Novelado queda mejor. Parte III

Day 1,106, 04:36 Published in Spain Spain by El Bombero de la Manguera

En el anterior episodio dejamos al Duque de Aquitania muy cabreado, en el segundo vimos como el rumor se extendía y Vito de Nueva Villa recibía una visita...




Mas entre tanto, no estaban los demás miembros de la villa ociosos. Mientras el Duque de Aquitania, en su caserío a las afueras, se reunía con sus consejeros, y debatían qué hacer. Unos decían que la solución era apoyar a Minara de Torrehermosa, pero la idea se había rechazado, tras comentar otro que sabía de buena tinta que la señorita habría rechazado su apoyo, pues al parecer, sólo deseaba presentarse para dar qué hablar y para su mayor diversión y la de su séquito, que gustaban de estar en la Corte. También se habían descartado a los demás candidatos, a dos por no estar suficientemente apoyados por la gente de la Villa de eEspaña, y al último, por ser enemigo de antiguo por no se qué dimes y diretes entre aquesta familia y aquella otra.

- Mirad que no podemos hacer nada, y al final quizás sí sea la única alternativa este joven extranjero- dijo uno, mas todos le recriminaron de inmediato. "¿Un foráneo en el Mayorazgo?", "Por encima de mi cadáver, pues seguro que ha comprado al Conde Duque", "¿Después de que expulsase a la representación de nuestro grupo para colocarse él donde mejor le venía?", así y de suerte otras cosas, decían.

- Pues entonces, señores, a sabiendas de que los demás candidatos poco pueden hacer contra este caballero que tan rápido se ha ganado, o comprado, el corazón de muchos; sólo nos queda apoyar a Don Pedro de Chorín.




Horrorizáronse de inmediato los demás, y algunos afirmaron que antes se tropezaban sobre la hoja de su espada que apoyar a semejante persona. Como no pudo llegarse a un acuerdo, sentenció el asunto el Duque con voz grave.

- Apoye pues, cada uno a quien quiera. Yo apoyaré a Don Pedro de Chorín, a pesar del antagonismo que de antaño traemos y que todos conocen. Es verdad, como dicen algunos, que fue Exarca primero en un Reino lejano al este, y luego Virrey de eArgentina, pero no he visto acto alguno suyo contra eEspaña desde que se casó con aquella buena moza. Parece que ha echado raíces aquí, y ahora no dudo que trabajará por nuestra Villa.

Y así, todos se fueron cabizbajos. Pero además de Vito de Nueva Villa había otro consejero habitual del Duque no había acudido a la cita. Este era Don Jimeno de Colmenar, también apodado "el Cojo" por una herida vieja y fea que tenía en una cadera y le hacía andar de forma curiosa. Por su nombre y apellido, le llamaban el Cojo Jimeno, siempre a sus espaldas, y no eran pocos los que se reían de sus andares, diciendo que cojieaba. El caso es que pocos o ninguno se lo decían a la cara, y pocos con él discutían sin llegar a mayores, porque era hombre de sangre muy caliente, y a veces tan imprudente que se le diría imprudente.

El caso es que este hombre peculiar, que vieja amistad guardaba con la familia ducal, entre todo esto había acudido a los mentideros, y allí, habiendo oído por terceros lo sucedido con el Gobernador (que al Duque lo había echado el Conde Duque por la fuerza, y tras llamar a los guardias del gobernador, para sentar en su lugar a un jovencito amigo suyo; y que posteriormente, habíase reído del asunto, a fin de humillar más aún al primero), pues el rumor crecía y crecía, enfureciose sobremanera y perjuró que aquello no quedaría de aquesta forma.





Sabedor de que la reunión estaría cerca de terminar, si no terminada, saliose a la calle espada en cinto, arrebozado en su capa y muy dispuesto, y cuando hubo llegado al Palacio del gobernador observó que la reunión había terminado muy recientemente, pues el último de los servidores de Don Pedro Rojo aún no se había marchado, y charlaba en la puerta con un guarda. Decidiose pues, el Cojo Jimeno a alcanzar al Conde Duque en su camino a su morada y darle matarile en venganza por lo sucedido; pues no por cojo era lento, y esperaba darle alcance. No sabía que el Conde Duque se había marchado al inicio de la reunión.


El caso es que vio a dos hombres que escoltaban a un tercero, de las hechuras del Conde Duque y de similar porte, por lo que podía ver entre el vuelo de las capas y los sombreros calados. Decidió que por el camino que llevaban, debía ser su objetivo, y siguiolos esperando su momento, que hubo de llegar cuando el inocente acechado decidió pararse a vaciar su vejiga, que a bien había bebido buen vino en la reunión y ahora andaba más repleto que un tonel.






Apartáronse los dos guardias y entretuviéronse hablando entre ellos sobre una moza que vivía cerca, momento que aprovechó Don Jimeno para acercarse con malicia y desenfundar su espada. Oyolo el otro, y girose echando mano al sable, mas demasiado tarde, pues ya era muerto aún sin saberlo, y en apenas un parpadeo, la hoja del otro le cruzaba de palmo a palmo.

- Muere bellaco- susurrole su asesino, antes de darse cuenta de que aquel no era quien creía. Abrio los ojos como platos, y quedaronse paralizados mirándose el uno al otro a los ojos.



El hechizo quedó roto cuando la espada del muerto escurriósele de las manos y fue a parar al suelo, repicando como campanas. Como una liebre asustada, salió por piernas Don Jimeno, mientras los guardianes, sorprendidos aún, desenvaniaban. Uno de ellos salió corriendo tras aquel, pero perdiolo entre las oscuras callejas, y el otro quedose con su amo, que no era ni Conde, ni Duque, sino Don Carmelo de Berna, afamado y poderoso como líder de una compañía entera de afamados mercenarios. Al parecer, diose rápidamente cuenta de que se moría, y dijole al hombre que se había quedado con él, que gritaba a voces por ayuda y por la guardia, que no aparecía.

- Cállate y escúchame. Dile a los míos... - Don Carmelo esputó una gran cantidad de sangre girando la cabeza a un lado, desplomado en la vacía y oscura calleja, tirado y con su capa mojada de sus propios orines.- que apoyen a Minara. A Minara, ¿me oyes?
- Sí, señor, haré como decís, pero no cerréis los ojos, que se os lleva la muerte. Decidme, ¿por qué queréis que hagamos este favor a la señorita de Torrehermosa?

Durante segundos, la mirada de Don Carmelo, vagó por el cielo, como buscando algo que no encontraba. Cuando volvió a mirar a su guardaespaldas, esta mirada estaba borrosa.

- Hola- diole por respuesta. Y el otro hombre agitó la cabeza pesaroso, sabedor de que deliraba por el alcohol y la muerte...