo de su rostro en la ventana, y se sonrió. Ulises era así. Le gustaba verse. Sin prisa se dirigió a la sala principal, y su corazón casi se detiene. Allí, sobre el suelo, un joven, portando un rostro igual de paralizado. El muchacho atinó a escapar, pero Ulises preguntó primero qué hacía en ese lugar. Con algo de miedo, y tembloroso, le explicó su razón, y le mostró una libreta con anotaciones. Era un visitador más, alguien que disfrutaba de su mismo hobbie y que creía tener un similar sentido de percepción. Mientras el intruso se disculpaba con Ulises creyendo que era el dueño de la casa, él comenzó a reír nerviosamente, lo miró y se abalanzó sobre él, con sus dos manos sobre el cuello. El joven intentó reaccionar pero Ulises ya había afirmado sus dedos y la adrenalina impedía soltarlo. Mientras los últimos suspiros de vida se desvanecían y el brillo en los ojos de aquel inoportuno desaparecía, Ulises no podía estar más feliz. Porque Ulises hay uno solo. Porque Ulises es así.



#8


¡QUÉ BELLO ES VIVIR EN eREPUBLIK!


No es que quiera ocultarte todo lo que sucedió aquella tarde. No tengo ninguna razón para hacerlo. No ganaría nada, tampoco. Es sólo que quiero hacer corto lo largo. Además, se supone que en estas fiestas hay que hablar de amor, amistad y solidariadad. Así que te cuente las indagaciones sobre el "suceso" nos alejaría de todo eso.

¿Qué me dirías si te dijera que apareció Corchuela colgado de una soga que lo hacía pendular sobre el Manzares? ¿Quieres acaso saber quién escribió la nota que afirmaba que no era un suicidio, sino "justa justicia", como si la redundancia pudiese consagrar la certeza por ella misma, así, sin más. Había que investigar si realmente era eso que parecía ser, un ajuste, un basta ya de tanto tantísimo, un hasta aquí has llegado y ya no hay más paciencia, o si pudiera ser finalmente la última broma retorcida de un suicida que quería volver locos a todos los que buscaran infructuosamente a su ejecutor inexistente, y reírse desde el más allá de nuestras suspicacias crecientes, de nuestras sospechas silenciosas, de nuestras desconfianzas permanentes y al cabo la muerte completa de lo que nos mantuvo unidos, pensando siempre que quien lo hizo sigue vivo y que podría actuar de nuevo en cualquier momento? Contra mí esta vez. O contra ti, por qué no.

¿De verdad que quieres saber si alguno lo ejecutó o si sólo fue su despedida macabra? Antes deberías preguntarte si TÚ lo habrías hecho. Y no me digas lo que me dijiste a solas, que si soñaras con colgar a alguno sobre el Manzanares, haciéndole disfrutar de un breve puenting" con el cuello, sería a John Balks a quien empujaras.

No me digas lo que me dijiste de que él era más "acidosulfúrico" y más "aquímismo enelojoteclavoestaagujitamona". Te pregunto ahora por el difunto Corchuela. Y que conste que no te estoy acusando de haberlo hecho. Te estoy preguntando, sí, a ti que lo lees en este instante, si no lo hubieras hecho en un mundo de ficción a un personaje de ficción que fuera como él, y que no sufriera realmente y que no trajera repercusiones morales posteriores ni nada. ¿Alguna vez has considerado aunque sólo fugazmente, casi sin ser consciente de la idea, casi sin imaginarlo, tras leer un comentario suyo furibundo en un artículo de otro, todo azufre en una tarta, todo tevasaenterarconlocontentoqueestabascontuartículoytodoelmundo comentabacosaspositivaspuesahoramelocargotodoeaeaeaporquesí?

Ya sé que era al otro a quien querías tirar del puente, pero sin que llegase al agua. Que oscilara allí, mirando sus puntas de pies y ojos cerrados y cabeza vencida hacia la corriente de abajo. Pero sin alcanzarla. Como si el difunto de estreno fuera un nuevo Heráclito que viera fluir el todo, el ser, la vida, en un efímero río que cambiase eternamente y jamás fuera dos veces el mismo. Mirándolo con los ojos cerrados de un cerebro negro, sin ninguna sinapsis que lo iluminase como chispa de bujía vital. Ya lo sé, hubieras preferido eso. Pero es Corchuela, aunque lo merezca menos. O más. Son sólo opiniones, y no vamos a montar una encuesta ahora por eso. ¿O quieres? Vale, si te parece que preguntemos a los jugadores de eEspaña a quién preferirían ver oscilando como péndulo de Foucault sobre el Manzarares, o sobre el Guadalquivir, o sobre el Sena, no nos peleemos por eso, pues de acuerdo. Pero en otra ocasión. Ahora quiero que me digas si tú lo habrías hecho. Si no te importa lo que le ha pasado. Si te alegras por lo sucedido. Si hay más de un culpable. Cientos de ellos. Por pensarlo. Por desearlo. Por no lamentarlo.

