La última burla del inmortal

Day 860, 06:03 Published in Argentina Spain by Rosarino74Lay

Buenos Aires, 24 de mayo de 2005

Señor Juez:

De acuerdo a lo que se suele enunciar en éste tipo de documentación, quiero expresarle que me hallo en pleno uso de mis facultades mentales, físicas y psíquicas al momento de esbozar las presentes líneas.
Aclarado dicho punto, es mi intención rogar a Vuestra Señoría que haga una exhaustiva y cauta lectura de la presente; ya que por meras razones etimológicas, he omitido el acto de redactar algún escrito que se haga merecedor del carácter de autobiografía, en tanto se entienda como tal a la reseña cronológica de la vida de un individuo, recopilada y narrada por él mismo. Al respecto, cabe señalar que en el día de la fecha se cumple el aniversario número quinientos de la muerte del que suscribe. No obstante, y sin pretender mostrarme irónico ante sus ojos, pongo en Vuestro conocimiento que el cadáver yacente en la mesa de mármol frente a la cual Usted se encuentra parado en éste preciso instante, corresponde a quien pergeñó el escrito que obra en sus manos, así como al que realizó la llamada telefónica de pedido de socorro a Vuestro propio hogar. Asimismo, el que suscribe se declara inventor y constructor de la elemental maquinaria con la que hemos (sic) puesto fin a mi existencia terrenal, la cual paso a describirle, sin que ello vaya en desmedro de las capacidades profesionales presumibles por parte de los Sres. Peritos obrantes en la causa que usted habrá de caratular errónea y voluntariamente como “Suicidio”, según le instruyo.
El dispositivo de marras es más que sencillo, tal cual Su Señoría puede notar a simple vista. Tan sólo me limité a instalar una broca en el techo, capaz de soportar unos 100 kg de peso pendiendo de ella. Le atornillé un anillo de acero a efectos de que hiciera las veces de roldana. Adquirí en una compañía maderera una recia rama de quebracho, a la que modelé pacientemente a cincel hasta que alcanzó su actual forma de filosa estaca. Procedí entonces a colgarla con una soga de la roldana y marqué sobre la mesa en la cual me hallo ahora exánime el punto exacto de su caída. Una vez elevada la estaca hasta el nivel de la roldana; tensé, corté y anudé la soga al picaporte de la puerta de entrada que usted acaba de atravesar según mis instrucciones; usando un nudo corredizo que debiera desatarse al abrir usted la puerta, acudiendo a mi llamado.
Si mis cálculos fueron exactos, y si Usted se halla en éste preciso instante leyendo las presentes líneas, la pesada estaca ha caído veloz y violenta sobre la mesa en el punto predeterminado, atravesando para ello con limpieza mi corazón, oportuna y voluntariamente interpuesto en su trayectoria.
En síntesis, técnicamente, Vuestra Señoría acaba de matarme.

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Ahora bien. En principio, recupere Usted su respiración. Tranquilice ese corazón suyo que late como martillo neumático. Un trago no le vendrá nada mal. Justo detrás de Usted se halla mi sillón favorito. Junto a él, en la pequeña mesa, he dejado una botella del buen scotch que en tantas ocasiones hemos compartido, un vaso y la hielera; tapada, por si usted se demoraba demasiado. También encontrará unos guantes de látex. Póngaselos. Sus huellas digitales no debieran aparecer por aquí. Tome asiento y beba. Beba en mi honor, al que perdí quinientos años atrás y que acabo de recuperar gracias a su afortunada intervención.

A ésta altura, no creo que sea necesario aclararle que usted acaba de terminar con la vida de un vampiro, mi queridísimo amigo y socio. No se sienta culpable de nada, yo mismo me encargué de que así fuera. Han sido muchos, demasiados años los que he pasado surcando el planeta a la tenue luz de la luna, dejando un rastro de sangre a mi paso. Hasta que vine a dar a Buenos Aires, donde tuve la dicha de saber de su existencia; y por ende, me decidí a terminar dignamente con esta pseudovida.
Le contaré brevemente la historia; supongo que es mi deber de amigo hacerlo. Me enteré de usted gracias a su primer Buffet, aquel en la calle San Martín, de Quilmes. Sorprendido, indagué en diversos registros de inmigrantes acerca de la procedencia de su familia. Una vez convencido de que usted era quien yo supuse que podía ser, me dediqué con ahínco a recibirme de abogado en pocos años. En esa época me presenté en el Buffet, solicitándole trabajo ad honorem. Supe ganar su confianza rápidamente, especializándome en la redacción de escritos (entenderá ahora el motivo por el cual pedí dedicarme en exclusividad a los expedientes y deseché de plano ir a diario a Tribunales), y egresando de la Universidad en poco tiempo, con Medalla de Oro. No fue gran cosa lograr una Medalla de Oro en esas épocas de hedonismo y medianía intelectual , pero significó para Usted exactamente lo que yo pretendí. Me propuso asociarme al Estudio, y yo, por supuesto, accedí, dándole todo el respaldo profesional posible mientras lo catapultaba en su carrera judicial. Así fue como el Estudio cobró notoriedad, a la vez que usted se convirtió primero en Juez de la Nación, y a partir de ésta misma tarde, en Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es decir, creo que he hecho lo suficiente por Usted, amigo José Luis, como para tomarme la atribución de esperar un pequeño favor a cambio.
Por cierto, soy conciente de que no se trata de un favor cualquiera, imagino el susto atroz que le debe haber causado abrir la puerta de mi casa y escuchar un aullido gutural con cinco siglos de añejamiento. No obstante, creo que ambos hemos cumplido con nuestros roles. Al menos, con los que yo mismo definí para ambos.
Usted, merced a su esfuerzo y a mi respaldo, habrá de ser un hombre útil a su Patria. En tanto que yo, he logrado al fin pacificar mi alma. Estamos a mano José Luis, le ruego no me odie ni me guarde rencor. Habrá de enfrentarse ahora a monstruos mucho más peligrosos que yo mismo. Tan sólo le ruego, querido amigo, que no rehuya de su destino, así como quien le deja éstas líneas, no rehuyó del propio cuando leyó las doradas letras en la vidriera de un modesto y oscuro buffet quilmeño, que decían: "Sucesiones – Contratos – ABOGADO – Dr. José Luis Van Helsing",
Suyo de usted, y con la plena seguridad de que nuestras almas jamás volverán a cruzarse, lo saludo por última vez desde el Averno. Con mi consideración más distinguida, por supuesto.

Dr. Blas Rafful
Abogado

El Doctor Van Helsing lloró con estridencia, como un niño desesperado. Algunas lágrimas cayeron en el whisky. Demasiadas emociones diferentes para un solo día.

FIN

Nota del autor: Tengo pocos amigos, por ende mis posibilidades de llegar a mucha gente con mi diario son escasas. Si te gustó el cuento y te agrada en general el material que publico, te agradeceré un shout de la URL de PESCADO. Gracias desde ya por haber leído 🙂