Crónica de Reaparición y Congreseo con Sexapil

Day 1,962, 11:55 Published in Spain Spain by Espaugyl



Doler, lo que se dice doler, ya duele menos. Los chocopuntos tienen eso, la molestia sin importancia propia de un hierro candente aplicado con saña a las posaderas, pero la fuerza de la costumbre hace que, salvo el olor a barbacoa abandonada a la dirección de un pirómano, lo que sería el olor a carne adiposa chamuscada, salvo eso, apenas si doy ya tres o cuatro berridos revienta tímpanos antes de desmayarme… no quiero ni recordar lo que sufría en mis primeras aplicaciones de chocopuntos.



Típico chocopunto de la GestapoeRepublik segundos antes de ser aplicado


Tras mi última sádica sanción de la GestapoeRepublik, fui abandonado con los pantalones bajados y mis glúteos aún humeantes en un callejón hediondo, encharcado, frío, lleno de basuras y botellas vacías por el suelo, cosa que ayudó mucho a mi recuperación al despertar creyéndome en casa. Cuando salí de mi error, principalmente porque recordaba que en mi hogar hay techo, lleno de incomprensibles huellas de pies descalzos pero techo al fin y al cabo, protegí de la intemperie mi preciado sexapil subiéndome los pantalones, recé para que sólo me doliesen los glúteos y Herr Hans hubiese estado a otras invertidas cosas en otra celda mientras me chocopunteaban, y eché a caminar sin rumbo. Tan sin rumbo caminé que terminé en El Bar, en mi oficina, a la que acudo en modo automático en cuanto mi hígado me obliga o mis neuronas en modo etílico me llevan, que suele ser casi siempre que no duermo o estoy en los calabozos de quienes me quieren bien.

Siendo una persona de arraigadas tradiciones, base de toda eSociedad con identidad propia, pedí mi habitual media docena de cervezas de pie, como hago siempre tras un chocopunto imposibilitador de uso de taburetes. Algo más recuperado tras la ingesta y pidiendo otra media docena de cervezas (no soy de medias tintas y menos de medias docenas que no pueda completar a docenas enteras) hice por abrir el mugriento periódico pegado por la grasa a la barra y sonreí, pero no por lo que leí, sino por ver que El Bar seguía robándome el corazón con esos pequeños detalles que tan hogareñamente pegajosos me resultaban.



Estado ideal de arrugas y manchas de aceite en el que debe estar un periódico a los cinco minutos de llegar a un bar, a las 7 de la mañana o antes, para que el establecimiento pase por sitio serio y de buenas costumbres (si se queda pegado a la barra mejor que mejor)


Comencé a leer y me encontré con la transcripción de un Curso de Periodismo que me hizo enternecerme interiormente y endurecerme exterior y sexapilmente ante el recuerdo de mis alumnas y sus cortos uniformes (todas mayores de edad, aviso, que no soy de recrearme en lo que no son adultas curvas de anatomías pares bien desarrolladas o con edad turgentemente lantánica). Cuando mis recuerdos comenzaron a disiparse y ablandarse, aunque mi sexapil se negó a ello durante un buen rato, me di cuenta de un pequeño detalle: yo nunca había publicado ese Curso. No es que no me guste el vil metal y que me paguen por lo que escribo, que quien diga lo contrario no es de fiar, sino que el objeto de este Curso fue otro tipo de recompensas, normalmente infructuosas y durante las tutorías.

Lo curioso es que lo firmaba yo, pero las fechas no correspondían, ya que por esos días estaba en una lóbrega celda sin saber cuándo se me aplicaría el chocopunto. Fueron días terroríficos que no podré olvidar. Fui torturado oyendo música chunda-chunda a todo volumen, y en los silencios me estremecía con las carcajadas de los Admins de la GestapoeRepublik cuando cambiaban de CD o chocopunteaban a algún otro prisionero (sobre todo cuando lo hacían sin hierro candente y se decantaban por el método biológico trasero).

Alguien me había suplantado, alguien me había hecho quedar como un desprendido docente que luchaba por el periodismo altruistamente… eso no lo podía consentir, todo lo que hago tiene un motivo, aunque no lo sepa ni yo tras otra docena de cervezas, pero desde luego el altruismo, que creo que es una modalidad de escalada, no lo es.



No sé si es por la cantidad de neuronas que voy dejando en el fondo de las botellas que vacío pero a mí eso del altruismo me ha sonado siempre a un tipo de escalada libre… al menos así de colgados en el vacío suelen acabar los que practican esa disciplina de buen samaritano


Pero mis reflexiones no llegaron a buen puerto, porque en ese momento vi como llegaba el encargado de El Bar, que me conoce mucho mejor que el bisoño camarero que me había servido ya tres docenas de cervezas sin hacerme pagar por adelantado, y tuve que hacer una hábil maniobra de distracción, ya que la GestapoeRepublik no se caracteriza por llenarte los bolsillos de ESPs cuando te abandonan con los pantalones bajados en un callejón. Aprovechando una ”congresuada” que acababa de leer (Congresuada: dícese de la ocurrencia o deposisión de un congresista) opté por llevarla a la práctica.

-¿Cuánto se debe?- pregunté llevándome la mano a un bolsillo vacío y sin fondo por el que suelo rascarme la pierna y otras partes más feromonadas.

-¿Cómo dice?- respondió el atónito encargado desconcertado por mi disposición inusitada de saldar una deuda.

