El alma en vilo

Day 2,603, 15:42 Published in Spain Portugal by Personahumana



Escucho alejarse los pasos desde la penumbra de mi escondite, pasillo arriba. Pasos marciales, clónicos todos ellos, envueltos por el oscuro silencio del edificio. Me arrebujo debajo de la mesa tratando de hacerme lo más pequeño y diminuto posible, invisible, aunque las palpitaciones de mi corazón me hacen temblar por completo. El miedo me agarrota las manos en torno a las rodillas y trato de respirar lo más pausada y silenciosamente posible para evitar que me oigan. Las lágrimas deslizan por mis mejillas dejando regueros que pasan de calientes a helados en la fría oscuridad.
Me siento aturdido y vulnerable, y sólo puedo pensar en cómo demonios he podido llegar a este punto.

Un mes antes...

El sol brilla en el Nuevo Mundo. Mi anodina vida de jugador medio y discreto se me antoja rutinaria pero cómoda. Llevo tiempo planteándome abrazar el 2clickerismo ante la deriva tan previsible en todos los módulos, el político en particular. Soldado viejo, sé que los vaivenes en este ámbito son comunes, pero habiéndome decantado por la política desde hacía años me siento decepcionado con la dinámica actual. Es cierto eso que dicen de que "cualquier tiempo pasado fue mejor", o así me lo parecía desde la tribuna de mi mesa, en la que desplegaba el amplio abanico de la prensa escrita presto a entresacar la información relevante de entre tanta paparrucha.

La sorpresa me hace detenerme en una minúscula noticia en la esquina inferior izquierda de la página 19 de cierto diario (cuyo titular estaba reservado al histriónico enfrentamiento en el Congreso acerca de la última ocurrente ley del "Simon dice") y donde se leía que yo era el candidato propuesto por mi partido a las próximas elecciones a CP, a casi un mes vista. Mi reacción no podía ser otra que la sorpresa primero, y la risión y burla a continuación. No cabría más que atribuir a una confusión o a una broma (la opción más plausible) la concesión de dicho "honor".

Con una sonrisa me mojo los labios en el café y entro Al IRC con la sana intención de tirar de las orejas al presidente de mi partido, al que no hayo de primeras.

- Felicidades por la candidatura.
- ¡Ya era hora!
- Tienes mi voto.
- Mira a ver si puedo ir en tu equipo.

Decenas de mensajes y privados inundan mi pantalla de modo que llego a aturullarme y no acierto a decirles que es todo un malentendido, una coña. De repente, el privado que esperaba.

- ¿Cómo me has podido hacer ésto? ¿Sabes cuántos mensajes me están mandando?
- ¿Y eso es malo?
- ¡Sí, maldita sea!
- ¿Y no te has parado a pensar que, quizás, presentarte es justo lo que debes hacer?

Me quedo helado. Presentarme. Ahora comienzo a darle vueltas, a pensar en serio en ello, en las posibilidades. Los mensajes parpadean en la pantalla y leo los nombres de quienes me hablan: la mayoría son personas curtidas, amigos o habituales de la política, personas que saben cómo funciona todo... animándome.

Cierro el chat y me pongo a pensar. ¿Sería posible? Casi sin proponérmelo tomo un bolígrafo y garabateo nombres en varias listas para los ministerios, cruzando con flechas los posibles cambios o la coordinación entre ellos; y me gusta. Sigo adelante: el programa sale solo, es el que subconscientemente he ido perfilando durante toda mi evida, sólo que ahora es más real, más posible una vez que está negro sobre blanco. Pienso en los partidos con los que pactar, los contactos que tratar. Sí, ¿por qué no?



Tres semanas preguntando, proponiendo, escuchando, negociando, luchando. Día y noche, la maquinaria electoral no se ha detenido apalabrando promesas, apuntalando respaldos, arañando votos aquí y acullá hasta que ahora mismo, a escasas 48 horas de la votación, se prevé un resultado muy ajustado. La tensión es palpable en el cuartel general del partido, donde la mayoría de colaboradores aparece derrotado sobre las mesas, el que más colgado de un teléfono, extenuados. El arduo trabajo de tantos días parece pender de un hilo que no está en mis manos enhebrar. Me retiro fatigado a mi despacho, cerrando la puerta en busca de cierta privacidad, desplomándome en el sillón ante el escritorio cubierto de papeles y propaganda, llevándome los dedos al puente de la nariz mientras la sangre bombea intensamente en mis sienes.

- Hola.

El saludo inesperado me hace sobresaltarme en el asiento. El tipo se sonríe, mostrando un afilado e inquietante colmillo que parece más amarillento que el resto de dientes.

- No se asuste... aún; no hemos empezado a hablar.

Lo reconozco. Es un conocido congresista, perro viejo que conoce más de una artimaña política y al que se atribuyen actuaciones que han llevado a gobiernos a tocar el cielo. Y también hundirse en el infierno.

- ¿En qué puedo ayudarle?

El tipo niega con la cabeza, sonriente.

- La formulación correcta sería "¿En qué puedo ayudarle yo a Ud.?
- No entiendo.

Verá, -dice elevando la mirada al techo, a un punto indefinido entre una gotera y el cable de la lámpara que pende sobre mi mesa.- a nadie se escapa lo ajustadas que están las encuestas. Cualquier voto va a ser crítico en las tan próximas elecciones.

No me atrevo a interrumpir su discurso, tratando de mantener la apariencia de que la tensión no está creciendo en mi interior de forma desaforada.

- Creo que le vendría bien un apoyo "extra" para su campaña.

El corazón me late tan fuerte que temo vaya a escapárseme del pecho. Meto mis manos bajo la mesa para no mostrar que me tiemblan, tomando la corbata para tenerlas entretenidas.

