Triste anécdota para olvidar...

Day 2,287, 08:34 Published in Spain Spain by Irreductibles


Día 15 de la resistencia – Trinchera del Ebro (Zaragoza)


Suena un grito en la lejanía , es la cuarta guardia de la noche y todo debería estar tranquilo. Los rumanos se están atrincherando en Zaragoza y no deberían preocuparse por la resistencia. Mis 14 compañeros de habitación y yo salimos del hoyo en que vivimos para enterarnos de que ocurre.
Son las seis de la madrugada, empieza a clarear, pero el aire junto al rio es inmensamente húmedo, y el frío se cala en nuestros huesos, además del recuerdo de los 37 muertos por fiebres de la semana anterior que aún quiebra más nuestras esperanzas.

No hay nadie en los primeros 3 puestos de guardia, así que tomamos nuestros fusiles , dejamos a dos soldados con los informes de inteligencia y nos preparamos para un enfrentamiento, ese es el protocolo.
Avanzamos por las tres primeras líneas de trincheras sin encontrar un alma, no hay ni el más mínimo ruido, y el silencio es muy artificial, como forzado. Según el oficial del pelotón, a 500 metros está el cuartel y polvorín de la trinchera, por lo que nos decidimos a dirigirnos a él, si algo está pasando ese será el sitio más seguro .
Comenzamos a movernos más deprisa, impulsados por el miedo y las ansias de saber que ocurre.
Avanzamos 50 metros, 100 metros , 200 metros, 300 metros, empieza a oler a pelo quemado y avistamos la pequeña bóveda del polvorín excavado en piedra. Seguimos avanzando, 350 metros, 400 metros, y apreciamos una manada de buitres dando vueltas al cuartel. Nos detenemos mientras observamos la entrada al edificio tapada por una cortina de tela corrida. Desde nuestra posición a 100 metros solo vemos que el recinto está en penumbras, así que esperamos.

Al cabo de unos minutos vemos salir dos soldados por la entrada a fumar unos cigarrillos , pero no nos movemos, algo va mal. Algo en su uniforme es peculiar, diferente al nuestro. Mandamos a Kuervo (uno de los nuevos miembros de la unidad y con mejor vista, que se unió hace 7 días y nadie sabe de donde ha salido) a observas más de cerca el uniforme.
Avanza 10 metros por la trinchera sin que los soldados le divisen. Le observamos desde nuestra posición y vemos como su cara se vuelve pálida, y una expresión de horror cruza su faz mientras ahoga un grito en su garganta.
Vuelve lo más rápido que puede junto a nosotros, y lo que nos cuenta nos impacta a todos. Esos dos soldados llevan en su uniforme la bandera de Rumanía y la de los Mercenarios Serbios en sus brazos.






Mientras pensamos lo mas raudamente que podemos, escuchamos de nuevo el grito desgarrado e impregnado de dolor, pero esta vez es más nítido por la cercanía. Es el timbre de voz inconfundible de Cam Carlos, el soldado de las FFAA destinado a coordinar esta trinchera. Si le han atrapado ya no debe quedar nadie más con vida.
Sabemos lo que tenemos que hacer. Yo y el oficial dejamos a los 13 soldados defendiendo la posición y vigilando el paso hasta la sección de inteligencia. Ambos corremos y corremos sin mirar atrás, debemos quemar los informes o la guerra en región podría empeorar vertiginosamente.
Llegamos a la sección de inteligencia, pero al entrar no hay nadie, los dos soldados que debían defenderla han desertado… ``Estas traiciones son las que marcan realmente la guerra´´ , dice el oficial. Mientras amontono todos los documentos en una pira para quemarlos, mi compañero machaca con la empuñadura de su machete los discos duros de los ordenadores.
Comenzamos a escuchar tiros y gritos, los cuales identificamos como de nuestros soldados, cayendo para darnos un poco más de tiempo.

El sol ya empieza a ser visible y atraviesa la tela de rejilla que sirve como entrada a la sala, será nuestro último amanecer.
Arrojo todas las botellas de alcohol que tenemos sobre los papeles y le prendo fuego de un disparo. Los enfrentamientos en el exterior se van reduciendo, no queda prácticamente nadie, pues cada vez se escuchan menos cuerpos caer y menos disparos. De repente el silencio. Empezamos a oir pasos dirigiéndose aquí, pero sabemos que no son botas aliadas las que dan esos pasos.
Mi oficial y yo nos miramos un segundo comprendiendo simplemente con la mirada lo que debemos hacer. Ambos nos sentamos en el rincón más cercano a la luz del sol que entra por la tela. Los pasos cada vez más cerca. Ambos apoyamos las cabezas el uno contra el otro, las juntamos lo mas fuerte que podemos sufriendo por el daño que llega a producirnos. El oficial saca una pistola lentamente y con la mano temblorosa la pone sobre su cabeza. Ambos estamos horrorizados. Él, empieza a recitar un viejo poema entre sollozos que nuestros padres nos recitaban de niños.


Por España; y el que quiera
defenderla honrado muera;
y el que traidor la abandone
no tenga quien le perdone,
ni en Tierra Santa cobijo,
ni una cruz en sus despojos,
ni las manos de un buen hijo
para cerrarle los ojos.


Hundidos ambos en un llanto silencioso callamos, y aprieta el gatillo.
Después nada, solo una profunda e infinita paz.