Historias de un no-muerto (VII): Tengo frio, Edrille

Day 5,002, 14:59 Published in Spain Greece by pabsy11




Ah, por eso hace tanto calor. Laertes me sigue devolviendo la mirada y da un trago al vaso.
— Que, ¿Piensas quedarte ahí parado para el resto de la noche? ¿Has perdido las ganas de matarme desde que te perdiste? — Laertes sonríe de forma burlona y se incorpora un poco en el taburete.

Edrielle se acerca a él y le extiende la mano.
— Hemos tenido… Problemas. Por el camino. — Intenta excusarse con Laertes, pero él simplemente se rie.
— Ya es Zagreb grande como para que os hayáis cruzado con ella. Tomad asiento. Supongo que Pabs sigue con la costumbre de beber cerveza congelada. Y tu Edrielle… Tu seguro que tienes gustos refinados.

El camarero atiende a la conversación y saca una copa y un vaso. Mientras tanto, me acerco a Laertes y cierro los ojos.

— De todas las personas de mi mundo, tu eres la que menos me esperaba que hablaras de esa forma con Edrielle.
Laertes levanta una mano, con intención de que se la estreche.
— Tu mundo es tan diverso que actúan como no te esperas. A mi me gusta seguir vivo. No somos enemigos, Pabs.

Suspiro antes de entregarle mi mano. Su mano está muy caliente, casi ardiente.

El camarero nos entrega las bebidas, nos echa una mirada inquisitiva y susurra algo en la oreja de Laertes, a lo que este hace un gesto con la mano para que se vaya.

— Habladme de ese encuentro. Si sabe que estáis aquí, es porque os han seguido desde Madrid. Dime que no te ha mirado a los ojos Pabs.

Me siento a su lado, en un taburete y de repente tengo mucho calor. Más del que debería tener. Es Laertes, claro.

— No, creo que no. Pero nos ha reconocido y me ha hablado. Me ha dicho que no estoy solo… Y después Edrielle me ha hecho algo, y me he despertado en un banco. he visto lo que pasó aquella noche, cuando se la llevó.

Edrielle levanta una mano, pidiendo permiso. Permiso que Laertes concede con una sacudida de cabeza.
— Lo que he hecho es enseñarte mis recuerdos del momento, pero también los tuyos propios relacionados con la espada. Laertes, esto es grave. Si Victoria tiene a Stauros, puede matarlo con ella. Y si Pabs muere, morimos todos. Pero si no la encontramos, será mucho peor. No puede descubrir que la unión de ambas armas si que puede atravesar el velo.

Laertes levanta las cejas, sorprendido.

— Entonces es verdad. La Sombra del Hielo pertenece a este mundo y Stauros al de Pabs. Hmm, aun me duele la estocada que me diste hace años. — Da un trago largo a la bebida y se la termina. — Vale, os ayudaré. Sé donde tiene su base. Está en una cueva a las afueras de Zagreb. Una cueva helada, de esas que te gustan a ti. Descansad esta noche, o intentadlo al menos y mañana hablamos.

Se levanta y antes de salir del bar nos dice:

— Ah Pabs, en tu habitación encontrarás una daga. Ponla debajo de la almohada. Solo por si acaso.



Edrielle me vuelve a mirar a los ojos y mi cuerpo vuelve a helarse.

— Gracias. Laertes siempre me afecta. Estamos en problemas de verdad si tenemos que confiar en su palabra.

— Lo estamos. Laertes es tu creación. Tu decidiste que fuera tu enemigo, no él. Y nos puede ayudar. Victoria confió en él para crear su palacete en Zagreb. Pero cuando despertaste, me puse en contacto con él. Sabe que no debe apoyar a Victoria, porque supondría su muerte. La definitiva.

Se levanta del taburete y saca la llave de la habitación del bolso.

— Tenemos que descansar. Vamos, terminate eso.



Una habitación doble nos espera al otro lado de la puerta 619. Dos camas sencillas,un par de muebles, nuestras maletas, un baño y poco más.

Y encima de la mesita de noche, una daga de acero. Laertes no ha escatimado en nada. Tanteo el filo, y juego un poco con ella.

— Solo por si acaso. — Digo a Edrielle señalando con el arma.

Edrielle sonrie nerviosa y abre su maleta. Tiene varios vestidos de diferentes colores, un par de pantalones y camisetas cómodas y una pistola.

