Crímenes en guerra - 4ª parte

Day 2,317, 07:35 Published in Spain Portugal by Personahumana


Estambul, febrero de 2014


Extraña sensación la de estar aquí sentado. No es que no hubiese hollado con mis posaderas pocos taburetes de bar alrededor de todo el mundo, pero en muy escasas ocasiones había podido degustar el mejor ron añejo en el bar del más elegante hotel de una de las más impresionantemente bellas ciudades del mundo; aún lo disfrutaba más al pensar que estaba allí trabajando. ¡Bendita obligación tener que trabajar en esas condiciones!

Lo que es la política; concretamente las relaciones internacionales. La caída de TWO, de los aliados que conquistaron prácticamente el mundo entero, había dado paso a un odio casi atávico entre ellos, mientras abría sus corazones a nuevas asociaciones. Obviamente, no todo acaeció de la noche a la mañana, pero parecía curioso que el despecho que sentían unos respecto de los otros no había sido el empujón decisivo para llevarles a los otros en ninguna dirección concreta. Casi se diría que temían ser los primeros en intentar una nueva aventura con nuevos socios.

Y mientras, Portugal se levantó y nos echó. Recuperó sus regiones con ayuda de sus socios de la alianza en la que sí habían entrado (secreto a voces que llevaban tiempo planeando): Asteria. Entre sus aliados, y los mercenarios que nos tenían ganas, lograron barrernos. Bueno, estábamos en casa… y seguíamos sin reaccionar. Pudimos llevarnos los informes de los casos, incluso los cuerpos al Instituto Anatómico Forense de Madrid. A mí me habían apartado de la investigación del caso de Oporto (aún recuerdo la cara de Chuchi enrojecida, escupiéndome las palabras a la cara por haber puesto en peligro el escenario, el cuerpo, la casa y a todos los que estaban alrededor). Fue un milagro que no explotase el C4 y nos llevase a todos por delante. Fui egoísta, lo sé, pero sentía que el mensaje en aquella escena iba dirigido a mí, y no lo podía dejar pasar.





Y entonces llegaron los rumanos. Evacuados a Canadá, todo se reestructuró y perdí toda oportunidad de seguir investigando el caso, siquiera por mi propia cuenta, pues toda documentación quedó en Madrid; sólo me quedaban las fotos que Rvega hizo en el lugar donde encontramos el cuerpo y que había conseguido copiar de la tarjeta de memoria de la cámara antes de entregarlo todo a los nuevos investigadores. Sólo entonces se empezó a hablar de Sirius. Hermanos de siempre y antiguos enemigos/nuevos amigos. Polonia, Croacia, USA… Turquía. Dados mis antecedentes médicos (aún tomaba medicación) no me mandaron al frente a dirigir soldados, sino en misión diplomática para prospectar la ubicación de la nueva embajada española en Estambul y también como agregado cultural, asentar las relaciones entre ambos países en un plano más allá del meramente político-militar, sino el de las mismas almas de los pueblos tanto tiempo enfrentados. Yo mismo había propuesto enviar una exposición restrospectiva del troleo en España durante los últimos 5 años. ¡JAJAJAJAJAJA! Creo que hasta empezaba a creérmelo y todo. Lo de ser diplomático, quiero decir. “Agregado cultural”… pffffffff. En lenguaje de los servicios secretos de inteligencia es como llevar un cartel enorme en el que se lea: “ESPÍA”, así, en mayúsculas. Y lo sabía.

