Un idilio, un regreso y un final (Parte I)

Day 1,799, 14:42 Published in Chile Chile by Kalfulikan
Un Idilio

Los últimos tiempos fueron de confusión.

El soldado raso, hundido en el fango de cada batalla, apenas distinguía algo entre los oscuros manejos de la clase política.
Era época de elecciones en Chile, y en medio del sentimiento de nostalgia por las tierras natales, el voto de los soldados se inclinaría por quien prometiera un pronto regreso a casa.

Las tierras australianas no eran fáciles, estaban llenas de animales extraños y aborígenes belicosos que al menor descuido se levantaban en armas.

Y estaba Tasmania.
Oh, Tasmania. Dentro de la singularidad de Australia, la sureña isla era una verdadera caja de Pandora. Allí fue donde el soldado Pérez conoció a Narellah, la Hija de las Aguas.

Pérez llegó a la bahía de Macquarie, en la costa occidental de Tasmania, junto a una rojiza puesta de sol, pocos días antes del 18 de septiembre. El avance por las colinas fue rápido. La primavera también seguía su paso imperturbable y el paisaje parecía dar la bienvenida a los recién llegados. Al ver las colinas y las montañas pobladas de bosques, el recuerdo de las lejanas selvas de Valdivia subió hasta los ojos de Pérez en forma de lágrimas.
Todavía soñaba con la catedral en llamas.

La resistencia fue escasa, concentrada en una de las antiguas cárceles de la época colonial en las faldas del monte Ossa, donde un grupo de canguros, armados hasta los dientes, resistió hasta que se vieron obligados a huir hacia el interior salvaje de la isla.



Mientras los mandos tomaban posesión del edificio, Pérez y otros fueron comisionados para explorar el territorio circundante y ultimar a los pocos defensores que quedaban.
El grupo de Pérez bordeó el monte Ossa hacia el norte, y en pocos días llegaron al lago Rowallan, de frías aguas y orillas cubiertas por una fina capa de hielo. A medida que avanzaban por el lado oriental del río, las temperaturas bajaban y el paisaje se volvía más abrupto y hostil. Las señales de radio se perdían por momentos y las provisiones escaseaban. Un día se vieron obligados a cazar un pequeño canguro de la nieve, de carnes magras y exigüas.

Pasada una semana desde la salida de la base en el monte Ossa, llegaron a los Bosques Hundidos, donde miles de árboles elevaban sus ramas desiertas de hojas saliendo casi directamente de la superficie del lago.



La niebla matinal le confería al ambiente algo de siniestro, al punto de que en los valientes corazones de los soldados comenzó a anidar un funesto presentimiento.

El soldado Pérez no podía dejar de pensar en el río Cruces, con sus propios bosques hundidos y sus maravillosos cisnes deslizándose suavemente por la superficie. Esa tarde fue cuando, enfermo de nostalgia, se alejó del campamento en busca de comida, con la esperanza, quizá, de encontrar algo de consuelo en la soledad y el silencio. Se detuvo un momento a descansar, se quitó el casco y dejó a un lado sus armas.

Entonces la vio.

Su piel oscura reflejaba con intensidad los colores del crepúsculo. Su cabello, largo y amarrado en una trenza, hacía pensar en mundos aun más lejanos, donde poder olvidar las batallas y las dolorosas pérdidas. Sus labios, aunque firmemente cerrados en una dura línea, eran portadores de una promesa cálida, de compañía y sonrisas.
Ella también lo había visto, y retrocedió unos pasos, recelosa. Pérez intentó tranquilizarla, se levantó de la roca donde había permanecido sentado y mostró ambas manos desnudas en gesto de paz. Luego de unos tensos minutos, ella por fin sonrió.
El soldado trató de hablarle, pero ella habló primero, y posando una mano sobre su pecho dijo:
- Narellah.
Luego apuntó a Pérez:
- Adoni.

Y se fue.
Pérez trató de seguirla, pero se sentía paralizado, como pegado al suelo pedregoso. Luego de unos momentos, escuchó lo voz de sus compañeros que gritaban. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero ya estaba oscuro.
Hacía cada vez más frío.

Estén atentos a la próxima entrega...