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VERA ( Relato de terror: 5° entrega )

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Al pronunciar en voz muy baja su nombre se estremeció como un hombre que despierta.

Después, enderezándose miró en torno suyo.

En la habitación, los objetos estaban iluminados ahora por una luz tenue, hasta entonces imprecisa, la de una lamparilla que azulaba las tinieblas, y que la noche, ya alzada en el cielo, hacía aparecer como si fuese otra estrella.

Era esa lamparilla, con perfumes de incienso, un icono, relicario de la familia de Vera.

El relicario, de una madera preciosa y vieja, colgaba de una cuerda de esparto ruso entre el espejo y el cuadro.

Un reflejo de los dorados del interior caía sobre el collar encima de la chimenea.


La compacta aureola de la Madona brillaba con hálito de cielo; la cruz bizantina con finos y rojos alineamientos, fundidos en el reflejo, sombreaban con un tinte de sangre las perlas encendidas.

Desde la infancia, Vera admiraba, con sus grandes ojos, el rostro puro y maternal de la Madona hereditaria. Pero su naturaleza, por desdicha, no podía consagrarle más que un «supersticioso» amor, ofrecido a veces, ingenua y pensativamente, cuando pasaba por delante de la lámpara.






Al verla, el conde, herido de recuerdos dolorosos hasta lo más recóndito de su alma, se enderezó y sopló en la luz santa, para luego, a tientas, extendiendo la mano hacia un cordón hacerlo sonar.





Continuará...







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VERA (Terror story: 5th installment)

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Pronouncing his name very softly, she shuddered like a man awakened.

Then, straightening up, he looked around him.

In the room, the objects were now illuminated by a dim light, imprecise until then, that of a small lamp that blunted the darkness, and that the night, already raised in the sky, made it appear as if it were another star.

It was that little lamp, perfumed with incense, an icon, a reliquary of Vera's family.

The reliquary, made of precious old wood, hung from a Russian esparto rope between the mirror and the painting.

A reflection of the interior gilding fell on the necklace above the fireplace.


The compact halo of the Madonna shone with the breath of heaven; the Byzantine cross with fine red alignments, fused in the reflection, shaded the burning pearls with a tint of blood.

Since childhood, Vera admired, with her big eyes, the pure and maternal face of the hereditary Madonna. But her nature, unfortunately for her, could only consecrate a "superstitious" love for her, offered sometimes, naively and pensively, when she passed in front of the lamp.






Seeing her, the Count, wounded by painful memories to the depths of his soul, straightened up and blew on the holy light, then gropingly reaching for a cord to jingle it.





To be continue...







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