Esperando. Qué a gusto esperaba en aquel sillón; pero a la vez, qué tedioso resultaba estar allí durante horas y horas recostado, esperando gesto determinado, una señal velada, un momento efímero. Paciente y ociosa espera que obligaba a llenar los espacios horarios vacíos con observación, repaso mental a las órdenes y a los procedimientos; podía permitirme alguna breve anotación al margen de mi diario, palabras sueltas, absurdas en principio, del todo inconexas; pequeñas reglas mnemotécnicas, en realidad, que a ojos de cualquier curioso carecerían de sentido o interés. Los juegos de tonos anaranjados y rojos primero, malvas y azules después, evolucionaban tiñendo el cristal y el menguante néctar de mi copa a lo largo de los extensos (eternos) minutos que arañaban el tiempo en los relojes de la estancia, tanto del viejo carrillón que embellecía la pared situada frente a la puerta de la entrada al bar del hotel como el Rolex que pesaba en mi muñeca bronceada. Quise rendir un nuevo homenaje a aquel exquisito ron añejo dominicano al rendir mi paladar a su sabor cuando la señal que esperaba me golpeó contundente, congelando mi gesto a medio camino, dejándome con la boca abierta de admiración. Ni siquiera el foco de un faro directamente dirigido a mis pupilas habría resultado más irrebatible que la figura femenina que acababa de llenar la estancia. El cielo del atardecer había dejado de llenar a raudales la habitación a través de los enormes ventanales hacía sólo unos instantes, de modo que el efecto del bello vestido de noche rojo de lentejuelas que arrojaban decenas de destellos brillantes mientras envolvían la sensual figura de la bella mujer de labios perfilados igualmente en un intenso rojo que los hacía jugosos y apetecibles, a pesar de estar fruncidos en un sobrio gesto de disgusto que acompañaba una mirada verde e intensa que sentí traspasarme en la escasa décima de segundo en que se cruzó con la mía, buscando unos ojos que no eran los míos, dejándome, no obstante, paralizado y atrapado en esmeralda, transportado por unos segundos en un lejano lugar del que sentí, al volver en mí, que había tardado años en volver. La joyería de oro en cuello y muñecas completaban, junto con el mínimo bolso a juego, un atuendo espectacular en ese cuerpo.





La mirada verde tardó poco en girar en derredor por el local en busca de un objetivo ausente, lo que le llevó a echar mano de su teléfono móvil para constatar la ausencia de un afortunado por todo lo demás estúpido (afortunado por poder disponer de la oportunidad de mirar directamente a aquellos ojos; estúpido por hacer torcer el gesto a aquel ángel sin alas con su ausencia). La comprobación del chisme mientras avanzaba con pasos cortos que le llevaron a un butacón similar al mío situado dos mesas hacia mi izquierda, situado igualmente de cara hacia la puerta de entrada al lugar, fue automática, inmersa la bella en sus pensamientos.

El barman llegó presto a inquirir a la joven sobre qué deseaba tomar, pidiendo ella un blanc cassis ante la sonrisa resplandeciente del camarero, al que con una breve y discreta señal hice entender que la consumición correría de mi cuenta. Amplió su sonrisa el de la pajarita a modo de asentimiento. Me zambullí entonces en la lectura de mi dario, esperando.





Al volver el mesero con la bebida e indicarle la chica que lo anotase en la cuenta de su habitación, mostrándole la tarjeta-llave para que tomase nota, éste se excusó indicando en mi dirección que había sido invitada. Sentí los ojos verdes en mi cara, pero hice un inconmensurable esfuerzo por no girar la cabeza y hacerme el abstraído por la apasionante lectura. En realidad, las palabras se mezclaban ante mis ojos, y aún hoy no podría decir si el artículo que pretendía leer trataba sobre política, deportes o el apareamiento del escarabajo de la patata. La chica se levantó y se aproximó a mi asiento:

- ¿Me permite sentarme?

Me hice el sorprendido al sentirla junto a mí; sin duda el efecto impactante de mirarla nuevamente a los ojos me sirvió para completar mi actuación, la más real de las que había realizado pues en verdad me impactaban esos ojos que parecían desarmarme. Acompañaba a ese intenso brillo verde una leve sonrisa en su perfectamente delineada boca. Ella permanecía de pie, con su copa en la mano. Me levanté en el acto.

- P-por supuesto, señorita.- Le hice un gesto para que tomase asiento en la butaca situada frente a la mía, sólo separada por una pequeña mesita de té.

- Gracias por la invitación.

- Es un placer. Espero que no se haya sentido en la obligación de compartir mesa conmigo por este gesto.

- ¿Quiere Usted decir que le incomodo? ¿Prefiere estar solo?