— También es solo por si acaso. Tengo otra para ti, por si la necesitas. Ah y toma, te ayudará a dormir. — Y me tira un bote de pastillas.

Abro el bote y sin decir nada más, me tomo dos de los comprimidos.

Y me dejo caer en la cama.



Las bombas caen a mi alrededor mientras vuelo en uno de los cazas de BdC. Esquivo misiles, balas y a otros cazas. Eventualmente, mis armas impactan en algun enemigo, provocando un humo negro y la caída de la aeronave. Pero en algún momento, un misil impacta sobre mi, la cabina se abre y caigo.

La escena cambia y ahora estoy en el congreso. El enésimo debate sobre derogar la Ley del Mar. Doy un trago a mi taza de café, mucho más amargo de lo habitual, y miro a mi alrededor. La mayoría de mis compañeros dormitan enganchados a sus auriculares y pocos escuchan la argumentación que un congresista al que no conozco hace para explicar porque opina que no debemos votar diciendo “a babor”. Y si, yo también caigo en esa espiral de bostezos y sorpresas.

Ahora estoy en una habitación de un castillo. Empuño a Stauros y miro a mi alrededor. Tiene que estar cerca. De repente, por una de las puertas, entra Laertes. Sin preguntar, me abalanzo sobre él, insertando a Stauros en su estómago, que poco a poco se congela, y muere.




Despierto en mi cama del hotel, en medio de la oscuridad. Estoy sudando, y por puro instinto, empuño la daga entre manos.

Pero en la habitación no suena nada que no sea la calmada respiración de Edrielle, que duerme en la otra cama sin moverse.

Matar a Laertes siempre es una opción. Pero no puedo hacerlo sin Stauros. En unas horas tenemos que estar preparados para buscar la guarida de Victoria. No será fácil entrar, ni encontrar las espadas. Tampoco acabar con ella. Probablemente me esté acercando a mi final. El final que merezco, por fin.

Me vuelvo a acurrucar en la cama y busco ese pensamiento que me ayude a buscar el punto del sueño.



— O te levantas tú o te levanto yo. Tu eliges.

Edrielle me grita desde los pies de la cama, ya vestida y preparada.

— Una mala noche, ya voy. — Me excuso bostezando.

Pero Edrille no espera y me lanza un par de pantalones y señala una camisa azul que cuelga del armario.

— Voy bajando, Laertes nos espera. Tienes diez minutos.

Y sale de la habitación dejándome en la cama con cara de idiota. Cojo los pantalones, la camisa, me visto y me lavo la cara, intentando estar presentable. Cuelgo la daga del cinturón y la escondo como puedo con la camisa.

En la mochila negra dejo la pistola y un par de cargadores, la linterna, mi viejo cuaderno y un lápiz. Y me la cuelgo del hombro antes de salir hacia el bar del hotel.



En los pasillos no hay ni un alma, y de hecho, por las ventanas solo se ve que la oscuridad de la noche. Es demasiado temprano.

No hace falta ni llegar al bar. En la recepción me esperan Edrielle y Laertes, ambos vestidos con ropa oscura.

— Buenos días. He estado pensando en el plan y lo más sencillo es entregarte. Vas a entrar como que te entregas a Victoria. Nosotros iremos por las entradas de los shaktas. Y cuando te lleven a ella, empezará la fiesta.

— ¿Puedo discutir algo? — Pregunto al ver que Edrielle no pone ninguna pega. De hecho tiene cara de estar satisfecha con lo dicho.

— No. Estás en terreno enemigo y solo tienes de aliados a un shakta renegado y a una desterrada de tu mundo. No estás en situación de pensar. Tengo el coche fuera.

Laertes suelta las órdenes como si fuéramos sus soldados. Y nosotros las obedecemos. Unos minutos después estamos siguiendo las indicaciones de un GPS que en croata nos indica como llegar a una zona montañosa.

Charlamos de los viejos tiempos durante parte del camino y del plan en otros momentos. Laertes cree que Victoria querrá jugar conmigo un rato antes de traer a Stauros y acabar conmigo. Y ese será el momento de saltar.

Un par de horas después, llegamos a las inmediaciones de una cueva enorme de la que se intuyen luces en el interior.



Pero cuando bajo del coche, una sensación extraña me sacude.
Edrielle, tengo un problema. Tengo frío.

Pabs de la nevera, El Hombre de Hielo, dueño de la cabeza de tirant.


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