Delirio

Day 2,253, 10:56 Published in Spain Spain by Sans Nom Castaka


La espada bloquea el ataque. Los tendones restallan. Noto las nuevas fisuras en el tejido muscular. Calculo el tiempo a la par que la próxima acometida. Deben quedar diez segundos de entrenamiento. El brazo mecánico gira en ángulos imposibles.

Bloqueo, finta, ruedo. Quedan cinco segundos. El brazo continúa con la rutina de entrenamiento. Mi sien palpita. La fiebre ataca mis articulaciones. Bloqueo, salto, bloqueo, cuerpo a tierra, rueda, rueda, rueda hasta que termine el programa de entrenamiento.

Siento arder mi hombro cuando el brazo mecánico me golpea. El entrenador continúa con su programa. La fiebre nubla mi vista. Obligarme a estas sesiones diarias es necesario, pero no ampliarlas. Desenfundo y disparo dos veces. La maldita fiebre me obliga a asegurarme.

Salgo de la sala de entrenamientos y vuelvo a mi cámara. Tengo que apoyarme en la pared en varias ocasiones. Hal-Yamad. No siempre es mortal. He de repetirmelo a menudo. Se agrava cuanto más te alejas de la realidad.



Me dejo caer pesadamente en la silla. Mi mano tiembla cuando cojo la mascarilla. Las pantallas muestran historias impactantes, dramas, recuerdos, luchas, acciones ocultas dentro de otras acciones ocultas. Pero sólo veo colores difuminados. Estoy sentado en la bruma. Nada importa. Sólo hay que dejarse llevar.

- Y yo que creía que un poco de ejercicio extra te espabilaría - dice burlonamente el Embaucador.

Miro a través de la mascarilla, buscando el origen de la voz. Está ahí, al lado de los controles del robot de entrenamiento, con su cigarro y su asquerosa sonrisa. Nunca he apreciado sus bromas. Le niego el placer de la réplica, y vuelvo la vista a las pantallas.

- Te ha dado fuerte, ¿eh? - Se coloca tras mi silla, poniendo sus manos sobre el respaldo. Acerca su boca a mi oído - Reconozco los síntomas, mal asunto. Pero tranquilo, tengo amplios conocimientos de medicina. Te ayudaré.

Se incorpora bruscamente, sin soltar la silla.

- ¿Poniéndote al día, eh?

- Intento no perder el contacto. Es malo para la fiebre. Tu ya lo sabes.

- Por intentar entenderles no vas a mejorar, idiota.

La visión vuelve a nublarse. Estoy demasiado debil, demasiado para juegos de frases ingeniosas con el Embaucador. No le necesito aquí. No necesito nada. Sólo, aqui. Sin ruidos. Sin luces molestas. Sólo. Sin nada. En blanco. Nada más.



Abro los ojos. El frío me ha despertado. Estoy fuera del metabunker. Me estoy moviendo.

- Necesitabas aire fresco natural, no esa porquería èsterilizada, vitaminada y supermineralizada. Algo genuino, con su polución, sus miasmas y sus partículas de soldados desintegrados por algun arma de destrucción masiva.

Él. Me ha sacado de mi refugio y me lleva en la silla como a un inválido. Le mataré por esto.

Aspira con fuerza el cigarro, teatralmente, como siempre.

- Creí que el chiste de la gente pulverizada en el aire te haría gracia, soldado de fortuna. Mira eso. Ese edificio grande, oscuro y ruinoso. Parece que también ha cogido el Hal-Yamad. Si te dejo al lado, no habría forma de distinguiros.

El edificio, de planta circular, se yergue sobre lo que una vez fue una zona residencial. Es enorme. Hay restos de colores y materiales decorativos en la fachada; aunque de lejos sólo se aprecia sucio hormigón viejo y decrépito.

- ¿Para que me has traído aquí? - pregunto.

- ¿No lo notas?
- responde, deliberadamente dramático.

Cierro los ojos y me concentro. El edificio es viejo. Han ocurrido cosas dentro. Demasiadas. No puedo definir su interior o su función. Lo agradable y lo horrendo se mezclan. Hay cierto atractivo morboso en él. Abro los ojos y vuelvo a mirarlo. Su aspecto exterior es engañoso. Veo el cartel. Será derribado en once días.




- Si, se va a ir a tomar por culo. Lo arrasarán entero. Ni una puta piedra dejarán de ese feo mastodonte. - El Embaucador tira la colilla, y saca otro cigarro mecánicamente - Que la tierra te sea leve, engendro. Creo que van a dejar un descampado en su lugar, como sentido homenaje a su memoria. Si seremos hijos de puta ¿eh?

- Sigo sin comprender porqué me has traído.

Encara la silla, y señala con el dedo. Veo un hombre sacando cajas del edificio y cargándolas en un viejo vehículo. Parece viejo y cansado. Eso no aparenta ser un problema para él, mientras sigue sacando cajas del edificio con inaudito tesón.

- Esa es toda la pompa fúnebre que va a recibir. Un saqueo de última hora.

- Serán recuerdos o información útil.

- Sólo le interesan al viejo. Podría dejarlos para que los arrasen con el resto del maldito edificio. Nada se rompería, ni se pararía el mundo por ello.

- ¿Quieres que intervenga? ¿Es eso?



El Embaucador ríe, con una carcajada limpia, franca. Pocas veces le he oído reir así, y nunca me gustó la razón por la que lo hizo.

- Te he traído para explicarte porqué no te va a matar esa tonta fiebre. Naciste para estar vivo durante el Final. Para que yo pueda ver el Final. Por eso ninguna asquerosa enfermedad espiritual va a matarte, como a otros. Enfermarás, odiarás, amarás, y posiblemente te vuelvas loco. Pero cuando todo acabe, estarás vivo. Como ese viejo, cargando sucias cajas llenas de recuerdos que a nadie le importan. Esa es tu función. Así que, alégrate, sólo tienes un constipado fuerte.

- Que alivio. Me siento mucho mejor ahora - digo sarcásticamente, sin ocultar en nada mi desagrado.

- Esa es la actitud. A ver si la mantientes. Esperar contigo a que se acabe esto va a ser una putada, con tu conversación habitual.




Estoy en mi cámara. Estoy sólo. Las pantallas muestran un funeral. Alguien importante ha muerto. Una alianza ha muerto. Han muerto muchas más personas. Han muerto muchas más cosas. No se ve el edificio en ninguna de las pantallas.

El edificio que me mostró el Embaucador. El edificio del sueño. El edificio que deliré. No lo se. Tampoco importa. La fiebre no remite. Debo descansar. Mañana volveré a entrenar.

Mañana. Volveré. Otra vez.

Otra vez.

Hasta el final.