Si es así, ya no es un mero suicidio, aunque se haya arrojado él sin cómplice alguno.

Yo ya sé lo que pasó. No sé si tú querrías saberlo. Tú sales perdiendo. No sigas leyendo. No te lo recomiendo. Deja de leer aquí y quédate con lo de hasta ahora. Que él está muerto y que a lo mejor no te importa. Ya está. Déjalo así.

Porque si no lo dejas estar, porque si quieres seguir leyendo, sabrás de qué iba esta historia. Y eso pincha más que una aguja de esas en el ojo que algunos clavan.

¿Insistes? ¿Quieres seguir? Entonces luego no me digas nada. Pierdes tu derecho a la reclamación. Incluso a decepcionarte. Es lo que tiene.
El puente no es el del Manzanares. Ni la historia sobre una muerte. Yo sólo preguntaba al inicio que qué me dirías si te dijera que se ha encontrado a Corchuela blanceándose sobre el río, colgado de un puente por el cuello. No es que haya sucedido realmente, ni siquiera en este mundo de ficción. El cuento no iba sobre él. Era sobre ti. Porque tú todavía tienes que ganarte tus alas, pequeño ángel que camina paseando sobre el puente a esa misma hora en la que todo iba a suceder. Tú has visto acercarte a Corchuela. (Aunque sé que hubieras preferido a John Balks, ya me lo has dicho). Y tú deberías haberle salvado. Tú debías haberle hecho pasear por eRepublik, por un eRepublik en el que él jamás hubiera existido, y que viera los artículos serenos y amables sin discusiones sangrantes, ni insultos hirientes, sin descalificaciones personales ni golpes al mensajero. Un eRepublik más amable, con discrepancias pero sin ampollas. Y un eRepublik en el que se le echara de menos por las grandes cosas que ha hecho, por los ratos agradables, por su ingenio, pero donde no se le echara de más por lo que te has alegrado de verlo oscilar. Y una vez que lo haya visto, oye, pues ya es asunto de él. Que a lo mejor es eso lo que quiere ser. Que a lo mejor es eso lo que a la gente le gusta.

Que a lo mejor resulta que no es él quien debe cambiar sino tú y yo por no parecernos que sean lo mejor.

A lo mejor entonces es a Plato. ¿Te imaginas a Plato colgando? Habría que salvarlo. Es más, te lo digo ahora. No era ni Corchuela ni Balks. Era Plato.

Pero simulé que eran ellos porque a lo mejor alguno pensaba que mira tú por dónde cómo va a terminar el año. A lo mejor hasta alguno se alegraba, y se alegraba más aún por pensar que al final descubren lo bello que es... bueno, pues otra forma....

Pero el que cuelga es Plato. Y ahora si te pregunto formal y abiertamente: ¿te ganarías las alas intentando que ese Plato de siempre, que cada día nos marea más, visitara las calles de eEspaña y viera el desconcierto, la huida de los muchos que habían comprado vivienda en este nuevo mundo que estaba naciendo, y que se han visto desahuciados por sus cambios, por el hundimiento del módulo económico, por el destrozo absoluto del militar, donde sólo pueden jugar los que estaban ya instalados en el juego pero en el que los nuevos no tienen absolutamente ninguna posibilidad de participar pegando en condiciones y finalmente huyen aburridos, en masa, tras pocos días?

¿Imaginaríamos un mundo de Plato sin Plato?

Te dije que contaría el final, que ya lo sé.

Corchuela y Balks continúan, y son la chispa de la vida, como antes, aunque no a todos le guste la CocaCola.

Ellos sí son los protagonistas reversos de qué bello es vivir en eRepublik.

Lo de Plato es otra historia. Es otro cuento. Pero ése no es de Navidad. Ése creo que se parece más a un remake de Asesinato en el eRepublik Express.

Te lo contaré en otra ocasión. (Si no me haces colgar de un puente por el cuello, oscilando como un diapasón mecido por el viento, dando las horas, como un Big Ben, en el intradós del arco principal, sin dar arcadas, por no poder ya tener más actos reflejos).