- ¿Y de qué apoyo estaríamos hablando?

La sonrisa de tiburón se abre tanto que espero que la apergaminada cara de este tipo no vaya a colapsar de alguna forma desagradable.

- Cien votos.

El tiempo parece detenerse durante unos segundos eternos en los que mantengo la respiración, mudo.

- ¿Cómo puede...?

La pregunta muere en mi boca. Creo que no quiero conocer la respuesta por temor a saber demasiado, por miedo a que esa opción se me escape de las manos al chocar con los principios de rectitud que he mantenido en mi campaña.

- ¿Y por qué tanto interés en ayudar, señor?
- Oh - el tipo se recostó en el sofá que ocupaba, levantando las manos abiertas en gesto de inocente limpieza (nada por aquí, nada por allí)- Simplemente pienso en lo bueno que sería la estabilidad de un gobierno sólido como el suyo para el país. Eso sería bueno para todos.

De nuevo el colmillo destaca en aquella sonrisa tan terrorífica. Por mi mente se cruzan los pensamientos de victoria sobre los más sombríos que me alertan de estar pactando con el mismísimo diablo.

Mi lucha interna parece dirimirse a mi pesar cuando mi mano se lanza como un resorte hacia delante como si tuviera vida propia, siendo estrechada por el político, quien sella el pacto con su inquietante sonrisa.



La victoria en las elecciones por 97 votos de diferencia dio paso a la ilusionante aventura de gobernar, a la lucha contra lo establecido, a derrotas y sinsabores que apenas me han permitido llevar a cabo los proyectos que tanto anhelaba para este país. Y todo porque desde el principio vinieron a pasarme la factura por la Presidencia y dije "No" a pasar por el aro a desviarme de mis promesas; aunque al final las piedras puestas en el camino acabaron decantando muchas de mis decisiones en favor de quien buscaba su compensación. He quedado decepcionado por todo el trabajo derrochado para tan pocas metas, pero mi conciencia queda tranquila y puedo retirarme a un segundo plano. Ahora sé por qué pocos repiten por este puesto.



El día a día se hace diferente. Aunque el regusto amargo permanece, se agradece volver a la rutina ¡quién me lo iba a decir! Salgo a la calle para hacer las compras y noto el ambiente enrarecido. Siento las miradas centrarse en mí, los rostros extraños, serios, desafiantes. A mi paso todos callan y me clavan frías miradas. Es extraño, pero siento como las caras se transfiguran. Debo haberme levantado con cierto malestar porque no me lo explico. En la esquina me cruzo a una señora mayor y sus ojos... Sus ojos... ¡Esa mirada es la mía! La encuentro en el siguiente peatón, en el panadero, la kiosquera, el farmacéutico. Me reconozco cada vez más en cada persona que me voy cruzando, cada persona es más agresiva, más amenazadora, más violenta. Decido volver a casa, mirando por encima del hombro, controlando a la gente que copia mis pasos cuando al girarme me encuentro la sonrisa de tiburón que casi había olvidado y ante la que freno en seco.

- Hola, presidente.

El colmillo me saluda desde la sombra de una mueca peligrosa. De alguna manera, asocio lo que me está pasando con su desasosegante presencia. No respondo a su saludo, esperando su discurso.

- Hizo honor a la profesión de político. Olvidó Ud. sus promesas. -dijo con una mueca de disgusto.

- ¡Yo no le prometí nada! -salté, y al hacerlo siento como mi brazo roza el de alguien a mi lado, una señora que me perfora con mi mirada, con mis mismos ojos; con los mismos de las decenas de personas que nos van rodeando y apretando en un cada vez más estrecho círculo. Paseo la mirada por mis caras hasta pararme en la mirada burlona del viejo zorro.

- ¿Reconoce a sus votantes, presidente? Estos son los cien votos a los que me comprometí con Ud.

- Multies. -dije anonadado- Son multies.

- 'Sus' multies, si me permite la puntualización. -me corrige mi interlocutor- Cien electores disgustados con que no cumpliese sus promesas.

La sonrisa se había enfriado; su mirada, también.

- Bueno, le dejo con ellos para que les explique sus acciones de gobierno. Recuerde que toda acción tiene sus consecuencias.

- ¡Espere! ¡No!


Pero su espalda encorvada se perdió entre el mar de miradas heladas, dejándome sólo entre tanta gente hostil.

Giro en torno y busco el hueco para hacerme sitio y salir del claustrofóbico círculo, recibiendo empujones y algunos golpes en la espalda; algunas manos pugnan por agarrarme la ropa pero consigo zafarme y echar a correr lo más deprisa que puedo, intuyendo como mis consecuencias se disponen a perseguirme como robots programados. En mi huída sólo pienso en librarme de alguna manera, de dejar atrás el peligro hasta un cuyas puertas están abiertas de par en par.



Y aquí estoy debajo de un pupitre, encerrado en lo que parece un laboratorio de una escuela, apretando los dientes para que no me castañeen de miedo y frío. Tengo los ojos irritados. Sólo quiero despertarme de este sueño convertido en pesadilla, darme cuenta de que nunca fui CP y no caí en la tentación de hacer trampas y mentir para ganar, que un proyecto cargado de buenas intenciones no justifica la injusticia de una falsa victoria.

De nuevo golpes de un puño en la puerta, y luego más, y patadas, y más, más hasta que cede violentamente al impulso de mis perseguidores, uno de los cuales llega a caer de rodillas, levantándose como un resorte, uniéndose a sus hermanos clones para encarárseme de nuevo, avanzando ante mi retroceso, haciéndome gritar histérico al agarrarme y arrastrarme a la oscuridad del fondo de la sala, haciéndome asumir, a mi pesar, la brutal expiración de mis pecados.