- Oh, no, no, no… de ninguna manera. Me ha entendido… quiero decir, me he explicado mal. Lo que intentaba decirle es que ha sido un placer poder invitarla para intentar animarla al verle tan seria.

- Ah, ¿cree Usted que preciso de animación? Creo que es bastante atrevido por su parte realizar tal afirmación, ¿no le parece?

- Creo que vuelvo a explicarme mal, señorita…

- Titilica.

- Encantado.- Me levanté para tomar su mano en la mía.- Personahumana.- Ella mantenía un gesto serio en su boca, pero sus ojos brillaban divertidos creyéndome nervioso.- Señorita, disculpe mi atrevimiento. Lo que ocurre es que desde que la he visto aparecer en la habitación no he podido dejar de imaginar cuan bella sería una sonrisa suya.

Su boca se abrió de oreja a oreja, dejándome entrever sus dientes blancos antes de que ella se tapase, coqueta, con una servilleta, mirándome directamente a los ojos con esa mirada que me derretía por dentro. Ella lo sabía.





- Vaya, es Usted más atrevido de lo que creía.
- Ha merecido la pena lanzarse por verle sonreír así.- Estaba lanzado, manteniéndole la mirada, desafiante. En ese mismo instante sonó su teléfono móvil. Rápidamente lo sacó de su bolso, miró la pantalla, se disculpó y se levantó como un resorte para apartarse a contestar. La acompañé levantándome y siguiendo el bamboleo de su trasero hasta la puerta del salón. No sólo de unos bellos ojos vive el hombre…

El barman siguió también la dirección de mi mirada, asintiendo apreciativo mientras sacaba brillo a una copa recién sacada del lavavajillas, e hizo el gesto de levantarla hacia el techo pero en mi dirección, fundiendo el acto de contrastar la limpieza del cristal al contraluz con un sentido brindis para felicitar mi arrojo con la bella dama, ampliando su sonrisa franca.

La chica volvió con gesto adusto, la mirada extraviada en el espacio entre sus pies. Se acercó hacia mi mesa con una disculpa en los labios, pero no le dejé formularla, levantando mi mano en un gesto de comprensión, pero la invité a sentarse.

- Por favor, insisto.

Se desplomó, abatida.

- ¿Una mala noticia?

Ella rehuía mi mirada, incómoda.

- No se preocupe, no me debe explicación alguna.

Apuró su copa de un trago y me miró con frialdad a los ojos.

- ¿Tiene hambre?

- B-bueno… sí.

- Tengo una reserva en el restaurante del hotel. Quizá sepa que el chef de ‘Le Méridien Istanbul Etiler’ luce tres estrellas Michelín en la solapa.

- Será un placer acompañarle.

Nos levantamos y vamos a disfrutar de una cena excelente. El vino corre quizá más de la cuenta, pero lo necesario para que todo transcurria por el camino adecuado de la confianza, las sonrisas y las miradas cómplices. La ensalada templada de canónigos con gulas y gambas rehogadas con aceite de oliva y especias provenzales frescas da paso a las tostas de secreto a la plancha con unos cristalitos de sal y salsa de trufas blancas. El Château Margaux es relevado por un par de botellas de Krug adecuadamente enfriadas que son entrante para un Pérez Barquero PX Solera con el que regar el falso tiramisú de mango con canela y muesli. Y mientras, Titilica me confía que es rumana y trabaja para una multinacional serbia que trata de negociar con el gobierno turco la posibilidad de explotar algunos recursos del país a cambio de asesoramiento militar y ayuda de ciertas milicias serbias mercenarias viseras. Yo le suelto mi memorizado rollo sobre mi misión cultural y a ella se interesa mucho, pues, según me cuenta, siempre le ha gustado el arte.





La conversación discurre fluida, nos envuelve y nos transporta. Es muy agradable estar así, le brillan esos fantásticos ojos verdes. Si no estuvieses esta mesa por medio… Ella comenta lo tarde que es y lo temprano que hay que levantarse al día siguiente para no sé qué reunión. Yo le doy la razón a regañadientes, y tras discutir sobre quién paga la cuenta (ella se pone muy seria y al final la disuado de hacerme yo cargo, al menos, de las bebidas) nos levantamos en dirección al ascensor. Siento un pinchazo en el estómago, y cierto mareo.

