Crónica Bélica-Empresarial Lantánica

Day 1,556, 09:52 Published in Spain Spain by Espaugyl



Un Corresponsal de Guerra que se precie debe estar acostumbrado a las penalidades, y uno que huye concienzudamente como yo pues más aún. Una semana he pasado escondido tras la barra de El Bar, mi otrora oficina, rincón de mis más insanas inspiraciones y centro financiero basado en la ludopatía cuando aún no había heredado de amigos que ya no están (no sea vago y lea mis anteriores Crónicas, como buen español le encantará leer como alguien lo pasa francamente mal por este eMundo, y si es de sangre española pues verá como los genes le hacen disfrutar, que los genes son muy chivatos).



El Bar en su mejor momento, antes de la última guerra, cuando aún había electricidad, jamón y tapas variadas… antes del desastre ecológico de que se interrumpiesen las migraciones de langostinos desde su hábitat natural hasta la barra.


Lo cierto es que El Bar es lo más cercano al Valhala que he conocido, porque era el lugar habitual de descanso de numerosos guerreros, estaba lleno de ambrosía en forma de cerveza, vino fino y whisky, había viandas propias de eDioses como el jamón, el pescaíto frito, queso, bolsas de patatas fritas y frutos secos, y estaba lleno de vírgenes para los guerreros… bueno, en verdad hay un calendario de “Talleres Martínez” tras la puerta del váter y en la hoja de cada mes hay una mecánica con menos ropa que la anterior, pero son tan sólo detalles.


En dicho paraíso me escondí, pero todo llega a su fin, porque del jamón sólo quedaba un hueso que chupé en vano durante varios días, las bolsas de patatas fritas fueron cayendo como acompañamiento, la cerveza me la tenía que beber caliente, así como el whisky sin hielo, y hasta la insinuante mecánica de Febrero, con unos guantes y una llave inglesa por único atuendo, ya arrugaba la nariz cuando iba a miccionar tras una semana sin más higiene corporal que enjuagarme la boca con vodka y enmascarar las feromonas de mis axilas con algo de vinagre de las ensaladas. No me quedó más remedio que salir al eMundo exterior, muy a mi pesar, con el miedo en el cuerpo de toparme con Admins de la GestapoeRepublik, simiescos enemigos o comisarios políticos ferreteros.


Pensando en esto último salí a la calle con mi disfraz de ferretero, aquel bicho muerto que encontré al que le puse un moco en forma de estrella rociada con Don Simón, por aquello de darle color, y que me puse como gorro para ser uno más. El ambiente era diferente a antes de esconderme en El Bar, de hecho las ferreterías que encontraba ya no estaban tan lustrosas, ni brillaban tanto sus símbolos, de hecho incluso las herramientas ferreteras de las fachadas habían desaparecido en algunos casos. Al doblar una esquina, en un parque, me topé con un nutrido grupo de comisarios políticos haciendo uso de algunas de las mencionadas herramientas a la sombra de unos pinos, mientras otros dirigían una batalla según las consignas gubernamentales del momento.



Hoz abandonada en el parque donde encontré a unos comisarios políticos y el uso que a la otra parte del logotipo le estaban dando.


-¡Eh, tú! ¿A dónde vas?- me gritó uno de ellos nada más verme en la distancia.

-A vuestro encuentro iba precisamente- disimulé dirigiéndome directamente hacia ellos.

-Pues aquí estamos, camarada- me contestó incorporándose de su cómoda postura bajo un pino y confundiéndome sin duda con otro, con un tal Camarada.

-Del Cuartel Central Cafetero Proletario vengo, del CCCP ni más ni menos y dicen que sigáis con lo que estáis haciendo, que lo hacéis de vicio- improvisé como pude.

-Es un alivio- suspiró el comisario político mientras volvía a sentarse a la sombra del pino al que tanto cariño parecía haberle cogido- sigamos entonces con la órdenes, camaradas- dijo mientras rompía otro piñón.

-¿Todos los ferreteros son parientes? ¿es un negocio familiar?- pregunté sin poder contener mi curiosidad con tanto Camarada como me encontraba.

