La Gran Venganza

Day 1,556, 19:00 Published in Paraguay Paraguay by heroldo

Durante toda la noche del 21 de Setiembre, reinó la más profunda calma en ambas posiciones. Nada hacía presumir que, al otro día, se libraría la más colosal batalla sobre aquel campo dormido en la densa oscuridad.

Amaneció por fin el día 22.

Ligeros nubarrones corrían hacia el levante, ocultando, a cada momento, la faz de aquel sol llamado a iluminar el más sangriento desastre de la Alianza.

A las 7 de la mañana estaba ya todo el ejército enemigo en rigurosa formación, dispuesto para el ataque.

El triunfo era seguro: sólo se esperaba que el famoso Tamandaré hiciera la señal de que Curupayty había sido reducida a polvo.



Cuando se disipó la espesa neblina, apareció a lo lejos el sinuoso perfil de la trinchera, sobre la que flameaban gallardamente dos banderas tricolores, una hacia a. y otra hacia f.

La escuadra rompió, desde muy temprano, en un furioso bombardeo. Los cinco acorazados, las bombarderas y los buques de madera vomitaban sus proyectiles, sin interrupción, por ciento cincuenta bocas de fuego.

A las ocho de la mañana empezaron también los bombardeos sobre nuestras líneas, dos baterías de a doce cañones, la una brasileña, situada frente a nuestra derecha y la otra argentina, situada frente a nuestra izquierda.


Cuadro de Cándido López. Asalto por agua a Curupayty.

Dijimos ya que a unos centenares de metros de nuestra línea principal, había un largo foso, débilmente artillado. Aquel foso fue defendido hasta las diez de la mañana, hora en que los paraguayos se replegaron a la trinchera, llevando sus cañones y pertrechos, bajo una lluvia de balas.

A las doce corrió la noticia de que Flores había flanqueado a los paraguayos por su izquierda. Aquella noticia coincidió con la señal del almirante: una bandera blanca flameando en lo más alto de uno de los acorazados, anunciaba que había llegado el supremo instante.

Sonó el clarín, y comenzó el asalto. Éste se llevó en la siguiente forma:

Todo el ejército se dividió en cuatro columnas: dos argentinas que caerían sobre nuestra izquierda y dos brasileñas sobre nuestra derecha. En el centro iban, pues, la segunda columna brasileña y la primera argentina.

Las columnas que iban a caer sobre nuestra derecha se componían de seis batallones y tres cuerpos de caballería desmontada, siendo su jefe el coronel Augusto Caldas.
Las columnas del centro se componían de seis batallones brasileños, tres cuerpos de caballería a pie y doce batallones argentinos, siendo su jefe inmediato el coronel Rivas, ascendido ese mismo día a general, sobre el campo de batalla.

La columna que asaltó nuestra izquierda se componía de cinco batallones, mandados por el general Emilio Mitre.

Porto Alegre era el jefe superior de las columnas brasileñas, y Paunero de las columnas argentinas.

Mitre era el generalísimo, director de la batalla.

Los paraguayos, perfectamente tranquilos, esperaron el asalto.

Díaz estaba al corriente de todos los movimientos del enemigo, mediante un vigía que, desde lo alto de un árbol, observaba el cuartel de Curuzú.

A las 12 p.m. anunció el vigía que el asalto comenzaba, diciendo que ya había contado más de diez y seis estandartes.

Díaz en aquel momento mandó tocar diana, y empezó a recorrer la línea, vivando al Paraguay.

Poco después el toque de tambores y trompetas y el grito interminable de los soldados ebrios de valor, murieron ahogados en el trueno prolongado, ronco y ensordecedor de nuestros cincuenta y tres cañones, que vomitaban hasta seis tiros por minuto!

La matanza había comenzado.

Las cuatro columnas se precipitaron, como una avalancha, seguros del triunfo. Pero bien pronto se convencieron de la inutilidad de su sacrificio.

Después de cruzar el primer largo foso, rellenado con espinas de corona, de más de cuatro centímetros de longitud, de espinillos y aromitas, se encontraron con que las dificultades del terreno iban en aumento a medida que disminuía la distancia que les separaba de la infernal trinchera, que parecía arder en las llamas de un gran incendio.


Asalto de la 4ª Columna . Candido López.

Pocos momentos después de empezado el asalto, el humo era tan denso que hacía casi imposible la marcha sobre aquel ingrato suelo, cubierto de agua y lleno de accidentes.

Pero en medio de todas las dificultades, las pobres columnas avanzaban, frenéticas, desesperadas: las empujaba la seguridad del triunfo, después de Curuzú.

Curupayty era un trueno prolongado. Las bombas y las piñas levantaban a los cielos montañas de barro que aplastaban a los asaltantes y destrozaban compañías enteras, que caían como fulminadas, sobre el campo enrojecido, en que la sangre coloreaba las aguas de los charcos o corría a través de los declives.

El fuego convergente y de enfilada de nuestros ángulos, construidos con toda la habilidad, era desesperante.