- ¿Está bien?

- Sí, no pasa nada. Demasiado vino…- digo con mi mejor sonrisa.

Llegamos a su planta y ella me insiste en que la acompañe a su puerta.

- Tienes mala cara; deberías entrar y refrescarte.

El dolor de mi estómago es ya un insistente ardor. El mareo aumenta.

- Con permiso- digo mientras entro tambalenate al baño y cierro. Clavo rodillas ante el váter mientras saco un frasco de cristal de mi bolsillo, arrancando con los dientes el minúsculo tapón de plástico blanco, que me trago junto al líquido amarillento y amargo que llena mi boca. En un par de segundos ya siento las arcadas y vomito toda la deliciosa cena, aunque esta vez no me recreo en el sabor de los deliciosos platos con que el chef nos deleitara. Vuelvo a urgar en mis bolsillos; mi mano tiembla incontrolada con unas pastillas en la mano. Siento la rigidez de mis articulaciones: el cuello, los codos, las muñecas. Lucho por tragarme el antídoto contra el veneno paralizante y, seguramente, también narcotizante. La fuerza se me va al sentir una píldora en la lengua. Intento tragarla; pero me desplomo y caigo de bruces. Apenas puedo ver entre las brumas que nublan mis ojos como la puerta se abre y me deja ver los zapatos rojos de la traición.

- Ya está hecho- susurra Titilica a una persona ausente a través del teléfono.





Espabilo pronto. Me duele la mandíbula, aunque no la noto inflamada, y me sigue ardiendo el estómago, además de que siento las articulaciones algo agarrotadas. Todos estos síntomas y el hecho de no tener ataduras en manos y pies me llevan a creer que llegué a tomar la pastilla a tiempo y no he permanecido demasiado tiempo inconsciente. Oigo pasos amortiguados sobre la moqueta de la habitación contigua y los susurros de una conversación. Si mi captora aún está al aparato con la misma persona a la que escuché confirmarle mi captura eso podría confirmar mis sospechas. La puerta del baño está cerrada. Me incorporo detrás de ésta y aguzo el oído:

- Vreau să vorbesc, nu-l omoare…

No tengo ni idea de lo que ha dicho, pero ¿para qué aprender rumano si uno tiene un smartphone que deja en ridículos los 60 años de gadgets que tan meticulosamente le preparaba Q a 007? Saco el móvil del bolsillo y pongo en marcha una aplicación que va traduciendo lo esencial de la conversación:

- Trebuie să arunce dar este întins pe podea… Nu cred că a fost de a lua una din aceste pastile. Am spus deja că este pe podeaua din baie … Cum dracu 'să știu eu? Te-ai trezit pentru a cere? Uneori te uiti stupid… Voi lega chiar acum, dar eu nu va injecta nimic. Dacă vrei să o faci, vin imediat. De asemenea, va trebui să o ajute în sus, eu pur și simplu nu pot lua...

- Translator: “Consiguió vomitar pero está tendido en el suelo... No creo que llegase a tomar una de esas pastillas. Ya te he dicho que está en el suelo del baño… ¿Cómo demonios voy a saberlo? ¿Le despierto para preguntárselo? A veces pareces estúpido… Voy a atarle ahora mismo, pero no voy a inyectarle nada. Si quieres hacerlo tú, ven inmediatemente. Además, tienes que ayudarme levantarle, yo sola no puedo con él…”





Cuelgo mientras Titilica se despide con lo que parece un sonoro insulto y tomando una de las toallas que permanecen impecablemente dobladas en el toallero de acero inoxidable me apresto a recibirla. La puerta del baño se abre y puedo ver reflejado en el espejo como mientras abre la bella mujer mira al suelo, una mano apoyada agarrando el pomo de la puerta y la otra ocupada con unas bridas de plástico. Su entrecejo se frunce mientras levanta los ojos hacia el espejo, donde encuentra los míos sosegados, tranquilos, pero inspirándole mi firme determinación. Apenas abre la boca para gritar cuando la apreso, metiendo la toalla en su boca y agarrando una de sus muñecas mientras la aprisiono contra la pared fría revestida de mármol travertino. En el forcejeo consigue liberar su boca y grita, pero consigo atar sus manos con una de las bridas que ella misma sostenía y meto mi mano en su boca, mordiéndome de tal manera que tengo que apretar los dientes para no gritar. Fuerzo el cierre de las bridas para hacerle gritar a ella y entonces tapo su boca con mi mano ensangrentada mientras le retengo contra la pared para paralizarla y hablarle al oído.

