III. Primera Noche.

Day 3,594, 17:30 Published in Spain Spain by MVRENVS
* "Ojo", leer antes el número anterior.

Historia del mercader y el efrit (Genio)

Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de
un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo:
"Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El mercader repuso:
"¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit:
"Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader:
"Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras".
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dió a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le
había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique(anciano respetable) se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo:
"¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo:
"¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de
un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente". Después, sentándose a su lado, prosiguió:
"¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit".
Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos.
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader:
"Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón".
Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar. Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo:
"¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el efrit dijo:
"Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre".

El primer jeique dijo:
Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío carne de mi carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah nome concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dió un hijo
varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él". Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano,
cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa,
pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya el arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije:
"Tráeme un becerro bien gordo". Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vió, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral:
"Tráeme otra vaca, y deja con vida a este ternero".
En este punto de su narración, vió Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo:
"¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!" Schehrazada contestó:
"Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo y el rey quiere conservarme". Y el rey dijo para sí:
"¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia".
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vió llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los
empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fué perplejo en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diwán (tribunal) el rey Schahriar volvió a su palacio. Comenzando asín la segunda noche.

Continuará.......