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Estaba montado en la parte trasera del vehículo junto con otros tres soldados cuando el jefe de patrulla hizo alto. Desembarcamos automáticamente y establecimos un perímetro. Estábamos atentos a cualquier cosa inusual, a veces el territorio nacional puede ser más peligroso que el territorio enemigo y más aún si hay elecciones de por medio.

El sargento jefe de patrulla se acercó al muro donde no se veía ni un hueco libre, todo estaba empapelado con publicidad de los candidatos. Los partidos presentaban a su candidato como el mejor y el único capitán para gobernar este barco.

El sargento se encendió un cigarrillo y se paseó de un lado a otro mientras fumaba tranquilamente.

Nosotros mirábamos atentos en todas direcciones buscando posibles amenazas, los civiles empezaron a asomarse por las ventanas, estaban expectantes, esperando algo.

El sargento se giró y al ver a toda esa gente con los ojos expectantes en el dio un pequeño brinco de sorpresa, se quitó la boina e hizo una pequeña reverencia mientras les daba los buenos días a esta buena gente. Algunos contestaron, otros no.

El sargento hizo la señal y volvimos a embarcar, en pocos segundos volvíamos a nuestra patrulla.

¿Que esperaban que hiciera el sargento? ¿Quemar los carteles? ¿Arrancarlos? ¿Entrar en cólera?

Me mire el brazo y ahí halle la respuesta. Mi brazalete del partido, algo desgastado ya después de tantas patrullas y tantos combates.