-Buen hostelero, le pregunto que cuanto debo, pero supongo que, según la dinámica congresual de querer que exista la democracia directa en la eSociedad, la pregunta correcta sería ¿tras deliberación entre los camareros, clientes y viandantes cercanos, puesta a votación y contabilización del resultado, cuanto debería pagar por lo consumido?

Viendo la cara de desconcierto por la pregunta, y la avalancha de opiniones dispares de varios espontáneos que ya intervenían, opté por salir sigilosamente de El Bar, camuflándome entre varios cientos de ferreteros y demás ralea que entraban a debatir, y grité fingiendo otra voz, para crear confusión: ¿Votamos a mano alzada tras 24 horas de debate o es voto secreto con prórroga de debate durante 48 horas? ¡Y que alguien haga un doc, por eDios!

Con ciertos remordimientos por la maldad cometida, aunque más pena me daba que El Bar fuese impracticable durante por los menos 48 horas de insufrible democracia directa, opté por buscar un lugar recogido alejado del mundanal ruido. ¿Había visto la luz y quería meditar sobre mis actos? Pues no, que luz suelo ver mucha cuando me interroga Herr Hans con un foco en la cara y soy muy consciente de mis actos, lo que pasaba es que vi como el encargado de El Bar había logrado salir del lugar con cara de pocos amigos y gritando mi nombre con ojos inyectados en sangre.



Multitud de amantes de la democracia directa haciendo cola para entrar en El Bar y poder debatir y votar sobre la cuantía de mi deuda… el Cristo navegando entre el gentío fue un efecto colateral al ser arrastrado por la masa a su paso


No sabiendo donde meterme, corrí hacia el eCongreso, un edificio de insano recuerdo en el que descubrí las maquinaciones de Herr Hans y su laboratorio en la buhardilla para idiotizar a los representantes de la eciudadanía (léanse las Crónicas anteriores, que ahí se explica todo). Curiosamente, recién chocopunteado como estaba, me resultaba más desagradable caer en manos del furioso hostelero, cuya boca espumeaba cual enano bilioso, que otra vez en las de la GestapoeRepublik, por lo que corrí al interior del edificio sin querer pensar en qué sería peor.

Saltando por encima de viejas cafeteras estropeadas de tanto uso y sorteando sacos de café que llegaban casi hasta el techo llegué al hemiciclo. Me escondí tras una columna durante un buen rato, sin hacer ruido, viendo pasar al furibundo encargado sin encontrarme, y cuando creí que ya estaba fuera de peligro, comencé a deslizarme hacia la puerta, quedando paralizado de inmediato al oír un rugido atronador, con eco y dolby surround, como de una fiera a punto de devorarme de un solo bocado. Creyendo que ni mi legendaria capacidad para correr más que mi miedo pudiese salvarme en esa ocasión, opté por volverme para ver al menos, antes de morir, qué podía rugir de semejante manera… y el suspiro de tranquilidad que solté rivalizó en sonoridad con el siguiente rugido. Estaba a salvo, tan sólo era una sesión del eCongreso, un efecto habitual en todos los que ocupan un escaño y se sincronizan por la proximidad y el compañerismo, tan sólo eran 40 congresistas roncando al unísono.



El Paraíso en la Tierra, el lugar donde los sueños son sueños con mucho sueño, el eCongreso y su actividad habitual


La verdad es que soy un poco exagerado, allí no había 40 congresistas, de hecho tengo entendido que si alguna vez hay 40 congresistas al mismo tiempo unos señores a los que les gusta la abeja Maya, o algo parecido, dirán que el eMundo se acaba. Habiendo como había tanto escaño libre, y pareciéndome tan cómodos y mullidos, opté por echar una cabezadita aprovechando que la sesión estaba en lo más duro de un debate de 24 horas, un momento decisivo en el que al parecer había que cambiar tres comas (ni una, ni dos, tres comas ni más ni menos) de un reglamento sobre la cría en cautividad de los somormujos machos.

Dándome por satisfecho tras una cabezada de 14 horas, viendo que en el eCongreso había cafetería y no me conocían, me despabilé para ir a dejar una suculenta cuenta etílica cuando un nuevo aliciente se presentó para replantearme mi futuro inmediato.


-¿Eres un nuevo congresista?- me preguntó sonriente una despampanante pelirroja de metro noventa e infartantes y pares poderes congresuales.

-Por supuesto, de toda la vida, Congresista, Espaugyl Congresista me llaman desde que recuerdo- mentí como suelo ante semejantes visiones.

-Mi nombre es Xilmar y es mi primera vez en el eCongreso- me contestó, o eso creo que dijo, porque yo no estaba para oír mucho estando la sangre desparejamente repartida como estaba.

Y, como tantos grandes hombres, como los más abnegados y sacrificados próceres de la ePatria, me convencí de que mi futuro estaba en el eCongreso y donde me dejasen.


La econgresista Xilmar, o lo que vi de ella, confesándome ingenuamente que era su primera vez en el eCongreso y creyéndome experimentado en las lides congresuales… no sería yo quien la sacase de su error



Desde la cafetería del eCongreso, contándole a Xilmar mis aventuras congresuales (cuando con una mano atada a la espalda conseguí que me aprobasen dos reglamentos y una ley y media) se despide este Corresponsal de Guerra metido a congresista espontáneo, y esperando que cuando me echen a escobazos del escaño haya un refugio lantánico donde ser curado de los moratones, o al menos que no me los hagan nuevos.


Espaugyl