Los batallones que llegaban hasta nuestros abatís se enredaban entre sus ramas, se enloquecían bajo el fuego horrendo de nuestras baterías, retrocedían, se arremolinaban y volvían, para tratar de abrirse paso a través del imposible, para morir deshechos, quemados, fundidos por aquellas bocas inexhaustas de donde se abalanzaban la muerte, entre ardientes torbellinos, ciega, insaciable.

Mientras las columnas del centro eran hechas añicos, la primera columna brasileña no corría mejor suerte. Porto Alegre había mandado abrir un camino a través del monte que borda la barranca, para caer por allí sobre los ángulos de nuestra derecha. Díaz mandó terminar el callejón, dejando limpio el espacio frente a nuestras baterías de c. d. f.

Por aquel camino se acercaron los brasileños. Díaz mandó que la artillería cesara su fuego hacia esa dirección, para que el enemigo pudiera avanzar sin cuidado. En el ángulo d. habían dos terribles piezas 68, apuntando hacia la picada. Díaz mandó cargarlas hasta la boca. Y esperó. Cuando los brasileños estuvieron a una corta distancia, se oyó una tremenda detonación, y un huracán de fuego, hierro y plomo derretido barrió aquella confiada columna, dejando a su paso centenares de cuerpos destrozados.

Aquello fue espantoso. Los cañones 68 no cesaron un momento de arrojar sus proyectiles, que despedazaban a la columna que se obstinaba en llegar a los abatís, para que fuera mayor el horror de la cruel e inhumana carnicería!

Y mientras las 53 piezas no se cansaban de sembrar la muerte y el espanto, nuestros infantes tampoco se dormían en sus posiciones.

Sus descargas se sucedían constantemente, en toda la línea.

Los que se esforzaban en abrirse camino a través de los abatís, se desgranaban bajo las certeras balas de aquellos infantes incomparables.

Estaban, felizmente para el enemigo, armados de fusiles de chispa; por eso apenas podían hacer cuatro tiros por minuto, según el testimonio de muchos sobrevivientes.

Corto era el tiempo que empleaban para cargar sus enormes fusiles. Parecía que manejaban armas de precisión, por lo rápidamente que aparecían sobre los muros, con sus pesados morriones y su camisa roja después de cada descarga.

Por otra parte, hay que tener presente, que todos los batallones tenían bombas de mano. Mientras unos fusilaban a los que se ponían a tiro de fusil, otros lanzaban las bombas con las mechas encendidas, que poco después estallaban entre las ramas que protegían la trinchera, destrozando a los que trataban de pasar aquel obstáculo, rompiendo los gajos y colocando las escaleras de que venían provistos.

Y para aumentar el infierno de aquella batalla desesperada en que el Paraguay vengó todos sus desastres pasados y futuros, las coheteras lanzaban también sus extraños proyectiles, que cruzaban el campo con su encendida cola, chicoteando, abriendo brechas en las diezmadas filas de aquellos batallones que la estultez humana lanzaba contra las vencedoras trincheras del mariscal paraguayo.

Pero a qué seguir. A las cuatro de la tarde el clarín anunció la derrota, pronunciándose la fuga, en medio de una confusión indescriptible y de un desbande general.


Trincheras Paraguayas - Candido López

Nuestros soldados, desde los muros de las trincheras, presenciaron la huída desesperada, iniciada por los argentinos, a los que siguieron, poco después, los brasileños.

En el momento en que más entusiasmados los paraguayos golpeaban la boca, lanzando sus interminables gritos de sarcástica burla, el vigía anunció que se movían hacia Curupayty algunos batallones de reserva.

Díaz mandó cesar la gritería, ordenando que todos ocuparan sus puestos y permanecieran en silencio, sin disparar un solo tiro hasta que aquellas fuerzas se aproximaran lo suficiente a las trincheras, para que no quedara uno vivo. Muchachos: ¡cuidado con ser golosos! gritó Díaz, con su voz potente y sonora (anique pe nde goloso lo mitá).

Poco después el vigía volvió a anunciar que los batallones de la reserva enemiga habían contramarchado.

Todo se había concluido. Los paraguayos acababan de alcanzar la más completa victoria.

Más de seis mil cadáveres e infinidad de heridos yacía en el sangriento campo de batalla.

Las pérdidas nuestras apenas alcanzaron a noventa y dos hombres, entre muertos y heridos.

Terminada la batalla Díaz, que había permanecido, durante cuatro horas de lucha, en la línea a. b., cerca de las baterías de Ortiz, montó su brioso alazán y, dando vivas a la patria, recorrió toda la trinchera, precedido de dos bandas de música y saludado por los frenéticos gritos de sus soldados, que se descubrían ante él en una sublime explosión de alegría, de respeto y de admiración.

por Pompeyo González

(extraído del libro "Recuerdos de Gloria", Servilibro, 2007, una compilación de artículos históricos sobre la Guerra Contra la Triple Alianza escritos por Juan E. O'Leary, pags. 113-11😎