-No le comprendo, camarada- me contestó extrañado consiguiéndome confundir al introducirme en la familia Camarada- pero quédese y podrá informar sobre la diligencia con la que cumplimos las órdenes.


Y tras decir eso me di cuenta de que en verdad una batalla se desarrollaba tras una improvisada barricada y que otro grupo de comisarios políticos observaba el discurrir de la misma mandando venir de vez en cuando a algún combatiente.


-¿Por qué combatía tanto, camarada soldado?- le gritaba a apenas un centímetro de la cara al primero de una larga fila de soldados.

-¡Por eEspaña, para liberarla del invasor!- contestó el pobre bisoño.

-Respuesta equivocada, péguese un tiro en el pie, es una orden, y váyase a un hospital y no vuelva en un par de días.

-Pero…

-Ni peros ni leches, esta batalla hay que perderla, como todas las demás, que eso lo sabemos hacer muy bien. Son las últimas órdenes de nuestros gloriosos Presidentes desaparecidos.



Únicas armas permitidas contra el enemigo estos últimos días


Así uno tras otro eran disciplinados los soldados más ardorosos, aquellos que combatían con ganas y a los que los ferreteros conseguían bajar los humos, que eso de combatir y ganar no estaba en las órdenes. Treinta soldados después, con sus correspondientes disparos en el pie, había dejado la retaguardia más ensangrentada que el campo de batalla, como si la retaguardia fuese el sueño de un vampiro tradicional, de pelo en pecho, de matar mucho y desgarrar carótidas, y el campo de batalla fuese el bucólico lugar de correrías enamoradizas de un pálido y melancólico vampiro adolescente de Crepúsculo.


Aprovechando que ni los ociosos y sus piñones ni los más activos diluyendo la innata combatividad española reparaban en mi presencia, me fui andando de espaldas, en la astuta maniobra de huir como si viniese en vez de estar yéndome, y comencé a correr en cuanto me perdieron de vista.


En unos segundos, alcanzando casi velocidad supersónica, conseguí llegar a mi fábrica, en la que no ponía pie desde que Andalucía cayese en manos brasileñas, cuando efímeramente fue capital de eEspaña. Pensaba que me encontraría unos escombros en los que sobrevivir, incluso quizás algo de whisky si conseguía encontrar alguno de los archivadores de mi despacho y tan rápido iba en mi carrera con estos pensamientos que no reparé en ciertos detalles cuando crucé el umbral de la puerta… y el primer detalle era que había puerta, de cristal pero puerta al fin y al cabo. Cuando recuperé el conocimiento y me quité cristales de lugares inverosímiles y sumamente delicados, me encontré rodeado por una visión incluso superior al calendario de “Talleres Martínez”, y las visiones me ofrecían refrescos y todo.



Tras comprobar la veracidad de que dos cuerpos distintos no pueden ocupar el mismo espacio simultáneamente (una puerta de cristal y un servidor, por ejemplo) desperté con esta maravillosa visión publicitaria.


Lo primero que pensé era que me había equivocado de edificio, ya que no era la primera vez que confundía lo que para todo el mundo es obvio con otra cosa, como cuando en la inauguración de la fábrica quise sacar a bailar a una reticente gorda de morado sin darme cuenta que era el Señor Obispo de Jerez que había venido a bendecir el proyecto. Pero en esta ocasión no tenía disculpa, ya que me hallaba completamente sobrio muy a mi pesar.


Cuando aquellas beldades me levantaron del suelo con más ayuda de la necesaria, ya que en verdad me agarré, rocé y apoyé mucho más de lo que me hacía falta, vi que en verdad aquello alguna vez había sido mi fábrica de armas pero ahora… ¿por qué había Fanta por todas partes? ¿Por qué había latas hasta el techo? ¿Por qué había camiones que no paraban de salir con cajas y cajas de Fanta? Alguien me había robado aquello, no cabía duda, así que, no antes de pedirles sus nombres, números de teléfono, direcciones y medidas a aquellas fantásticas empleadas, subí de dos en dos la escalera hacia mi despacho.


