Capítulo I — Una nueva pluma ahogada en sangre

Day 3,378, 04:15 Published in Spain Spain by Zakk Bloodworth


-¡Más rápido, maldita sea! ¡Ese malnacido nos está alcanzando! -dijo Barriga Verde muy alterado-. ¡Más rápido he dicho, joder!
Los caballos se encontraban a galope tendido desde hacía ya tiempo, pero el carruaje era demasiado pesado como para alcanzar una mayor velocidad. El jinete trataba de estabilizar el vehículo sosteniendo con firmeza las riendas, pero las ruedas del coche botaban eventualmente contra el empedrado asfalto de los callejones, provocando que todo el vehículo se moviese con terrible violencia mientras surcaba la espesa niebla de la noche.
El rostro de Barriga estaba completamente ensangrentado. Había improvisado una gasa desgarrando una manga de su camisa para tratar de contener la hemorragia facial, pero el corte era demasiado profundo. Completamente angustiado, miró tras de sí para comprobar si todavía ese lunático le estaba siguiendo. Y estaba más cerca de lo que pensaba.


El jinete anónimo se encontraba a unos pocos metros de distancia de su objetivo móvil. Mientras galopaba, desenfundó su pistola y abrió fuego contra el carruaje, perforando las paredes, rompiendo los cristales. Si bien Barriga Verde se echó al suelo, una de las balas atravesó el vehículo y el cráneo del jinete, dejando a los caballos a su libre albedrío, provocando que comenzaran a galopar de manera desincronizada.
Para terminar con la persecución, el asesino lanzó un gancho con cuerda contra una de las ruedas del carro, que había atado al cuello del caballo. Al instante, el animal fue decapitado, pero su gaznate era lo suficientemente grueso como para lograr que el gancho dañara la rueda. La propia velocidad del vehículo, hizo el resto. La carroza perdió el control y ladeó contra el suelo, liberando a los caballos, que se perdieron en la noche.

Mareado y con terribles nauseas, el pánico se había apoderado de Barriga Verde, que trataba de mantener la consciencia ante tanta pérdida de sangre. Se incorporó como pudo, e hizo un terrible esfuerzo por salir del vehículo. Sacó la polvorera para cargar su arma, pero los nervios le jugaron una mala pasada y cayó en el interior del vehículo.
Las calles estaban dominadas por el frío y la lluvia. Con farolillo en mano, trató de ahuyentar a los demonios, cubriéndose de su propia sombra. Sin embargo, los muros iban a ser testigos mudos de un crimen que se iba a perpetrar en ese preciso instante, sordos del grito ahogado puñalada tras puñalada. Y entonces, se hizo el silencio.


Varias horas más tarde, se presentaron las autoridades del condado. Alatriste anotaba en su libreta cualquier información que pudiese ser relevante en el caso. Mientras tanto, el inspector Santangelo analizaba el cuerpo, que yacía sin vida en el suelo sobre una serie de símbolos incomprensibles:
-Si no fuese porque sabemos que se trata de Barriga Verde, sería irreconocible -dijo mientras sostenía una pluma de la víctima-. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante un asesino en serie que parece querer acallar la prensa, estimado Alatriste.
-Primero Duhr, luego Corchuela, y ahora Barriga. Se han denunciado varios incendios aparentemente provocados en imprentas y editoriales. ¿A qué demonios nos estamos enfrentando, inspector? -respondió Alatriste.
-No lo sé -suspiro-. No lo sé. Pero me temo lo peor.