No sé adonde me acerco cuando me alejo de Carpentier

Day 845, 08:53 Published in Argentina Spain by Rosarino74Lay

Las mesas, trabajadas en las maderas más nobles y exóticas del norte de África, remedaban auténticos pedestales para las obras de arte culinario repartidas con gusto soberbio sobre su magna superficie. Los mejores chefs del condado de Norwich habían perfeccionado para la ocasión sus más renombradas especialidades. Sublimes cuellos de tiernos faisanes trufados se extendían orgullosos, casi como pretendiendo besar los crujientes hocicos del hato de cochinillos nonatos asados a punto dorado. El salvaje aroma del pavo horneado en salsa de ajos oponía feroz resistencia a la dulzura de miel de las fibrosas tajadas de mango refrescadas al hielo. Delicadas ensaladas de hojas carnosas y desconocidas, festoneaban en vistosos matices de raros verdes a la ordalía de carnes jugosas y generosas. Generosas como los vinos tintos, auténtica sangre azul de las lejanas tierras de Bordeaux, que reposaban, oxigenándose, en finas vasijas de trabajada porcelana de Wedgewood. Sir Richard Cornelius Robertson, Duque de Norwich y Barón de Chesterfield Blondes, se paseaba orondo y erecto entre las mesas, esquivando con felinos y calculados movimientos al personal de servicio que ultimaba, nervioso, los detalles del banquete con el cual se habría de celebrar su onomástico número cincuenta. Su mirada impertérrita y detallista hasta la exageración, vigilaba que la simetría perfecta delineada en su mente tomara forma hasta en el más mínimo detalle. Con su gruesa y seca voz acrisolada a puro escocés de las Tierras Altas, impartía sus exageradas directivas en un tono marcial y terminante. La servidumbre daba lo mejor de sí por trabajar con rapidez y dedicación, mas el temor de alzar la cabeza y encontrarse con la feroz mirada del omnipresente Sir Richard escudriñando los quehaceres por encima de sus hombros entorpecía su tarea. Semejaban una bandada de autómatas desaforados corriendo de aquí para allá, llevándose con ellos las nubes de aromas que no deberían entremezclarse. Hasta los músicos de cámara, que afinaban sus instrumentos en el salón contiguo, no lograban registrar los tonos exactos para sonar en sincronía perfecta, causando la ira de Maese Sunesson, el famoso director danés contratado para la sublime ocasión. El atardecer caía. Sir Richard Cornelius Robertson, Duque de Norwich y Barón de Chesterfield Blondes, observaba excitado a través de los amplios ventanales del añoso castillo, cuyas afiladas almenas desgarraban con saña en desigual duelo esgrimístico a las nubes que osaban rebajar su vuelo silencioso en su afán de nutrirse de nobles visiones terrenales. Los caminos lucían solitarios. En la lontananza, no se percibía movimiento alguno. Los invitados se demoraban. Ninguna carroza avanzaba hacia el castillo. El sol negaba su luz, un delgado y enfermizo cuarto menguante amarfilado se mostraba por sobre la línea del horizonte. Entretanto, sobre las invaluables mesas de ébano, la grasa de las carnes coagulaba, el hielo se hacía agua, los nobles olores se confundían los unos con los otros, el vino perdía su divino cuerpo, las bananas se enderezaban. Sir Richard Cornelius Robertson, Duque de Norwich y Barón de Chesterfield Blondes atinó a observar su reloj de pulsera, valioso tesoro obtenido en sus viajes espaciotemporales. Ante la prueba irrefutable que suponían tanto la noche cerrada a pleno cuanto las 23:45 que marcaba el Citizen Titanium, se dio vuelta y sentenció con voz gutural: "Concha de la lora… ¡Seguro que los agarró un piquete!".

RESUMEN: Los invitados llegaron tarde y el duque terminó a las puteadas. Chau Carpentier!
(se supone que ésto es algo así como un manifiesto antibarroco...)