III. Primera Noche.
MVRENVS
Historia del mercader y el efrit (Genio)
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de
un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo:
"Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El mercader repuso:
"¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit:
"Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader:
"Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras".
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dió a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le
había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique(anciano respetable) se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo:
"¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo:
"¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de
un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente". Después, sentándose a su lado, prosiguió:
"¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit".
Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos.
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader:
"Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón".
Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar. Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo:
"¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el efrit dijo:
"Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre".
El primer jeique dijo:
Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío carne de mi carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah nome concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dió un hijo
varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él". Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano,
cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa,
pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya el arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije:
"Tráeme un becerro bien gordo". Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vió, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral:
"Tráeme otra vaca, y deja con vida a este ternero".
En este punto de su narración, vió Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo:
"¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!" Schehrazada contestó:
"Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo y el rey quiere conservarme". Y el rey dijo para sí:
"¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia".
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vió llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los
empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fué perplejo en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diwán (tribunal) el rey Schahriar volvió a su palacio. Comenzando asín la segunda noche.
Continuará.......
Comments
hail camarada nejro o7
Gracias por compartir esto. Da gusto leerlo. Una cuestión... ¿ese "asín" de la ultima noche viene en el texto original o es que has metido la gamba al transcribirlo? 😉