Concurso de redacciones, Primeros entre iguales

Day 1,931, 02:48 Published in Spain Spain by Hansfernandes

Bueno queridos lectores, esta pasada semana hice un pequeño concursito de quien era el que hacia una redacción
de las buenas para pasar el rato entre todos y Leer un poco, que dicen los expertos que es bueno y todo.
Los premios concedidos fueron pocos pero suficientes para una miniedición Introductoria al mundo de las redacciones
sobre heroicidades de guerra.

Los premiados fueron:
1º: Personahumana,"Oh mi capitán, mi capitán", te di el primer premio, pero no volvera a ocurrir ya lo veras.

2º: IDani7, si ese osito pederasta que anda al acecho de los eCiudadanos no adultos, por lo visto sabe lo
que es engatusar a la gente con buenos relatos y claro, segundo puesto asegurado.

3º: JoseManu16, un nuevo camarada que como no se le vigile nos hace un cuento al mas puro estilo José Cela.

Pues para que veais que no hay favoritismos presento el cuento del capitan america...digo personahumana:

"¿Por qué?" Seguramente es lo que cada soldado (al menos aquel que tenga conciencia) se ha preguntado alguna vez. A mí me ha tocado preguntármelo hoy a las 8:07 am, cuando a punto de devorar el desayuno me han dicho que no había mantequilla para las tostadas. ¿Cómo demonios puede comerse uno un pan Q1 sin mantequilla? ¿Acaso piensan que somos animales? Me he contenido para no insultar al de la cantina; a fin de cuentas, es un mandado igual que yo, igual que todos. Girando sobre mis talones he buscado la mesa más alejada, la más apartada, para sumirme en mis pensamientos, agrios esta mañana."¿Por qué?" Una pregunta que podrían ser mil: ¿por qué sigo luchando? ¿Por qué estoy luchando? ¿Por quién estoy haciéndolo? ¿Por qué sigo vivo? Pronuncio esta última cuestión en voz baja, sorprendiéndome a mí mismo, sacándome de mi ensoñación, esperando que nadie me haya oído. Meto mi cara en el plato y doy un sorbo al Cola-cao (ya dije otra vez que no tomo café), y la misma interrogación viene a mi mente: ¿por qué sigo vivo? Y empiezo a pensar...



New Foundland (España), Día 1923:

Mucho frío, incluso para esta parte de Canadá (o eso dicen los partes meteorológicos). La nieve no es que esté muy alta, apenas un metro acumulado, pero los equipos no están tan preparados para estas circunstancias como previeron en Inteligencia. Menos mal que la comandante actuó con su rapidez acostumbrada y dio soluciones que, al menos, palían la situación, como cuando nos ordenó requisar las motos de nieve de un concesionario cercano. "Emergencia militar, disculpe las molestias", intentaban explicarle unos compañeros, sin mucho éxito, al pobre dueño de las máquinas en un más que deficiente inglés.

Hoy me toca estrenar montura; lo quiera o no tengo que inspeccionar el frente, más bien buscarlo, porque parece ser que la resistencia se está organizando por el sistema de guerrillas y esperan agazapados entre los espesos follajes de los bosques de arces. Me llevo a un novato, un recién nacido que apenas sabe nada de eRepublik, para que conozca un poco el mundo y valorar sus posibilidades. No creo que vayamos a tener complicaciones, no espero toparme con nadie y por eso llevo armamento ligero. Quiero estar de vuelta en dos horas para el rancho.
Esta tierra es realmente bonita. Bosques verdes por doquier, mezclados con el blanco de la nieve; postales idóneas para felicitar la Navidad allá donde mires. Resulta bucólico hasta el congelado río que serpentea pendiente abajo, junto al camino por el que nos deslizamos tranquilos, sin prisa. El novato no deja de mirar a todas partes, nervioso. Empiezo a preguntarle cosas sobre él, para conocerle y saber hasta dónde llegan sus conocimientos de la eVida. No me sorprende que no sepa apenas nada, ni siquiera qué diferencia hay entre una arma Q1 y otra Q7. Empiezo a instruirle al respecto cuando nos vemos obligados a parar: un árbol bloquea el camino. Quizá el peso de la nieve lo hizo caer, si es que ya estaba maltrecho de antes... pero no sé, es raro. No parece que se haya resquebrajado, ni sus raíces han levantado las raíces fuera de la tierra. El novato se dirige decidido al árbol; bromea situando el origen de su familia en Bilbao y que va a moverlo sin esfuerzo. Le digo que espere mientras me acerco a él, pero no me hace caso; se posiciona para hacer fuerza y empuja para mover el tronco. Le repito más alto que espere, pero ya no me oye... ni siquiera yo oigo mis palabras salir de mi boca con el ruido de la explosión.

Una fuerza me levanta del suelo, como si un toro me cornease, y me lanza varios metros hacia atrás, por encima de mi moto de nieve. Casi ruedo por el terraplén hacia el río, y apenas consigo entender qué pasa, la cabeza dolorida. Siento un punzante dolor en el brazo izquierdo, me arde; debe ser por las esquirlas de madera que tengo clavadas, rasgando el abrigo, que ya se mancha con mi sangre. El tronco ha volado en en mil pedazos, igual que el novato: los trozos de su cuerpo cubren la distancia entre el punto de la explosión y nuestras monturas. Él fue mi escudo con esa bomba-trampa.