Una eficiente secretaria, fea como el pecado, me paró en seco.


-Señor Espaugyl, la Srta Lantanique lo recibirá en unos minutos, haga el favor de aguardar en la sala de espera.

¿La Srta Lantanique? ¿ella estaba al mando? ¿en mi despacho? En un alarde de instintos primarios y amontonamiento de deseos subconscientes, conscientes y por escrito, comencé a desabrocharme los pantalones y a quitarme los zapatos… craso error, los ojos comenzaron a lagrimearme, por lo que volví a ponerme los zapatos y entré en cuanto se me invitó al despacho de Lantanique, mi antiguo despacho.


Una empresarial y voluptuosa ejecutiva lantánica se encontraba abriendo unas cartas sentada en el que fue mi antiguo sillón de directivo. Sin mediar palabra, haciendo gala de mi astucia y queriendo llevar a cabo mil planes soñados para hacerla mía, me subí a la mesa y con la escusa de cambiar una bombilla inexistente, solté el pantalón que llevaba agarrado con una mano y dejé que este cayese hasta los tobillos, dejando mi virilidad a la altura de su vista.



Inigualable visión empresarial que tuve de Lantanique ejerciendo de Directora de la fábrica.


-Bienvenido eJefe- me saludó Lantanique sin hacer caso a mi sensual y romántico plan para un digno rencuentro.

-Ahora acabo con el correo y te atiendo- añadió empuñando un abrecartas sin levantar la vista del correo y haciéndome comprender que quizás el instrumento lo iba a emplear con algo diferente al siguiente sobre.

-Me alegro mucho de verte-dije mientras me subía los pantalones y me bajaba de la mesa sin perder de vista el abrecartas.

-Ya lo veo- contestó Lantanique levantando por primera vez los ojos del correo y fijándose en cierta parte de mi anatomía.

-¿Qué ha sido de mi fábrica de armas? ¿me has llamado eJefe?- pregunté según iba procesando la información del momento.

-Ha habido algunos cambios desde que fuiste detenido por la GestapoeRepublik, eJefe. eEspaña ha sido borrada una vez sí y otra también, los bonus de armas desaparecían, no era conveniente reconvertir la fábrica al sector alimentario porque pasaba lo mismo, pero hay algo que tú y yo sabemos que no cambia nunca en este eMundo.- Me explicó emocionada, hipnotizándome con el bamboleo de sus partes pares mientras subía el grado de emoción en su discurso.

-¿Cómo dices? ¿armas no? ¿cosas que no cambian?- pregunté en modo automático aún con la mirada fija en la anatomía par que intentaba liberarse de la tela que la oprimía.

-Muchas veces me has dicho que debía dar rienda suelta a mi potencial, que debía liberarme, que debía ir más allá- siguió explicándome citando mis propias palabras aunque fuera de contexto, porque siempre tuve otras intenciones en mente al decir esas cosas.

-Pues lo he hecho- prosiguió- he focalizado mi poder sobre los pagafantas, un poder que siempre se tiene aunque sea en forma latente, y he creado un imperio… nuestro Imperio.



Así son ahora los almacenes de mi antigua fábrica de armas ¿hasta qué punto son las armas más poderosas que el poder de pagafanteo?


Muy pensativo me dejó aquello, y mucho más cuando le dije que me lo tenía que explicar más detalladamente en mi casa… y por primera vez estaba tan entusiasmada que no me tiró nada a la cabeza… y estaba tan mona allí de directiva… mona… mona… ¿habrá colaborado con el enemigo en mi ausencia y es todo una trampa? ¿es pura casualidad que se me viniese esa palabra a la cabeza o mi subconsciente me está avisando? ¿acabará todo tan mal como con el Señor Obispo de Jerez? Sólo el tiempo tiene las respuestas.


De nuevo en libertad, con nueva fábrica y Lantanique cerca, se despide este escamado Corresponsal de Guerra.


Espaugyl