- Tranquilízate y no te pasará nada; te lo prometo.

Ella se revuelve, pero pronto comprende que es inútil forcejear por liberarse de la presa. Unas lágrimas de impotencia arrastran el rimmel, tiñendo con negros surcos sus mejillas. Siento su cuerpo voluminoso y sudoroso contra el mío, cálido, la respiración agitada, el corazón disparado. Por un momento hubiese deseado que esa situación fuese otra completamente distinta, y me sorprendo de ese pensamiento, que me golpea entresacándome de mi momentánea ensoñación, haciéndome levantar los ojos en cierta forma temeroso hacia el espejo, con el temor de que ella haya podido adivinar la breve punzada que atravesó mis pensamientos y encuentro un brillo verde en el mar de temor e inseguridad que despiden sus preciosas pupilas.


Fuerzo por un momento el cierre de sus manos y paso mi brazo por su cuello, dejándole la respiración justa para no permitirle desmayarse, haciéndole salir del baño y tumbándola en la cama boca abajo. Agita las piernas y se mueve como un pez que, desesperado, busca volver de nuevo al agua para poder respirar, pero no tiene nada que hacer cuando le tapo la boca con la cinta aislante que tan generosamente me ha dejado allí preparada y le ato pacientemente los tobillos a las patas de la cama. Y como uno es un caballero, me tomo la molestia de colocarle el vestido de modo que le cubra, púdicamente, la ropa interior (también roja).





Miro alrededor por la habitación y no encuentro lo que busco. Me acerco al armario y encuentro varios bultos: un par de maletas, dos bolsos, una mochila y un maletín negro. No tiene cierre de seguridad así que lo abro fácil. Premio: una pistola con todos sus accesorios, entre ellos un silenciador. La extraigo y empiezo a enroscarlo tranquilamente mientras tranquilo parsimonioso hacia la cama y sonrío a mi cautiva. Sus ojos me transmiten ahora una mezcla imprecisa de miedo y odio.

- Tranquila, no voy a usarla contra ti- digo mirando el arma.- Quiero decir…- la miro directamente a los ojos, con dureza- ¿no me obligarás a utilizarla contra ti, verdad?

Lee mi determinación y duda.

- Mira ésto.- Saco de nuevo mi móvil y vuelvo a entrar en otra aplicación, una que me permite contactar con la cámara que hay en la habitación del hotel de sus compañeros de equipo. La imagen proyecta a uno ellos de fondo, anudadas las muñecas con los tobillos, boca abajo sobre la cama, y el otro más cerca, en primer plano, con un ojo hinchado, atado a una silla, sangre recorriendo la parte derecha de su cabeza, amordazado igual que el compañero de la cama, con un arma apuntándole directamente a la cabeza. Se lo muestro a ella para que comprenda, para que sepa, que no voy a vacilar en seguir cumplidamente mi palabra. Algo parece romperse en ese momento dentro de ella, como si una infinita y amarga frustración la embarguase y supiese que nada puede hacer más que rendirse.





Me acerco y quito la cinta que tapa su boca, tinta de rojo carmín. Ambos sabemos que no va a gritar.

- Sé quién eres, y tú crees saber quién soy. Sólo diré que estás equivocada si piensas que pertenezco al servicio secreto español. Por más que formes parte del SIE , tus informes sobre mí son erróneos. Soy autónomo.

- Me da igual todo. ¿Qué quieres?

Me vuelvo hacia ella y le sonrío con la misma felicidad que expresaría un lobo a la caza.

- Que me acompañes a Madrid.


Continuará...