Mi primera impresión es la de levantarme pero el dolor del brazo me detiene y me hace meditar sobre la situación. Mi lamentable estado no impide que me de cuenta de que tengo que huir; esto es una puta emboscada. Y entonces los veo; más bien los oigo: gritos exaltados cada vez más próximos, guerrilleros canadienses lanzándose como lobos hambrientos sobre la presa herida. Suben raudos por el terraplén, y atacan también por el otro lado, en un movimiento de tenaza. Consigo disparar hacia abajo, barriendo el frente y haciendo caer a los dos que suben hacia mí. Quizá no los haya matado, no lo sé, no tengo tiempo de verlo. Me subo a la moto y arranco. Disparan sobre mí, sin acertar, y giro como puedo, pasando por encima de los restos del novato, acelerando... Pero es tarde: algo me derriba de la moto. Se acentúa el dolor de mi brazo, y veo a un canadiense cerca de mí,
levantándose. Ni tiempo le dejo dar un paso antes de abrirle la cabeza de un balazo. Que bien viene en estos momentos la instrucción recibida. Lo que no llego a ver es la bota que lanza lejos mi arma y que luego me alcanza la cara, haciéndome rodar unos metros terraplén abajo. Siento los pasos en la nieve de mi atacante mientras escupo sangre y algún diente, volviéndome justo a tiempo para recibir un puñetazo y sentir como el tipo se tira sobre mí, cara desencajada, gritándome, escupiendome la ira que siente porque he matado a los suyos. Cuchillo en mano, pretende cortarme el aliento, literalmente. No sé de dónde saco fuerzas para detener el gesto de afeitarme en seco, apretando los dientes y manteniendo la respiración. Apenas puedo hacer fuerza con el brazo izquierdo y él insiste e su intento, y noto el frío del acero afilado en mi piel.

Así no, joder. No voy a morir así. No he sufrido derrotas ni saboreado victorias en Asturias, Midi-Pyrenees, Lisboa o Mindanao para caer atravesado como un perro sobre la nieve. No. Así que me preparo y... Bam... le golpeo la cara con la frente. No es un golpe fuerte, pero le sorprende mi reacción y afloja su envite, lo justo para que pueda reaccionar y volver el cuchillo contra él y empujar, empujar, empujar... Con todas mis fuerzas. "¡Jódete!" le grito a la cara mientras por mi mente pasa la cara del novato cuyos restos yacen ahora desperdigados por el camino nevado, lejos de su hogar, lejos de su familia, para no volver jamás. El cuchillo atraviesa su piel,
por debajo de la barbilla, rajando la traquea. El canadiense boquea, ojos desencajados, boca abierta de par en par, sorprendido, "Coño con el español", pensará. Patea con fuerza, buscando aire, intentando detener el aire que sale de su cuerpo, el último hálito que le abandona. Escupe sangre a mi cara, pero no aflojo ni por un momento, pues en ello me va la vida, y también la suya. "¡Jódete!" Mientras gorgotea le empujo a un lado para que termine de desangrarse sobre la nieve que se tiñe de rojo, y me incorporo a medias para poder llenarme los pulmones del aire que él no respirará más. Ni me vuelvo a mirarle mientras empiezo a caminar hacia la moto de nieve. Al llegar a ella compruebo que se ha calado, pero parece que arranca sin problemas. Aprovecho para llamar por radio y dar la posición e indicar la situación. "Oficial herido, una baja." Y entonces mis ojos se posan en él cuerpo destrozado unos metros atrás, en las vísceras desparramadas por doquier. Y pienso: "¿por qué? ¿Por qué tú y no yo?"

El desayuno ya está frío cuando vuelvo a la realidad. Me sorprende encontrar mis ojos mojados con lágrimas en recuerdo de aquel chaval. ¿Por qué él y no yo? Oigo risas a mi espalda que me hacen volverme: son los nuevos reclutas, la nueva hornada que se ha incorporado esta semana. Es muy temprano por la mañana y tienen ganas de divertirse antes de empezar el duro día. No sé si sonreír o recrearme en mi pesadumbre, pensando en la responsabilidad de adiestrarles para matar y sobrevivir, de dirigirlos en la batalla, de esforzarse hasta el último aliento que les quede, hasta la última bala. Y entonces miro más a mi izquierda, al grupo de soldados que me mira, que me sonríe. Los que llevan aquí tanto o más que yo, los que siempre han estado a mi lado. Me levanto y me acerco a ellos, para saludarles. "Un día más", me dice uno de ellos sonriendo. Sí, un día más. Y entonces caigo en ello: nadie nos obliga a estar allí, a seguir adelante más que nosotros mismos. Elegimos luchar y esforzarnos por mil razones, cada cual elige la suya. Y la mía es la de seguir adelante por mis compañeros, por mis amigos. Mi por qué sigo vivo son todos y cada uno de aquellos que me hacen disfrutar de la eVida.
Vosotros me hacéis vivir.